Su nombre real es Matina Shakya, aunque hace mucho tiempo que nadie la llama así. Con tres años se convirtió en Kumari de Katmandú, la niña diosa más importante de Nepal, y su vida se llenó de extremos: recibe un alud de atenciones y también cumple con normas muy severas. La creencia dice que la diosa hindú Taleju vivirá en su cuerpo hasta que tenga su primera regla, y por eso debe pasar la infancia encerrada en un templo, aunque el desarrollo social del país quizá se cuele en su santuario antes de que eso suceda.
Es domingo por la tarde y un grupo de turistas espera bajo la ventana por donde se asoma a diario Matina. Ellos no pueden fotografiarla, ella no debe sonreír. Y aparece: una niña de nueve años con traje rojo que se apoya en el marco como cansada, con los labios pintados muy juntos y los ojos delineados de negro. Un pie que no se ve da golpes el suelo y el movimiento trepa hasta reflejarse en sus hombros. La niña diosa se aburre.
En el año 2008, el Tribunal Supremo de Nepal dictaminó que las kumaris deben ir al colegio y disfrutar de todos los derechos del niño. La norma afecta a varias menores del país, pero la de Katmandú es la más importante y limitada. Sólo sale de templo 13 veces al año para atender rituales; no puede pisar el suelo de la calle, vivir con su familia biológica o descuidar las ceremonias religiosas hasta que otra chica la sustituya en el cargo.
La explotación infantil es un fenómeno extendido en Nepal que atrapa a 1,6 millones de menores de un total de 7,7, según un informe de la Organización Internacional del Trabajo. Muchos niños tienen un empleo en el campo y ha aumentado el número de los que pasan el día ocultos en fábricas o expuestos en la red de autobuses urbanos de Katmandú, uno de los ejemplos más visibles para quien visita la capital. Y en medio de este fenómeno, la controvertida Kumari: tiene cuidadores, sirvientes y una pequeña pensión vitalicia a cambio de su trabajo, pero sus años de servicio la dejan desentrenada para la vida ordinaria que debe llevar después.
Otras diosas
Rashmila Shakya fue diosa entre 1984 y 1991, y en su libro de memorias cuenta el vacío que tuvo que rellenar hasta que alcanzó el nivel educativo de los chicos de su edad. Se reenganchó al sistema varios cursos por debajo y, no obstante, ha conseguido ser la primera kumari en llegar a la universidad. Ahora tiene un título, un empleo y es una persona mediática que aboga por mejorar algunas facetas de la vida de las niñas diosas.
En 2007, otra Kumari de menor importancia viajó a Estados Unidos para promocionar un documental sobre su experiencia. Desató la polémica a su vuelta y ayudó a cuestionar las antiguas normas que limitan la vida de las diosas vivientes. “Los viejos días de certezas se han ido para siempre”, señala Rashmila en el epílogo de su biografía. “Tenemos que esperar y ver qué pasa”.
La figura de la Kumari es un reclamo turístico muy importante que atrae a los extranjeros y que llena las tiendas de souvenirs. “Sólo se puede ver a la niña una vez”, avisa un guía local que busca clientes por el patio al que acaba de asomarse. Pero eso no es cierto, ella se adapta al flujo de turistas las veces que sea necesario.
Arrastrada por los cambios en el país, también se ha convertido en un símbolo político, pues la niña diosa de Katmandú era una figura ligada a la monarquía, que bendecía al rey cada septiembre en un gran festival público. Desde 2008 Nepal no tiene corona y en los años de transición la Kumari ha consagrado al presidente y al primer ministro con decenas de analistas atentos a cada gesto. El país es ahora una republica federal que celebrará elecciones el próximo noviembre para redactar una nueva constitución. De la forma futura del Estado dependerán también las nuevas tareas de la niña.
Si alguien le saca una foto, tendrá mala suerte. Quien se case con ella morirá. No se la puede ver en su vida privada. Las leyendas se disparan en el patio de los turistas cada vez que se acerca el número del balcón. Luego el grupo se dispersa y la figura de la Kumari es menos hermética. Entra en su casa un señor cargado de patatas, una pareja de ancianos, varias personas más jóvenes. Un perrito blanco se para a la entrada e insiste con la pata hasta que alguien le permite el paso. Quizá se necesite paciencia para cruzar las puertas del templo.