“No he pegado ojo en toda la noche, nuestros vecinos son muy ruidosos”, se lamenta uno de los chicos sirios que vive en el centro de detención de Moria, en un campo de barro fuera del recinto oficial, cuando asoma la cabeza desde la tienda en la que duerme desde hace seis meses junto a nueve compatriotas. En el interior, donde solo hay mantas colocadas sobre una lona, hierven té mientras algunos siguen dormitando. “Hace frío, la gente enferma”, dice Eloise, de República Centroaficana en una tienda cercana.
Ya hace mucho frío en las islas griegas, convertidas en grandes cárceles para quienes han llegado a las costas helenas desde la firma del acuerdo entre la UE y Turquía, que suponía la devolución de todas aquellas personas que alcanzasen sus playas de forma irregular. Como el año pasado, cuando el campo se cubrió de nieve y los termómetros bajaron de los 0 grados, hay miles de personas viviendo en tiendas de campaña, durmiendo sobre el cemento o el barro, en condiciones insalubres.
Desde hace dos semanas, Médicos Sin Fronteras ha montado una clínica pediátrica en el exterior de Moria. Cada día reciben pacientes, la mayoría niños con síntomas y enfermedades relacionadas con las condiciones en las que viven. “Resfriados, diarrea, problemas estomacales, piojos, enfermedades en la piel y heridas por caídas y accidentes que ocurren porque Moria no es un lugar seguro para los niños”, enumera Gemma Gillie, una de las portavoces de MSF.
“Llevo siete meses aquí y me estoy volviendo loco”
Un grupo de congoleños prepara de buena mañana la comida en unos fogones improvisados que arden gracias a la combustión de los deshechos que se reparten en cada rincón de la zona, cocinan justo al lado de los únicos lavabos móviles que hay en el campo exterior. “¿Has visto cómo vivimos?”, lanza uno de los chicos, “nos tratan como animales”. Es el lamento continuo en el centro de detención de Moria.
Unos cocinan, los otros tienden su ropa recién lavada y otros vuelven en ropa interior del otro lado de la carretera, donde han ido a ducharse, con agua fría, a la intemperie, a pesar de que las temperaturas en Lesbos ya son invernales. Joseph es uno de ellos, llega afeitado y pulido y se encierra en la tienda para vestirse. “Llevo siete meses aquí y me estoy volviendo loco”, cuenta el joven. Partió de Camerún con su hermano Alfred en un vuelo regular que les llevó hasta Estambul y de allí, a Lesbos.
Su obsesión ahora es salir de la isla y llegar a Atenas: la capital de Grecia se ha convertido para ellos en una suerte de paraíso imaginario. No tienen noticias de su petición de asilo, nadie les dice nada, solo saben que han de esperar, pero desconocen cuánto, ni para qué, no saben qué opciones tienen de que su solicitud de asilo prospere. Como ellos, 7.000 personas viven en el campo de detención de Moria. Algunas residen dentro del recinto oficial, custodiado por policías y militares. Diseñado para acoger a 2.300 personas, se ha convertido en un lugar insalubre y hostil donde se acumulan las basuras y el hedor es insoportable, especialmente el lunes, después de todo un fin de semana sin ningún servicio dentro del campo. En lo que va de año, 28.174 personas han llegado a Grecia por mar.
A Abdoul, un hombre senegalés de 37 años que trabajaba como chófer en su país natal y que antes de llegar a Lesbos intentó cruzar a Europa desde Libia, le han adjudicado una casa-container, que comparte con siete hombres, todos africanos. Tienen electricidad, duermen en literas, y pasan parte del tiempo estudiando griego con un libro infantil. Abdoul lo dice abiertamente: tiene miedo, un miedo atroz a que le deporten a Turquía. No tiene derecho a pedir la reubicación en ningún país de la UE porque su nacionalidad no se encuentra entre aquellas que actualmente tienen derecho a ello: Eritrea, Bahamas, Bahrain, Bhutan, Qatar, Siria, los Emiratos Árabes y Yemen.
Él ha tenido suerte, tiene libertad de movimientos, puede salir y entrar del campo, pero en el centro del recinto hay un inframundo cercado con doble alambrada y concertinas. Es una especie de CIE donde viven recluidas un número indeterminado de personas, a quienes, sin un criterio claro, la policía griega ha retenido. Serán deportadas a Turquía una vez se haya confirmado que su situación no es vulnerable. No se les permite salir de los contenedores en los que viven más que para ir al lavabo. Están en Moria, en “el Guantánamo europeo”, como ellos mismos describen el lugar.
Compromiso de evacuar a 5.000 personas
Gracias a la campaña internacional impulsada por diversas ONG, el primer ministro griego se ha comprometido a evacuar al continente a 5.000 personas antes del 21 de diciembre. La medida no servirá para vaciar los hotspots de las islas, más teniendo en cuenta que sigue llegando gente en lanchas. Además, algunos medios griegos han expresado serias dudas sobre las intenciones reales de ese movimiento tras la reunión mantenida entre el primer ministro Alexis Tsipras y el presidente turco Recep Tayyip Erdogan el viernes 8 de diciembre. El gobierno griego no lo ha confirmado pero algunas informaciones apuntaban a un pacto secreto entre ambos líderes para deportar a solicitantes de asilo desde el continente, algo que no contempla el Acuerdo firmado por la UE y Turquía en marzo de 2016, que prevé deportaciones exclusivamente desde las islas griegas.
Eloise explica que en las oficinas de la EASO, la Oficina Europea de Apoyo al Asilo, cuelga un cartel desde este jueves que informa de que no va a haber nuevos registros hasta el 18 de enero. Eso significaría que los recién llegados no se contabilizarían durante este período.
2.100 menores solos en las islas
La precariedad para los solicitantes de asilo atrapados en Grecia se ha cronificado monstruosamente. A pesar de la llegada de un nuevo invierno, el gobierno griego no ha mejorado las condiciones de los campos. Cuatro de los albergues en los que viven buena parte de los 3.000 menores que viajaron solos al país está al borde del cierre por problemas de financiación, según denuncia Oxfam-Intermón. De esos 3.000 menores, cerca de 2.100 están en las islas, algunos, además, detenidos, es decir, recluidos.
Los niños siguen siendo protagonistas en este éxodo masivo que no cesa. En el olivar adyacente a Moria, donde viven en tiendas de campaña muchas familias, los niños salen de todos lados. Juegan, descalzos, sucios, sobre un terreno que hace las veces de parque infantil y de lavabo para todos aquellos que no tienen espacio en el recinto oficial. Juegan ajenos a la situación en la que viven.