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El viaje de Francia a Archidona de los familiares de los migrantes encerrados: “Mi hijo no es un criminal”

Una familiar de uno de los migrantes presos transita por el km A7202 camino de la prisión de Archidona.

Lucía Muñoz / Sergio Rodrigo

Archidona (Málaga) —

Tras una reluciente vitrina, Zinain Mohamed vuelve a ver a su hijo después de sobrevivir a la ruta del Mediterráneo. Están en la sala de visitas del centro Penitenciario de Archidona (Málaga), donde otros familiares también conversan con sus allegados a través de los teléfonos. Lo hacen después de días anclados frente a las puertas de la cárcel donde fueron encerrados más de 500 migrantes recién llegados a las costas españolas. Y ante la incertidumbre de si llegaron a tierra o se perdieron en la mar.

“Mi hijo no es un criminal”, asegura una y otra vez Zinain, desesperado al ver como su hijo “puede ser deportado tras ser encarcelado de forma ilegal en la prisión de Archidona”. Zinain Mahmud es un joven argelino que la madrugada del 17 al 18 de noviembre tomó una patera junto a otros compatriotas desde la ciudad argelina de Mostaganem, la ciudad más cercana geográficamente a Europa, a unos 150 km de la costa española. Fue interceptado por las autoridades españolas y puesto a disposición policial. Tras varios días logró llamar a su padre que vive en París para advertirle de la situación.

“Se encuentra en una situación muy, muy delicada. Él está enfermo y yo lo que pido es que sea liberado y todos los que están aquí en el interior”, señala el padre del joven, que fue trasladado desde Cartagena hasta esta cárcel donde “enfermó”, según su padre, ante “la falta de medicamentos y la ausencia de duchas de agua caliente”.

Zinain ha recorrido más de 1.000 kilómetros para llegar a Archidona. Fue su propio hijo quien le comunicó que había llegado a Europa y que estaba en una cárcel sin haber hablado con un abogado ni pasado por un juzgado. A través de la prensa, se enteró de existía esta cárcel y se trasladó hasta Malaga para verificar si su hijo podría estar en el interior. “En este centro no se respetan los derechos humanos. Ellos no son criminales. No son criminales”, afirma el padre.

“Tienen que liberarlos”

“No come, y no lo va a hacer hasta que quede en libertad”, asegura Zinain. Según algunos familiares, los internos solo se alimentan de dulces o zumos. “La mayoría de la comida tiene cerdo”, apostilla Abdelcader que lleva más de una semana a las puertas de la prisión buscando a un familiar.

En el interior más de 500 migrantes están durmiendo en las celdas de dos en dos, tras habilitar el Ministerio del Interior varios módulos de una prisión con casi dos mil plazas. “Hemos venido desde Cartagena donde hemos estado buscando a nuestros familiares, pero nos dijeron que los iban a apresar en este centro”, comenta este migrante argelino con residencia en Francia, quién clama por la liberación de sus compatriotas.

“Tienen que liberarlos, tienen que reflexionar y ver que han encerrado a humanos. Hay gente enferma que tienen que tomar medicamentos y algunos de ellos si no las toman van a morir, pedimos clemencia”, insiste.

“¿Dónde están los derechos humanos en España?”, pregunta una y otra vez, muy enfadada, Margarite. Lleva casi 15 días dando tumbos sosteniendo a una bebé y a un niño de siete años, mientras trata de encontrar una explicación a lo que le está ocurriendo a su marido, encerrado en Archidona por entrar en España de forma irregular, lo que es una falta administrativa, no un delito.

Margarite viaja con su bebé para ver a su marido

Margarite no se lo pensó dos veces. Agarró a los pequeños, a unos familiares más y en un coche se fueron hasta Cartagena desde Francia. Luego hasta Murcia y desde allí siguió el traslado de su marido hasta esta cárcel de la provincia de Málaga.

Igual que ella, más de una docena de familiares han llegado hasta el centro penitenciario donde la incertidumbre se mezcla con la esperanza de poder verlos.

Hasta el lunes pasado, el régimen de visitas no estaba abierto. Empujando el carrito de su bebé, Margarite. A su salida, todos estaban esperándola. Querían saber qué pasaba allí dentro y la respuesta tampoco fue muy aliviadora. “He tenido que ver a mi marido a través de un cristal. No he podido tocarle. Abrazarle. He hablado con mi marido y ha sido maltratado. Les están maltratando. No les están dando bien de comer. No tienen que estar ahí dentro porque esto es una prisión. Deberían de haberlos llevado a un centro, no a una cárcel. Son humanos, no perros. ¿Dónde están sus derechos? Están en lo peor de lo peor”, denuncia Margarite.

“Mi marido no ha muerto en la patera, pero va a morir en una prisión”, señala de forma contundente Margarite. Ella y sus hijos, como la mayoría de los familiares que principalmente vienen desde Francia, tratan de adaptar su estancia en España a la cercanía de la prisión.

Días a las puertas de la cárcel

Muchos duermen en el coche, otros lo hacen en albergues porque no tienen conocidos por aquí, pero todos los gastos corren a su cargo. También se han puesto en contacto con ONG como Málaga Acoge y Cruz Roja, para solicitar ayuda jurídica.

Sin embargo, Cruz Roja es la única organización no gubernamental que está dentro de la prisión. Para ello, tuvo que aumentar su plantilla a través de una oferta de empleo donde informaban, textualmente: “Acaban de abrir un CIE”. Para esta asociación, se busca “prevenir y aliviar el sufrimiento humano, sean cuales sean las circunstancias”. Cruz Roja no entra a valorar “la oportunidad o no de este tipo de centros ni de las decisiones judicales”, aseguran.

Fatiha también ha pasado varios días esperando en el kilómetro 6 de la A-7202 para ver a sus familiares, otro joven argelino que sorteó el Mar Mediterráneo tras la negativa de la reagrupación familiar por parte del Gobierno de Francia.

“Si se puede hacer una excepción a la deportación yo me hago responsable de este joven para llevarlo a Francia con su familia con un visado Schengen, en Argelia no le queda a nadie”, protesta Fatiha, quién explica que el joven encarcelado se ha quedado sin familiares directos en Argelia y no le quedó otra alternativa que tomar la patera rumbo a Europa.

“No le queda nadie en Argelia, y toda su familia tiene papeles en Francia desde hace más de 20 años. El intentó hacerlo de forma reglamentaria pero se lo denegaron”, añade.

Visados rechazados, reagrupaciones denegadas, jóvenes que huyen de la falta de oportunidades o en busca de nuevas oportunidades, son algunos de los perfiles retratados por los familiares que han recorrido más de mil kilómetros para exigir “justicia y libertad” para sus hijos, maridos o hermanos.

Tras días frente a sus puertas, muchos familiares han tenido que regresar a Francia, con la incertidumbre de lo que ocurra en la cárcel, ante la falta de fondos para mantenerse en la zona. Con un temor: que una deportación los aleje aún más de la distancia forzada por las rejas de Archidona.

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