¿Cómo evitar comprar móviles con 'minerales de sangre'?

Gemma Parellada

Johannesburgo (Sudáfrica) —

Entre las modelos, las luces y una montaña rusa virtual, saco las piedras de coltán que nos regalaron el año pasado en una mina congoleña (una más). Entre los stands del Congreso Mundial del Móvil (WMC) están todas las grandes marcas. Es la gran cita anual de la telefonía móvil. Estamos a finales de febrero, en la entrada chilla el eslogan “el móvil lo es todo” y Europa aún no ha regulado el mercado de los minerales de sangre que alimentan este “todo”.

Las fuentes de Montjuïc deleitan con colores a los acreditados internacionales en una “Barcelona, capital del móvil”, mientras la ausencia de los dos grandes protagonistas, el coltán y Congo, dibuja la paradójica desconexión de la sociedad hiperconectada.

Tras diez años cubriendo la guerra más mortífera del planeta, en República Democrática del Congo y siguiendo el comercio de minerales sacados de miles de minas artesanales, me encuentro en mi ciudad natal investigando el otro lado de la cadena: los compradores. En la zona donde se libra el conflicto, en Congo, es donde se concentran las reservas más grandes del mundo de coltán (tántalo).

“El tántalo (que se extrae del coltán) tiene unas propiedades únicas”. Eva Vidal, ingeniera de la UPC, abre cuidadosamente un teléfono y levanta con las pinzas una pequeña pieza dorada. “Sin él, los smartphones no funcionarían y actualmente no hay alternativa para reemplazarlo”.

Sin control

Es el metal más valioso de nuestra era, insustituible por ahora, y, a pesar de que el boom del coltán estalla en los años 2000, el mercado mundial de los componentes para móviles apenas se está empezando a regular, y sin consistencia. El pionero fue Estados Unidos, que aprobó la primera ley en 2010. Se insta a las empresas a presentar un informe anual a la Comisión de Bolsa y Valores explicando de dónde salen sus componentes. Pero los resultados del primer examen reflejan el fracaso.

Amnistía Internacional concluye que, en la primera entrega de resultados, en 2014, el 80% de las empresas no controla o no revela la procedencia de sus componentes, a pesar de la regulación. Entre las empresas estudiadas están Apple, Honda, Google, Boeing, Tiffany, Microsoft o Walt Disney.

En Bruselas es un taxista ruandés –guiños de la vida– el que me recoge en el aeropuerto y me lleva hasta el Parlamento Europeo. Es junio de 2015, la europarlamentaria Marie Arena, que ha luchado junto a otros diputados para que la ley sobre minerales de sangre en Europa tire adelante, ha convocado a una sesión para contar cuál es la situación en Congo.

Hablo de los empresarios congoleños, los que, lejos de Europa, se dedican a la compra-venta de coltán. La desinformación sobre Congo es sorprendente y, desde las elegantes instalaciones del Parlamento, superpobladas de cámaras y periodistas, me acuerdo de Sadok, el presidente de los comerciantes de Kivu Norte (la provincia congoleña más rica en coltán): “Tenemos que bailar al ritmo del mercado internacional. Nuestras voces no cuentan”. A pesar de ser los principales suministradores de este mercado, la decisión se toma en otra parte.

Arena fue optimista. Se acababa de llegar a un acuerdo y Europa iba a empezar a regular. Pero la ley europea es aún más laxa que la norteamericana. Solo exige certificar a las empresas que importan el mineral en bruto, lo que exime a la mayoría, que importan los componentes con el mineral ya transformado.

“Queremos regulación y certificación en toda la cadena. Que cualquier pieza que entre a Europa esté certificada. Desde el agujero donde sale el coltán, hasta el lugar donde, transformado, llega a Europa”, afirma el europarlamentario Javier Nart (Ciudadanos): “Si no circulamos a 120 por las calles de Madrid es porque hay sanción. Las cosas si no se regulan, no funcionan. Y a los grandes empresarios con las manos exquisitamente limpias, yo les llevaría a ver lo que está pasando en Congo”.

Sin información

“Congo es un conflicto conocido, pero su vínculo con la producción de nueva tecnología se desconocía por la mayoría de parlamentarios europeos”, señala Ernest Urtasun, europarlamentario de ICV. Lleva de nuevo la gran paradoja. En la Unión Europea hay 880.00 empresas que usan el tántalo, el estaño, el tungsteno y el oro en la producción de bienes de consumo.

“En Europa vamos muy atrasados en regular esto. No éramos conscientes de cuál era el coste humano de este tipo de metales y qué efectos tenían en un conflicto. Es fruto de la movilización de la sociedad civil y con el desarrollo de las nuevas tecnologías la cuestión se pone encima de la mesa”, explica Urtasun.

Urtasun reconoce así la fuerza de la ciudadanía, de un centenar de entidades, ONG, activistas y periodistas que llevan años trabajando para que Europa asuma responsabilidades. En España es el caso de Alboan, Redes o Justicia i Pau, o de las campañas informativas de #ConflictMinerals o #ConnectCongo.

Pero es esta misma red la que critica y rechaza el primer paso tomado por Europa, no solo por ser demasiado débil. También por no contar con las voces locales.

“Quienes lo bloquean son los gobiernos”, asegura Urtasun. “El argumento (que usan) es que pedir evaluaciones demasiado exhaustivas puede tener un efecto negativo sobre la actividad de las pequeñas y mediana empresas, tener un coste económico muy elevado, y dejaría de hacerlas competitivas”. Y concluye: “La industria está jugando un papel de presión fuerte”.

Un negocio millonario, en muy pocas manos y mala información. Con el condensador de tántalo en la mano, Eva Vidal, ingeniera, dice que ellos tampoco tienen forma de saber de dónde procede el mineral. El mercado es opaco y la poca información que trasciende sobre el conflicto es sobre el sufrimiento de las víctimas, no sobre sus vínculos con Europa, importador del 25% de los llamados minerales de sangre.

El único intento: Fairphone

Como consumidores, actualmente, no hay manera de estar seguros que nuestros teléfonos no llevan minerales de sangre. En un espacio alternativo al Congreso Mundial del Móvil, se habla de cómo cambair la industria. La representante de Fairphone, Daria Koreniushkina, cuenta esta alternativa: “Estamos construyendo un smartphone con el objetivo de resolver los problemas sociales y ambientales que genera la cadena de suministro que hay detrás la fabricación de los teléfonos. Desde las minas, pasando por el diseño o la producción en las fábricas y hasta al final, en el momento del reciclaje, para evitar los residuos electrónicos”.

“El aspecto más urgente son los cuatro minerales de sangre. Hemos logrado acceder a estaño y tántalo libres de conflicto procedentes de Congo y en el Fairphone II hemos introducido oro certificado. Es la primera vez que se lanza un proyecto así en la industria de la electrónica de consumo.”

El de Fairphone es un objetivo que se topa con la gigantesca industria. “Sabemos que en algún momento un mineral limpio de conflicto se puede fundir con otras fuentes”. Así que mantener el móvil limpio “es casi imposible”.

Aún así, Koreniushkina es optimista. “Hay 90.000 persones en Europa que han optado por comprar un Fairphone, y eso resulta inspirador. Porque es gente que ha demostrado que quiere marcar una diferencia, que quiere productos más éticos. Y creemos que eso puede motivar a toda la industria a actuar de forma más responsable”.