“Nos gusta que el barco sea un oasis donde la gente pueda descansar y recuperarse de la barbarie que han vivido”

Un mar de mantas, en el que poco a poco empiezan a asomar las cabezas de los primeros en despertar, es la imagen que se ve en la cubierta del Open Arms, con los primeros rayos de luz. La camerunesa Pirrette es de las más madrugadoras. Lo primero que hace es coger en brazos a su hijo, Latifa, de tres años. Se sienta y, con mimo, lo acuna en sus piernas. Mientras tanto continúa su plegaria con los brazos en alto y la mirada en el cielo. Con su canto suave rompe la monotonía de la mañana.

Poco a poco, comienzan a levantarse el resto de personas. Se forman algunas filas para ir al baño o asearse. Muchos padres y madres abrazan a sus críos, aún envueltos en las mantas que los protegen del frío de la mañana. Otros se entretienen observando el baile de las olas.

Una armonía que se corta cuando los doctores se dirigen apresurados a atender a una de las mujeres embarazadas, en una frenética mañana de consultas médicas. “La mayoría están estables, pero arrastran consecuencias del viaje, de todo su proyecto migratorio. El agotamiento, la debilidad o síntomas de haber vivido durante mucho tiempo en condiciones de hacinamiento, es lo más habitual”, explica la doctora.

Sin embargo, aquel punto de estrés se esfuma con el paso del tiempo. Basta un micrófono y música para despertar el ánimo. Niños, mujeres, hombres, tripulación; todos se dejan llevar por la música y el baile, envolviendo el ambiente en un momento de alegría compartida.

Los voluntarios y trabajadores de Proactiva Open Arms, que conforman la tripulación, son una pieza fundamental para suavizar las duras condiciones que supone navegar más de 1.100 millas rumbo a Algeciras. Y es que cada uno de ellos da al máximo para que, como dice la jerga marítima, todo vaya viento en popa. Por el momento, Algeciras es el puerto más probable para el desembarco de las 310 personas rescatadas el pasado 21 de diciembre en el Mediterráneo central.

“Nos gusta que el barco sea un oasis donde la gente pueda descansar de la barbarie que ha estado viviendo y que puedan tener tiempo de recuperarse poco a poco”, valora el capitán, Marc Reig, después de bajar a cubierta, equipado con lápices de colores, folios y un bote de jabón para hacer burbujas y compartir un rato de entretenimiento con Sami, Luga, Cristo, Melisa, Mohamed o Sarah... los niños del Open Arms.