Pobres blancos contra pobres negros: la extrema derecha y las políticas de “emergencia” alimentan la xenofobia en Canarias
La portavoz del Gobierno aparece en la pequeña televisión de un bar próximo al puerto de Arguineguín (Gran Canaria) pasadas las 14 horas. Entre unas cervezas y bocadillos de tortilla, varios vecinos escuchan a la ministra en el telediario de la Televisión Canaria anunciar una nueva dotación presupuestaria a la Cruz Roja. “¡Nos van a seguir llenando todo de negros!”, dice uno de los clientes habituales de la cantina de un centro social de ancianos de la localidad que durante meses albergó el llamado “campamento de la vergüenza”. A su alrededor surge alguna mueca de reproche, pero guardan silencio.
Detrás de una barra decorada con redes de pesca, el rostro de Mari hace un pequeño gesto de descontento mientras continúan de fondo las noticias sobre inmigración. La encargada del bar, resuelta y dicharachera, vio durante meses a personas hacinadas durmiendo a la intemperie a unos cuantos metros de su lugar de trabajo. “No tendrían que haber estado más de cuatro meses ahí tirados. ¿No había otro lugar?”, dice la empleada mientras se desplaza de un lado a otro del local.
Cuenta que no falta a las manifestaciones organizadas por la Plataforma de Vecinos de Arguineguín contra la acogida de inmigrantes en los hoteles del sur de la isla, excepto a la última, celebrada el pasado 12 de diciembre, cuando una treintena de personas acudió a las puertas de un hotel a gritar a los migrantes “fuera moros” o “abusadores”. El episodio empujó a Cruz Roja a pedir a todas las personas acogidas en Gran Canaria que no saliesen a la calle durante 48 horas.
“Eso no habría pasado si el Gobierno hubiese hecho las cosas de otra manera. Patera que llegaba, patera que se llevaba a un sitio adecuado para esta gente”, cuenta mientras sigue atendiendo las peticiones de sus clientes. “Protestamos para pedir justicia, paz y que nos quiten a los inmigrantes de los hoteles para poder meter el turismo”, dice la mujer, de unos 50 años, viuda y con cuatro hijas a su cargo, dos de ellas en acogida. Reitera una y otra vez que ella no está “en contra de los inmigrantes”, sino de la gestión del Gobierno. A lo largo de la conversación, sin embargo, se le escapa referirse a los últimos meses como “la guerra con los inmigrantes”.
En las anteriores elecciones asegura haber votado al PSOE. En las siguientes, dice, ya dirige la mirada hacia Vox.
Para explicar las razones que le empujan a manifestarse en contra de la acogida de migrantes en la zona, Mari habla de lo difícil que lo tiene para llegar a fin de mes y de la falta de ayuda a los autónomos, que nada tiene que ver con la inmigración; le aterra, dice, que la falta de turismo en una isla que tanto depende del sector empeore aún más la situación económica del municipio, aunque a la vez reconoce que los turistas han dejado de venir a Canarias por la pandemia, no por la llegada de pateras. Habla de su miedo a unos supuestos planes de Marruecos de “invadir” las islas, uno de tantos bulos esparcidos por su relato que ella asume como información veraz.
La mezcla de conceptos, la vinculación de la llegada de inmigrantes con un malestar social real pero relacionado con otras causas, la presunción de bulos como ciertos, la sobredimensión de las cifras y los prejuicios derivados del racismo estructural, son algunas de las características repetidas en las conversaciones mantenidas por elDiario.es con aquellos vecinos que se muestran de forma activa rechazo a la acogida de inmigrantes en las zonas próximas donde viven. Todas estas respuestas, sostiene el profesor de Sociología de la Universidad de Comillas Juan Iglesias Martínez, conforman actitudes habituales detectadas por el Instituto de Estudios sobre Migraciones entre aquellos ciudadanos de barrios populares que observan con recelo la inmigración, a lo largo de una investigación aún no publicada que analizará las relaciones entre nativos y extranjeros en distintas zonas de renta baja de España.
Como telón de fondo, tras la percepción negativa de la inmigración entre las poblaciones de barrios obreros, añade el investigador, suele encontrarse un descontento social previo a las llegadas de migrantes. “Hay un malestar social de fondo que es real: la situación de la pandemia, los recortes en temas de bienestar social, la disminución del turismo por las restricciones sanitarias o el desempleo. En ese momento, en Canarias, ha aumentado la inmigración irregular. Y se corre el riesgo de que todo ese problema social se acabe relacionándo con la inmigración”, sostiene Iglesias Martínez.
“¡Nos están convirtiendo en una panda de xenófobos!”
Pedro (nombre ficticio) sale del bar de Mari moviendo sus brazos con enfado. Mientras sube las escaleras en dirección a su casa, lamenta algunos de los comentarios escuchados en el interior del local: “¡Nos están convirtiendo en una panda de xenófobos!”, salta este vecino de Arguineguín, profesional de la hostelería en situación de desempleo. “El campamento fue una vergüenza y creo que alojar en los hoteles a los migrantes no es una buena decisión, pero últimamente estoy escuchando cada cosa... Hay que separar una cosa de otra”, considera el señor, quien reconoce temer el aumento del apoyo a la formación de Abascal en la localidad en unas próximas, aunque lejanas, elecciones. “Tengo varios amigos que, cuando hablo con ellos, me quedo asustado. Están radicalizando su discurso, están repitiendo lo que dice Vox. Entiendo que estamos en una situación muy complicada en este pueblo, pero muchos están trasladando toda su frustración por la crisis económica ligada a la pandemia contra los inmigrantes”, reflexiona el hombre, de unos 50 años.
Con el terreno abonado por el descontento social, cada vez es más común la aparición de quienes intentan esparcir las semillas del odio entre ciudadanos de rentas bajas, advierte el investigador de la Universidad de Comillas: “Hay grupos sociales, partidos, como Vox, o medios que, en vez de señalar la cuestión social de fondo, lo que hacen es culpar a la inmigración, cuando no es así”. A principios de diciembre, Santiago Abascal viajó a distintos puntos de las Islas Canarias para participar en varios actos en aquellos puntos con mayor llegada de migrantes. Uno de sus lemas: ‘Stop invasión migratoria’.
La influencia de la extrema derecha
El discurso realizado por el líder de la formación de extrema derecha el 5 de diciembre en Gran Canaria apeló a ese descontento social despertado en poblaciones de rentas bajas: “Estamos con los canarios que hoy la están pasando negras para llegar a fin de mes. Que hoy se sienten discriminados en su propia tierra. Los canarios que padecéis la lejanía de la península, que vivís con más dificultades, hoy os sentís más solos. Además de la crisis sanitaria, la crisis económica, además padecéis la crisis política”, arrancaba Abascal, que pronto giró su mensaje hacia la inmigración. “Además de eso, ahora esa Canarias que se desangra tiene que soportar la invasión migratoria, que no es fruto de la casualidad. Que ha sido impulsada por los políticos de todos los colores que han llamado a la inmigración ilegal [...] No estamos contra el inmigrante, exigimos que el que viva entre nosotros respete nuestras leyes. Pero nosotros no expandimos el odio hacia el inmigrante, a quien tenemos fobia es a los políticos pogres que les llaman, destruyendo la convivencia, destruyendo la prosperidad”.
Un día después de la presencia de Abascal en una concentración celebrada en el sur de Gran Canaria para “salvar el turismo”, en la que se vinculaba de forma falsa la presencia de migrantes en la zona con el descenso de llegadas de turistas debido a la pandemia, Sofía y Julio (nombres ficticios) cargaban con una gran pancarta en los alrededores de la sede de la Delegación del Gobierno en Canarias, ubicada en Las Palmas: “No a la invasión”. Ella es estudiante y trabaja de forma temporal como limpiadora en una comunidad al sur de la isla. Él, camionero.
“Siempre han existido pateras, pero ahora entran de forma bestial, dice Sofía. El miedo es que afecte al pulmón de la isla, los hoteles… Si eso cae, caemos todos”, añade Julio. “¿Qué me dices de que la mayoría de los hombres tengan el tatuaje del ejército militar? Lo he visto en Internet. Y me da miedo. ¿Qué hace Marruecos últimamente? Se está armando hasta los dientes, con qué fin? Estos no vienen muertos de hambre, es que forman parte de un ejército…”, continúa la estudiante. De nuevo, surge la idea de invasión, la vinculación de la caída del turismo con la inmigración y los mensajes azuzados por la extrema derecha.
Sofía hace referencia a un bulo difundido a raíz a de un artículo de opinión en Confilegal, que defiende que “inmigrantes varones jóvenes que llegan a Canarias tienen el tatuaje de los Servicios Especiales del Ejército de Marruecos”. Según ha desmentido Maldita.es, la periodista que firmaba la columna reconoce no tener pruebas para demostrarlo. Tampoco hay constancia de que existan publicadas pruebas documentales ni gráficas, pero el mensaje falso, como tantos otros, ha calado entre numerosos vecinos. La estudiante, como varias ciudadanas entrevistadas por este medio en manifestaciones antiinmigración y en el sur de la isla, cuestiona el perfil de los migrantes llegados a Canarias.
Sus palabras también recuerdan al discurso de Abascal: “Dicen que son refugiados. Refugiados son nuestros hermanos de Latinoamérica que huyen de la tiranía. Esos que vienen aquí en barcos nodriza, la mayoría jóvenes en edad militar en una forma física muy superior a la de muchos de nosotros, esos no son refugiados”, dijo el líder de la formación de extrema derecha el pasado 5 de diciembre. “Venimos a exigir una reacción inmediata a una inmigración que destruye la imagen de Canarias”, zanjó, siempre sin datos o apelando a informaciones falsas. La llegada de migrantes en grandes barcos también ha sido desmentida por Maldita.es.
El activista Sani Ladan visitó hace un par de semanas Gran Canaria, junto a miembros del Centro de Defensa de Derechos Humanos Iridia, para documentar la situación de quienes llegan a la isla en patera. El vicepresidente de la Asociación Elín volvió sorprendido por el “aumento” de la xenofobia y la “polarización de la población”. “Hemos identificado que está surgiendo en los dos extremos. Por un lado, en zonas donde la gente lo está pasando mal, donde hemos visto a una pareja dispuesta a lanzar piedras por su sensación de que ellos no reciben ayudas y los migrantes sí”, dice Ladan. “También lo hemos encontrado en las clases pudientes, donde muchos aseguran que en 2006 (crisis de los cayucos) ayudaban a los migrantes, pero ahora no”, apunta el mediador cultural de origen camerunés, quien llegó a nado a Ceuta en 2011. “Hay mucha desinformación. La entrada de los discursos xenófobos en instituciones acaba legitimando la xenofobia y permite que cale más en la sociedad”, sostiene.
La saharaui Loueila Mint El Mamy, como abogada, ha recorrido los hoteles donde son alojados los recién llegados a las islas por vía marítima. Se muestra muy preocupada por una de esas partes de la población a donde considera que está llegando el discurso del odio: “Hay gente que a priori no no tiene ese discurso, no está en una situación de privilegio, pero los bulos le acaban generando un rechazo ante las llegadas irregulares y le empuja a todo eso. Tenemos que intentar conectar con esa gente”, sostiene la letrada.
Trasladar una imagen de emergencia
La influencia de ciertas políticas migratorias en la percepción de la inmigración como amenaza entre la población Canaria es otro de los factores a tener en cuenta de cara al posible incremento de la xenofobia, apunta Yenifer Galván Medina, portavoz de la Red Canaria por los Derechos de las Personas Migrantes. Recuerda las imágenes que dieron la vuelta al mundo del campamento de Arguineguín, donde más de 2.000 migrantes llegaron a dormir tirados en el suelo en condiciones de hacinamiento e insalubridad.
“Si tienes 2.000 personas en un espacio donde apenas cabían 400, encerradas, controladas; donde no pueden hablar con su familia... Acaban saltando también las alarmas por la imagen creada por una política que acaba apoyando una percepción de invasión”, afirma la experta en migraciones. “Si el Gobierno pasa cuatro meses tratándoles como si no fueran seres humanos: ¿Qué mensaje transmites a la población?”, se pregunta Galván Medina.
El investigador de la Universidad de Comillas resalta también la importancia percepción de la población sobre le volumen de la inmigración. “Muchas veces en la gestión política no se tiene en cuenta esto. Si se acumula mucha población migrante en una misma zona, más aún si es en barrios populares con una base de descontento social, se suele percibir que hay mucha de forma no realista”, contextualiza Iglesias Martínez. “Cuando se generan fotografías como la de Arguineguín, con tanta gente acumulada, se dispara esa creencia errónea”, apunta.
El bloqueo de los migrantes en las islas y algunas decisiones de emergencia derivadas de la falta de una red de acogida firme, como la derivación de migrantes a hoteles o la acumulación de cientos de personas en el puerto de Arguineguín, aumenta el riesgo de proyectar una imagen de descontrol, según varios expertos. A pesar de que el aumento del flujo migratorio por la ruta canaria comenzó en 2019 y las peticiones por parte de ONG locales de crear una red de acogida estable en las islas o aumentar el número de traslados a la península, las soluciones temporales del Gobierno se han encadenado. Durante el estado de alarma, los migrantes fueron acogidos en espacios educativos.
Con la apertura de los centros escolares y el retorno a las aulas, el Ministerio de Inclusión encontró una alternativa: alojarlos en hoteles vacíos por la caída del turismo vinculada a la COVID-19. Esa nueva respuesta de “emergencia” se acabó alargando durante cuatro meses. Tras registrar récords de entradas y aumentar la atención mediática nacional e internacional, el Ejecutivo anunció el Plan Canarias cuya primera fase se basa en campamentos temporales, con el objetivo de crear instalaciones permanentes en 2021.
“La sociedad canaria tiene la sensación de que al Gobierno se le ha ido de las manos. El Gobierno está dando una imagen de descontrol, de caos, que genera una crispación que genera un caldo de cultivo para la xenofobia dentro de la sociedad”, valora el activista Sani Ladan.
Hay una imagen que Mari dice que se le ha quedado grabada. El 12 de noviembre, la Policía liberó del campamento a 200 personas de golpe. La estampa generó una alarma en la población, influida de nuevo por prejuicios racistas, pero también derivada de la descoordinación institucional. “El Marlaska sacó del campamento a 200 personas y las tiró a la calle como perros. Tuvimos que cerrar el bar. Nos daba miedo. Todos los vecinos empezaron huyendo a la casa, porque no sabíamos si tenían coronavirus o no. Pedían agua y pedían que no había comido. Eso fue una película. El calor que había, en frente de mi casa, mirabas al parque solo eran cabezas...”, recuerda la camarera.
Ese mismo día, los migrantes fueron trasladados por el Ayuntamiento de Mogán desde Arguineguín a una plaza de Las Palmas de Gran Canaria. Allí, donde de nuevo fueron abandonados durante horas, la respuesta fue diferente. Decenas de vecinas y vecinos bajaron de sus casas para ayudarles y repartir bocadillos. El colectivo Acción Antifascista de Gran Canaria hizo un llamamiento por redes sociales, pero el apoyo vecinal superó sus pretensiones: “En una hora, llegó mucha gente desconocida, con comida y agua”, recuerda Sara, miembro de la asociación, para ejemplificar que la reacción de buena parte de la población de la isla choca con ese rechazo que, aunque reconoce que está aumentando, “nunca antes había caracterizado a la ciudadanía canaria”.
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