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La homofobia que dejó morir a Roger Mbede

“Mamá Alice”, así llamaba a su abogada Jean-Claude Roger Mbede, el joven camerunés condenado a tres años de cárcel por ser homosexual y fallecido hace unos días en Ngoumou. Desde Yaoundé, la capital del país, la voz de Alice Nkom suena triste. “Jean-Claude era para mí algo más que un defendido, entre nosotros había un vínculo materno-filial”, explica por teléfono a Desalambre.

Jean-Claude Roger Mbede estaba enfermo. Había sido operado por segunda vez de cáncer de testículos en diciembre y, según denuncian sus abogados, murió a consecuencia del abandono al que lo relegó su familia, dejándolo “sin cuidados mientras que su estado general se degradaba día tras día”. Mbede murió en su pueblo, víctima también de la homofobia, su familia siempre lo había considerado una “maldición”, escondido para evitar volver a la cárcel tras una sentencia que confirmó su condena poco después de haber conseguido la libertad provisional, dicen sus defensores. Su caso seguía pendiente de resolución en la Corte Suprema de Camerún.

Alice Nkom, presidenta de ADEFHO (Asociación para la Defensa de los Homosexuales), es especialmente conocida en Camerún por su batalla a favor de la despenalización de la homosexualidad. El mismo día que se hacía pública la noticia de la muerte de Roger, Nigeria aprobaba su ley anti-gays convirtiéndose en el país número 39 de África que castiga con penas de cárcel las relaciones entre personas del mismo sexo.

“La homofobia está aumentando en todo el mundo, no sólo en África”, denuncia a Desalambre Alexandre Marcel, presidente del comité francés de IDAHO (Día Internacional contra la Homofobia y la Transfobia). “Es necesario que la comunidad internacional se dé cuenta de lo que supone que 80 países de todo el mundo condenen a los homosexuales”.

“Jean-Claude no ha tenido una vida fácil, ha sufrido mucho, hasta su último aliento”, lamenta Alice, que, junto a los letrados Michel Togue y Saskia Ditisheim, ha defendido su caso en los últimos tres años. Así lo explicaba el propio Roger en una carta que le escribía el 1 de julio de 2011, pocos meses después de ser condenado, un manuscrito al que ha podido tener acceso Desalambre. “En efecto, mamá Alice, desde el día en que me arrestaron hasta el día de mi condena, he visto como si mi vida acabara”.

Jean-Claude Roger Mbede había cometido el “delito” de enviarle un mensaje de texto a un amigo diciéndole que estaba enamorado de él. Fue detenido el 2 de marzo de 2011, trasladado provisionalmente a la prisión de Kondengui, y condenado el 28 de abril de ese año en un juicio en el que no tuvo la posibilidad de ser representado por un abogado, en virtud del artículo 347 del Código Penal camerunés. Esta ley castiga con “una pena de prisión de seis meses a cinco años y una multa de 20.000 a 200.000 francos (CFA) a toda persona que mantenga relaciones sexuales con otra persona de su mismo sexo”.

“Me sentía mal, había perdido las ganas de vivir”

La prisión, a los 31 años, fue el inicio de su particular calvario. “Me dije que no podría hacer nada más en este mundo. Me sentía realmente mal, había perdido totalmente las ganas de vivir”, escribía este joven al que le gustaba, como él mismo decía, “hablar muy poco y escuchar mucho”. El día que lo condenaron rondaba la sala Michel Togue. “Un abogado se acercó a mí después de la decisión del juez. Tuve miedo porque me preguntó mi nombre pero muy rápidamente se ganó mi confianza”, le contaba posteriormente a Alice.

Tras asumir su defensa, Mbede se convertiría en preso de conciencia e icono de la lucha por los derechos humanos de la comunidad LGBT en su país. Su historia sería conocida en todo el mundo gracias en parte a una intensa campaña mediática liderada por organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional y Human Rights Watch. El 16 de julio de 2012, Jean-Claude Roger salía en libertad provisional. La lucha legal no acababa ahí. Además, comenzaba otra batalla, la de su salud.

“Cuando Jean-Claude salió de la cárcel, lo llevamos al médico. Le diagnosticaron cáncer de testículos y lo operaron. Todo salió bien y retomó una vida más o menos normal”, recuerda Alice, aunque el hostigamiento y las amenazas nunca cesaron. Hasta que llegó la confirmación en firme de su condena por la Corte de Apelación en diciembre de 2012. “Su vuelta a prisión era prácticamente una condena de muerte, él ya estaba enfermo, y las condiciones en la cárcel no eran precisamente las mejores, por eso huyó y se escondió. Recayó en su pueblo natal, cerca de Yaondé, vivía discretamente, estudiaba un máster en Filosofía de la educación. Él no soportaba la idea de volver a prisión”.

La carga de la homofobia

“Llevo una carga que es difícil de soportar: la de mi posición en el seno de mi familia”. Roger confesaba así el dolor que le producía el rechazo de sus seres más queridos, el peso de la homofobia. “Nosotros [sus hermanos y él] nunca habíamos tenido ningún problema, yo nunca había sido marginado. Ahora, mis hermanos dicen que no quieren volver a estar junto a mí. Ellos no quieren tener nada que ver con un homosexual [...], dicen que estoy maldito”.

Según cuenta su abogada, “su familia no soportaba su presencia, tenía que hacer frente a una homofobia familiar que llegaba a ser incluso agresiva, violenta”. De hecho, el aislamiento al que lo habían confinado sus familiares tras la última operación que se le practicó hace tan sólo unas semanas puso en alerta a sus abogados. “Al no saber nada de él y no poder localizarlo por teléfono decidimos enviar a una persona”, relata Alice.

Este enviado, el activista camerunés Lambert Lambda, confirmó su muerte. Pese a que la abogada culpa con rotundidad al Estado camerunés, “la gran responsabilidad última de la muerte de Roger es del Estado”, no puede evitar pensar que podría haber hecho algo más. “Me obligaron a entregarlo a una familia que lo ha denunciado como alguien peligroso, como una maldición para ellos, no tuve posibilidad de ofrecerle una alternativa, yo estoy convencida de que, si hubiéramos podido mantener el contacto con Roger, habríamos podido evitar su muerte en estas circunstancias. Si hubiéramos tenido los medios, tal vez hubiéramos podido salvar su vida”.

Alexandre Marcel también es tajante en cuanto al papel que ha jugado la familia de Roger. “La homofobia que sufría Roger era la peor de todas, la homofobia familiar. Y no sólo eso, su familia no le dio medios para sobrevivir, lo han matado, lo han dejado morir. No le han prestado el cuidado que necesitaba, no han aceptado recibir ayuda exterior, lo han condenado a muerte y lo han hecho sobre un precepto religioso, con la creencia de que para ellos su muerte era una redención, que su muerte los iba a liberar, a limpiar su nombre”.

En esa búsqueda de responsables y de explicaciones del hecho doloroso, Marcel también culpa a la religión: “Si hay una persecución contra los homosexuales, es porque la religión lo permite, la homofobia es sobre todo un problema religioso”.

“Que su muerte no sea por nada”

Fruto de sus años de trabajo en pro de la despenalización de la homosexualidad en Camerún, Alice Nkom ha constatado la falta de medios a la que deben hacer frente quienes, como ella, portan un mensaje contrario al dominante. “La homofobia es una cuestión de ignorancia, el Estado y la Iglesia se aprovechan de ello y difunden mensajes homófobos por todos sus medios. En Camerún, la Iglesia es propietaria de numerosas radios que extienden sentimientos homófobos. Nosotros no tenemos nada, nos faltan medios, sólo de vez en cuando puedo explicar lo que hago y por qué”, sostiene esta abogada que el próximo marzo recibirá el premio por los derechos humanos de Amnistía Internacional Alemania.

Alice Nkom agradece el apoyo y las condolencias que ha recibido estos días, sobre todo a través de las redes sociales. “Nadie se alegra de la muerte de un joven universitario de 34 años, eso es lo que hay que difundir, el respeto a la vida, la no discriminación, que ese mensaje despierte aquí en Camerún con la misma fuerza”.

Alexandre Marcel promete mantener su memoria. “Vamos a trabajar para que la muerte de Jean-Claude Roger no sea por nada, para despenalizar la homosexualidad y conseguir una mayor protección internacional para defensores de los derechos humanos como él”. Por eso la carta, “para que podáis volver a hacerlo vivir a través de sus propias palabras”.

En julio de 2011, Jean-Claude se despedía de su abogada con una intuición: “Me parece, verdaderamente, que mi caso ha tenido eco”.