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“En la Jungla de Calais afrontamos una muerte lenta”

En Calais hace un frío helador, hay muchísima humedad y el viento sopla fuerte, pero para los miles de migrantes y refugiados que viven aquí y que afrontan un futuro incierto, el panorama es todavía más frío y desolador.

Durante los últimos días se escuchan rumores de que las tiendas de la zona sur de este campo conocido por todo el mundo como “La Jungla de los migrantes” serán retiradas. También se comenta que Francia va a obligar a sus habitantes a que se registren. Y hay quien dice que las autoridades van a tomar a la fuerza las huellas dactilares de todo el mundo.

Desde que hace unos días aparecieran en la prensa los primeros artículos haciendo referencia a estas medidas, algunos sudaneses, con una profunda desazón, decidieron adelantarse y pedir asilo en Francia. Otros, provenientes de Siria e Irak, dejaron Francia y tomaron rumbo a Alemania y Suiza, donde creen que serán bienvenidos. Algunos sirios de origen kurdo se han marchado al cercano campo de Grande Synthe, donde alrededor de 2000 personas viven desde hace meses rodeadas de barro y basura y expuestas a las inclemencias del tiempo, con poco o ningún acceso a los servicios más básicos. Dicen que se instalarán allí hasta que dentro de un par de semanas Médicos Sin Fronteras abra el campo que lleva construyendo desde hace un mes y que servirá para proporcionarles un mínimo de dignidad y confort.

Unas cuantas personas han respondido a la petición de las autoridades francesas de trasladarse a la serie de refugios prefabricados que han instalado, lejos de las tiendas. Pero la mayoría de los miles de residentes de la Jungla aún no han decidido que van a hacer; de momento permanecen a la espera de las decisiones que tomen las autoridades y temiéndose que el final de la vida en el campo no esté muy lejos.

Muchos de los migrantes y refugiados me cuentan que la razón por la que ponen tanto empeño en cruzar el Canal de la Mancha es para reunirse con los familiares que tienen allí. Mientras tanto, durante el tiempo que no lo logran, tienen que vivir en unas condiciones terribles y enfrentarse al día a día con una tremenda frustración. Sólo esperan a que llegue ese momento en el que un traficante les ofrecerá cruzar hasta el Reino Unido previo pago de un precio absolutamente desorbitado que les dejará endeudados para siempre.

“El viento derriba nuestras tiendas. Cada vez que hay una tormenta, el aire comienza a soplar debajo de nuestras tiendas”, comenta Mohammad, un chico de 21 años que huyó de la guerra de Siria. “Esta es la forma en que vivimos aquí. ¿Desde cuándo la gente en la moderna Europa vive así? Nos colocaron en campos y no son capaces de ofrecernos ni tan siquiera una comida decente. Lo único que hacemos aquí es quedarnos sentados y esperar. Contamos los días. Es una muerte lenta”.

Mohammad afirma que está dispuesto a arriesgar su vida escondiéndose en un camión refrigerado que vaya a Gran Bretaña y asegura que ya no tiene miedo a nada. “Tal vez muera, pero de todas formas ya me da igual; ya estoy muriendo aquí”.

Días difíciles

Ahora, con el aumento de la tensión en la zona de Calais, muchos solicitantes de asilo creen que “el Reino Unido está cerrado”. Antes, pasar solía costar entre 5.000 a 6.000 libras, pero ahora, tal vez por el aumento de los controles, cuesta al menos 10.000 libras. Muchas personas no tienen tanto dinero y se dan por vencidos.

Sin embargo, hay pocas opciones para la gente que vive en el limbo. Se preguntan si el hecho de facilitar sus huellas dactilares a las autoridades a cambio de vivir en los contenedores afectaría a una futura petición de asilo en el Reino Unido.

Muchos son también reticentes a trasladarse a los contenedores porque saben que allí ya no se sentirán libres (están rodeados por una valla y toda la zona se encuentra bajo constante vigilancia) y que sus vidas cotidianas tendrán que regirse por una serie interminable de reglas. Las autoridades han instalado nuevos aseos y agua corriente, pero la gente quiere cocinar y allí no puede hacerlo. Además, el hecho de tener que registrarse cada vez que vuelven del mundo exterior dificulta el libre movimiento. “Por si fuera poco, en la zona de los conteiners, las visitas no están permitidas”, me comenta Omar, un solicitante de asilo de 22 años proveniente de Darfur. “Mira bien esto: me recuerda a una película que vi en Sudán sobre los campos de detención de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial”, asegura.

Son días difíciles para los migrantes y refugiados que viven en Calais. Tienen miedo de muchas cosas; y no sólo de la Policía o de la posibilidad de que el campo sea demolido. También tienen miedo de la gente de la región. Algunas personas han sido agredidas en la ciudad o en la autopista y muchos de ellos están convencidos de que la policía francesa apoya este tipo de ataques, por lo que se sienten completamente desprotegidos.

Esta semana, las excavadoras del Gobierno, que vienen escoltadas por la Policía, no han quitado aún ninguna tienda. La gente en la Jungla piensa que todavía tienen unos días para trasladarse a los contenedores o salir definitivamente de allí. Pero no saben si la información que han recibido es precisa, así que no saben qué hacer.

Se suponía que los migrantes y refugiados tendrían que abandonar la parte sur del campo antes de las 8 de la tarde del pasado 23 de febrero, pero parece que la orden de desahucio ha sido de momento pospuesta.

Desde el mes pasado, la Policía ha dejado de patrullar dentro de la Jungla, pero hay una gran presencia policial, con muchas camionetas por todo el campamento, y con agentes evitando que cualquiera se acerque a la autopista. Comienzan con advertencias y luego les lanzan gas lacrimógeno. Siempre están dispuestos a disparar gases lacrimógenos.

Derecho a decidir

Mamoun, también de Siria, critica al Reino Unido y a Francia por no permitirles reunirse con sus familiares al otro lado del Canal.

“Tenemos derecho a decidir dónde queremos vivir”, me dice. “Debemos al menos tener el derecho a estar con nuestras familias en el Reino Unido. En lugar de gastar dinero en impedirnos llegar allí, las autoridades deberían gastarlo en facilitarnos un medio para pasar el Canal de manera segura”.

Muchos migrantes y refugiados entrevistados por MSF aseguran que la principal razón por la que no quieren pedir asilo en Francia es por la forma en la que han sido tratados por la Policía desde que llegaron a Calais.

Los residentes en el campo son frecuentemente sometidos a varios tipos de violencia, incluyendo ataques con gas lacrimógeno y palizas. Y son ataques que no están solamente dirigidos a quienes intentan esconderse en los camiones en los que tratan de cruzar al Reino Unido. Muchas personas cuentan que también han sido agredidos en la carretera o mientras caminaban hacia la ciudad.

Estas agresiones contrastan con el trato amable que los migrantes y refugiados que viven en el campo dicen recibir por parte de los voluntarios británicos que se acercan a Calais para ayudar. Sus visitas han hecho que muchos de ellos estén aún más convencidos de la necesidad de llegar pronto al Reino Unido.

“Es duro vivir en estas circunstancias. No se me ocurre ninguna razón por la que desearía quedarme en Francia y solicitar asilo aquí. Ellos hablan de 'cuestiones de seguridad', pero ¿dónde queda aquí la seguridad?”, declara Ahmad, un hombre de 25 años. “Cuando hay una gran cantidad de camiones en la carretera y la gente intenta subirse a ellos para seguir adelante, la Policía viene y empieza a golpearnos. Duele mucho, te lo aseguro. Son verdaderamente violentos. Cuando nos vemos atrapados, todos corremos de nuevo a nuestras tiendas, pero no sirve de nada. La Policía llega y empieza a disparar gas lacrimógeno contra nosotros y contra nuestras tiendas”.

Muchos piensan que si claudicaran y acabaran solicitando asilo en Francia, pasarían una temporada muy dura mientras buscan trabajo, lo cual tampoco ayuda a que quieran quedarse aquí. El idioma también es un problema, ya que muchos hablan inglés, pero no francés.

“Para mí no hay ninguna razón para que nos quedemos aquí. No hay nada. Aquí todo son palabras vacías”, concluye Ahmad.

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Mohammad Ghannam es trabajador de Médicos Sin Fronteras (MSF).