La historia de 'Bini', el primer africano negro en ganar el maillot verde del Tour de Francia que participa en los JJOO
El pasado 1 de julio, Biniam Girmay, conocido como 'Bini', cruzó la meta sin nadie por delante. El ciclista de 24 años se bajó de la bici, se sentó en el asfalto mientras llegaban los otros ciclistas y, con la cabeza entre sus piernas, rompió a llorar. Sabía que acababa de hacer historia: “Cuando empecé mi carrera, ni me podía imaginar llegar a competir en el Tour de Francia”, decía a los medios. Ese día se había convertido en el primer ciclista africano negro en ganar una etapa en la carrera más competitiva del mundo.
En 2022 lo había hecho en el Giro D’Italia, pero el Tour eran palabras mayores. “Quiero agradecer a todo el pueblo de Eritrea. Deberíamos estar orgullosos, este es nuestro momento. Esta es una victoria para África, para todos. Un ciclista negro brillando en el escenario más grande”, dijo.
Días más tarde, siguió rompiendo los techos. Girmay ganó otras dos etapas y dos días antes se aseguró ser el ganador del maillot verde, la clasificación por puntos. Allí le esperaban centenares de eritreos con banderas verdes, rojas y azules de su país. En la capital, Asmara, miles de eritreos tenían por primera vez un motivo de alegría. El “Rey de África”, como le han apodado, ha conseguido unir a los ciudadanos de un país del que la mayoría busca huir de la tiranía del régimen de Isaias Afwerki. Para el longevo dictador, el ciclismo ha servido como deporte nacional y para mejorar la imagen de un país considerado en Corea del Norte de África por su hermetismo.
El hermético país del que muchos quieren huir
En el pequeño país montañoso de Eritrea, el ciclismo es prácticamente religión. La capital, Asmara, está a más de 2.300 metros de altitud y allí puedes ver a ciclistas amateur con profesionales compitiendo. El ciclismo lo introdujeron los invasores italianos a finales del siglo XIX y desde que Eritrea se independizó de Etiopía en 1995, se ha intentado profesionalizar. Para muchos es la única salida para prosperar.
En el país, el servicio militar es obligatorio para todos los hombres y mujeres de entre 18 y 40 años, y a pesar de que la ley lo limita a 18 meses, desde principios de este siglo es indefinido. El conflicto fronterizo con el Gobierno de la vecina Etiopía llevó al dictador Afwerki a cerrar la frontera. En un país de recién creación y de tan solo seis millones de habitantes, Eritrea partía con una desventaja clara frente a Etiopía, que tiene más de cien millones de personas.
El miedo a una posible invasión vecina ha sido la excusa perfecta para Afwerki para ir reclutando a todos los jóvenes del país. Eritrea cuenta con el segundo Ejército más extenso de toda África con 201.750 militares en activo de manera oficial, tan solo por detrás de Egipto. Tiene además el ratio más alto de militares por habitante con 6.277 soldados por cada 100.000 personas y el Gobierno gasta una quinta parte del PIB en defensa.
En ese contexto, la mayoría de los jóvenes eritreos intentan huir antes de ser reclutados para el Ejército. En 2015, pico de la ruta del Mediterráneo Central, un total de 40.000 eritreos intentaron cruzar el mar para llegar a Europa, la tercera nacionalidad más numerosa tras sirios y afganos, y la primera en África.
En la actualidad existe una diáspora de 800.000 eritreos, un 20% de la población del país, de las cuales ACNUR calcula que en torno a 580.000 son refugiados. Al servicio militar esclavista se le suma las desapariciones forzosas contra quienes no opinan como el dictador Afwerki y la persecución religiosa a los que no profesan el cristianismo ortodoxo eritreo, como denuncia Humans Rights Watch.
Tal es el alcance de los tentáculos del régimen de Afwerki que cobra un 2% de impuestos sobre la renta a la diáspora. Iniciado con la independencia, muchos contribuyeron con la idea de desarrollar su país de origen, pero en la actualidad se cobra con intimidaciones a familiares que todavía viven entre sus fronteras y la amenaza de no hacerles llegar las remesas.
El ciclismo, salida profesional a la penuria
En un contexto de falta de futuro indefinido, el ciclismo es la única ruta de escape de la miseria. La federación de ciclismo eritrea cuenta con más de dos mil ciclistas inscritos y hay ya 100 profesionales. Así como en la vecina Etiopía, Kenia o Uganda, el atletismo se ha convertido en el deporte nacional, en Eritrea el régimen de Afwerki ha apostado por el ciclismo como una bandera nacional al mundo. El Gobierno invierte unos 500.000 euros anuales en el deporte en un país donde el PIB per cápita es de 566 euros.
El esfuerzo económico ha dado sus frutos para mejorar la imagen del país. Un eritreo ha obtenido el oro en nueve de las doce últimas ediciones del Campeonato Continental Africano de Ciclismo. En 2015, Daniel Teklehaimanot llegó a llevar el maillot blanco con puntos rojos como mejor ciclista de montaña y ahora Girmay ha cogido el relevo llevándolo al siguiente nivel.
Las victorias de ciclistas eritreos como Girmay llenan de esperanzas a miles de jóvenes que buscan imitar a sus ídolos y dan al Gobierno de Afwerki una publicidad inmejorable de puertas para adentro y fuera. En casa, el ciclismo da motivos a los eritreos para quedarse en su país con la esperanza de triunfar en el ciclismo. Más allá de sus fronteras, el ciclismo es la única cara pública de un régimen que controla minuciosamente la información que sale y que con el ciclismo se posiciona con los valores positivos asociados al deporte.
Menos de una semana después de conseguir el maillot verde, Girmay salía como abanderado de su país por el río Sena. Muchos ciclistas se dieron de baja de la ceremonia inaugural ya que menos de veinticuatro horas después competían, pero él no. No consiguió medalla en la contrarreloj, pero todavía tiene opción en ruta el próximo lunes 3 de agosto. Pase lo que pase, ya ha conseguido que en todas las televisiones del mundo se vea la bandera de Eritrea ondear. Afwerki ha conseguido su objetivo.
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