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Tres de cada cuatro elefantes destinados al turismo en Asia son maltratados

Elefantes y mahouts participan en un desfile en memoria del fallecido rey Bhumibol Adulyadej de Tailandia ante el Gran Palacio en Bangkok (Tailandia) en noviembre de 2016

Laura Villadiego

Bangkok (Tailandia) —

En febrero del año pasado, el británico Gareth Crowe eligió Tailandia como destino para sus vacaciones junto a su pareja y la hija de esta. Como tantos otros turistas que llegan al país asiático, en su itinerario no podía faltar un paseo en uno de los majestuosos elefantes que se han convertido en el símbolo de la nación. La experiencia resultó fatal para el británico, que fue lanzado al suelo con virulencia por el paquidermo y murió al acto, mientras que la hija de su pareja, que también estaba paseando sobre los lomos del animal, resultó herida.

Crowe no era la primera víctima mortal de un turista por montar en elefante en el país, pero relanzó el debate sobre los principios éticos de una industria que ha florecido durante las últimas décadas a medida que incrementaba el número de viajeros extranjeros en el país. La industria nació, sin embargo, como una necesidad.

Así, durante siglos, los elefantes habían sido adiestrados en Asia para la tala de árboles o para transportar mercancía a través de las junglas, entonces medios de transporte ideales en las difíciles condiciones tropicales, gracias a sus gruesas patas y a su gran fuerza. Pero las mejoras de las comunicaciones y el descenso de la tala no controlada obligó a muchos de los elefantes a jubilarse. Y muchos vieron en el creciente turismo una lucrativa salida para los paquidermos.

Los elefantes empezaron a diversificar sus habilidades, desde diestros artistas capaces de pintar cuadros a bailarines o acróbatas. Mantuvieron sin embargo la ocupación principal que habían tenido durante siglos y continuaron ayudando a los humanos a cruzar la selva y otros parajes, esta vez con fines puramente recreativos.

Tailandia se convirtió así en el centro mundial de esta industria que no ha parado de crecer durante los últimos años. Según un estudio publicado recientemente por la ONG World Animal Protection, tres cuartas partes de los elefantes destinados a turismo en Asia se concentran en Tailandia y el número de animales se ha incrementado un 30% durante los últimos años, desde 1,688 en 2010 a 2,198 en 2016.

No obstante, detrás de la aparente majestuosidad de los elefantes, varias organizaciones han denunciado las brutales prácticas necesarias para domesticar a estos animales cuando nacen salvajes, conocidas como 'phajaan' o 'rotura del espíritu'. “Muchos de estos elefantes son alejados de sus madres cuando son bebés, obligados a someterse a un duro entrenamiento y a sufrir pobres condiciones de vida durante su vida”, asegura el veterinario Jan Schmidt-Burbach, asesor de WAP, en el comunicado del informe.

Las montañas y parajes cercanos a Chiang Mai son una de las zonas que más propuestas para ver elefantes concentran del país. Muchas siguen permitiendo los paseos a lomos de elefante o los shows donde los paquidermos pintan o realizan acrobacias, pero la polémica sobre las condiciones en las que los elefantes son capturados y custodiados ha llevado a las agencias a ofrecer las llamadas 'experiencias con elefantes' donde los turistas solo pueden alimentar o bañar a los animales.

'Wonderful Ecotours' (Ecotours maravillosos) es una de esas agencias que ofrece paseos andando por la selva, el contacto con los locales y la visita a un pueblo karen, una de las minorías de la región, donde dos hembras elefante y un bebé viven en un pequeño cercado. El tour cumple el principal requisito rechazado por la nueva industria ética: no permite los paseos en elefante.

Además, los animales no están encadenados, otra de las grandes controversias, y pueden salir del cercado bajo el control de sus mahouts (o montadores). “Los elefantes son de la comunidad, nunca han sido salvajes. Antes los utilizaban en la selva, pero ahora los tienen aquí para los turistas”, explica Thong, el guía.

Sin embargo, cuando el bebé se enfada con uno de los turistas por no darle una de las suculentas bananas y le da un pequeño empujón, el animal recibe varios golpes como castigo.

¿Un mal necesario?

Más allá de los abusos más evidentes, activistas y conservacionistas difieren sobre el papel que el turismo debe jugar en la supervivencia de una especie declarada en peligro de extinción por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).

“[Mantener] el turismo de elefantes en óptimas [condiciones] es la única manera de asegurar la supervivencia del elefante en Tailandia y en el Sudeste Asiático”, asegura Chatchote Thitaram, veterinario y director del Centro de Excelencia en la Investigación sobre los Elefantes y la Vida salvaje, un proyecto asociado a la Universidad de Chiang Mai.

Según Thitaram, los boicots a la industria solo perjudican a la especie, ya que es “imposible” liberar a todos los elefantes “por su variedad e incompatibilidades”, así como por la “falta de espacio y presupuesto”. La organización defiende además el uso de cadenas como la “herramienta más segura” para controlar a los animales cuando hay turistas cerca.

Otros expertos consideran, sin embargo, que se debe trabajar en la restauración de los espacios naturales, cada vez más degradados, y que el turismo debe ser exclusivamente de observación. “Cualquier contacto directo con animales debería ser considerado un abuso”, asegura Panut Hadisiswoyo, conservacionista del Orangutan Information Center, que trabaja por preservar los espacios naturales de especies amenazadas en Indonesia, como el orangután o el elefante de Sumatra.

Según Hadisiswoyo, los animales deben ser visitados solo en santuarios o parajes donde estén en libertad, para evitar no solo el maltrato de los elefantes sino también el contagio de enfermedades. “Los elefantes pueden ser infectados por los humanos, [pero] a los turistas no se les requiere que se vacunen antes de entrar en contacto con ellos”, afirma.

Otro lidian con la resignación al mal menor. Para Rudi Putra, un biólogo y activista medioambiental en Indonesia, el turismo es una de las pocas salidas para asegurar la supervivencia del elefante de Sumatra, una de las subespecies más amenazadas por la expansión de las plantaciones de palma y de la industria papelera. “Aquí hay un conflicto entre humanos y elefantes y está costando la vida a muchos animales”, asegura Putra.

“Envenenan a los elefantes para que no entren en sus plantaciones. La única forma de que dejen de hacerlo es que vean su valor económico”, continúa el activista que están trabajando en la creación de centros de interpretación con elefantes en el distrito de Aceh Tamiang.

Condiciones “muy crueles”

Incluso aquellos que defienden la existencia del turismo de elefantes como herramienta de conservación avisan, sin embargo, de que tiene sus riesgos. El informe de la World Animal Protection denuncia que tres de cada cuatro elefantes en cautividad tiene condiciones “muy crueles”, incluso aquellos que no dan paseos o participan en shows.

Los santuarios son “rayos de esperanza”, asegura la organización, aunque hay quien denuncia que el término se usa con demasiada laxitud para posicionarse como alternativas de turismo ético. “Ahora mismo no hay ningún lugar destinado al turismo de elefantes en el Sudeste Asiático que cumpla todos los requisitos que definen a un verdadero santuario”, asegura Chatchote Thitaram.

Por otra parte, la necesidad de proveer de animales a estos centros ha hecho aumentar el tráfico ilegal de ejemplares salvajes, cuya captura está ahora prohibida en Tailandia. Los cazadores furtivos se han mudado así a la vecina Myanmar, donde los controles son menores, según la organización Traffic, quien denunció en 2014 que al menos 79 paquidermos habían sido capturados ilegalmente y vendidos a centros turísticos de Tailandia en los tres años previos. 

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