En el argot futbolístico no son niños, los llaman “promesas”. La última que ha protagonizado recientemente titulares en la prensa deportiva española es la de Claudio Gabriel Ñancufil, un niño mapuche de ocho años de edad. Este pequeño, nacido en uno de los barrios populares de Bariloche, en la Patagonia argentina, y al que ya se le conoce como el “Messi de las nieves”, llegará a la Masía a principios del próximo año. Según el diario bonaerense Clarín, el equipo catalán está firmemente interesado en Claudito. Hay muchas expectativas puestas en él, empezando por las de su actual representante. En el argot futbolístico los llaman “cazatalentos”.
En su libro Niños futbolistas, Juan Pablo Meneses desentraña uno de los aspectos más ocultos del mundo del fútbol. “Hoy en día, el negocio de moda en el fútbol es comprar niños, se sabe que está creciendo y el inicio del boom tiene nombres y apellidos: Lionel Messi”, explica este escritor chileno. “El negocio de Messi es tan brutalmente bueno que despertó la ambición, la codicia, el interés, o llámese como se quiera, de mucha gente, de padres, de representantes, de grupos de amigos que se juntan y se dicen ‘imagínate, compramos un niño de un barrio pobre por unos pocos miles de dólares y en unos años termina costando más de cien o doscientos millones de euros’”.
El propio Meneses se convirtió en un cazatalentos durante dos años de su vida. Este proyecto de escritura y acercamiento a la realidad ha resultado en una crónica descarnada que, sin más pretensiones, pone la cuestión sobre la mesa. “Yo nunca quise cerrar un tema, yo quise abrir”.
El proceso que se describe en Niños futbolistas es similar al que han explicado los medios de comunicación en el caso de Claudio Ñancufil. Un empresario de Barcelona, Lolo Otero, manager de la agencia Sueños Comunicaciones, ve un vídeo en Youtube de un niño que levanta poco más de un metro del suelo y hace maravillas con el balón. El empresario viaja hasta la Patagonia, negocia con la familia, y se hace con los derechos federativos del pequeño, lo que popularmente se conoce como “el pase”, generalmente a cambio de un porcentaje. A partir de ese momento, el representante pasa a gestionar el futuro del niño, a “moverlo”.
“Las familias, en general, son familias muy pobres. Si uno va a las escuelas de fútbol de los barrios pobres latinoamericanos ya hay muchos padres que no están trabajando esperando a que vaya alguien a comprarles el hijo. Para nuestras sociedades bienpensantes lo que hacen estos padres es una absoluta irresponsabilidad, sin embargo, en la lógica de ellos, es el camino obvio. Entre venderle el hijo a un europeo o que se quede en el barrio y termine traficando con cocaína no hay muchas otras alternativas”, esgrime el autor del libro, quien asegura que su mayor miedo y preocupación era precisamente el momento en que empezara a hacerle a los padres esa pregunta: ¿por cuánto me vendes a tu hijo? “Yo lo quería preguntar así porque así funciona el negocio, los niños se venden. Las primeras veces estaba muy nervioso pero muy rápidamente me fui dando cuenta de que, casi sin importar el país, las familias no solo estaban dispuestas a vender sino que empezaban a negociar rápidamente el tema del precio”.
A la caza de la mayor rentabilidad
Cuanto más pequeño es el niño, mayor rentabilidad a largo plazo, menos intermediarios. “En esta sociedad de consumo lo que importa para el que compra es siempre comprar barato y vender caro. Y cuanto más joven, más barato. Lionel Messi llegó a Barcelona con 13 años, ahora están fichando a los niños a los ocho”, destaca Meneses refiriéndose al caso de Claudito, el Messi de las nieves.
No es el único. Hace unos meses, el Real Madrid anunció a bombo y platillo el fichaje de un niño japonés de nueve años, Takuhiro Nakai, al que llaman Pipi. Otra “joven promesa”, “la perla nipona” o el “mini-Messi”, como lo han llamado los medios de comunicación españoles. “Hay que entender –explica Meneses- que para mucha gente esto es normal, no hay leyes que lo prohíban, la discusión no está en si es legal o no, es mucho más sutil, tiene una dimensión moral mucho más compleja relacionada con las contradicciones propias de la sociedad de consumo, de nuestro mismo sistema”.
Un sistema que prohíbe y penaliza el trabajo infantil. “Eso es lo fuerte: si tú te traes a un niño de nueve años, si te lo llevas a otro continente, donde se habla otro idioma, a trabajar en la cosecha de algodón o cosiendo camisetas de Nike, estamos hablando de esclavitud infantil, pero cuando eso mismo se hace con el fútbol, entonces se trata de un gran proyecto, y la prensa del mundo lo publica como tal, esos mismos medios que suelen hablar en contra del trabajo esclavo”, recalca el autor de Niños futbolistas.
¿Se puede considerar trabajo? Meneses lo tiene bastante claro. “Estos niños tienen que rendir desde el día siguiente a su llegada. Imagínate la presión. Un niño al que a los ocho años se lo llevan a Europa a jugar al fútbol y toda la familia se va con él [en el caso de Claudio Ñancufil se ha publicado que tanto su madre como su hermano de 12 años se trasladarían con él a la Ciudad Condal]. ¿Acaso ese niño puede decir a los 13 ó 14 años,'‘papá, quiero ser astronauta?'”, se pregunta. “Es muy difícil, todos están esperando que triunfe, que vuelva en las Navidades como lo hace Alexis Sánchez, cargado de regalos para todos. Y lo peor de todo, lo más brutal, es que no se los llevan para que ganen cuando lleguen a Primera División, tienen que ser campeones de su categoría. La presión empieza desde el primer momento”, remata.
El fútbol transformado en negocio deja de ser un juego. Esto es algo que saben bien los niños del Adiur, en Rosario (Argentina), un club respaldado por el Villarreal, una especie de filial externalizada de la escuadra castellonese. A mediados de noviembre, los medios locales de esta ciudad argentina que desprende pasión por el fútbol, se hacían eco de una protesta iniciada por padres de estos niños que rondan los siete años de edad. Según afirman, la vinculación con el Villarreal lo cambió todo, hasta el punto de que algunos niños han quedado fuera de la escuela por no tener cualidades suficientes para triunfar. Así lo denunciaba uno de estos padres, Gabriel Barbieri, en una carta enviada a un medio rosarino: “todas las explicaciones apuntan a órdenes del Villarreal. Ahora me pregunto si la función social de ambos clubes queda a un costado y aquí solo importa el rédito económico que pueda obtenerse de algún jugador. No todos los chicos quieren triunfar en este deporte, algunos solamente quieren aprender a jugar, divertirse y vivir la niñez”.
Según Juan Pablo Meneses éste es un tema que está creciendo, pero que los destellos de este deporte de estrellas ocultan. “Lo que están haciendo muchos clubes europeos, pero sobre todo españoles, es comprar clubes de barrio en Argentina o Brasil y los están convirtiendo en sus factorías, echando a los niños de siete años que no tienen habilidades”.
Tales son los tentáculos de este negocio que el escritor chileno prefiere hablar de post-fútbol y adelanta por dónde podrían ir los tiros en el futuro: “en el post-fútbol es como si tuviéramos a un experto financiero en el estadio explicándonos, cada vez que un futbolista toca la pelota, qué significa eso para la Bolsa. De hecho, es muy probable que en el corto plazo los jugadores salgan a Bolsa”.
Sabe que no anda muy desencaminado. En Estados Unidos, la empresa Fantex, una startup de Silicon Valley ya ha anunciado que lanzará al mercado un millón de acciones de una de las estrellas del fútbol americano.