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La lucha de las niñas indias contra un “sí quiero”

Rafa Gassó

Andhra Pradesh (India) —

“Si no me ayudáis me…”. La traductora interrumpe su relato e indica sutilmente que más tarde, en privado, terminará de desvelar el contenido de la angustiosa carta de socorro que Subhasini, una niña de 13 años, escribió a la Fundación Vicente Ferrer cuando apenas cumplía 12 primaveras y un posible marido de 35 la pretendía. Estamos en Kalagueri, una remota aldea perdida en algún lugar de Andhra Pradesh -uno de los estados más deprimidos de India, donde una de cada dos niñas menores de edad (55%) es entregada en matrimonio-, y la familia, que nunca supo que Subhasini amenazó con suicidarse, permanece muy atenta a la conversación.

Los 47 ºC de calor seco y la misiva a mitad traducir, ferozmente desgarradora y brutal para estar firmada por una cría, hacen de la construcción de adobe en la que se desarrolla el encuentro un paisaje irreal. Pero es tan real como un país que concentra cerca del 40% de las bodas infantiles que se celebran en todo el mundo, pese a que el mismo subcontinente las prohibiera en 2006.

La historia de Subhasini, la de muchas otras, comienza con una madre fuera de juego enferma de depresión, un padre que desaparece del mapa sin dejar rastro y unos abuelos que piensan, como el resto de vecindario, que si casan a la niña ésta no quedará sola y desprotegida cuando ellos mueran. Son dalit, saben bien lo que significa pertenecer a la casta de los Intocables en un entorno de extrema pobreza. Y un viudo padre de dos hijos que se ofrece a perdonar la dote a la niña a cambio del “Sí, quiero” no suena a peor solución si es que, además, son los terratenientes de castas altas lo que se ofrecen y apresuran a organizar por todo lo alto la ceremonia.

Un evento que es paralizado antes de la pedida de mano: la niña ha tomado nota en las charlas de concienciación que la Fundación brinda sobre terreno y sabe dónde acudir, a quien llamar, pese a que tres meses después el pretendiente vuelva a la carga con amenazas que caerán en saco roto con la nueva legislación india. Esta establece que un menor podrá pedir la nulidad del enlace al alcanzar la mayoría de edad, obligando al mantenimiento de la mujer hasta que vuelva a casarse. Pero si el contrayente, además, es mayor de edad, podría ser condenado a dos años de cárcel y a una multa de cien mil rupias (unos 1.250 euros). Subhasini ha tenido suerte. No es el caso de Chinnadevi, otra niña de su misma edad. También de su misma casta.

Casada por dinero

Hija de un padre alcohólico que desaparece de casa por temporadas, sigue siendo la madre de Chinnadevi, a día de hoy, la que sustenta a la familia trabajando en el campo mientras se expone a unas temperaturas tan elevadas e insoportables, que podrían justificar que cualquier medio es válido para evitar el fin que nadie desearía para su hija. Ante ese panorama, la figura de la abuela –máxima autoridad en la jerarquía familiar india-, su abuela, decidió, otra vez, que lo mejor que podía hacer por su nieta era casarla. Cerciorarle una seguridad económica futura que jamás tendría en casa y ahorrarle, también –quizá, es posible-, alguna deshonra poco infrecuente que, de suceder, la condenaría a la soltería en vida con toda seguridad. Todo ello lo decidió hace dos años, cuando Chinnadevi tenía 11.

Le buscó un posible marido y encontró un pretendiente 28 años mayor que la niña, de 39, cuya mujer se había fugado con otro. Era perfecto. Él no sólo le perdonaría la dote a la chiquilla, sino que a ellos les compraría una casa y les daría dinero.

Pese a la intervención de nuevo de la Fundación Vicente Ferrer, que detectó el caso sobre terreno, la abuela continuó con los preparativos sin hacer demasiado ruido y una tarde, al regresar la niña del colegio, se celebró la boda a escondidas, apenas con la abuela y unos pocos testigos presidiendo el nefasto plan en un templo cercano. Les amparaba la noche cerrada. Horas después, en el lecho de bodas, como sucede en tantos lugares del mundo, el marido exigió lo que consideraba sus “derechos cnyugales” y ahí empezó para Chinnadevi la verdadera pesadilla.

La niña, de profunda expresión madura, mira a su madre -de gesto compungido y ojos muy abiertos-, de soslayo y con ternura, y asiente despacio, mirando a los ojos con contundencia. No cuesta imaginarla resistiendo con las mismas dosis de miedo, fiereza y determinación ante los deseos sexuales de un hombre que en este lugar del planeta podría ser su abuelo. No ceder, resistir hasta caer al suelo del último golpe de una paliza desmedida, tan sanguinaria y cruel, que la abuela, de visita tres días después a la ‘suite nupcial’, al encontrarse con una chiquilla muy malherida y muy temblorosa, decide llevársela de vuelta al hogar familiar.

Una pesadilla sin fin

Los testigos, pero también la aldea entera -enterados del caso-, exigen entonces que la niña regrese con el marido. Cuestión de costumbres, de ‘decencia’. Él por su parte, y también su familia, no aceptan ni la anulación ni la ilegalidad de la boda. Chinnadevi, que sólo ansiaba estudiar, recuerda llorar “mucho”. Así que esta vez, la abuela, consciente del error, decide abrir las puertas para evitar que su nieta vuelva con el marido y la Fundación entra de lleno en el caso.

Después de dos fallidas reuniones, casi tribales, con toda la gente del pueblo en torno a un encuentro extraordinario y de formas solemnes, en las que ni se acepta ni contempla la opción del divorcio, llega una tercera en la que la Fundación, con la ley en la mano, recuerda que es ilegal que él estuviera casado y con hijos con anterioridad a la boda. Ingresan a la niña en un colegio internado y llegan los 15 días de vacaciones escolares. Y con ellos, también, el padre desaparecido, la segunda parte de la pesadilla, quien al enterarse de toda la historia decide ir a buscar al esposo… para emborracharse junto a él y volver a casa de la abuela, de la niña, de la madre, a gritos, con la intención de devolver a la niña con el marido. Sin mucho éxito, por fortuna.

Después de llegar a un acuerdo con el ya ex marido, por el que deberá indemnizar a Chinnadevi con 10.000 rupias (125€), en concepto de todos los daños causados, éste decide retar a la abuela y a la niña cinco días después; y una vez más, borracho y amenazante. No piensa pagar. Sin embargo, son ahora los propios testigos los que quieren denunciar y el jefe de la policía, sometido a presión, logra saldar el asunto con una multa de 8.000 rupias que el marido, en esta ocasión, sí pagará.

Otra realidad posible

El dicho popular de India reza que “Todo es posible”, incluso los finales felices. Hoy, la Fundación Vicente Ferrer se hace cargo de la comida y manutención de una y a otra, y ambas pueden estudiar internas en un colegio público.

Subhasini quiere ser profesora y dar clases en su aldea, si es que consigue ser funcionaria y no la destinan fuera, advierte consciente de los azarosos designios de la burocracia universal. Le encantaría dar clases de refuerzo de matemáticas, inglés y telugu –la lengua local de Andhra Pradesh-, a los más rezagados. Dice que disfruta leyendo y no bailando, como su hermana pequeña -señala risueña-, y aprendiendo a cocinar con su abuela.

Su plato estrella es la “salsa de tomate”, el mismo que el de Chinnadevi, curiosamente, quien amplía su carta de especialidades al “arroz” y a las “lentejas”. Pasar el tiempo frente a los fogones, jugar con la hija de su cuñada –tiene un hermano que está aprendiendo el oficio de albañil-, con las amigas que van a su casa a visitarla o ver la tele, es lo que más le gusta cuando llega del colegio en vacaciones. Quiere ser bióloga, asegura sin dudarlo. Sabe, como Subhasini, a quien no conoce, que otra realidad es posible.