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IMPLICADOS

La huida de cientos de miles de personas en Tigray (Etiopía): “Seguimos teniendo miedo”

Cientos de personas son alojadas en la Universidad de Shire. Viven en un edificio inacabado, donde duermen, cocinan y comen. Muchos no tienen colchones ni mantas.

Claudia Blume

Médicos Sin Fronteras —
10 de abril de 2021 22:04 h

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Aster*, de 30 años, está sentada en la sala de espera de la clínica de salud primaria de Médicos Sin Fronteras (MSF) en un centro para desplazados en Shire. Está embarazada de ocho meses y necesita someterse a un chequeo prenatal. Huyó con su marido y sus dos hijos de un pueblo del oeste de Tigray cuando estallaron los combates en noviembre. Ahora vive con una familia local, que ha decidido acogerla.

Aster se siente estresada. “No he recibido ninguna ayuda alimentaria. Recibimos algo de comida de la gente con la que nos alojamos, pero no es suficiente”, dice. “Algunos días, salgo a mendigar. Si no me dan nada, a veces dormimos sin haber comido nada. Es duro depender de la gente. Me hace sentirme vacía por dentro. Antes, los niños tenían comidas regulares”.

Decenas de miles de personas han llegado a Shire, una gran ciudad del noroeste de Tigray, desde que estallaron los combates en noviembre. La mayoría son de Tigray occidental. Gran parte se aloja en la comunidad de acogida, pero casi 20.000 personas viven en varios espacios informales. Duermen hacinadas, a menudo en condiciones antihigiénicas, en las aulas de varias escuelas, así como en el campus de la Universidad de Shire. 

Riesgo de una crisis nutricional

La principal preocupación de la gente es la falta de alimentos. Se han realizado varias distribuciones de alimentos y tras la llegada de más organizaciones a la zona, el volumen de apoyo va en aumento. Pero la gente dice que no es suficiente y que las distribuciones son a menudo injustas, pues entregan menos alimentos a unas familias que a otras mientras que algunas no han accedido a ningún tipo de ayuda.

Nadie está formalmente a cargo de estos lugares, sino que los desplazados nombran a representantes de la comunidad, en función de sus zonas de origen, para organizar las distribución de ayuda y otras cuestiones del día a día. Algunas personas se ven empujadas a vender las donaciones de alimentos para comprar mantas u otros enseres que necesitan para subsistir.

Todos los alimentos donados hasta ahora son sacos de trigo y aceite para cocinar, lo que significa que la mayoría de los desplazados solo pueden comer pan, que carece de los suficientes nutrientes especialmente en el caso de los niños, las madres embarazadas y los enfermos.

Demsas*, de 60 años, padece una diabetes de tipo 2 para cuyo tratamiento ha recibido recientemente pastillas en el hospital de la Comarca. “El médico me ha aconsejado que coma una variedad de alimentos -carne de cabra, leche, injera-, pero no puedo permitírmelo. Antes era agricultor y carnicero y comía bien, pero cuando llegué aquí, solo recibimos algo de trigo”.

Actualmente, la mayoría de las tiendas de Shire se encuentran abiertas y hay alimentos disponibles en el mercado, pero mucha gente no tiene dinero para comprarlos. Los funcionarios de la ciudad acaban de recibir su primer sueldo desde que empezaron los combates, e incluso quienes tienen dinero en el banco no pueden acceder a él porque la mayoría siguen cerrados. El precio de los alimentos y otros artículos ha subido, y muchos de los desplazados no llevaban consigo dinero cuando dejaron atrás sus hogares. 

MSF ha llevado a cabo un estudio nutricional con niños menores de cinco años en estos asentamientos y ha descubierto que, aunque la situación es preocupante, aún no se encuentra en el nivel de emergencia. “Detectamos que la tasa global de desnutrición en los lugares donde viven los desplazados era de alrededor del 11%. Había un 9% de desnutrición moderada y un 2% de desnutrición severa, lo que está por debajo del umbral de emergencia. Hay inestabilidad alimentaria y definitivamente existe el riesgo de que se convierta en una crisis nutricional. Tenemos que vigilarla de cerca”, dice Juniper Gordon, jefe del equipo médico de MSF. 

El toque de queda: un gran obstáculo para las mujeres embarazadas

Las condiciones de vida para los desplazados son duras. Decenas de personas duermen en las antiguas aulas de las escuelas locales, entre pupitres y sillas. Algunos han recibido colchones y mantas de la comunidad, mientras que muchos otros se limitan a dormir en el suelo o sobre lonas de plástico. 

Con la inseguridad aún presente, la gente sigue llegando en gran número. Muchos de los recién llegados no tienen más remedio que dormir a la intemperie o en refugios improvisados en los solares. La mayoría ha huido con pocas posesiones, muchos solo con la ropa puesta. Algunos todavía llevan la misma ropa con la que salieron de sus casas, más de tres meses después. Hay mujeres que cuentan que han tenido que desgarrar parte de sus prendas para fabricar toallas sanitarias, lo cual es una fuente de humillación. 

Cuando la COVID-19 pasa a un segundo plano

En el campus universitario de Shire, cientos de personas se alojan en antiguas residencias de estudiantes, durmiendo en literas. Los que no han encontrado sitio en los dormitorios se refugian en un edificio inacabado del campus. Con ladrillos colocados alrededor de sus áreas de dormir, las familias intentan crear una apariencia de privacidad. Solo algunas personas cuentan con colchones o camas, la mayoría duerme en el suelo de cemento. No hay paredes que les protejan del frío por la noche. El humo de las chimeneas está por todas partes. El sonido de la gente tosiendo siempre está presente.

Las infecciones en las vías respiratorias son la principal enfermedad detectada por nuestros equipos en las clínicas de MSF próximas a los asentamientos de desplazados internos desde enero. ¿Es COVID-19? Nadie lo sabe con seguridad. No hay pruebas disponibles, y no hay manera de que la gente mantenga una distancia segura entre sí en los espacios superpoblados. No hay manera de comprar mascarillas ni de lavarse las manos con frecuencia. En comparación con los muchos otros problemas a los que se enfrenta la gente, el coronavirus ocupa un lugar secundario en su lista de preocupaciones.

La diarrea es el segundo problema médico más importante, debido a la falta de agua potable y saneamiento, y a las condiciones de vida antihigiénicas. MSF ha construido letrinas en una escuela primaria que aloja a desplazados internos, y transporta de manera regular agua a estos lugares. Nuestros equipos también han rehabilitado un gran edificio de aseos y duchas en el campus universitario. El suministro de agua no es solo un problema para los desplazados internos, sino para toda la ciudad de Shire.

Las condiciones de vida son especialmente duras para las mujeres embarazadas. Adiam*, de 26 años, ha huido de un pueblo cercano a Humera y ahora vive en el recinto de la Universidad. Está embarazada, de ocho meses, de su primer hijo.   

“Dar a luz en estas circunstancias será difícil, pero me alegro de estar aquí con mi familia. Muchas otras familias han sido separadas. Quiero dar a luz en el hospital, pero me preocupa lo que pueda pasar si el bebé nace por la noche, después del toque de queda. No sé cómo llegar al hospital entonces”.

A partir de las 18.30 horas, la gente no puede salir de sus casas, y aunque en teoría se permite la circulación de ambulancias, no hay ninguna disponible. Hasta hace poco, tampoco había personal en el hospital al anochecer, lo que dejaba a los pacientes solos durante la noche. MSF reparte kits de parto seguro entre las mujeres desplazadas, por si se ponen de parto al anochecer.

Adonay*, un profesional sanitario del oeste de Tigray que vive en el recinto de la Universidad, dice que allí ha ayudado a dar a luz a tres bebés. “He atendido el parto en los dormitorios, en las camas de las mujeres. Había mucha gente alrededor. No había privacidad. Afortunadamente, todos los nacimientos fueron bien”, dice el doctor. “En aquella época, no estaban abiertos los centros de salud ni había personal suficiente. Somos varios los sanitarios que vivimos en este lugar [Shire] y pudimos ayudar a la gente antes de que llegaran MSF y otras organizaciones”.

Los pacientes con enfermedades crónicas están sin medicación

Los pacientes con enfermedades crónicas como la diabetes o la hipertensión se enfrentan a algunos de los mayores problemas. Llevan meses sin recibir medicación. “Los pacientes diabéticos llevan tres meses sin recibir insulina, lo que es muy peligroso”, dice Juniper Gordon. “En los campamentos, algunos pacientes con tuberculosis y VIH tampoco han accedido a la medicación durante meses.

Ahora, la junta central de farmacia de la región está en funcionamiento y está tratando de hacer llegar la medicinas a los centros. Para algunos medicamentos, como la insulina, que necesita una cadena de frío, es un gran reto: en Shire no ha habido electricidad hasta principios de febrero y todavía no es estable. En la mayoría de las regiones de la periferia de Shire todavía no hay electricidad“. 

El Dr. Berhane Tesfamichael, director médico del hospital de Shire, dice que la falta de insulina tuvo un grave impacto en varios de sus pacientes en el período posterior al inicio de los combates. “Cinco pacientes murieron en el hospital por falta de insulina. Enviamos a los asistentes de los pacientes a los hospitales de Adwa y Aksum. Fueron a pie, se arriesgaron para salvar la vida de sus familiares. Por desgracia, allí tampoco había insulina. Informamos a las autoridades sanitarias regionales, pero el problema era el transporte y la seguridad”.

Aunque la insulina ha llegado recientemente a las existencias de la farmacia central de Shire, todavía no es posible distribuirla a los centros de salud ni a los pacientes que la necesitan en las zonas rurales.

El hospital de la comarca atiende a una población de más de un millón de personas de la zona. Tras el estallido de los combates en la ciudad, muchos miembros del personal no volvieron a trabajar durante mucho tiempo, algunos por miedo a su seguridad, otros por falta de motivación al no recibir ningún salario.

Tanto el personal como los pacientes no tenían comida en un principio, y cuando MSF llegó, suministramos alimentos a la cocina del hospital y limpiamos las instalaciones, ya que hacía semanas que no venían limpiadores. El hospital no fue muy saqueado, pero hubo muchos robos por la noche en los últimos meses porque no había personal.

La mayor parte del personal ya ha regresado y el hospital de Shire funciona casi a pleno rendimiento. Sin embargo, siguen existiendo muchos problemas, como la falta de suministros, los cortes de electricidad y los problemas de seguridad para los pacientes, especialmente por la noche. Aparte de la unidad de urgencias, las salas no están ocupadas. A diferencia de lo que ocurría antes de la crisis, ahora vienen pocos pacientes de las zonas rurales. El sistema de derivación de pacientes se ha colapsado y, sin ambulancias, a muchos les resulta imposible llegar al hospital debido a la inseguridad en muchas zonas y la imposibilidad de costear los gastos de transporte a la ciudad.

“Muchas mujeres son violadas pero se esconden en casa”

Uno de los problemas que más preocupan al Dr. Berhane es que la mayoría de las supervivientes de la violencia sexual evita pedir apoyo. “Muchas mujeres son violadas pero no buscan ayuda. Se esconden en casa. Las mujeres quieren ir al hospital, pero la cultura, el estigma y las normas sociales se lo impiden. Tenemos anticonceptivos de emergencia, profilaxis; el problema es que no conseguimos llegar a las pacientes. Tenemos que aumentar la educación sanitaria, la movilización comunitaria y las visitas a domicilio”.

Al principio, MSF se enfrentaba a una situación similar en nuestras clínicas. Nuestro personal escuchaba muchas historias de violencia sexual de la comunidad, pero apenas acudían mujeres a recibir atención. El número de supervivientes que busca atención está aumentando, posiblemente porque ahora más gente conoce los servicios de MSF. Entre el 15 y el 22 de febrero, diez supervivientes de violencia sexual recibieron tratamiento y apoyo psicosocial.

“Todos tenemos problemas para dormir”

Muchas personas han quedado profundamente traumatizadas después de abandonar sus hogares, según hemos detectado en nuestras sesiones de asesoramiento psicosocial. Mencionan la violencia sufrida, las malas condiciones de vida o la separación de sus familiares, de los que en ocasiones desconocen su paradero.

“Todos tenemos problemas para dormir”, dice Tesfaye*, de 43 años, que vive en el emplazamiento del instituto con su familia. “Todos pensamos en nuestras casas, en nuestros negocios, en nuestros hijos que no van a la escuela. Mi hija mayor, de 14 años, era una de las mejores estudiantes de su clase. Lleva un año sin ir a la escuela, primero por la COVID-19 y luego por los enfrentamientos. Está muy afectada”.

Muchos desplazados también están preocupados por su futuro, por si podrán volver a casa algún día. Además, les preocupa si podrán permanecer en los lugares.

El sistema sanitario de las zonas rurales está colapsado

Si la situación de los desplazados en Shire es difícil, es aún peor para quienes viven en zonas periféricas a las principales ciudades de Tigray.

Birhane*, agricultor de 58 años, está sentado en la sala de espera de una de nuestras clínicas de atención primaria en la Universidad donde se alojan los desplazados internos. Con su rostro curtido, su tradicional pañuelo blanco en la cabeza y su cuerpo encorvado y delgado apoyado en un bastón, parece mucho mayor. Dice que ha caminado dos horas y media desde su pueblo para recibir atención médica.

El hombre cuenta que el centro de salud que atendía a su comunidad agrícola de 2.500 personas lleva cerrado desde noviembre, y que los seis empleados se han marchado. “Estamos sufriendo la falta de atención médica. No tenemos medicamentos; se llevaron las dos ambulancias del pueblo. Muchas personas están enfermas. Tres mujeres embarazadas han muerto durante el parto en los últimos tres meses”, dice el agricultor. “No hay comida en el pueblo. Nuestros campos han sido saqueados. Algunas de nuestras mujeres han sido violadas. Nos hemos quedado dos meses en el bosque y seguimos teniendo miedo”.

Desde finales de enero, MSF está enviando equipos médicos móviles para prestar atención primaria a los pacientes de las aldeas y pueblos del norte, este y sureste de Shire. También estamos apoyando a algunos centros de salud con suministros médicos y acabamos de abrir una base en la ciudad noroccidental de Sheraro, desde donde apoyamos a la zona de influencia rural de la ciudad.

La mayoría de los centros de salud visitados por nuestros equipos no funcionan. Muchos fueron vandalizados y saqueados y, en la mayoría de las instalaciones, el personal se ha ido. La mayoría de la gente no ha recibido ninguna atención médica desde noviembre.

Berhe*, un profesional sanitario que trabaja con MSF, dice que la región contaba con un sistema de salud que solía funcionar bien antes de que empezaran los combates. “Ahora, la estructura sanitaria está completamente destruida. Cuando visitamos las zonas rurales, las madres dicen: 'Mi hijo tiene tres meses. Todavía no ha sido vacunado'. La salud materno-infantil es ahora muy precaria. En una de nuestras clínicas móviles, nos enteramos de que una madre que daba a luz murió porque no pudo recibir asistencia médica. En las zonas rurales no hay centros sanitarios ni ambulancias”.

Como el acceso a las ciudades y pueblos por las carreteras principales del norte de Tigray es cada vez más fácil, ahora intentamos llegar a la gente que vive en el monte, dice Juniper Gordon. 

“Estas son las personas que realmente no pueden acceder a ningún tipo de asistencia sanitaria. Intentamos llegar hasta allí y ofrecer un mínimo de atención sanitaria y ver su estado. Nos enteramos de personas que llevan meses en el monte y todavía no se sienten lo suficientemente seguras como para ir a la clínica”.

*Los nombres han sido modificados.

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