Estériles en el país de la descendencia sagrada
Una mujer y un hombre llegan a una clínica de fertilidad en el sur de Delhi. Ella va un poco adelantada, así que le espera en la puerta, se dan la mano y entran juntos. Una vez dentro, se sientan en una sala de espera repleta de parejas. Todos quieren ser padres y madres. Deben serlo. Viven en un país, India, donde tener descendencia es socialmente obligatorio.
Sahanaz y Mahaveer están empezando un tratamiento de fecundación in vitro (FIV) porque ella no puede concebir. “Me siento triste porque veo a mis amigas, de mi edad, y todas tienen hijos mientras yo no puedo. Me siento fatal”, lamenta esta joven de 28 años que vive en la capital india. Lleva siete años casada con su marido, de 34. “Queremos tener un hijo porque llevamos siete años de matrimonio y eso es mucho tiempo sin hijos”, dice él.
Su entorno cercano les pregunta constantemente qué ocurre, por qué no se quedan embarazados. Y tanta insistencia duele. Ocultan su situación y el tratamiento a familiares y amigos, a quienes responden que tienen alguna que otra complicación, sin dar más detalles. Nadie sabe que están en esta clínica, por eso piden que cambiemos sus nombres en este reportaje. Ambos esperan que todo salga bien para poder ser “una pareja normal” a ojos de la sociedad. Desean dos hijos.
“Tener un hijo en la India es decir a la sociedad que todo está bien en tu matrimonio”, asegura la doctora Kaberi Banerjee, ginecóloga especialista en infertilidad y directora de la clínica AFGC. Visitan su centro privado unas 30 parejas a diario. Aquí, dice, han nacido más de 4.000 niños. Un tratamiento FIV puede costar unos 3.000 euros, toda una fortuna para millones de indios que no se pueden permitir este procedimiento. “Para cualquier pareja india, el matrimonio no estará completo hasta que no haya hijos, y eso produce un vacío enorme cuando no los hay”, señala la médica.
Decoran su despacho al menos nueve figuras de Ganesh, deidad hindú con cabeza de elefante que representa, entre otras cosas, la liberación ante los obstáculos de la vida, los buenos deseos frente a los retos. Cuenta la leyenda que Ganesh fue decapitado y perdió su cabeza humana precisamente cuando custodiaba la habitación en la que se encontraba su madre.
En un país tan devoto, la religión no es ni mucho menos ajena a la maternidad, eje de la vida de sus habitantes. “En la India, la madre es el centro de la familia y nuestro ideal más alto. Ella es para nosotros la representación de Dios, porque Dios es la madre del universo”, decía el bengalí Swami Vivekananda, líder espiritual del siglo XIX que llevó el hinduismo a Occidente. “La primera manifestación de Dios es la mano que mece la cuna”.
La misión de ser madres
Además de vincularse con la divinidad, la figura de la madre ha sido tradicionalmente venerada porque se deposita en ella el deber de inculcar a sus descendientes los valores más vitales, más humanos. De hecho, en el gigante asiático, la identidad de la mujer se define en torno a la maternidad, de modo que, desde pequeña, una es preparada para su misión en la vida: ser esposa y ser madre.
Al convertirse progenitoras, las indias ganan un estatus de normalidad que cojeaba hasta ese momento. “El embarazo se convierte en la liberación de la inseguridad, la duda y la vergüenza de la infertilidad. Para la mujer india el embarazo y la inminente maternidad llega a ser un acontecimiento en el cual se le concede un alto estatus”, escribía el prestigioso psicoanalista Sudhir Kakar en su libro 'El mundo interior: un estudio psicoanalítico de la infancia y la sociedad en India'.
Se estima que más de 1.300 millones de personas viven en la India, hogar del 17% de la población mundial. Cuando el país se independizó, hace setenta años, la cifra no llegaba a 400 millones. El índice de fecundidad es de 2,4 hijos por mujer, según datos de 2015, pero en estados como Uttar Pradesh o Bihar esa cifra asciende a más de 3,2 hijos. Los expertos calculan que en la India entre 20 y 30 millones parejas son infértiles, una condición que afecta tanto a hombres como a mujeres.
Este es un país en el que la primera pregunta que escucha uno cuando llega a un pueblo es si está casado y la segunda, si tiene hijos. La importancia de la descendencia se basa en que esta asegura el futuro del linaje, con toda la herencia que eso conlleva. En un plano más práctico, se entiende que los hijos serán los únicos que se encarguen del cuidado de los padres durante su vejez.
Reproducción masiva para “perpetuar religiones”
Mención aparte merecen las arengas de algunos líderes religiosos que piden una reproducción masiva para perpetuar sus religiones. En 2015 se vivió una escalada esperpéntica que empezó con un líder hindú reclamando a las mujeres que tuviesen al menos cuatro hijos para asegurar la supervivencia del hinduismo, mayoritario en India, frente al crecimiento de la comunidad musulmana.
Días más tarde, otro líder dijo que el número correcto era cinco. Poco después, otro iluminado sentenció que esas cifras eran escasas, que se necesitaban diez hijos por mujer. Similares proclamas se han escuchado entre algunos líderes musulmanes que temen que su fe quede absorbida por la mayoría hindú.
La presión y el apoyo familiar
“No poder tener hijos es un sentimiento horrible, especialmente en la cultura india, porque si estás casada, debes tenerlos”, cuenta Shalini Ahuja, una mujer de 37 años que ha llegado a la clínica de la doctora Banerjee para empezar un tratamiento de gestación subrogada porque tiene “complicaciones en el útero”. Ha probado hasta en tres ocasiones la fecundación in vitro. Sin resultado.
Shalini afirma que se siente “mal” cuando le preguntan por qué lleva una década casada sin hijos. Tanto ella como su marido quieren ser padres, pero asegura que no se ven obligados. Saben, eso sí, que son una excepción.
“Es muy importante que tus padres y tus suegros te apoyen, pero la mayoría de indios no puede decir eso. Muchos padres presionan a sus hijos para que tengan descendientes o fuerzan su divorcio para que tengan hijos con una segunda mujer”, relata. Ella, que es abogada, tiene el respaldo incondicional de su familia, pero cuenta que una pareja de amigos suyos se ve “torturada psicológicamente” por su propia familia porque han decidido no tener hijos.
La doctora Archana Dhawan Bajaj reconoce que a su clínica de fertilidad, al este de Delhi, llegan algunas parejas por decisión propia, pero que muchas otras vienen agotadas por la presión familiar. “En nuestra sociedad, alguien que no pueda tener hijos puede ser menos aceptado que un portador del VIH”, llega a decir la médica.
“La presión social es tremenda, lo que genera muchas depresiones, divorcios y problemas entre las mujeres y sus familias políticas; se viven situaciones muy desagradables si no tienes un hijo”.
La culpa recae en la mujer
Cuando se habla de infertilidad en una pareja, es la mujer la que aguanta todo el peso de las críticas porque, desde el principio, ella encarna toda la responsabilidad. Toda la culpa. “Ellas sufren un estigma mucho mayor. Si una pareja no tiene un bebé, nadie se preguntará cuál de los dos tiene el problema, sino que se dará por hecho que es ella la que no puede concebir”, explica la doctora Bajaj.
En esto coincide Vijaya Ramaswamy, historiadora experta en estudios de género y religión en la India. “La culpa de no tener hijos recae sobre la mujer porque no se concibe que sea él el responsable. Y en caso de que él sea infértil, sobre ella también caerá cierta responsabilidad”, explica en su departamento de la Universidad Jawaharlal Nehru (JNU).
“Esto es fruto de una sociedad patriarcal que entiende que todo lo que vaya mal es por culpa de la mujer y todo lo que vaya bien es éxito del hombre”, dice, aunque matiza que esta idea está cambiando poco a poco entre la población de su país.
Lo cierto es que a lo largo de su vida la mujer india va adoptando los diferentes roles que le son designados: esposa, nuera, cuñada, madre. Todos ellos fuera del hogar natal, que abandona tras la boda para ir a residir con la familia de su marido, donde será siempre una invitada de la que se espera obediencia.
Cada año se suicidan más de 20.000 mujeres
En ese ambiente, la opresión se puede volver insoportable. De hecho, el suicidio es la principal causa de muerte entre las jóvenes indias y el matrimonio es, en muchos casos, la razón que les lleva a quitarse la vida, después de sufrir un ahogo constante a manos de una familia política que reclama dote, sumisión y, sí, descendencia. Cada año se suicidan en este país más de 20.000 mujeres por estos motivos.
En ocasiones se llega a lo más extremo: se han dado casos en los que la familia política ha acabado asesinando a la nuera por ser estéril para después preparar la escena de tal modo que pareciese un suicidio.
El estrés provocado por la presión familiar no ayuda precisamente a aumentar las posibilidades de concebir, sino que crea un círculo sin salida que empeora todo. “Hay mujeres que rechazan la presión o que comparten la carga con el marido, pero muchas otras, que son señaladas por su entorno y sufren severas depresiones, ni siquiera pueden compartir el dolor de las presiones que reciben para tener hijos, así que permanecen solas, calladas, y continúan sufriendo mientras asumen que es su problema”, concluye la doctora Banerjee.