La madre que busca a los desaparecidos de México: “Me siento afortunada: en Europa, las familias de migrantes no pueden ni cruzar la frontera para buscar a sus hijos”

A la mañana siguiente, una caravana iba a empezar su recorrido por buena parte de México en busca de familiares desaparecidos de la mano del crimen organizado. María Herrera Magdaleno creía no poder unirse por no tener dinero suficiente, pero la noche anterior, después de varias vueltas en la cama, decidió acudir al lugar de encuentro con las fotografías de sus cuatro hijos. Quería pedir a los participantes de la marcha que llevaran las imágenes consigo por si alguien los vio, por si alguien sabía algo, por si encontraban a sus chicos, después de buscarlos sin éxito durante dos años y perder sus ahorros en el intento. 

Pero cuando María Herrera llegó, no pudo irse. Se acercó a un hombre con sombrero, uno de los participantes de la caravana: “Aquí traigo mis fotos. Tengo cuatro hijos desaparecidos. Ayúdenme”. A su alrededor la gente empezó a animarla para que se uniese. No podía, dijo ella, no tenía dinero. La gente insistía: no lo necesitaría. “Todo el mundo lanzó una consigna que me llenó el espíritu. Toda la gente gritó: ‘no estás sola’”, describe. “Fue tal el abrazo que le dije a mis hijos: váyanse: yo de aquí no me voy”. 

Y de allí no se fue. Diez años después, María Herrera Magdaleno, fundadora de la red nacional de colectivos locales para enseñar a las familias sobre cómo investigar desapariciones de seres queridos, dice seguir sintiendo ese abrazo que le ha acompañado durante la larga búsqueda de sus hijos, ese grito que le ha empujado a acompañar a otras muchas madres en su misma situación. A abrazarlas y enseñar lo que nunca querría haber tenido que aprender: a buscar a personas desaparecidas, vivas o muertas; a rastrear montes completos en busca de fosas comunes; a manejar el procedimiento de identificación de ADN; a distinguir a través del color del suelo si la tierra podría esconder cuerpos humanos; a unir fuerzas para conseguir las respuestas que las instituciones no les proporcionaban. 

Con el objetivo de apoyar y amplificar el grito de quienes buscan a sus seres queridos viajó recientemente a España para participar en la caravana Abriendo Fronteras, que busca denunciar la situación de los migrantes y refugiados en su intento de llegar a Europa. 

“Busco la forma de hacer sentir ese abrazo, ese grito de no estás sola, a todas esas madres que sienten ese dolor. Siempre lo pensamos y decimos cuando vamos a acompañar a alguien”, dice Herrera Magdaleno a elDiario.es en una de las últimas paradas de la caravana, cuyo recorrido pasó por Melilla, Málaga, Motril, Salobreña, Almería, Níjar, Valencia, Sagunt y Borriana. La mujer, de 73 años, gritó por los fallecidos en las fronteras europeas y conoció la situación de las familias africanas con seres queridos desaparecidos en su intento de migrar a España. 

A su llegada a Valencia, tras una marcha hasta las puertas del Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Zapadores, Herrera Magdaleno se emocionaba al describir su impacto por conocer los detalles de lo ocurrido en la tragedia de Melilla. Sintió, dice, algo parecido a aquella primera caravana que la empujó a unirse a otras mujeres para buscar a los desaparecidos de su país. “Entonces estuve un mes recorriendo el país y, a partir de ahí, me sentí otra. No te imaginas lo que sentí al darme cuenta que no era la única: que había tantas madres con hijos desaparecidos, con las mismas dificultades…  Lo mismo que sentí ahora cuando me di cuenta de esta masacre (la de Melilla). Me dieron ganas de llorar. Porque te trae al pensamiento todo lo que has vivido. Cómo puede ser capaz la gente de ser tan inhumana de no hacer algo para parar esto”, reflexiona la mujer, a quien se la conoce como Doña Mary. 

María Herrera Magdaleno, activista y empresaria originaria del estado mexicano de Michoacán, busca a sus hijos desde hace casi 15 años.  “El 28 de agosto de 2008 fue un día terrible en el cual siento que entró un huracán en mi casa, en mi hogar, y a partir de ahí empecé este peregrinar pensando que iba a encontrarlos por ahí fácilmente”, comienza la mujer, quien aún desconocía que las desapariciones se trataba de un problema a nivel nacional. Sus hijos Raúl, de 19 años, y José Salvador, 24, se sumaron a la larga lista de desaparecidos en México, que acumula más de 100.000 personas en paradero desconocido. Los hermanos habían viajado al estado de Guerrero con otros cinco compañeros para vender piezas de oro. Solían regresar de esos viajes el fin de semana. Pasó el domingo y nunca volvieron.  

Empezó a buscar con su seres queridos, por su cuenta y de manera arbitraria sin conocer ninguna estrategia ni saber a las puertas a las que debía llamar. La de María Herrera era una familia de origen humilde, pero gracias a un taller de ropa creado en su propia casa, su situación económica fue prosperando a través de la expansión de su negocio. Dedicó todos sus ahorros a buscarles, contrató detectives privados “estafadores” que no obtuvieron ninguna respuesta. 

A medida que buscaba, la madre de Raúl y José Salvador comenzó a descubrir el aumento de la peligrosidad que vivía el país.  “Cuando empecé a ver las investigaciones  me dio mucho miedo. Le dije a mis hijos: no quiero que salgan de la casa hasta que sepamos una respuesta de sus hermanos para saber qué pasó. Los mantuve encerrados durante dos años”, dice ‘Doña Mary’ para explicar la prohibición impuesta a otros dos de sus hijos, a los que trató de impedirles salir a trabajar en el sector del oro, para lo que debían viajar por el país.  

“Había en la casa recursos para sobrevivir, pero nunca nos imaginamos que se iban a terminar tan pronto. Pronto acabamos el capitalito [ahorros] que teníamos”, recuerda Herrera Magdaleno. “Llegó un momento que mis hijos dijeron: mamá ya no podemos. Empezaron a vender las máquinas, la cortadora, mi pequeño taller… Decían que tenían que conseguir recursos para su familia y para apoyarme a seguir buscando a sus hermanos. Yo me negué, y ellos insistieron”, justifica la madre, como si aún sintiese cierta culpa por lo que entonces estaba por llegar. 

Otra fecha que marca su historia: 22 de septiembre de 2010. Fue el último día que vio a sus otros dos de sus hijos: Luis Armando, de 24 años, y Gustavo, de 28. Sin decir nada a su madre, decidieron viajar al estado de Veracruz para ir a trabajar e intentar volver a sacar dinero de la venta de oro. “Volví a casa y vi los rostros de mis nueras desencajados. Siempre venían mis hijos a buscarme para saber qué me habían dicho, si sabía alguna novedad sobre la búsqueda. Y en esta ocasión solo salieron ellas”, recuerda. “En ese momento sentí que moría. No sé cómo sobreviví. Fue algo terrible. Me dejé caer completamente”. La mujer cayó en depresión, de la que salió siete meses después, en aquella primera caravana que le “fortaleció” para decidirse a no solo buscar a sus hijos, sino aprender a hacerlo. Aprender a buscar a sus desaparecidos y a los del resto de madres que, como ella, andaban buscándolos. 

Aprender a buscar

De la primera caravana, María Herrera hizo suya la necesidad de unión, pero necesitaba dar un paso más. “Parecía que no había manera de buscar a los desaparecidos, así que nos organizamos como familia para saber qué hacer”. Para crear la manera de hacerlo impulsaron una nueva caravana más modesta, convocando a personas que tuviesen familiares desaparecidos. Estaban dispuestas a recorrer siete estados de la república para buscar ellas mismas. Pero primero debían aprender. 

¿Dónde podían hacerlo? En las universidades. Se fueron a la Universidad Iberoamericana de Ciudad de México. “Pedimos que nos dejasen convocar a todos los estudiantes y profesores. Necesitábamos diferentes capacidades para que nos orientaran. Queríamos que los antropólogos nos dijesen a dónde teníamos que ir para buscar los restos de nuestros hijos. Inmediatamente, nos dieron el camino a seguir”, explica la septuagenaria. Empezaron a tomar talleres, luego eran ellas quienes los impartían. “Poco a poco fueron llegando cada vez más familiares, porque veían que habíamos pasado de las denuncias a la acción”. 

Llegó el momento de empezar a buscar a los desaparecidos con todo lo aprendido. “Cuando fuimos a avisar a las autoridades, nos dijeron que no podíamos hacerlo porque no teníamos los conocimientos. Les dijimos: ‘Sí, lo vamos a hacer, porque aún teniendo los conocimientos y recursos, ustedes no lo hacen’”. 

A la primera brigada de búsqueda habían convocado a varias organizaciones, pero solo se presentaron menos de 40 personas. “Todos dijeron que sí pero nadie se presentó. Nos fuimos y, afortunadamente, en esa búsqueda encontramos restos. Cuando regresamos quedó demostrado que sabíamos hacer las cosas”. En 2015, sus grupos de trabajo se convirtieron en la red Familiares en Búsqueda María Herrera, que aglutina a 198 colectivos con presencia en 27 estados mexicanos y a sus brigadas acuden alrededor de 400 personas. “Más que alegría nos da tristeza, porque significa que la situación avanza enormemente. Cada día 10 o 20 personas desaparecen en México. Es un dolor infinito porque no podemos parar esto”. Actualmente, las brigadas se realizan con un acompañamiento formal, después de que la presión de iniciativas como la de Doña Mary empujase la creación de una comisión nacional de búsqueda de desaparecidos. “Aunque seguimos sin sentirnos seguras, ya nos han matado a varias buscadores”, dice la fundadora. 

Ella ha perdido la esperanza de encontrar a sus cuatro hijos con vida: “Es un duelo inconcluso y acepto que voy a vivir así. Lo que pido al Gobierno mexicano es que me ayude a buscar lo que haya quedado de mis hijos. Y este grito que lanzo es el grito de todas las madres. Yo no quiero que mis nietos el día de mañana vayan a estar buscando a sus padres. Yo quiero enterrar a mis hijos, lo que haya quedado de ellos, para poder morir en paz”. 

Las lágrimas retenidas en sus ojos durante toda la entrevista brotan cuando habla de sus nietos. “He visto crecer a mis nietos sin la figura de su padre, sin el amor de su padre, como todos los hijos de desaparecidos viven en esa situación. Para mí es un descanso poder gritar, comunicar lo que siento, lo que pienso, exigir. Pero esos niños están ahí en el hogar, sufriendo esta ausencia, llenos de esta indignación que yo llevo dentro de mí y no tienen cómo como sacarla. Están creciendo llenos de dolor, de sufrimiento, de indignación. Y creéme que mi temor es que el día de mañana esas criaturas lleguen a  ser los futuros delincuentes”, lamenta la activista antes de, de nuevo, asomar cierto sentimiento de culpa hasta por dedicar su vida a la búsqueda de sus hijos. “Estos niños crecen llenos de sentimientos negativos. Y, por andar buscándolos a ellos y a tantos que nos hacen falta, ahorita están muy lejos de crecer con el apoyo de su abuela que necesitarían”. 

Después de sufrir la desaparición de cuatro hijos en dos episodios distintos, de recorrer distintos países en busca de sus restos y no encontrarlos en los últimos 15 años, Doña Mary dice sentirse “afortunada” en comparación con otras madres que se encuentra. Como las de los migrantes centroamericanos desaparecidos en el camino a EEUU. Como las de los migrantes africanos desaparecidos en su intento de llegar a Europa, cuya realidad ha conocido en su visita a Melilla a través de distintas organizaciones, dado que a ellas se les suma las trabas administrativas para viajar y buscar a sus hijos.  

“Si yo me siento así, si he sentido tanto dolor, imaginemos a todas esas madres cómo se sentirían si no pudiesen cruzar la frontera para buscar a sus hijos”, lamenta Herrera Magdaleno. “Yo me siento afortunada porque yo he cruzado todas las fronteras posibles y para mí no ha habido obstáculo, pero sé que para esas madres el dolor es triple: no tienen recursos, no tienen la facilidad para cruzar fronteras y tienen a sus hijos, igual que nosotras, sin saber el paradero de sus hijos”. 

“Me llenó de dolor ver esta situación en Melilla. Me pregunto cómo es posible que les traten así con tanta impunidad, pero sabemos que los culpables de todo esto son nuestros gobiernos. Ellos tendrían que apoyarnos para crecer, pero más bien nos separan y limitan poniendo estas fronteras que causan dolor y muerte”, concluye la activista.