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The Guardian

Lampedusa, epicentro de las llegadas de migrantes a Europa: “Siempre salvaremos vidas, pero nos sentimos abandonados”

Los habitantes de Lampedusa viven con irritación la caótica gestión del intenso flujo migratorio que llega a sus costas

Angela Giuffrida

Lampedusa —

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Tras dormir esa noche en su barco, atracado frente a la isla de Lampedusa, Vito Fiorino y sus amigos se disponían a salir a pescar cuando uno de ellos, Alessandro, oyó unos gritos desgarradores. Eran cerca de las seis de la mañana del 3 de octubre de 2013. El grupo se aventuraba a menudo mar adentro en un barco abandonado que Fiorino había reconstruido tras mudarse a la pequeña isla siciliana unos años antes, pero no era habitual que pasaran la noche en la embarcación.

“Era una noche oscura, estrellada, sin viento y con un mar en calma y precioso, así que decidimos dormir en el barco, algo que no habíamos hecho en años”, cuenta Fiorino. “Alessandro puso el barco en marcha al amanecer y, tras recorrer unos pocos metros, paró el motor y preguntó: '¿Has oído ese ruido?' Utilizó una palabra siciliana que significa 'gritos de angustia'. Había una gran bandada de gaviotas, así que estaba convencido de que el ruido procedía de ellas”.

En lugar de pescar, navegaron mar adentro para averiguar de dónde procedía el sonido. “Tras navegar 800 metros, lo que vi frente a mí fue aterrador”, cuenta Fiorino: “Había unas 200 personas en el mar, gritando y pidiendo ayuda”.

El barco de 10 metros de eslora de Fiorino, llamado Gama, fue el primero en llegar al lugar de los hechos después de que una endeble embarcación abarrotada con casi 500 personas se incendiara y se hundiera no lejos de la orilla de la famosa playa de los conejos de Lampedusa.

Se recuperaron los cadáveres de 368 personas en lo que se considera uno de los peores naufragios del Mediterráneo. También fue uno de los episodios más bochornosos para la Unión Europea y el Gobierno italiano, cuyos guardacostas ignoraron repetidas llamadas de socorro.

Ahora, a punto de cumplirse el décimo aniversario de la tragedia, Lampedusa –que durante años fue el primer puerto de escala para las personas que emprendían el peligroso viaje por mar desde el norte de África– y los recuerdos de aquella noche han vuelto a ser el centro de atención después de que más de 11.000 personas, casi el doble de la población de la isla, hayan llegado a sus costas durante solo seis días.

Se han vuelto a perder vidas: el sábado, el cuerpo de un bebé que murió poco después de nacer a bordo de una embarcación con 40 pasajeros fue colocado en un ataúd blanco y llevado al cementerio de la isla, donde los restos de otras personas que perecieron haciendo el viaje a lo largo de los años están enterrados en tumbas sin nombre. La semana pasada, un niño de cinco meses se ahogó durante una operación de rescate.

Hartazgo por la gestión

En el naufragio de 2013, Fiorino y sus amigos lograron salvar a 47 personas antes de que llegaran los guardacostas. Cuando el entonces primer ministro de Italia, Enrico Letta, visitó la isla poco después, fue abucheado. Una reacción similar se produjo el domingo, cuando los lugareños interrumpieron el paso de un convoy en el que viajaban la actual primera ministra, Giorgia Meloni, y Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, hacia el abarrotado centro de acogida de la isla.

“La población está frustrada porque en 10 años no ha cambiado nada”, afirma Fiorino. “Oímos muchas palabras, pero todas están vacías”.

Más de 127.000 personas han desembarcado en suelo italiano en lo que va de 2023, más del doble que en el mismo periodo del año pasado. La mayoría han partido de Túnez, donde en julio Meloni y Von der Leyen firmaron un polémico acuerdo por valor de 121 millones de euros para frenar la inmigración irregular.

Lampedusa, que está más cerca de Túnez que de Italia continental y sobrevive gracias a la pesca y el turismo, ha vuelto a soportar la mayor parte de la carga.

“Siempre salvaremos vidas, pero nos sentimos abandonados”, afirma Alfonso Gagliano, un pescador que en abril rescató a un grupo de náufragos. “Por desgracia, estas llegadas frecuentes tienen un gran impacto sobre nuestros medios de subsistencia, la sanidad, todo... no tenemos servicios para afrontarlo”.

Meloni, que ha renovado sus promesas de mano dura contra la inmigración ilegal, ha precisado que el viaje de Von der Leyen a Lampedusa ha sido “una muestra de responsabilidad, no de solidaridad”. Ya no vieron las escenas de crisis humanitaria que se habían vivido en la isla en los días previos a su visita.

“No vieron nada”

En el centro de acogida, con capacidad para 400 personas, se había desatado el caos, y algunos dormían en las calles, llenas de basura, que llevan a las instalaciones. Los que estaban dentro, desesperados por encontrar comida, intentaron saltar una valla. Los muchos que no habían conseguido sitio en el centro, criticado en el pasado por sus pésimas condiciones, durmieron en bancos y bajo los árboles cerca de la principal avenida de la isla, Vía Roma.

“¿Por qué creen que no tenemos derecho a refugio o respeto?”, preguntaba Amadou, uno de los cinco jóvenes de Gambia que quedaron fuera del centro de acogida el pasado sábado por la tarde. “Tenemos estudios, hablamos idiomas: lo único que queremos es una vida mejor”.

Cuando Meloni y Von der Leyen llegaron a la mañana siguiente, la mayoría de las personas habían sido trasladadas fuera de la isla a centros en Sicilia o en la Italia continental. La zona alrededor del centro de recepción, que recorrieron durante unos 10 minutos, estaba impecable.

“Realmente no vieron nada de la inhumanidad”, dijo Mariangela Greco, propietaria de un hostal. “Tampoco entienden los problemas con los que tenemos que lidiar los lugareños”.

Los residentes empatizan con los recién llegados: se han organizado para proporcionar ropa y alimentos, con restaurantes que ofrecen comidas y una anciana que cocina para la gente en su casa.

Sin embargo, tienen la sensación de que sus propios problemas, como el mal estado de las carreteras, la deficiente gestión de los residuos y la falta de una unidad de maternidad en el hospital, son ignorados y se ven obligados a hacer frente a una emergencia que no da señales de ir a menos. Siguen llegando personas: más de 700 desde el lunes.

Greco es uno de los lugareños que han protestado por temor a que la isla se convierta en una “ciudad de tiendas de campaña”, sobre todo después de que el Gobierno de extrema derecha de Meloni aprobara el lunes por la noche una medida que faculta a las autoridades a retener en centros de acogida durante 18 meses a las personas a las que se deniegue el asilo.

En contra de la política de Meloni

“Creemos que quieren instalar tiendas de campaña para 3.000 personas; no lo permitiremos”, señala Greco. “La isla es demasiado pequeña para algo tan grande y lo arruinará todo: sobrevivimos del turismo y de la pesca, pero sobre todo del turismo”.

Tras la catástrofe de 2013, se temía que los turistas dejaran de venir. Sin embargo, el número de visitantes ha aumentado, se han abierto nuevos hoteles en los últimos años y hay más vuelos a la isla.

En los últimos días, las playas seguían llenas. “Me sentía culpable comiendo mientras veía a gente hambrienta”, afirma Elena Previtali, mientras disfruta del sol de última hora de la tarde en una playa situada a pocos metros de un puerto al que siguen llegando migrantes. “Es una situación desesperada que está mal gestionada”.

Su marido. Alessio, comenta que tras las devastadoras inundaciones en Libia y el terremoto en Marruecos, habrá “otra oleada de personas desesperadas que llegarán a Europa”.

“No existe una varita mágica para resolver la situación”, afirma: “En cualquier caso, es una cuestión que afecta a Europa, no sólo a Italia”.

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