Fantasmas para la burocracia alemana
Bajo la Puerta de Brandeburgo, en una de las calles más turísticas y emblemáticas de Berlín, el suelo es empedrado. Unas piedras frías sobre las que duermen estos días una veintena de refugiados que el pasado miércoles empezaron una huelga de hambre. Allí, entre cámaras de fotos, espectáculos de luces y personas de los más diversos países que vienen a pasar unos días, se arrebujan en un par de mantas que les han traído particulares solidarios para luchar contra el frío y la lluvia que, como cada otoño, ya se han hecho con la ciudad.
Tiendas de campaña e incluso sacos de dormir están prohibidos por la normativa local. Junto al grupo de hombres y mujeres de entre 19 y 38 años procedentes de Pakistán, Irak, Afganistán, Congo o Senegal, hay aparcados tres grandes furgones llenos de policías. Por lo que pueda pasar. Cuando cae la noche y los turistas se van retirando a sus hoteles, los agentes se acercan a los refugiados a recordarles que no pueden montar ningún tipo de estructura ni pueden protegerse con plásticos porque ellos, en realidad, no están acampados. Eso sería ilegal.
Lo legal es que los refugiados lleven algunos casi siete años en Baviera, de donde viene el grupo, sin que las autoridades aporten una solución a sus solicitudes de asilo. Mientras esperan que su situación se legalice, no tienen derecho a moverse de la región a la cual llegaron. Viven en albergues que en ocasiones están a varios kilómetros de la población más cercana. Como el que está cerca de Dingoling. Allí estuvo un tiempo Sibtain Naqui, un paquistaní de 32 años perseguido en su país por motivos politicos. Él es el único del grupo que habla con la prensa.
En aquel albergue se hacinaban unos 70 hombres y una mujer con dos hijos muy pequeños que no tenían contacto con otros niños. “Era un sitio horrible, pobres críos, era como estar en una cárcel”. Cuartos minúsculos compartidos y la espera. La correspondencia del Estado puede demorar años y, mientras, estas personas no tienen derecho a instalarse en una casa normal, no pueden trabajar y, por supuesto, las posibilidades de aprender el idioma e integrarse son mínimas.
A las seis de la tarde, cuando empieza a caer el sol y el frío arrecia, comienza una asamblea en la Puerta de Brandeburgo, donde los refugiados van tratando los problemas que les han ido surgiendo: ayer acabaron tres de ellos en el hospital y otro que aún está tirado en el suelo, entre plásticos, mantas y botellas de agua, tiene fiebre alta. La debilidad por la falta de comida y la lluvia comienza a hacer estragos.
Esta no es la primera vez que protestan. El mes pasado llevaron a cabo otra huelga de hambre en Múnich que duró nueve días y en la que participaron 50 personas. Una treintena acabó en el hospital, después de que el tercer día también decidieran dejar de tomar agua. Ahora comienzan a recibir las facturas del tratamiento médico, algunas por valor de hasta 400 euros.
Esta huelga, unida a una marcha a pie de dos semanas en la que decenas de otros refugiados llegaron a la capital de Baviera, llevó a las autoridades a concretar una reunión con los refugiados en la que el representante del gobierno, del partido de la Unión Social Cristiana, el socio de Merkel en Baviera, ni siquiera hizo promesa alguna. Se marchó sin más de la reunión.
Unos pocos metros más allá de la Puerta de Brandeburgo se encuentra la representación de la Unión Europea en Berlín. Allí se desplazó ayer otro grupo de refugiados para realizar una ocupación simbólica e intentar hablar con alguna autoridad comunitaria. Querían transmitirle un mensaje de condena por la catástrofe de Lampedusa. “Stop killing refugees”, se leía en una pancarta que colgaron en la fachada del edificio. A las cinco de la tarde abandonaron el lugar, como les habían pedido los trabajadores del organismo. Por toda respuesta han conocido hoy la detención en Hamburgo de varios refugiados que llegaron a través de Lampedusa.
Un inglés que viene de paseo a Berlín y pasa por allí asegura que “si tienen dinero para venir hasta aquí, en fin, no sé qué pensar de este asunto”. Y continúa por la avenida con su mujer, emperifollada, del brazo.
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ACTUALIZACIÓN
17.10.2013
Se cumple una semana de la huelga de hambre que empezase el pasado miércoles. Desde el lunes además tampoco toman agua. Cuatro el miércoles y seis el martes acabaron en diferentes hospitales debido a la debilidad y al mal tiempo que soportan al raso. Corren el riesgo de hipotermia. Aún no han recibido visita de autoridad alguna.
19.10.2013
Los refugiados, agotados, abandonan la huelga de hambre hasta mediados de enero. La senadora de integración de Berlín Dilek Kolat les ha prometido revisar sus solicitudes de asilo después de que un portavoz del servicio de emergencias médicas de la ciudad asegurase que los refugiados se encontraban “en peligro de fallecer” en cualquier momento, después de pasar 10 días sin comer y 5 sin beber.