Cerca de 200 personas se reunieron en la plaza de Salvador Dalí de Madrid para mostrar su indignación sobre el trato recibido por los inmigrantes a nivel global. Convocados por prácticamente todos los colectivos que defienden sus derechos, gritaron contra las muertes en el Estrecho y en el desierto, la instalación de nuevas cuchillas en la valla de Melilla, el desmantelamiento de la sanidad universal, la existencia de los Centros de Internamiento de Extranjeros... El Día del Migrante se cerró con un canto por la libertad al mismo tiempo que la indignación reinaba en cada uno de los muchos manifiestos leídos durante el acto. “Tuvimos que pedir perdón por la esclavitud,pedimos perdón por el apartheid... algún día tendremos que pedir disculpas por cómo estamos tratando a los inmigrantes”, se pudo escuchar en uno de ellos.
La lluvia parecía querer convertirse en obstáculo para la celebración de la protesta. Pero esta vez las personas ganaron al muro y ahí se quedaron durante las dos horas de duración de un acto que, además de la lectura de testimonios y manifiestos de asociaciones, también incluyó actuaciones de diversos cantautores. La concentración se extendió cerca de 15 minutos más de lo esperado. Mojar, se mojaron, pero allí continuaron. En una mano un globo, en otra un paraguas. Esta era la estampa general de una protesta peculiar.
Saliou, con 17 años, ya sabe lo que es cruzar el estrecho en patera. Venía de Senegal y, después de pasar siete meses esperando en Marruecos, logró su objetivo de pisar suelo español. Alcanzó Melilla y tuvo suerte: le trasladaron a la península. Está presente en la manifestación porque cree que tanto él como sus compañeros “se merecen tener una vida mejor”. Pide que el Gobierno deje de poner trabas a la integración.
“Es muy muy difícil conseguir los papeles”. ¿Los tiene? Se ríe. “No, solo llevo ocho meses. Eso es imposible...”. Aunque la dificultad para integrarse también llega del lado de la sociedad, según su experiencia. Nota el racismo de forma cotidiana. “Voy en el metro, me siento y, a veces, el español de mi lado se levanta. Parece tópico, pero pasa”. Le pedimos que imagine: ¿cómo le gustaría verse dentro de unos años? “Con papeles y trabajando”. Nada más.
La pancarta de Mory es contundente.
“Las leyes dicen que si no tienes papeles no puedes trabajar, pero tampoco te dejan vender. Tenemos miedo porque vayamos a donde vayamos nos controlan”, dice este senegales veinteañero que lleva cuatro años en España. “Aquí solo me he podido dedicar a eso. Llegas sin nada y es lo que hay. Solo puedes sobrevivir”.
Antes de llegar a España estuvo viviendo en Francia donde llegó en avión, allí tenía familia. Después, pasó a Italia. “Vine aquí porque me dijeron que valía la pena”. ¿Vale la pena? “Decían que si no tenías trabajo podías vender, pero es muy difícil, es muy duro”, se limita a responder. “Estoy aquí para que el Gobierno sepa que no somos animales, tenemos derecho a emigrar y a vivir como todo el mundo”, zanja.
Muy cerca, una señora menuda observa, con globo y sin paraguas, el cantautor que entona una de las reivindicativas canciones de la noche. Su única protección contra la lluvia es una bolsa transparente colocada en su cabeza. Pero ahí sigue plantada Milagros, para “defender a personas a las que se les está pisoteando sus derechos. Les acompaña ahora, como lo he hecho durante años”. Más de 20 de sus 80 años dedicados al voluntariado con inmigrantes. Ahora enseña español a un grupo de mujeres. “No sabemos hablar el mismo idioma pero sabamos que nos queremos y siempre nos damos cariño”, dice sonriendo al describir a una de sus alumnas.
Aymee es cubana y está aquí para denunciar otro tipo de discriminación: las trabas que sufren muchos extranjeros a la hora de intentar convalidar sus títulos universitarios. “Obstáculos administrativos insuperables, tasas altísimas... todo esto imposibilita el acceso a otros empleos y nos obliga a ser las eternas trabajadoras del hogar, que no es negativo, pero es un empleo cada vez más precario”, dice junto a otras compañeras de la Red Latinoamericana en España.
A punto de finalizar la concentración, S. acaba de comprar patatas fritas de un puesto ambulante cercano. Ofrece con simpatía a unos y a otros. Le acompaña otro compañero camerunés y dos de los voluntarios de la Asociación Karibu, donde le prestan determinados servicios. Vive bajo un techo gracias a ellos. Se ha formado en informática, reparación y manutención de ordenadores a través de un curso financiado por la asociación.
Mientras, como cualquier joven de 20 años, se busca la vida. Actualmente gana algo de dinero como profesor de inglés y francés. Tras dos años y medio en España, su castellano es prácticamente perfecto. Quiere integrarse pero reconoce que su problema no son los ciudadanos españoles. Las peticiones las dirige un poco más arriba. “Vengo a la manifestación porque creo que es justo tener condiciones un poco mejores”. Se refiere a no tener que esconderse de la policía por miedo a que le obliguen a volver a pasar una noche en comisaria sin motivo alguno. Ya pasó quince días en el CIE de Murcia después de cruzar las aguas del Estrecho. Se niega a repetir. Todo por la persistencia de una situación irregular de la que es muy difícil salir.