ENTREVISTA

Luis Pizarro, investigador y premio Princesa de Asturias: “Las personas pobres no son objetivo de la investigación farmacéutica”

A veces, la innovación pasa por crear un medicamento con sabor a fresa. Hasta hace poco tiempo, las únicas formulaciones disponibles para bebés y niños con VIH eran amargas, con un alto contenido de alcohol y requerían refrigeración. La Iniciativa Medicamentos para Enfermedades Desatendidas (DNDi) se puso manos a la obra y desarrolló un tratamiento de fácil administración y más agradable para los pequeños.

Lo mismo hizo con la “enfermedad del sueño” transmitida por la mosca tse-tsé: junto a sus socios, la organización descubrió con éxito un fármaco, el fexinidazol, y lo convirtió en el primer tratamiento totalmente oral para esta enfermedad parasitaria. Antes, el único remedio disponible era un derivado del arsénico que mataba al 5% de los pacientes.

Así hasta 12 tratamientos para seis enfermedades mortales en 20 años de historia. Esta labor ha sido reconocida con el Premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional 2023, que será entregado a la organización el próximo octubre. Luis Pizarro, director ejecutivo de la iniciativa, explica en una entrevista con elDiario.es cómo trabajan y los principales logros desde su fundación por parte de varias instituciones, entre ellas Médicos Sin Fronteras, que dedicó una parte de los fondos del Premio Nobel a explorar un modelo nuevo y alternativo para investigar las enfermedades desatendidas. ¿La mayor conquista? “Haber demostrado que existe una manera diferente de hacer investigación y desarrollo a la tradicional, basada en el lucro”, dice el médico chileno-francés y experto en salud global.

¿De qué hablamos cuando hablamos de enfermedades desatendidas u olvidadas? 

La OMS lanzó este concepto hace ya más de 20 años. Nosotros insistimos en que, más que las enfermedades, los que son desatendidos son los pacientes porque son enfermedades que afectan, en la gran mayoría de los casos, a personas que viven en regiones aisladas y de bajos recursos, y que están expuestas a parásitos, virus o bacterias, por las condiciones precarias en las que viven.

Son desatendidas primero por los sistemas de salud, que no son muchas veces capaces de llegar hasta estas regiones, pero, sobre todo, por un sistema de investigación y de desarrollo de medicamentos que está principalmente basado en el lucro. Es decir, lo que impulsa a un laboratorio farmacéutico hoy día a desarrollar un remedio es la hipotética ganancia que va a poder obtener. Y lamentablemente, las personas que no tienen hoy día los recursos para poder comprar esos medicamentos no son el objetivo principal de esa investigación.  

¿Hasta qué punto son una cuestión de personas empobrecidas? ¿Qué vínculo hay con la pobreza?

Lo primero es la vulnerabilidad de estas personas hacia este tipo de enfermedades. Por ejemplo, al no tener acceso a agua potable –si la higiene es difícil de mantener, las enfermedades infecciosas se transmiten– o al ir descalzas. Todo eso está ligado a las condiciones muy difíciles que tienen. Lo segundo es que no representan un objetivo interesante para los que quieren ganar dinero, porque ellos no van a ser los primeros en comprar estos remedios. Es una doble pena, de alguna manera.

¿Cuántas personas mueren al año por este tipo de enfermedades?

Hay una diferencia entre lo que se llama enfermedades desatendidas y las enfermedades huérfanas o raras. Estas últimas, en términos de volumen, son muy pocas. Entonces, cuando se hace desarrollo aquí es más para no dejar a nadie de lado. Las enfermedades desatendidas, en cambio, afectan hoy día a más de 1.500 millones de personas en el mundo, es decir al 20% de la población mundial. Es enorme. 

Hay algunas que son letales. Por ejemplo, la enfermedad del sueño, la mosca tse-tsé que transmite un parásito que se llama tripanosomiasis y que evoluciona en el cuerpo hasta llegar al cerebro y la gente cae en coma y muere. Es una enfermedad letal para la que no se tenía tratamiento hasta finales del siglo XX. El único que existía era un producto que venía del arsénico, que se inyectaba y hacía pedazos las venas de los pacientes y uno de cada 20 se moría del tratamiento. Tratar de desarrollar un tratamiento para esa enfermedad fue justamente uno de los primeros objetivos cuando se creó la organización hace 20 años. Hemos logrado sacar un tratamiento que es una pastilla que se toma una vez y esperamos eliminar esta enfermedad con esto. 

Hay otras enfermedades como la leishmaniasis cutánea, que crea heridas enormes en la piel que llevan a estigmas sobre ellas y problemas de salud mental. No es que la gente se muera, pero los impactos psicológico y social también son grandes. Así que hay diferentes tipos de impacto.

¿En qué consiste el trabajo de la iniciativa?

Todo el trabajo que hacemos empieza por el paciente. El resultado de esta investigación, antes que nada, tiene que traer una solución y cambiar la vida de los enfermos. Si no, no tiene sentido. Hay que entender cuáles son las necesidades de estas personas. Es el caso que comentábamos de la enfermedad del sueño, era importante que el tratamiento fuera una pastilla. Hay que pensar también en la logística, porque hablamos de algunos lugares en los que hace mucho calor y humedad. Hay que tener también un tratamiento que sea resistente a estas condiciones y que sea fácil de transportar hasta el lugar donde están los enfermos. 

Después hay que sentar en la mesa a los diferentes actores con los cuales vamos a trabajar. Para la enfermedad del sueño trabajamos con el laboratorio farmacéutico Sanofi. Les pedimos que nos dejaran mirar su biblioteca de moléculas químicas, que pueden ser futuros medicamentos. La miramos hasta encontrar la que parecía más prometedora y la que teníamos ganas de investigar más allá. Hay que buscar también a quienes pueden poner recursos financieros. En este caso, por ejemplo, la Fundación Gates fue muy importante y algunos países como Inglaterra contribuyeron financieramente.

Hay que buscar también actores académicos y científicos. Trabajamos mucho con el Instituto de Salud Pública en Congo y con académicos en Europa para poder hacer esta investigación. A partir de ahí, empezamos primero los ensayos en el laboratorio, luego en animales y luego en humanos, en terreno, una vez que sale este remedio. Hay que pasar por los entes reguladores, registrarlo, comprobar su calidad y a partir de ahí, con la OMS, asegurarse de que llegan al país y a los pacientes. Es un recorrido bastante largo de diferentes etapas y para nosotros es importante que contribuyan todos los actores que tienen algo que aportar –el sector público, el privado, el académico– y nosotros jugamos un papel de coordinación para hacer que esto funcione. 

Las enfermedades desatendidas afectan hoy día a más de 1.500 millones de personas en el mundo, el 20% de la población mundial

Han desarrollado 12 tratamientos para seis enfermedades, entre ellas la enfermedad del sueño y la leishmaniasis. ¿En qué otras se han centrado?

Hemos logrado sacar dos tratamientos para la malaria que han sido realmente revolucionarios y un tratamiento para la hepatitis C, que era importante porque existía pero era carísimo, costaba más de 50.000 dólares. Aquí el objetivo fue sobre todo dar un tratamiento mucho más barato, cuesta entre 200 y 300 dólares.

Sacamos también un tratamiento para el VIH / sida en niños. Evidentemente, el VIH no es desatendido, pero en Europa y en Estados Unidos ya casi no hay niños infectados. El problema es que ahora todos los niños están principalmente en África, y justamente, como son niños de familias pobres, ya no representan un incentivo para la investigación de tratamientos adaptados para los niños. Así que junto con Médicos Sin Fronteras y el laboratorio indio Cipla desarrollamos un tratamiento especial para los niños que es fácil de tomar y tiene sabor a fresa. Antes era un tratamiento amargo que no les gustaba. Ahora es mucho más agradable para los niños. 

La organización se vuelca en la parte de desarrollo, pero su propósito también es que los tratamientos sean asequibles y accesibles. ¿Cómo se aseguran de que sea así en lo relativo a la producción? ¿Cómo lo negocian?

El hecho de que el producto de la investigación sea accesible para el mayor número es esencial. Lo que negociamos, antes que nada, desde el inicio –no solo con la farmacéutica, sino de manera general con todos los socios que se suman a estos proyectos– es que el conocimiento científico y los datos que vamos produciendo con toda esta investigación sean accesibles para el mayor número. Solo con el hecho de investigar vas creando un conocimiento que tiene que ser compartido por la comunidad científica y eso es importante.

Después, los medicamentos se producen. Nosotros desde el inicio hicimos firmar a las compañías farmacéuticas un compromiso de que, si lo venden, el precio sea lo más bajo posible para que no represente una barrera en términos de acceso y que, si no lo venden, hagan donaciones pasando por la OMS para que puedan llegar al país. Por ejemplo, en el caso de la enfermedad del sueño, el laboratorio Sanofi dona este medicamento y la OMS lo está haciendo accesible a todos los países africanos que la sufren. Claramente, negociar desde el inicio es fundamental. Tratamos de empujar con mucha fuerza.

Frente al sistema de I+D comercial, promueven el conocimiento abierto y colaborativo.

Sí, lo que se conoce como open science (ciencia abierta). 

¿Cuál ha sido el mayor logro de estos 20 años de su organización? 

El hecho de haber demostrado que existe una manera diferente de hacer investigación y desarrollo a la manera, digamos, tradicional, basada en el lucro. Podemos contribuir con tratamientos nuevos sin tener esta zanahoria delante que es el dinero y el beneficio. 

¿Qué es lo más esperanzador de cara al futuro?

Hoy día lamentablemente no tenemos un tratamiento tan eficaz como el de la enfermedad del sueño para el chagas, una enfermedad que ya está muy presente en España. Ojalá el Premio Princesa de Asturias nos traiga resultados positivos y nos permita movilizar más para poder sacar un tratamiento contra el chagas. 

El segundo desafío es aún más global, el cambio climático, que está teniendo un impacto terrible en las enfermedades infecciosas. El mosquito que transmite el dengue está expandiéndose de manera brutal. Lo tenemos dando vueltas en el Mediterráneo, en países del sur, en mi país, Chile. Y hoy día no existe tratamiento para el dengue y otras enfermedades que va a traer el calentamiento global. Tenemos que redoblar esfuerzos para poder responder a esta urgencia climática y a lo que va a significar en términos de salud. Espero que seamos capaces de reaccionar y sacar remedios, por ejemplo, contra el dengue. 

Espero que la comunidad científica realmente aprenda las lecciones de lo que ocurrió con la COVID-19, que no caigamos en los mismos errores del pasado y que seamos capaces de tener un sistema internacional que tenga en cuenta estas nociones de acceso equitativo para todo el mundo.

¿Cuál es la principal dificultad que se encuentran?

Al ser enfermedades desatendidas, una de las barreras es que no interesan ni a los países donde viven estas personas. Yo soy crítico, por ejemplo, con los países latinoamericanos que no han dado la importancia necesaria a estas enfermedades. Trabajamos mucho con Brasil, Argentina, Colombia y Bolivia o Guatemala, en América Central. Esperamos tener a Chile también, y que países como Perú, Ecuador o México se vayan incorporando poco a poco en esta dinámica regional.

A nivel internacional, los bancos de desarrollo y las grandes potencias internacionales avanzan a veces pensando en la necesidad instantánea que tiene un impacto político inmediato, y no invierten necesariamente en proyecto a largo plazo. Desarrollar un tratamiento contra la enfermedad del sueño nos llevó más de diez años porque la investigación es larga. Lograr mantener un compromiso de todos estos entes financieros en el largo plazo, año tras año, es también un esfuerzo muy importante. 

En tercer lugar, esperar que los laboratorios farmacéuticos entiendan que por un lado está el mercado que ellos tienen y el beneficio que quieren hacer y está muy bien. Pero, por otro lado, está la responsabilidad social que también tienen, y que esperamos los lleve a compartir el resultado de su investigación y a involucrarse cada vez más con organizaciones como la nuestra para avanzar en este campo.

El cambio climático está teniendo un impacto terrible en las enfermedades infecciosas

¿Qué papel juega España en el apoyo a la Iniciativa Medicamentos para Enfermedades Desatendidas?

España fue muy cercana al proyecto. Organismos como Médicos Sin Fronteras, el ISGlobal y el Instituto de Salud Carlos III nos han apoyado mucho. El Gobierno español, a través de la Agencia de Cooperación Internacional (AECID), tuvo un acuerdo con el DNDi en el pasado [desde 2007 a 2012]. Lamentablemente, esto se acabó hace unos años y estamos tratando de retomar esta colaboración. 

Espero que este premio también permita acelerar el proceso de acercamiento y ojalá cuando vayamos a recibir el premio en octubre podamos tener algo mucho más concreto con el Gobierno español y obtener un apoyo político y financiero más fuerte. Este semestre es la presidencia española de la Unión Europea y hemos estado conversando también para ver de qué manera esto puede servir para empujar una agenda iberoamericana de salud.

La vacunación mundial contra la COVID-19 fue un gran logro de la ciencia, pero estuvo marcada por una enorme desigualdad en el acceso. ¿Hasta qué punto el modelo de I+D farmacéutica quedó expuesto? ¿Es el suyo la alternativa?

En todo esto hay que ser humilde, porque es muy complejo. La manera en que la comunidad internacional reaccionó muestra la falta de gobernanza a nivel de salud global. Se creó el Acelerador ACT, con los pilares de diagnóstico, tratamiento y vacunas. Fue un dispositivo de arriba abajo y se le confió a una o dos organizaciones la coordinación con la OMS, que jugaba un rol no muy claro. Se montó en la urgencia y hubo cosas positivas, pero mostró que no estábamos preparados en términos de gobernanza global para responder a una crisis de este tamaño. Así que lo primero es la necesidad de organizarse mucho mejor. Es algo de lo que se está hablando ahora: el tipo de plataforma que va a existir después de la COVID-19 y que permita estar mucho más preparados para la próxima pandemia. 

Nosotros defendemos que tiene que haber una plataforma mucho más inclusiva, con los diferentes actores que tienen algo que aportar. Nosotros, por ejemplo, aportamos en términos de investigación y desarrollo para tener relativamente rápido moléculas que puedan ser probadas en terreno, pero también proponiendo una manera de negociar con los científicos, con laboratorios, para que el tema de acceso esté dentro de los términos de las condiciones que se van a firmar. Pero otros actores también juegan un rol. El trabajo colectivo lleva a los mejores resultados. 

Hay que tener centros de investigación que estén preparados para lanzar rápidamente ensayos. Nosotros contribuimos a la creación de una red de centros clínicos, principalmente en África, pero también en Brasil e India que pudo empezar a probar bastante rápido tratamientos que se esperaban pudieran funcionar para la COVID-19. Esta organización, Panther, va a continuar existiendo para poder hacer estos ensayos clínicos en los países que hasta ahora eran dejados de lado para avanzar en la investigación de, por ejemplo, la fiebre de Lassa o la mpox. En EEUU y en Europa se hicieron ensayos clínicos de inmediato y esto aceleró el acceso a vacunas y tratamientos. Es importante que los ensayos puedan realizarse en todos los países, no solo en los ricos, porque eso también limita mucho el acceso. 

Después a nivel de producción, estamos conversando con colegas africanos, especialmente, pero también con Malasia, Brasil o Tailandia, para ver de qué manera se puede potenciar la producción local y evitar que estos países sean siempre dependientes de la industria, que está muy lejos y que no hacen pasar a estos países de manera prioritaria cuando producen los medicamentos. Hay mucho más que hacer.

El Gobierno español tuvo un acuerdo con nosotros en el pasado. Lamentablemente, esto se acabó hace unos años

De todas las lecciones que dejó la pandemia, ¿qué errores no deberían volver a cometerse? 

La situación de inequidad. Sería realmente un desastre, una falta no solo política, sino también moral, sabiendo que existen maneras de anticipar y de prevenirla. Esperamos que, dentro de las negociaciones actuales del tratado de pandemias, la comunidad internacional introduzca la necesidad de tener condiciones de acceso equitativo para todos.

Después, cuando se trata de invertir en enfermedades infecciosas en países como África, lo que estamos haciendo no solo es ayudar a las poblaciones más desatendidas de esos países, también participamos en la protección de todos nosotros. Lo hemos visto con la mpox, por ejemplo, que es una enfermedad que existe desde hace años en República Democrática del Congo y la encontramos en Europa o en EEUU. La salud global significa que mientras no se haya hecho investigación en África, Asia y América Latina no estamos en ningún lugar a salvo de que pueda ocurrir algo. Es invertir para todos nosotros.