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Opinión - Ni liderazgo ni autoridad. Por Esther Palomera

Llaves rotas para entrar en Europa

  • Este reportaje forma parte de la revista Refugiados, un nuevo monográfico de eldiario.es

Cuando Fatima llegó, su dinero aún servía para cumplir con los requisitos exigidos para ser siria y pisar territorio europeo de forma legal. La guerra ya había empezado pero, dice, todavía era pronto. Cuando solicitó un visado temporal en la embajada española en Kuwait, los sirios aún no eran “los refugiados”, “los que se querrán quedar”, no tenían por qué ser aquellos que dicen que volverán y en realidad no lo harán. Su regreso aún no se asumía imposible. Todavía podía llegar a pasar como una turista más con capacidad económica para gastar en España. Su viaje todavía interesaba.

“Pedir la visa en la embajada de España era más fácil, porque antes muchos sirios y kuwatíes iban de vacaciones al sur de Europa”, explica Fatima en una cafetería de Madrid. Pero ella no quería hacer turismo, solo quería escapar antes de que fuera tarde. Con la misma visa Schengen con la que años antes disfrutó de un crucero por las islas griegas, aterrizó junto a su marido y sus dos hijos en territorio europeo. Esta vez era para quedarse: resultaron ser unos de esos refugiados, aquellos que decían que volverían y en realidad no lo harían. Resultó que su regreso sí era imposible.

Aunque debían negarlo. Acudieron a la embajada de Kuwait, donde su esposo contaba con una residencia legal que, tras la pérdida de su empleo, estaba a punto de expirar. Debían decir que pretendían visitar la costa española y demostrar una vida próspera bajo el aval de recibos bancarios cargados de ceros, en vez de reconocer el verdadero motivo de su viaje: “Evitar que los niños crecieran entre el sonido de las bombas”. Lo lograron. La llave para entrar en Europa era suya.

El problema llegó para los sirios cuando se convirtieron en “refugiados”. Según la Agencia de los Derechos Fundamentales de la UE (FRA), es casi imposible que una persona que huya de la guerra o de la persecución por motivos de su orientación sexual, su religión o su ideología, pueda viajar legalmente a la UE. Es entonces cuando las llaves empiezan a romperse. En el caso de Siria, en 2010, cuando aún la guerra no había comenzado, la UE concedió 30.000 visados para entrar en el espacio Schengen desde consulados de este país. En 2013, tras dos años de conflicto, no entregó ninguno, según datos recogidos por la FRA.

Era verano de 2013 cuando la primera de las hermanas de Fatima decidió que no podía esperar más. El grupo terrorista Estado Islámico había llegado a su ciudad. Ella era la directora de un colegio armenio. Debía salir de Siria. Pero era tarde. A los ojos de Europa ya se habían convertido en “los refugiados”, “los que se querrán quedar”. Esos a los que (al menos hasta el acuerdo UE - Turquía) la Unión Europea no tendría más remedio que acoger en cuanto sus pies tocasen suelo comunitario. Los que dejaron de interesar.

Su dinero ya no servía para obtener una visa; sí para financiar otros “privilegios”. “Tenía miedo, pero era morir en Siria o coger un barco. En esa segunda opción existía una posibilidad de vivir”. Fatima baja la voz para matizar sus palabras. “Ella lloró, tenía muchísimo miedo, sí. Pero tienes que pensar que el dinero de una persona permite elegir una barca con seguridad: 10%, 30%, 60%, 80%... La persona pagará por sobrevivir, por la seguridad”.

Fatima dormía cuando recibió el mensaje que le mantuvo en vela toda la noche. “Estamos en una isla, no sabemos dónde. No tenemos agua ni comida, y no hay nadie. No sabemos qué hacer”. Era su hermana. Fatima, desde Madrid, sin saber qué hacer, le pidió su localización. Desde una zona rocosa que parecía desierta, Marian –de 60 años– consiguió enviar su posición en un mapa a través de Whatsapp. Estaban en la isla de Symi, Grecia. El traficante que les trasladaba los abandonó. Desde su casa de Alcobendas, Fatima llamó a Acnur, que consiguió avisar a los guardacostas. Hoy su hermana vive en Suecia.

Una visa, una reagrupación familiar más flexible con posibilidad de extenderse a los hermanos o un visado por motivos médicos (su marido sufre Parkinson) podrían haber ahorrado un periplo que tampoco impidió su llegada a Europa. Pero no. “Mi hermana fue a Europa como cuatro veces antes de la guerra: fue a España, a Suecia, a Bélgica… Pero, cuando ella decidió que no podía seguir más tiempo en Siria, no lo intentó porque sabía que ya no había visa”, repite.

Fatima llega a mostrarse comprensiva con la política fronteriza europea. Hasta que piensa en ella. Anna, su sobrina tiene las uñas mordidas porque sabe demasiadas cosas que no debería saber. No ahora, no ya, no así. Tiene siete años y sabe diferenciar tipos de armas, es consciente de dónde hay guerra, dónde no, qué lugares son seguros hoy y cuáles no lo serán mañana. Cuándo hay que salir corriendo de casa, y cuándo los estruendos de las bombas no deberían preocuparle. Fatima habla con ella por teléfono desde Madrid y escucha de fondo el sonido del que ella escapó años atrás. Y piensa que hay que hacer algo, lo que sea, que alguien debería traerla. Que ella está en España y su sobrina Anna está en Siria. Que cómo es tan difícil. Pero posa sus pies sobre la tierra, sobre España, sobre la Unión Europea, y repite otra vez: “Ya es imposible llegar de forma legal”.

El primer obstáculo para aquellos que huyen de una guerra aparece en su intento de acudir a las embajadas europeas. Por seguridad o por razones políticas, los estados miembros suelen cerrar sus dependencias diplomáticas en los países en conflicto. Las propias consecuencias de la guerra aumentan las dificultades para salir del lugar de origen a la vez que incrementan el riesgo de permanecer en él.

Es entonces cuando empieza el círculo vicioso. Refugiados intentan pedir asilo en una embajada y, o no existe tal, o el acceso es complicado. Cuando está demostrado que un país está sufriendo una crisis humanitaria que empuja el éxodo, aunque las dependencias diplomáticas estén operativas, sus puertas suelen estar cerradas para ellos: salvo excepciones, no pueden pedir asilo desde allí, los visados por razones humanitarias son limitados y, sus criterios, arbitrarios.

Primero, se ven empujados a acudir a las pequeñas mentiras para intentar viajar por la vía habitual, que no contempla las necesidades especiales de un solicitante de asilo: pasar por turistas con el objetivo de, al llegar a territorio europeo, pedir protección. Otra opción es solicitar la documentación en los consulados de un país vecino, aunque para ello deben residir en él de forma legal.

De esta intentona, por lo general, se caen aquellos procedentes de los países considerados “sospechosos” y las personas que no tienen el dinero suficiente para aparentar un viaje de vacaciones. Pero cuando la crisis es más pronunciada –una guerra o un país considerado pobre– el visado de turismo se complica. Es entonces cuando tampoco vale el dinero, cuando el viaje no interesa.

“Un visado de estancia temporal sirve para cruzar la frontera y, una vez aquí, ya puedes pedir el asilo. Pero su aprobación es absolutamente arbitraria por parte de los consulados. El parámetro consiste en asegurarse de que van a volver y, precisamente, la sospecha de que vayas a pedir asilo es un motivo para que no te lo den”, aclara Francisco Solans, letrado experto en Extranjería. “Por eso, en general, los subsaharianos tienen aún más difícil conseguir un visado de turista”.

Porque ellos, a diferencia de los sirios, siempre han sido “los que se querrán quedar”, aquellos que dicen que volverán y en realidad no lo harán. Sobre la población subsahariana siempre ha pesado la sospecha. Su acceso legal se complica mientras las autoridades se escandalizan ante las llegadas irregulares y exigen mano dura para evitarlas. La Agencia Europea de los Derechos Fundamentales recuerda que, después de estar abocados a emplear la vía clandestina, los solicitantes de asilo acaban siendo víctimas de actuaciones policiales contra la migración ilegal.

La frontera española es un buen reflejo de esa bipolaridad. Las personas de raza negra no pueden acercarse a las oficinas de asilo de Ceuta y Melilla. Cuando saltan la valla, son devueltos de forma automática. Sin preguntar de dónde vienen, si huyen, cuál es el motivo que les mueve a saltar una triple alambrada de seis metros de altura. Como si ellos nunca pudieran ser “esos refugiados”.

En palabras del ministro del Interior en funciones, Jorge Fernández Díaz: “Los que intenten entrar ilegalmente a España, a la UE y al espacio Schengen a través de los perímetros fronterizos de Ceuta y Melilla no son personas que en principio tengan derecho a esa petición de asilo”. ¿Por qué? Porque existen unas oficinas para pedir protección de forma regular y es ahí donde deberían solicitarlo, argumenta. Pero no tienen acceso, responde el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). De nuevo en el círculo sin sentido.

Para cortarlo, agencias de la ONU, instituciones europeas y ONG especializadas en migración llevan años solicitando la apertura de vías legales de entrada a Europa que contemplen las necesidades específicas de los solicitantes de asilo. “El objetivo es evitar que la gente se meta al mar o caiga en manos de las mafias. Y la base de todo está en la voluntad política, porque las soluciones ya existen”, afirma María Zabala, oficial de Protección de Acnur en España.

Los mecanismos existen

Según Acnur, Alemania entregó visados humanitarios a cerca de 22.000 sirios gracias a acuerdos de patrocinio privado. Los viajes permitidos a través de becas de estudios no llegan a los 1.200 en toda la UE. El año pasado la red de consulados españoles entregó un total de 3.578 visas de turista a sirios, según el Ministerio de Exteriores. Los 28 se comprometieron en julio de 2015 a reasentar a un total 22. 504 refugiados desde países de vecinos desbordados, como Turquía, Líbano o Jordania. A fecha de 19 de mayo de de 2016, han llegado 6.321 personas a través de este mecanismo. Las personas en necesidad de protección pueden acceder a territorio español a través de los puestos fronterizos de Ceuta y Melilla, aunque antes deben sortear de forma irregular el control marroquí. Los mecanismos están, aunque obstaculizados y poco aplicados. Sobre todo para quienes no son sirios.

Y pasa lo que pasa. Más de un millón de personas llegó a territorio europeo en 2015 a través del mar. Cerca del 80% procedía de los diez países desde donde parten más refugiados. 3.771 personas murieron en el intento. Aquellos que huyen encuentran en las redes de tráfico de personas las llaves para abrir las puertas cerradas por las autoridades europeas. Esas “mafias”, contra las que dicen luchar los gobernantes, aumentan su demanda a medida que el blindaje se refuerza. “El hecho de que las oportunidades para entrar en la UE legalmente estén limitadas lleva a muchas personas en necesidad de protección a recurrir a las redes de contrabando para intentar ponerse a salvo o reunirse con sus familias, jugándose la vida y la integridad física”, concluye la FRA.

Entonces, un barco de 700 personas se hunde o una fotógrafa capta una dolorosa imagen convertida en icónica. Y la “vergüenza” resuena, las cumbres se aceleran y los discursos de indignación se atropellan. La cantinela de las vías legales de entrada regresa tan rápido como se desintegra.

Hasta que la UE optó por dejar de llorar y utilizar el plan de reasentamiento para castigar a quienes llegan a las islas griegas de forma irregular. El acuerdo entre Bruselas y Ankara firmado en marzo ampara las devoluciones de todos los solicitantes de asilo a territorio turco. Como método de “compensación”, los estados miembros se han comprometido a acoger a un refugiado sirio por cada sirio retornado hasta alcanzar el máximo de 72.000 personas. La persona devuelta, a modo de escarmiento, ocupará el último puesto a la hora de acceder a los traslados legales a países europeos.

En agosto de 2015, otra noticia acongojó a las autoridades europeas. 71 refugiados murieron asfixiados en un camión frigorífico en Austria. Algunos pretendían reencontrarse con familiares. Los especialistas recuerdan que una buena parte de las personas que viajan de forma clandestina a Europa lo hacen impulsados por el deseo de reunirse con sus seres queridos. A ello se suma la separación accidental de miles de familias durante la travesía migratoria, lo que deriva en la multiplicación de los desplazamientos irregulares por la Unión Europea. La reagrupación familiar es la vía legal para solucionarlo. Acnur pide la flexibilización de los requisitos y la ampliación de los miembros que pueden acogerse a este mecanismo para los solicitantes de asilo.

Viaje a Suecia... y vuelta

Casi toda la familia de Fatima está en Suecia y allí es donde ella tenía pensado llegar. Allí es donde su avión aterrizó gracias a la visa expedida en la embajada española. Entonces no sabía de la existencia del reglamento de Dublín, la normativa descrita con desprecio por cada refugiado, que obliga a solicitar asilo en el primer estado miembro que pise o aquel que aprobó la visa Schengen. Después de tres meses viviendo junto a decenas de familiares, tres meses en los que sus hijos ya acudían a la escuela y empezaban a asentarse, fueron devueltos a España y de nuevo a empezar.

Han pasado cuatro años y Fatima ya ha abandonado con resignación su deseo de reunirse con sus familiares en Suecia. Tras una larga jornada de trabajo, se ríe describiendo a Mohamed, su hijo mayor que “grita como un español”. Mira la foto de Hala, la pequeña, que “baila en un grupo de danza africana” y “ahora adora España”. Pero no se rinde cuando piensa en su sobrina. Con ella, no. La niña no puede acogerse a la reagrupación familiar porque está con sus padres, que siguen buscando la forma de sacarla de allí. Ambos descartan hacerlo por mar. Con su hija, no.

Las opciones se agotan. Fatima vuelve a hablar con ella por teléfono, vuelve a escuchar el estruendo de fondo. Y desde Damasco, mientras muerde sus uñas, su sobrina le dice otra vez que no pasa nada, que el sonido “está lejos”. Su tía se va un día más a la cama en Madrid pensando en cómo. En cómo podría hacerlo, porque tiene que hacerlo. Sus pies vuelven a despegarse del suelo: “Anna no puede crecer allí”. No ahora, no ya, no así. Las llaves están rotas, pero buscará la manera.