Mohamed guarda en su teléfono móvil una imagen que marcó su vida. En ella se aprecia el cuerpo de un hombre tirado en el suelo con la pierna completamente destrozada. “Ese soy yo”, dice el joven palestino de 29 años desde una sala del hospital de cirugía reconstructiva de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Amán, donde espera recuperarse un año después de lo sucedido.
Es uno de los casi 29.000 palestinos que, según la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas (OCHA), resultaron heridos durante la Gran Marcha del Retorno en Gaza, que se saldó con la vida de cerca 300 personas.
Por eso está aquí. “Mi hermano pequeño, de 13 años, estaba participando en las manifestaciones y mi madre estaba muy preocupada porque no quería que le pasara nada, en la guerra de 2006 ya murió otro hermano. Entonces fui a buscarle”, rememora. Cuenta que, “a los cinco minutos de llegar”, la bala de un francotirador israelí atravesó su pierna derecha, destruyendo en pedazos los huesos y tejidos blandos.
La falta de equipos médicos, la escasez de medicamentos y los cortes de electricidad en los hospitales, son algunos de los estragos del bloqueo que sufre la Franja de Gaza y que dificulta, aún más, la recuperación de cualquier herido o enfermo. Buscar ayuda en el exterior tampoco es fácil. Para salir de la Franja, los gazatíes requieren de un permiso expedido por Israel que no siempre se obtiene, o llega demasiado tarde. Los últimos datos publicados por la Organización Mundial de la Salud (OMS), indican que el 61% de estas solicitudes fue aprobada, mientras que, para los heridos durante la Gran Marcha del Retorno, solo fue del 19%.
“Si no fuera por la ayuda del MSF hubiera sido muy difícil recibir un tratamiento”, indica Mohamed. De las 11 intervenciones quirúrgicas que recibió en Gaza, ocho fueron a cargo de la ONG humanitaria. Después consiguió viajar hasta Egipto, donde, sin éxito, fue operado en seis ocasiones hasta que, recientemente, llegó al hospital de MSF en Amán. Allí está curándose de la infección que ha afectado a sus huesos, para poder volver a entrar en quirófano.
Desde el año 2006, el personal médico de la ONG en este hospital –mayoritariamente de origen iraquí o jordano– ha llevado a cabo más 11.000 cirugías en más de 4.500 pacientes, llegados principalmente de Siria, Yemen o Palestina. Es decir, una media de cinco o seis operaciones diarias, a personas heridas de guerra o excluidas del sistema sanitario en sus países de origen, destruido por los conflictos. Es posible gracias a que la organización gestiona todos los trámites para su traslado a la capital jordana, donde también reciben atención fisioterapéutica y psicológica.
“Llevar una vida normal, como cualquier persona”
Mohamed se muestra serio pero sereno mientras habla. Durante la conversación suele acariciarse o mirarse a la pierna, ahora envuelta en un aparatoso sistema de vendas y tornillos. Es un gesto inconsciente que delata su propósito: “Llevar una vida normal, como cualquier persona”.
Lo mismo pretende Khaled. Según narra este iraquí de 56 años, fue víctima de un ataque aéreo en Mosul, cerca de la zona donde trabaja, que fue ocupada por el ISIS. Él también acumula un largo historial de operaciones previas a su ingreso en el hospital en Amán, donde empieza a ver los primeros frutos de su recuperación. “Antes iba en silla de ruedas, pero ahora, gracias a Dios, puedo caminar”, exclama, haciendo gala de ello.
Son muchos los factores que ponen en riesgo a la salud de la población que vive en contextos de conflicto. Por ejemplo, los ataques constantes contra hospitales y trabajadores sanitarios en Siria han provocado un efecto demoledor sobre la población civil. Según la OMS, en este país, “13,2 millones de personas necesitan asistencia médica, pero millones no tienen acceso a ella”.
Es el caso de Mustafá, un padre de familia de la zona de Alepo que se ganaba el pan como taxista y albañil, pero que no pudo costearse el tratamiento médico y quirúrgico que requiere debido a un problema hepático. Gracias a que su caso llegó a oídos de un equipo de MSF, la entidad pudo tramitar su traslado a Jordania –como hace con todos sus pacientes–, donde está siendo atendido.
El afán por reconstruir sus vidas une a los pacientes de este hospital, llegados desde Siria, Irak, Gaza, Yemen u otros países de la zona azotados por el conflicto, para reconstruir sus cuerpos. Es el ambiente que se respira en cada esquina. Como aquel hombre con graves quemaduras en el rostro que, al salir de una habitación en camilla, pide que le hagan una foto. “Estoy guapo”, bromeaba arrancando una sonrisa a los demás.
Los niños también se mueven con desparpajo por el complejo hospitalario y se dejan querer por todo aquel que se cruza en su camino. “Hay una escuela para ellos, así pueden continuar sus estudios durante su estancia en el hospital. Al mismo tiempo, les ayuda a sentirse capacitados cuando regresen a sus casas”, explica Ehab Zawati, trabajador de MSF.
A Ikhteyar, una niña yemení de 13 años, le encanta estudiar. “De mayor quiero ser doctora y trabajar en una ONG para ayudar a la gente”, confiesa convencida. Está acostumbrada a vivir rodeada de gente con bata blanca que vela por ella.
Cuando tenía cuatro años, explotó una precaria cocina de gas en su casa en Yemen, provocando graves quemaduras por todo su cuerpo. Desde entonces, ha pasado por múltiples cirugías reconstructivas que le están ayudando a recobrar parte de su cuerpo. También, su sonrisa.