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La historia clínica número 3106: las diez veces que Samba Martine no fue diagnosticada en el CIE de Madrid

El primer informe médico de Samba Martine registrado en el CIE de Madrid consta de dos folios con apenas información. Todo parece normal. No hay detalles ni observaciones. La mayoría de los campos a completar están vacíos. Era una paciente sana o alguien parecía tener prisa.

El reconocimiento médico inicial solo nos habla de una parte de Samba. Su número de interna, su nombre, el día en el que empezó su encierro por no tener papeles: 12 de noviembre de 2011. Presenta un poco de fiebre. Tensión arterial normal, no tenía alergias ni adicciones. No habla de sus antecedentes familiares ni personales, de su situación psicológica. No menciona su país de origen, ni da respuestas sobre su ruta migratoria.

Todo era normal, todo estaba “bien” en Samba.

Pero ese mismo día la mujer congoleña necesita una nueva consulta sanitaria. Samba no parece estar tan bien. El mismo doctor, Jaime Evaristo O. R., redacta un nuevo informe médico tras escuchar sus dolencias: síntomas gripales y picor en la zona perianal. Al menos eso es lo que el personal sanitario entendió, porque no consta la intervención de un traductor.

La interna se va de la enfermería con Frenadol y una pomada para la candidiasis, infección provocada por un tipo de hongo cuya aparición puede señalar la posibilidad de estar ante un paciente con alteraciones del sistema inmunitario, como el VIH, según expertos en enfermedades infecciosas.

Más de siete años más tarde, en un juzgado de Madrid, varios peritos analizan dos aspectos que “deberían” haber alertado al personal de SERMEDES, la empresa subcontratada por el Gobierno para prestar asistencia sanitaria en el CIE de Aluche. De las indicaciones descritas en los protocolos médicos para solicitar un test de VIH, en esta primera consulta Samba ya “cumplía una seguro” y otra, la posible candidiasis, “se deduce de su sintomatología”, explica ante el juez Santiago Moreno Guillén, jefe del servicio de enfermedades infecciosas del Hospital Ramón y Cajal. La primera se refiere al lugar de origen de la paciente, República Democrática del Congo, un país con alta incidencia del virus.

Tres días después, las dolencias de Samba no remiten. “Dolor de cabeza, síntomas gripales, tos, dolor torácico, roncos y sibilancias”, recoge un nuevo reconocimiento médico. Era 15 de noviembre de 2011 y el doctor Fernando H. V. atiende a la mujer congoleña por primera vez. No habla francés y no hay constancia de que la interna estuviese acompañada de un intérprete. Le receta antiinflamatorios, paracetamol, un mucolítico y un antihistamínico. No ve la necesidad de solicitar prueba alguna.

“Creía que era una gripe”

El doctor H. V. explica en sede judicial pasados siete años que, al encontrarse un reconocimiento médico inicial prácticamente vacío, no observa la pertinencia de buscar las respuestas que su compañero no incluyó. “Me fié de él. Di por entendido que le habría preguntado y habría plasmado lo que considerase relevante”.

Ante las preguntas del abogado de la familia de su paciente, añade: “Creía que tenía una gripe”. Tampoco se interesó por su país de origen como indicativo de la existencia de determinadas patologías más presentes en zonas concretas. Fernando H. V. está sentado en el banquillo de los juzgados por el caso de Samba Martine. Es el único, aunque no debería serlo. Otros dos sanitarios acusados, entre ellos el facultativo que atendió a la interna por primera vez, han huido.

Los días del internamiento de Samba transcurren a un ritmo lento. Es 30 de noviembre y la interna logra subir de nuevo a la consulta médica para reclamar al doctor que la medicación no le hace efecto. Que han pasado 15 días pero persiste el dolor de cabeza, la tos, el dolor en el pecho y ahora le ha empezado a doler el oído. Fernando H. V. vuelve a recetar medicamentos contra los efectos de la gripe: antiinflamatorio, mucolítico, y un antibiótico para tratar la posible otitis. No ve necesaria la derivación al hospital para realizar una prueba que permita descartar posibles afecciones en el pulmón.

En el transcurso del juicio por posible homicidio imprudente del médico acusado, el jefe de enfermedades infecciosas del Hospital Ramón y Cajal resalta la obligación que, a su juicio, conllevaba la continuación de las dolencias de Samba. “Si una persona tiene síntomas que persistan dos semanas, estamos forzados a descartar que no hay nada más. Lo enseñan en la facultad”, zanja el doctor Moreno.

“Si le duele la cabeza, no tiene fiebre, tiene tensión normal, roncus y es invierno, le mando antihistamínicos. Si no se le quita en 48 horas, recomiendo acudir a su médico de cabecera o a urgencias”, coincide Carmen Baladía, médico forense encargada de la autopsia del cuerpo sin vida de Samba Martine.

Ese mismo 30 de noviembre, Fernando H. V. también confirma que el picor en la zona perianal ha remitido. El Clotrimazol, un tratamiento para la candidiasis, parece haber tenido efecto. Este hecho ha sido otro de los destacados a lo largo del juicio por la muerte de Martine. Para los peritos, esta mejoría surgida tras haberse aplicado la medicación podría confirmar que la paciente había tenido candidiasis, lo que aumentaba las razones para solicitar un test de VIH.

“Debería haberlo pedido. No había excusas para no hacerlo”, zanja el doctor Moreno ante el juez. “Ante cualquier persona que tiene candidiasis hay que pensar en la posibilidad de que tenga VIH, más aún si es en la zona perianal”, apunta Concha Colomo, doctora especialista en enfermedades de transmisión sexual.

Para entonces, durante la semana de aquel 30 de noviembre, el mal estado de salud era “notorio”, según la declaración judicial de Laura Díaz Nieto, empleada de Cruz Roja Española que trabajaba entonces en el CIE de Madrid, quien afirmó que tres semanas antes de la muerte de la interna era evidente que se encontraba enferma. “Se quejaba de que su estado no mejoraba aunque fuese al médico”, sostienen desde la única organización subcontratada por el Gobierno para prestar asistencia social en el centro de internamiento, donde son encerradas personas por su situación administrativa irregular, no por la comisión de ningún delito.

En otras siete ocasiones, Samba Martine visitó la consulta médica. El 4 de diciembre, tras 18 días de internamiento, refirió tener estreñimiento y dolor de oído. Ramiro M., cuya imputación fue retirada durante el proceso de instrucción, solo atendió a la congoleña una vez. Tampoco solicitó ninguna prueba. También le recetó medicamentos para calmar los síntomas.

Desde el día 10 hasta el 14de diciembre (el único día en el que los informes médicos especifican la presencia de un traductor), la interna, madre de una niña de nueve años, visita la consulta médica cada día. A partir del día 12, sus dolores se disparan. Martine refiere ante los médicos y las enfermeras que la asisten “dolor de cabeza, dolor en el cuello, dificultad para dormir, molestias en la garganta” y un retraso en la menstruación. Le realizan un test de embarazo que resulta negativo y una analítica de orina. De nuevo, vuelve de la enfermería con el mismo medicamento de los últimos días: Paracetamol. También con Myolastán, un relajante muscular.

Los últimos días de Samba

Samba cada vez está peor. Su historia clínica lo evidencia, el resto de internas alertaban de su estado con preocupación, los trabajadores de Cruz Roja observan que está visiblemente enferma. El día 17 diciembre, dos días antes de su muerte, un empleado de la ONG procedente de República Democrática del Congo, como ella, se la encuentra en la escalera. Se dirige al servicio médico porque, como de costumbre, no se encuentra bien, le comenta la interna en lingala, su lengua materna. No había dormido en toda la noche, tenía fuerte dolor en la cabeza, la nuca, y dificultad para mover cuello y brazos, recoge le organización en un informe presentado ante el juez.

“Se quejaba de que el personal médico no le entendía bien (se comunicaba en francés) y que únicamente le proporcionaban paracetamol, lo que no calmaba sus dolores”, detalla el documento de Cruz Roja. El mediador de la ONG, que tenía que atender al resto de internas, escribió todas las dolencias que refería en un papel para que “se lo entregara al personal sanitario y comprendieran mejor la situación”. No hay registro alguno de que Samba pudiese hablar aquel día con un doctor. No aparece en su historia clínica.

En esos últimos días, “no hacía más que llorar, gemir, quejarse”, según el testimonio de sus compañeras recogido por el juzgado de control del CIE. La veían “seriamente enferma”. El 18 de diciembre, Samba subía otra vez las escaleras que conducían al servicio médico. Esta vez lo hacía ayudada por otras internas. Samba no podía tenerse en pie.

Eran las 9:30 horas de la mañana y el médico aún no había llegado a la consulta. La atendió una enfermera, Yordanka G. C., otra de las acusadas del caso. Otra de las dos personas que deberían estar sentadas en el banquillo, pero no están. La sanitaria observa “crisis de ansiedad” en Samba, quien también refiere “mucho dolor de cabeza”. Una mediadora de Cruz Roja ayuda en la traducción de las quejas de la congoleña. La enfermera le inyecta nolotil en vena y le da un Orfidal, un ansiolítico, para que Samba se relaje.

La mujer congoleña desciende las escaleras apoyada en sus compañeras, pero tampoco nadie considera la necesidad de trasladarla a un hospital. Samba regresa al salón, donde con el paso del día, su estado empeora. La mujer pasa esa tarde tumbada en el suelo, tapada con mantas, en una sala cargada por el humo del resto de internas, que fuman en el interior del CIE. En un ambiente “irrespirable y nocivo”, describe Cruz Roja.

Tan mal veían a Samba, que la mediadora de la ONG sube a la consulta médica para alertar de su estado de salud. Yordanka G. C., prófuga de la justicia, responde que “no puede hacer nada más”. Desde Cruz Roja insisten una vez más a la enfermera, pero no logran que sea atendida. La mujer congoleña continúa todo el día en la sala de estar, tumbada en el suelo. Ningún médico, ni la dirección del centro, permitió a la enferma descansar en su cuarto.

19 de diciembre de 2011. A las 9:30 horas, la mujer congoleña ya está en la camilla de la consulta del CIE. “Cefalea e hiperventilación”, recoge el informe médico. Más tarde, el personal médico indica a Cruz Roja que Samba Martine “está nerviosa, con comportamientos similares a un ataque de ansiedad. Horas antes de morir, los sanitarios recomiendan a la interna que ”realice ejercicios de respiración“. Ella obedece, pero su estado empeora. La enfermera le inyecta Diazepam, un médicamento ansiolítico y sedante.

Samba se duerme, pero continúa hiperventilando. Es entonces cuando el servicio médico, tras 35 días de internamiento, ordena su traslado al hospital. Llaman a un coche patrulla. La mujer enferma está descalza, por lo que Cruz Roja solicita unas zapatillas. Una agente del CIE responde que “para qué”, si “puede ir descalza”. Las mediadoras insisten.

Una vez calzada, la policía se niega a ayudar a la interna a descender las escaleras. No es “su función”, responde.

Dos compañeras internas y la trabajadora social de Cruz Roja sostienen a Martine, que a punto está de caer en varias ocasiones. Un policía del CIE acude a ayudarlas a coger a Samba y a introducirla en el vehículo policial. Los agentes encargados del traslado protestan ante la enfermera: ¿Cómo es posible que no haya llamado a una ambulancia en el caso de una persona que está “tan débil”? La sanitaria responde que no hay problema, que puede ir en el coche patrulla.

Después de 35 días de encierro y diez atenciones médicas (y once peticiones de asistencia), la interna es trasladada a un hospital. El último documento médico de Samba Martine, el mismo que será entregado al personal del centro hospitalario, indica que la interna “presenta un cuadro de ansiedad e hiperventilación”. La única vez que la mujer, tras días de quejas y llantos, es enviada a un centro hospitalario es para “descartar una patología neurológica y/o psiquiátrica”, detalla el informe.

Horas después de su ingreso, Samba Martine muere en el Hospital Doce de Octubre.

La autopsia resuelve como causa del fallecimiento “criptococosis”, una enfermedad generada por un hongo que afecta de forma destacada a portadores de VIH. El estudio del cuerpo sin vida de Samba revela que la mujer estaba afectada por el virus.

Tiempo después, la acusación popular del caso descubre que el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes de Melilla (CETI), donde pasó una temporada antes de ser derivada al centro de detención de Madrid, sí había sido diagnosticada. El Ministerio de Empleo, del que depende el CETI, no se coordinó con el de Interior (CIE) para transmitir esta información. Tampoco hay evidencias de que nadie de esa institución comunicase a Samba los resultados de su propio análisis de sangre.

Ningún médico del CIE vio necesaria la realización de la prueba de VIH, un test que los peritos han considerado crucial para diagnosticar la criptococosis que acabó finalmente con su vida.

No todo estaba “bien”, no todo estaba normal en Samba. No era una gripe ni un ataque de ansiedad, como describía su propia historia clínica consulta tras consulta. La misma que no aporta muchos datos sobre ella, sobre sus antecedentes médicos, sobre su país de origen, sobre su historia, sobre la hija de nueve años que la esperaba en Francia o sobre su madre, Clementine, que aguarda en Canadá la respuesta de la Justicia.

Pero en ese papel, en su esquina derecha, sí aparece un dato destacado sobre el resto: 3106, el número que escondió su nombre durante su internamiento.