Umm Hadi lleva tres semanas viviendo una pesadilla repetida. Hace 12 años, los soldados sirios detuvieron a su hijo mayor en un paso fronterizo entre Siria y Líbano, y ahora le ha vuelto a ocurrir. El pasado 7 de octubre las fuerzas gubernamentales sirias arrestaron en el paso fronterizo de al Dabbousiya a su hijo menor, Hadi, mientras trataba de regresar a Siria para reunirse con su familia huyendo de los bombardeos israelíes en el Líbano.
Sentada en un campo de refugiados del noroeste de Siria, una zona controlada por la oposición al régimen de Bashar al Assad, Umm Hadi está angustiada. “Estamos aquí sentadas, aguardando para enterarnos de su destino”, dice. Hadi envió a su familia de vuelta a Siria cuando empezaron a caer las bombas israelíes. Él no quiso regresar porque su pueblo estaba en territorio controlado por el Gobierno y le daba miedo. Hasta que los bombardeos israelíes se intensificaron hace dos semanas y el temor al régimen fue sustituido por el terror de no volver a ver a sus hijos. Entonces decidió que también él haría el viaje de regreso a Siria.
“No estaba metido en nada, solo era un trabajador que trataba de alimentar a su familia”, asegura la mujer. “Me aterroriza perderlo a manos del régimen también a él, como a su hermano”.
Hadi y su familia llevaban más de diez años viviendo en Líbano, igual que los 1,5 millones de refugiados sirios que buscaron amparo en el país vecino tras el inicio del conflicto en 2011. En octubre, los bombardeos israelíes contra Líbano invirtieron el flujo de refugiados empujando a unas 460.000 personas, en su mayoría mujeres y niños, a volver a través de los caóticos y abarrotados pasos fronterizos, según datos de la ONU.
Sobornos y detenciones
Aproximadamente, el 70% de los que han cruzado la frontera entre Líbano y Siria son sirios. A ellos se suman los civiles libaneses (casi todos procedentes de los bastiones de Hizbulá en el sur de Líbano y en el valle oriental de la Bekaa) que viajan en busca de seguridad al país vecino aún aquejado por la crisis económica, las divisiones y la violencia.
Para muchos de los sirios que regresan a sus hogares tras años de exilio, el viaje de vuelta es peligroso. En los pasos fronterizos y puestos de control en zonas del régimen de Al Assad se han denunciado desapariciones, interrogatorios, detenciones, reclutamiento forzoso, sobornos, palizas y acoso a los refugiados que vuelven. Según la Red Siria por los Derechos Humanos, se han documentado al menos 23 casos de refugiados sirios detenidos y encarcelados por las fuerzas gubernamentales cuando trataban de cruzar de vuelta al país.
Miles de sirios retornados que temen demasiado al régimen o que no tienen nada a lo que volver en sus ciudades, pueblos y aldeas de origen, tienen que abrirse camino a través del territorio controlado por el Gobierno para intentar llegar a las zonas aún en manos de la oposición en el noroeste del país.
Asriya Awad es una de las mujeres sirias que lo logró. Con 80 años y tras un viaje de diez días que comenzó en Líbano, ella y 11 miembros de su familia consiguieron llegar a la ciudad opositora de Idlib. “Llevábamos diez años viviendo en Líbano, pero tuvimos que marcharnos porque los misiles caían encima de nosotros”, explica Asriya. “Nos fuimos sin coger nada. Las mujeres y los niños de nuestra familia cuzamos por [la aldea siria de] Jusiyah y allí vi con mis propios ojos cómo el personal de seguridad de la frontera agredía a los hombres jóvenes, haciéndolos bajar de los autobuses y deteniéndolos”.
“Detuvieron a mi nuera y a sus hijas, y tuvimos que pagar otros 1.000 dólares para que las liberaran; nuestro pueblo está bajo control del régimen y nuestra casa ha sido destruida”, agrega la mujer. “De camino hacia aquí, los soldados se llevaron a un joven de nuestro pueblo, así que tuvimos que huir a los campos de Idlib porque no era seguro volver”.
Tras un viaje peligroso y desesperado desde Líbano, Farid Suleiman y su esposa, Haifaa Salal, también lograron abrirse camino en territorio sirio hasta llegar a Idlib. “Tenemos siete hijos y no queríamos regresar a Siria, pero no teníamos adonde ir porque en los refugios de Líbano no nos aceptaban”, relata Farid.
Tras sobrevivir a múltiples bombardeos en Líbano, Farid y Haifaa primero intentaron cruzar con su familia por el paso fronterizo de Masnaa, pero los guardias les golpearon cuando no pudieron mostrar los documentos apropiados, destruidos durante un ataque israelí.
Después, se vieron forzados a pagar a contrabandistas para cruzar la frontera, pero los israelíes bombardearon la carretera cuando intentaban pasar al otro lado: “Los cristales volaban hacia mis hijos y casi los matan”. Cuando por fin consiguieron entrar en Siria, explica Farid, en un puesto de control lo bajaron del autobús y lo arrestaron. Haifaa Salal tuvo que entregar sus joyas a los soldados para que lo liberaran.
“En todos los pasos fronterizos y puestos de control la situación es terrible por la intimidación y los chantajes”, asegura. “Nada me aterrorizaba más que el miedo a la detención de mi marido, pero para las mujeres [que viajan solas] es muy complicado; vimos cómo obligaban a tres mujeres a bajar de los autobuses y eran llevadas por soldados que no regresaron”.
Volver a un país en ruinas
Pese a haber sobrevivido a las bombas y a los controles, las perspectivas para muchos de los refugiados que buscan amparo en Idlib son funestas. Según la ONU, al menos 4,1 de los 5 millones de personas que viven en el noroeste de Siria dependen de la ayuda humanitaria para satisfacer sus necesidades básicas. Además, 1,9 millones de personas viven en campamentos y asentamientos provisionales.
“Desgraciadamente, el sufrimiento de los que huyen de los bombardeos y cruzan a Siria no termina con el paso de la frontera”, asegura Rula Amin, portavoz de la agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR). “Una nueva emergencia humanitaria se está produciendo en el destino final, donde la mayoría llega sin recursos o con recursos muy limitados”, explica. “Están regresando a un país asolado por 12 años de conflicto, con inflación, con las infraestructuras destruidas, las casas destrozadas y una crisis económica. Hay más de 7,2 millones de sirios desplazados dentro del país”.
Farid no sabe adónde ir. “Soy de un pueblo de Maarat al Numan que está bajo control del régimen sirio y no puedo regresar porque me buscan para el servicio militar obligatorio”, dice. “No tenemos casa, refugio, ropa, ni comida, ¿qué podemos hacer ahora?”.
Traducción de Francisco de Zárate