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Lampedusa, bote salvavidas

Manuel Tori

Lampedusa (Italia) —

La inmigración en Italia, desde hace dos décadas, se asocia al mar, a Lampedusa, a Sicilia. Esta isla goza de una posición estratégica en la llegada de inmigrantes procedentes del norte de África a través de Libia. La Lampedusa mediática es sinónimo del lado negativo de la inmigración, de la tragedia. Pero esta visión no refleja toda la cotidianidad de una isla donde habitantes y migrantes viven en una sintonía que roza lo ejemplar.

Ni toda la inmigración irregular es marítima, ni todos los migrantes que llegan vía mar desembarcan siempre en Lampedusa. Eso sí, es la zona más lejana de Italia, es el territorio europeo más cercano a la ribera libia. Esto convierte a Lampedusa en la puerta de Europa para muchos inmigrantes: aquí se registra la mayor llegada de inmigrantes en un mismo lugar. Sólo en la isla se ha contabilizado, en 2013, la llegada de 13.000 personas, que representan el 30% de la inmigración marítima en Italia.

El resto de Sicilia recibe los dos tercios restantes de los inmigrantes que llegan a Italia a través del mar. Una tarea que es compartida con las regiones transalpinas de Calabria y Puglia, respectivamente, la “punta” y el “tacón” de la península.

Al contrario de como reflejan muchos medios de comunicación italianos e internacionales, donde el retrato de la isla se centra en una imagen negativa derivada de la inmigración, los habitantes y los migrantes viven en Lampedusa en sintonía. Los bares, las tiendas, la iglesia y las calles son testimonio de una convivencia que se vive y se demuestra por ambas partes.

Los vecinos y los huéspedes de la isla sienten de forma diferente el mismo abandono. Al hablar con estos últimos trasciende que, en su opinión, la Unión Europea se despreocupa de los inmigrantes de la misma forma en la que Italia (que no los italianos) se olvida de los lampedusanos. Este entendimiento mutuo entre isleños e inmigrantes es el que se respira en la cotidianidad de estos 20 kilómetros cuadrados en medio del Mediterráneo.

Más allá del centro de acogida

Aun siendo un emplazamiento importante, el día a día de los inmigrantes no gira exclusivamente en torno al centro de acogida. Al principio, después de las travesías marítimas de Libia a Lampedusa, permanecen casi las 24 horas en su interior, descansando y recuperándose. Pasados dos o tres días, los huéspedes se marchan por un punto del recinto por el que pueden entrar y salir con libertad. Según comenta el subdirector del centro, la existencia de ese punto de acceso incontrolado “obedece a una flexibilidad que el personal civil y militar quiere ejercer para que el Centro de Socorro y Primera Acogida de Lampedusa no se convierta en una olla a presión”.

Pero la olla a presión a veces explota. A mediados del pasado mes de diciembre, Khalid, un inmigrante del centro de acogida de Lampedusa, filtró un vídeo a un periodista de la televisión pública italiana. En él se apreciaban vejaciones por parte del personal privado del centro hacia sus huéspedes durante unos tratamientos contra la sarna. Tal vídeo no sólo puso en cuestión el trato humano, sino también la escasez estructural de un centro de acogida cuyos dirigentes gozan de importantes subvenciones para su funcionamiento por parte del Gobierno italiano.

El centro de acogida, que recibe alrededor de 6.000 euros diarios por parte de las Administraciones Públicas, no goza de las mejoras de las instalaciones: faltan duchas, no siempre hay comida para todos y, cuando hay una mayor ocupación, poner colchones en la hierba es una costumbre. Aun así, muchos inmigrantes prefieren no lamentarse: “Creo que ellos mismos intentan mantener una normalidad, aun estando dentro del centro de acogida. Rezan, leen y preguntan en todo momento cuándo los van a trasladar a otro lugar”, explica un operador humanitario de Acnur en el interior del recinto.

Apoyo vecinal

La mayoría de la población lampedusana reconoce estar cómoda con ellos. De hecho, está más involucrada en el proceso de bienvenida que los centros de acogida. Tomando un café en el Bar Royal, o entrando en cualquier tienda en Via Roma, se percibe de qué forma hacer sentirse uno más a una persona es incluso más humano que darle de comer.

El dueño de una tienda de souvenirs se acerca discretamente a un grupo de chicos inmigrantes. Les regala camisetas de su propio establecimiento, alguna de ellas con imágenes de la isla. Chiara y su marido, reciben habitualmente en su casa a familias sirias con niños. La idea es que pasen el menor tiempo posible en el centro de acogida: “Nuestros hijos nos ayudan a compartir, queremos que nuestros niños se abran al sentimiento de la acogida, que hagan lo mismo que hacemos nosotros con estas familias que recibimos en nuestro hogar”, comenta. Son ejemplos que ilustran cómo se vive la inmigración entre los vecinos de Lampedusa. Muchos inmigrantes terminan sintiéndose más acogidos fuera que dentro del propio centro de acogida.

Fuera de la iglesia de San Gerlando no es difícil ver, a cualquier hora, jóvenes inmigrantes esperando en una cola mientras otros rezan en el interior del templo. Están esperando al Padre Mimmo, el párroco de Lampedusa. Él es quien les ofrece tarjetas para las cabinas telefónicas. Con ellas, esta noche, podrán llamar a casa.

Vivir la Lampedusa real es vivir la tolerancia y el respeto. Aunque los medios de comunicación brillen por su ausencia cuando no hay tragedias, y la forma de operar del centro de acogida esté en cuestión, esta isla sigue siendo, incluso en invierno, el bote salvavidas para aquellos que han nacido en el lado equivocado de la frontera entre el norte y el sur del mundo.