Cuando se sienta delante de una familia de refugiados, Maha Ganni es muy consciente de la responsabilidad de su trabajo. De las palabras que escoja para traducir el relato transmitido, de cómo traslade a un papel las historias que escuche, puede depender la mejora de las condiciones de vida de los solicitantes de asilo que atiende, insiste una y otra vez. Lo sabe bien porque le atraviesa. Porque ella también estuvo al otro lado.
Todo lo que escucha, como trabajadora humanitaria experta en reasentamiento en el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), la conecta con su huida de Kuwait en 1990, tras la operación militar impulsada por Sadam Husein en el país de Oriente Medio. La mujer de nacionalidad iraquí, hija de iraquíes inmigrantes de la minoría cristiana caldea, nació y creció en Kuwait, país al que no ha podido regresar desde que se despidió de su familia ante el inicio de la invasión. Ahora dedica su vida a ayudar a quienes, por distintos motivos, se ven forzados a abandonar su hogar por el conflicto o la persecución.
“Nos despertamos cuando estaba el Ejército en las calles… No sabíamos qué iba a ser de nosotros”, recuerda la mujer desde Panamá, donde trabaja en la actualidad en Acnur como experta en reasentamiento, los programas que buscan trasladar a refugiados desde terceros países a otros Estados donde puedan encontrar más posibilidades de futuro. Aquel mes de agosto de 1990, Maha Ganni tenía 20 años y estudiaba Diseño de Interiores en Chipre, pero estaba pasando el verano con su familia en su país.
Entonces, encuentra uno de los primeros aprendizajes de su camino como refugiada, que sigue recordando cada día en la toma de decisiones de las familias que atiende. Ese que siempre le hace centrar su atención en los menores. “Los padres, en la huida, siempre piensan primero en qué es mejor para los hijos”, dice Maha. Por eso, le dijeron que debía salir del país, aunque ellos se quedasen atrás durante un tiempo más: “Me acuerdo de eso cuando atiendo a los niños. Me tocan mucho. Y pienso que nos debemos esforzar especialmente en ellos, porque ellos son el futuro”.
La separación de su familia, derivada de las trabas sufridas por los iraquíes para ser reasentados en Estados Unidos, es otra de las situaciones que marcaron su historia. Como iraquíes caldeos y ante el aumento de la tensión en Oriente Medio, sus padres habían buscado distintas opciones desde hacía un par de años ante la posibilidad de que la situación se complicase en Kuwait. El plan era conseguir visados, para ella y sus tres hermanos, a España, uno de los países que, junto a Malta y Grecia, desde donde una asociación católica organizaba traslados de refugiados a Estados Unidos.
Las trabas
Pero todo se empezó a complicar para los iraquíes, según el relato de la trabajadora humanitaria. La consecuencia fue la división de su familia por el mundo. Con el inicio de la Guerra del Golfo, Maha empezó a percibir discriminación contra las personas de su nacionalidad. Los trámites burocráticos marcaron el destino de cada uno de sus familiares, cuyo objetivo era viajar a España a medida que conseguían los visados.
La hermana gemela de Maha Ganni, muy unida a ella, se encontraba cursando sus estudios en Jordania. Maha tardó en lograr el permiso del Gobierno de Irak para salir del país, por lo que su visado a España se retrasó. Viajó a Jordania con un objetivo: despedirse de su hermana. Pasó nueve horas en Jordania. Se abrazaron pensando que se encontrarían pronto en Madrid, pero no pudieron hacerlo hasta un año después.
“Mi hermana me explicó los requisitos para solicitar el visado para España. Ella se fue. Fui a la embajada, solicité y me rechazaron. No me dijeron por qué, por lo que me quedé en Jordania”, cuenta la mujer. Intentó diversas fórmulas para viajar a Madrid, a través de distintos países europeos, pero la política de visados se endureció por ser iraquí, debido a la inestabilidad en la zona. “Incluso fui deportada de Chipre, donde era estudiante, pero ya no dejaban entrar a los iraquíes”, cuenta. No logró ir a España hasta 1991, un año después, y lo hizo a través de Rumanía. No consiguió reunirse con sus padres y su hermana pequeña hasta 2003.
“Por eso, siempre recomiendo que la familia no se separe, que si ya están en un lugar seguro, que se esperen y hagan todo el reasentamiento juntos… Luego todo es más difícil, y siempre es más fácil si vas acompañado”, dice Ganni, cuyos aprendizajes diseñan la forma en la que ha trabajado en distintas misiones en Líbano, Ecuador, Jordania, Panamá, Sudáfrica, entre otros destinos. Aunque sus estudios estaban centrados en el Diseño de Interiores, a su llegada a España trabajó en todo lo que pudo, incluido la venta de pañuelos en el metro, dice sonriente desde Ciudad de Panamá. Los cuatro idiomas que manejaba con fluidez (árabe, caldeo, inglés y español) le facilitaron empezar a trabajar con diversas organizaciones dedicadas a la atención de refugiados, hasta que Acnur le ofreció unirse a una misión en Líbano. “Tampoco fue fácil, porque mi documentación de refugiada no era suficiente para viajar y no tenía pasaporte...”, recalca la trabajadora humanitaria. Finalmente, lo logró.
La “voz”
Durante un tiempo, dice, pensó que buscaba una vida “normal”. “Luego me di cuenta que esta es mi 'vida normal': ayudar a la gente. Creo que esa es mi misión en la vida porque he vivido todo lo que he vivido”, dice la mujer, que después de haber escapado de su país por la persecución ha tenido que enfrentar diversos riesgos durante su trabajo en Líbano y Ecuador. “La seguridad es muy importante para mí, pero se vive diferente cuando no es tu país: estás más protegida”, relata.
Ella, dice, siente una gran responsabilidad en las entrevistas para los programas de reasentamiento. En ese momento, dice, se convierte en “la voz de los refugiados”.
“Me di cuenta de que una palabra cambia mucho el futuro de los refugiados. Una de mis motivaciones para trabajar con refugiados es ser consciente de eso: una palabra puede fastidiar la vida de una persona o sacar adelante a una persona. Y eso también es una oportunidad. Solo un 1% de los refugiados son reasentados. Un 1% en todo el mundo. Y de cómo traslade sus palabras a los documentos puede depender que les den luz verde. Hay otros factores, pero estoy aquí porque creo que puedo aportar esa empatía en los trámites y tratar a todos con dignidad, independientemente de su nacionalidad”, reflexiona Ganni, quien hace un silencio antes de continuar: “Quiero evitar que le pase a los refugiados lo que yo y mi familia pasamos”.
“Puedo hablar con alguien que tenga 90 años y con poca formación y otra persona con dos másters y todos tienen el mismo derecho a optar al reasentamiento. Para mí todos son iguales. Todos tiene su oportunidad y todos tienen derecho de estar escuchados con atención. Lo importante para mí es que tengan su dignidad. A nosotros nos excluían por ser iraquíes y eso siempre lo recuerdo para escuchar a todas las personas por igual”, concluye.