No es la primera vez que descarrila “La Bestia”, el tren de carga en el que recorren México los migrantes, centroamericanos en su mayoría, que quieren cruzar a EEUU y en el que el domingo murieron nueve personas y una veintena resultaron heridas. El convoy ya sufrió un accidente similar en marzo y un par más el año pasado y el anterior. Lo recuerda Alejandro Solalinde, sacerdote y fundador del albergue Hermanos del Camino de Ixtepec, lugar al que acuden habitualmente las personas que realizan esa ruta migratoria. Poca gente ha convivido como él con la realidad de quienes cada día se suben a sus vagones. Y por eso, porque conoce la “indiferencia” que rodea a este asunto, denuncia que “si no hubiese habido muertos, habría pasado desapercibido. Generalmente, desde el Gobierno minimizan las informaciones y no se cuentan las cosas como son. Eso sí, en los medios de comunicación el tema está más visible que antes”, reconoce el sacerdote, en una conversación telefónica con el eldiario.es.
Solalinde afirma que el accidente del domingo fue provocado por tres factores: el robo de clavos y placas que aseguran las vías por las que pasa el tren, confirmado por las autoridades mexicanas, por el que reclama una investigación que aclare “quiénes fueron y por qué”; las lluvias que ablandaron la tierra ya de por sí húmeda por la cercanía de un pantano; y la falta de mantenimiento que sufre el camino. “Hay un total descuido. Muchas de las maderas están podridas y eso facilita que ocurran este tipo de acontecimientos”.
Los datos oficiales hablan de quince heridos trasladados al hospital, pero el sacerdote cree que habría muchos más, teniendo en cuenta la cantidad de gente que viaja habitualmente en el tren y que volcaron ocho de los doce vagones, en los que viajaban unas 200 personas, según datos oficiales. “No sabemos su gravedad, probablemente leve, pero muchos han preferido seguir el camino y no detenerse porque saben que serían repatriados inmediatamente”. El equipo de su albergue ha avisado a otros centros, que salpican los alrededores de la vía por la que transcurre el convoy, para que estén preparados. Mientras, intentan dar apoyo a quienes se ponen en contacto desde otros países pensando que sus familiares podrían haber ido en el tren descarrilado. “Llaman principalmente de Honduras (de donde procedían las seis personas muertas en el accidente) e intentamos pasarle toda información posible, pero nuestra capacidad es limitada”.
La espiral de violencia contra los migrantes va a más, admite Solalinde. “El migrante es una mercancía sometida a extorsiones, robos y secuestros durante el camino. Ahora, además, se ha impuesto una nueva práctica: pedirle cien dólares por cada tramo que recorren en el tren y, si no los tienen, los tiran. A algunos los matan, otros tienen la suerte de caer en blando y solo resultan heridos, otros son mutilados”, denuncia el sacerdote que ha sido en varias ocasiones agredido, e incluso detenido, señalar a grupos criminales y acusar a las autoridades de pasividad y complicidad. Solo entre abril y septiembre de 2010, 11.000 migrantes fueron secuestrados en México, según un informe de la Comisión Nacional de Derechos Humanos de ese país. “El Gobierno es muy consciente de lo que está sucediendo pero ha abandonado su responsabilidad de proteger a estas personas”.
El albergue Hermanos del Camino de Ixtepec es un oasis en mitad del trayecto. Un lugar para descansar, sin preguntas, sin papeles, sin temor a ser detenidos. Lo más parecido a un hogar que pueden encontrar. Allí reciben atención integral. “Ofrecemos asistencia humanitaria, defensa de sus derechos, apoyo psicológico y espiritual, comunicación con sus familias e información sobre el camino. También trabajamos la incidencia política para exigir leyes más justas”. Solalinde defiende la creación de un visado humanitario con el cual los migrantes de Centroamérica y Sudamérica podrían permanecer 180 días en territorio mexicano, tiempo suficiente para llegar a EEUU. “No estarían obligados a viajar en tren. Podrían hacerlo por otras vías más seguras, como los camiones”. La medida fue anunciada en 2011 por Felipe Calderón, entonces presidente del Gobierno, pero finalmente no llegó a desarrollarse.
Desde sus comienzos en 2007, el centro ha crecido hasta ocupar 16.000 metros cuadrados en los que los migrantes pueden acceder a una cama, bliblioteca, capilla, sala de juegos y una granja. El tiempo máximo que pueden permanecer en él son tres días “porque no es un hostal, es un lugar para viajeros en tránsito”. En su página web, comparten muchos de los consejos que dan a quienes llegan a sus instalaciones: dónde deben subir o bajar del tren, dónde ubicarse para respirar mejor en los túneles, recomendaciones para no caer, las rutas menos peligrosas, el tipo de personas en las que no deben confiar, ect. En esencia, un mapa de lo que encontraran en el camino y de qué pueden hacer para que el trayecto sea lo más seguro posible. “Son personas que han salido forzadas de sus casas y de sus países porque no hay trabajo y no hablemos ya de calidad de vida. Nosotros tratamos de avisarles de que lo que hay en el norte (de México) es peor. Les hablamos de los secuestros, les explicamos que ponen en juego su vida, pero nos dicen que, para morir en sus lugares de origen, mejor morir intentando llegar al norte. Y seguirán viajando y buscando nuevos rincones para conseguirlo”.