Cuando piensa en cómo era su vida antes de la guerra, Dalia Qasem repite dos pequeñas cosas que le gustaba hacer, pero ahora “es imposible”: salir a tomar un café y sentarse frente al mar. Esas mismas aguas, el Mar Rojo, que bañan su ciudad, Hodeida, y la han convertido en uno de los puertos más estratégicos de Yemen. “Era una vida sencilla, no disponíamos de grandes lujos ni hacíamos grandes cosas”, dice en una entrevista con eldiario.es. Ahora, después de que el conflicto armado haya hecho estragos en la localidad, recuerda ese café y ese paseo frente al mar como si de un lujo se tratara.
Antes de 2015, cuando la coalición liderada por Arabia Saudí comenzó a intervenir militarmente en Yemen, Qasem se dedicaba a la lucha por los derechos de las mujeres y los niños. Desde la fundación que encabeza, Hodeida Girls, esta licenciada en Recursos Humanos se centraba en su formación y en acabar con los matrimonios forzados en una zona ya de por sí azotada por la pobreza.
Pero los bombardeos y los enfrentamientos alteraron las prioridades de su organización, que tuvo que interrumpir sus actividades habituales. Cambiaron los talleres y las campañas de sensibilización por la asistencia más inmediata a las víctimas de la que es la peor emergencia humanitaria del mundo.
“Con la guerra, la gente empezó a tener otras necesidades absolutamente diferentes, sobre todo los desplazados que llegaban de otras zonas huyendo del conflicto. Tuvimos que centrarnos en la ayuda con cosas muy básicas: alimentos, agua potable, medicamentos. Los avances no se han perdido del todo y siempre nos gusta a hablar de derechos de las mujeres y los niños, pero nos encontramos con un panorama al que inevitablemente tenemos que dar respuesta: la gente no tiene comida, no hay medicamentos, la gente se está muriendo”, recalca.
“Lo que nos gustaría es ayudar a la gente en todos los aspectos y que fuera más sostenible, durante más tiempo”, apunta la activista, que ha estado de visita en España para participar en un encuentro organizado por Oxfam Intermón.
El próximo 22 de marzo se cumplen cuatro años desde el comienzo de la intervención militar de Arabia Saudí en Yemen. El pasado junio, las fuerzas gubernamentales, con el apoyo de la coalición árabe, lanzaron una ofensiva por el control de Hodeida, en manos de los rebeldes hutíes. Ambas partes han sido acusadas por un grupo de expertos de la ONU de haber cometido posibles crímenes de guerra.
A medida que los combates se intensificaban en Hodeida, las voces que alertaban de una catástrofe humanitaria en la ciudad portuaria se elevaban. La localidad es crucial para el paso de ayuda humanitaria: a través de su puerto se entrega hasta el 80% de los suministros humanitarios, combustible y bienes comerciales al resto del país, según datos de la ONU. A finales de 2017, Arabia Saudí impuso un bloqueo en el puerto que se tradujo, según las agencias humanitarias, en la escasez y el aumento de los precios de los bienes de primera necesidad. Las denuncias de restricciones a la labor humanitaria han sido una constante desde el inicio del conflicto.
“Nos preguntamos si volveremos a la normalidad”
Cuando los combates comenzaron a golpear la ciudad, Qasem recuerda estar en su casa, cercana a zonas militares, y “taparse con la manta” aterrorizada tras escuchar el ruido de los aviones, o cómo se rompían los cristales con los bombardeos. “Hodeida siempre ha sido una zona muy pacífica, los enfrentamientos y los problemas siempre habían sido en otras regiones del país. Fue bastante chocante para nosotros. Cuando empezaron los bombardeos y había ruido de aviones sentíamos un miedo terrible. No sabíamos qué estaba pasando”, rememora. Cuenta que algunos miembros de su familia, como tantos otros, han tenido que marcharse de la ciudad.
Se calcula que desde junio, más de 500.000 personas han huido de los combates en Hodeida, según datos de Naciones Unidas a fecha de diciembre. Aquel mes, las partes en conflicto llegaron a un acuerdo que incluía un alto el fuego en la gobernación. A pesar de este compromiso, se han seguido documentando enfrentamientos en diciembre y enero. El pasado 1 de marzo, cinco niños que jugaban en casa murieron en un ataque en el distrito de Tahita, al sur de Hodeidah. La ONU estima que cada día, ocho niños mueren o resultan heridos en 31 zonas de conflicto activas en el país.
“En Yemen, los niños ya no pueden hacer con seguridad las cosas que a todos los niños les encanta hacer, como ir a la escuela o pasar tiempo con sus amigos fuera de casa. La guerra puede alcanzarlos dondequiera que estén, incluso en sus propios hogares”, denunció Unicef. La agencia especializada en infancia ha alertado de que la escalada de las hostilidades ha obligado a cerrar más de un tercio de todas las escuelas en la ciudad portuaria.
Durante la conversación, la activista yemení hace hincapié en los miles de niños que han dejado de asistir al colegio porque los centros han sido destruidos, porque no los pueden pagar o porque se encuentran desplazados en lugares que no son seguros. “Les aterrorizaba tener que hacerlo mientras había bombardeos”, apunta Qasem. “Una vez, colaboramos en una campaña que era una especie de 'vuelta al cole'. Fue al principio de la guerra. Los niños estaban emocionados, todo iba bien. El mismo día que empezaron el colegio, todo el mundo estaba feliz. Pero por la noche esa escuela fue destruida. Afortunadamente fue por la noche, pero podía haber sido de día, con la escuela llena de niños”, recalca.
Antes de la guerra, Qasem y su organización se centraban en la lucha contra el matrimonio infantil, una tarea a la que ahora no pueden dedicarse tanto como les gustaría. “Tratábamos de llegar a las madres y actuar al principio del todo, antes de que la familia tomara la decisión de casarlas, para que esa decisión no se produjera”, señala. Se muestra preocupada por el retroceso del matrimonio precoz experimentado en los últimos años, ya que asegura que habían logrado avanzar. De acuerdo con Naciones Unidas, más de dos tercios de las niñas yemeníes están casadas antes de cumplir 18 años, en comparación con el 50% antes de que comenzara el conflicto.
“Había un trabajo de concienciación, las niñas estaban entusiasmadas y pidiendo volver a la escuela. Pero a raíz de la guerra, la situación ha ido a peor por dos motivos: por una cuestión de miedo y seguridad, porque por falta de concienciación las familias creen que si casan a las niñas pequeñas las están protegiendo, y por la pobreza a la que se ven abocadas muchas familias, que no encuentran otra salida”, explica la activista. “Desde el comienzo de la guerra no podemos tratar este tema tan fácilmente como antes. Había que hacerlo poco a poco, porque no todas las familias aceptaban que nadie viniera a decirle lo que tenían que hacer”, agrega.
Los ataques también les han hecho pensarse dos veces sus actividades públicas por el riesgo que puede suponer. “Tuvimos un proyecto en el que tratábamos de concienciar a través de un teatro de marionetas. Estaba lleno de niños y familias. Un día, empezaron a sobrevolar aviones y la gente empezó a entrar en pánico. No hubo bombardeos: solo con el ruido la gente comenzó a querer escapar, quería salir de forma atropellada, se pisaban unos a otros. Son momentos muy delicados porque estamos juntando a mucha gente en un espacio que puede ser una trampa”, relata.
Ir al trabajo, asimismo, se ha convertido en algo excepcional para su equipo. “Teníamos la oficina en una zona muy sensible con muchos enfrentamientos y tuvimos que mudarnos a otro lugar. A veces no podíamos ir a la oficina, cuando los bombardeos nos pillaban dentro teníamos que encerrarnos en una sala para evitar que nos afectasen. A menudo no podemos cumplir con nuestro horario laboral”, indica.
“Muchas veces nos preguntamos si alguna vez vamos a volver a la normalidad, a como era todo antes”, sostiene la directora de la fundación. “Antes, en Hodeida, disponíamos de servicios mínimos, aunque no eran los mejores del mundo, pero ahora todo eso ha desaparecido. Antes, era muy fácil moverse y ahora se necesitan permisos casi para ir a cualquier sitio: lugares a los que se tardaba 15 minutos en ir, ahora te lleva dos horas”, resume.
Lucha por los derechos de las mujeres yemeníes
Pese a los obstáculos, tratan de no dejar de lado la batalla por los derechos de las mujeres. “Antes de la guerra, la mujer estaba empezando a conseguir algunos derechos, pero toda esta lucha ha desaparecido, así que pedimos que se incluyan en las negociaciones de paz”, critica. Cuando estalló la violencia, después de que las activistas yemeníes que participaron activamente en las protestas de 2011 consiguieran participar en la plataforma Conferencia Nacional de Diálogo, fueron apartadas de la mesa de negociación, a pesar de que exigen participar en el proceso.
A pesar de la vulnerabilidad que aún enfrentan, Qasem defiende que en Tihama, la llanura costera que se halla junto al Mar Rojo, las mujeres “siempre han tenido un papel importante”, también después de la guerra. “Participan en organizaciones de la sociedad civil, ayudan a la gente... pero el problema está en que no se encuentran en los espacios de poder donde se toman las decisiones”, asevera.
La activista sostiene que son muchas las mujeres que han perdido su trabajo o que, con la desaparición de los hombres en la guerra, han pasado a ser cabezas de familia. Desde la fundación se centran en apoyarlas con cursos de formación, en función de cuáles sean sus intereses. “Las ayudamos, por ejemplo, a que aprendan el oficio de la costura y las apoyamos a la hora de montar un negocio, hacemos un seguimiento de unos meses para ver cómo van hasta que son independientes. Hay alguna mujer que empezó cosiendo camisas y su negocio ha crecido tanto que ahora exporta sus propios productos fuera de Yemen”. Especifica que han formado a unas 20 mujeres desplazadas de otras regiones para que puedan montar su propio negocio.
“Hay que parar la guerra y cesar la venta de armas”
A lo largo de la entrevista, Qasem hace un esfuerzo por describir las condiciones en la que se encuentra su país, castigado por casi cuatro años de guerra. Su voz se suma a tantas otras que alertan de la falta de agua potable, de la propagación de enfermedades, del alto riesgo de hambruna, del colapso que vive Yemen, un país que ya era el más empobrecido de Oriente Medio. Las cifras que reflejan la devastación de la guerra se cuentan por millones y no hacen más que empeorar. Alrededor del 80% de la población, unos 24 millones de personas, necesitan asistencia humanitaria. Casi 10 millones están a un paso de la hambruna, según Naciones Unidas.
Sin embargo, durante el encuentro, Qasem instó a los dirigentes políticos mundiales a visitar Hodeida. “Nada les ayudará a entenderlo mejor que verlo in situ”, apuntaló. El pasado 26 de febrero concluía en Ginebra la tercera conferencia internacional de donantes para Yemen, en la que se reunieron 40 Estados, con un compromiso de 2.600 millones de dólares para asistir a la población del país árabe, por debajo de los 4.000 millones que se reclamaban. Las mayores contribuciones vinieron de Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos -que lideran la coalición que interviene en Yemen- con 750 millones de dólares cada uno. España se comprometió a donar 571.000 dólares.
Allí estuvo Qasem, reuniéndose con Gobiernos y organizaciones internacionales. “Es muy positivo que haya habido una reunión tan grande, con tantos países. Pero insistimos en la misma idea: mientras la guerra siga, no van a poder realmente hacer nada. Sin que se detenga la guerra, todas las cosas que estamos haciendo se nos hacen imposibles”, insiste. “El apoyo económico y el empoderamiento es una de las cosas que reclamamos, porque la situación es terrible. La moneda se ha devaluado y nuestra capacidad económica está por los suelos. Pero primero pedimos a los países que detengan la guerra y lo segundo, que cesen de vender armas”, concluye la activista.
Según un informe reciente del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), Arabia Saudí lideró la lista de importadores de armas entre 2014 y 2018, periodo en el que aumentó sus compras un 192%. España ha vuelto a ocupar el séptimo lugar en la exportación de armamento autorizada por el Gobierno. Su tercer principal cliente fue Arabia Saudí, unas ventas muy cuestionadas por las organizaciones sociales, que han pedido en numerosas ocasiones al Gobierno que suspenda la venta de armas a este país por el riesgo de su uso en la guerra en Yemen.