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“No le conté a mis amigos que subiría en ese cayuco, no quería que me convenciesen para quedarme”

Raíces de pueblo, universitario en la capital. Su madre era quien le mantenía, al igual que a sus cuatro hermanos, todos con formación. Le esperaba un futuro sin perspectivas laborales. La promesa electoral de trabajo para todos no se estaba cumpliendo. Decidió emigrar. Dos de sus hermanos se subieron junto a él en aquel cayuco. Y aquí comenzó la odisea que ahora cuenta en su libro 3052. Persiguiendo un sueño.

Este es el inicio de la historia de Mamadou Dia. De esto hace siete años, cuando él tenía 22. Primero intentó conseguir un visado para buscarse un porvenir en Francia, pero se lo denegaron dos veces. Plan B, y única alternativa: tomar un cayuco, aunque la vida se le fuese en ello. Pasaría un tiempo en España y desde allí llegaría hasta Francia, donde terminaría sus estudios de Trabajo Social.

Este joven guardaba la esperanza de llegar a ese “Dorado europeo”, como él dice, para terminar la carrera, evolucionar y enriquecerse personalmente viendo mundo y conseguir un potencial con el que regresar a Senegal. El Dorado, aquella mítica leyenda de una ciudad de oro.

Decidió enfrentarse al Atlántico. Tuvo suerte y sobrevivió. Su libro, 3052. Persiguiendo un sueño, se editó en 2012 y este año ha conseguido la reedición mediante una iniciativa de crowdfunding.

Mamadou no sólo cuenta cómo fueron aquellos ocho días en el océano, sino todo lo que vino después: ese encuentro con El Dorado cargado de decepciones; ese despertar en el que descubrió cuál es la realidad del inmigrante y la verdad occidental, más allá de la idea que se tiene en África, de las imágenes que llegan a través de los medios de comunicación y lo que narran sus compatriotas en su regreso a casa.

Su pueblo, Gandiol, ha perdido centenares de vidas en el mar rumbo a Europa. Por ellos y para ellos ha escrito también este libro: “Para sumar sus voces a la mía”. 3052 es la distancia que hay entre Dakar y Murcia, donde estableció esta nueva etapa de su vida.

Este sueño por recorrer esa distancia le ha permitido fundar su propia ONG, 'Hahatay' son risas de Senegal, un proyecto de codesarrollo en su pueblo que pretende financiar con la venta de su libro. Aun así, sigue pensando en volver a sus raíces. Como otros muchos emigrantes españoles.

Su libro es una promesa.

Cuando decidí tomar un cayuco, no se lo pude contar a mis amigos. A mí me pesó mucho tomar esa decisión y si se lo contaba, me dirían que era peligroso, que me podría morir. No quería que nadie me dijese nada por si me convencían para quedarme. Sin embargo, no me sentía bien yéndome sin decir nada. Entonces escribí una carta de despedida a mis amigos diciéndoles que era muy cabezón y que había tomado la decisión de irme y que, si con suerte llegaba a cruzar el Atlántico, escribiría la historia sobre mi viaje.

Después se sumaron otras razones por las que me sentí obligado a escribir esta historia. La realidad de la inmigración no se suele contar. A la gente que emigra le da cosa contar lo mal que lo han pasado, también por orgullo. Yo decidí contarlo porque al llegar aquí me llevé una sorpresa. No esperaba vivir tan mal, sabía que había mucha gente que quería venir y pensé: al menos voy a escribir mi historia para que la lean y sepan qué es lo que les espera.

¿Cuál era su situación cuando decidió embarcar en aquel cayuco?

Una situación malísima. Estaba estudiando en Dakar y mi madre me mantenía. Se pasaba todo el día trabajando, desde la madrugada. Mis hermanos tampoco trabajaban aun estando formados. Una situación de precariedad. Había mucha población juvenil parada. Yo no quería tener estudios y estar en Senegal dando vueltas…

Desde 2004 empecé a pedir el visado para irme a Francia y me lo denegaron dos veces. No entiendo por qué, ya que cumplía todos los requisitos. Curiosamente, en la Embajada de Francia en Dakar hay un cartel que indica que, aunque cumplas todos los requisitos para que te concedan el visado, eso no significa que te lo vayan a dar.

Te lo deniegan por la pura injusticia que siempre ha habido entre África y Europa en desigualdad de oportunidades y violación de derechos humanos. No hay otra explicación. Por eso decidí embarcarme en este camino para poder ayudar a mi madre y liberarla de carga. Era duro tener tantos años y ver que mi madre se dejaba la piel por nosotros. Justo antes de marcharme, conseguí un trabajo, pero no me permitía mantenerme ni ayudar a mi familia.

¿Alguna vez le habían hablado de estos viajes?

No sabía lo que era un viaje en cayuco, aunque sabía que estaba más cerca de la muerte que de la vida. Tampoco hace falta tener muchos detalles cuando sabes que vas a viajar en una barcaza: enfrentándote al Atlántico durante tantos kilómetros sabiendo que te puedes quedar en el camino. A Senegal llega poca información. Quizá que algún cayuco naufraga, pero no tanto como aquí y de la manera que llega aquí.

Aun así, “El Dorado europeo” seguía siendo una llamada.

Efectivamente. Nosotros vemos a Europa como El Dorado por tres razones. No estudiamos con nuestro idioma de nacimiento, sino en francés; estudiamos la programación francesa; estudiamos más la literatura francesa que la africana; estudiamos la vegetación francesa; vemos la televisión francesa; en la radio y la televisión se habla en francés... Todo lo que viene de la televisión y de Europa es producto de desarrollo y bienestar… Son muchas razones que te hacen pensar en este Dorado y que hacen que la gente tenga ganas de vivir en él y saber cómo es.

Cuando llegas, te das cuenta de la realidad. Al poco de llegar, un amigo me llevó al paseo marítimo de Benicasim. Me iba a presentar a otros senegaleses, y yo pensaba que iban a estar trabajando en algún sitio, y cuando llegamos me dijo: “Aquí es donde trabaja la gente”. Había muchísimos inmigrantes con sus mantas. “¿Cómo?”, le dije. “Sí, aquí es donde la gente se gana la vida”, contestó.

Me sorprendió. Soy una persona muy orgullosa y no quería tener que salir corriendo detrás de la policía ni que nadie me persiguiese. Y dije que no iba a hacer eso.

Al principio fue duro. A los senegaleses les sentó mal que no quisiera seguir el camino al que parecía predestinado. Fui juzgado: me decían que no quería ayudar a mi familia, que ellos se dejaban la piel para ayudar a las suyas. Yo quería ayudar a mi familia, pero de otra manera; primero, integrándome en la sociedad.

Luego, esos mismos inmigrantes que venden en la calle son los que vuelven a Senegal trajeados y con su móvil de última generación. Y eso empuja a la juventud a dejar todo lo que quieren y montarse en un cayuco. Fue tan decepcionante lo que vi cuando llegué que pensé que no podía hacer lo mismo.

¿Cómo fue aquel viaje?

Fue muy largo. Duró ocho días. Viajamos 84 personas, de las cuales sólo seis tenían experiencia marítima. El mar tiene su propia idioma y, al no poder controlarlo, además de todos los momentos malos, lo convirtió en un viaje desesperanzador. Al quinto día, nos quedamos sin gasolina y sin agua.

Cuando amanecimos, nos dimos cuenta de que un hermano se había tirado al mar para acabar con su angustia. Ya sólo nos quedó dejarnos llevar por el viento mientras esperábamos el momento de nuestra muerte. 72 horas después llegó el buque marítimo de salvamento que nos rescató.

¿Cuál es el procedimiento a seguir para conseguir una plaza en un cayuco?

Primero, encontrar un cayuco y un organizador de viaje, a los que aquí llaman “mafiosos” y son de todo, excepto mafiosos. Mafiosos son los Gobiernos que firmaron los contratos para limpiar el fondo marítimo senegalés. Y que trajo como consecuencia que los pescadores senegaleses ya no pudiesen pescar en su propio fondo marítimo y, cuando surgió la oportunidad de marcharse a Europa en cayuco, aprovecharan para en lugar de ir a pescar, porque no había peces, hacer negocio con sus barcas.

Luego hay que pagar entre 1.000 y 3.000 euros por una plaza. La gente reúne y vende todo lo que tiene para financiar el viaje a su familiar. Es una inversión para que luego salven a la familia. En nuestro caso, fue diferente. Como no teníamos nada, mis hermanos y yo buscamos gente para que se llenasen los cayucos a cambio de tres plazas gratis para nosotros.

¿No es un precio excesivo?

Sí, muy excesivo, pero piden ese dinero porque una barca de estas características puede llegar a costar 13.000 euros y, al no saber cuándo se recuperará el fondo marítimo, organizan viajes para conseguir el dinero invertido y tener ingresos futuros. Todos los organizadores de viajes son pescadores. El cayuco nunca vuelve. Algunos viajan de este modo esperando un futuro mejor en Europa y otros se quedan.

¿Qué decía su familia?

Mi madre lo sabía. El sueño de toda familia que vive en la precariedad es que los hijos vayan al extranjero para que tengan un futuro mejor y puedan ayudar a la economía familiar. En mi casa también lo soñaban, aunque no deseaban un viaje en cayuco. Aun así, mi familia es de tradición pesquera y no tenían tanto miedo al mar.

Los dos hermanos con los que viajé formaban parte del grupo con experiencia marítima. Mi madre temía más el después, cuando llegase a Europa, que el propio viaje: dónde dormiríamos, qué comeríamos, con quién nos relacionaríamos…

¿Cómo llegaron a La Gomera?

Nos rescató un buque marítimo y en tierra nos atendió la Cruz Roja. Llegamos medio muertos. Y, desde entonces, firmé mi pacto de ser voluntario toda mi vida por aquella botella de agua que me ofreció una chica de la Cruz Roja después de llevar 72 horas sin beber.

Después de La Gomera, comienza otra prueba.

De La Gomera nos llevaron a Tenerife, donde estuvimos en un campo militar durante dos semanas en unas condiciones precarias. Hacía muchísimo frío, no teníamos con qué arroparnos, tuvimos que tomar comida a la que no estábamos acostumbrados.

Allí había muchos inmigrantes, no sólo nuestro grupo. Estuvimos el tiempo que consideraron oportuno y nosotros no sabíamos qué iba a pasar. Mi grupo fue dividido en dos: una parte se fue de vuelta a Senegal por motivos que desconozco y la otra fue repartida por España. Al principio sí nos atendieron mediadores sociales, pero sólo para saber cuál era nuestra procedencia.

Después estuvimos en manos de la policía. A mí me llevaron a Castellón sin decirme nada, a un hostal, donde por suerte conocí a un chico nigeriano que me presentó a un senegalés que me acogió en su casa. A mis hermanos los llevaron a Madrid y Barcelona.

A los que tienen familiares en España, los llevan con ellos pero, a los que no, los dejan en la calle. Eres como un objeto que no tiene nombre, sólo un número. El mío era el 41. 41 sube, 41 baja, 41 espera.

En Castellón, estudiaba español a través de la Cruz Roja, y el chico que me acogió fue el que me llevó al puerto de Benicasim. Después conocí a otro chico de Senegal que vivía en Cartagena y al no querer entrar en el mercado que había visto en el puerto, me fui con él.

Allí empecé a intentar integrarme con los españoles y a hacer un voluntariado en la Cruz Roja juvenil. Llegué a formar parte de los equipos de emergencia y en un año comencé a rescatar a inmigrantes que llegaban a la costa. También comencé a trabajar como cocinero y a regularizar mis papeles, que tardé cuatro años en conseguirlos.

¿Esa realidad se correspondía con “El Dorado europeo” soñado?

No. No tenía nada que ver con lo que me había planteado. Me encontré con una sociedad muy individualista, con muchos prejuicios, una sociedad intelectual con unas pautas marcadas por las clases sociales. Imagina lo que te puede costar entrar en una sociedad así… Pero empezó a pasar el tiempo y vi cómo conseguirlo.

Se ha retirado la tarjeta sanitaria a los inmigrantes que no han regulado sus papeles, la petición de documentación a ciudadanos extranjeros es continuada, se están denunciando las condiciones de los CIES… ¿Ahora es más o menos difícil la situación en España para los que llegan?

Ahora es mucho más complicado. Sin política social, un inmigrante no puede vivir en un país. Y aquí no hay política social para los inmigrantes, no la hay ni para los españoles... Los políticos, en lugar de asumir que han fallado en esa política, transmiten la idea de que los que llegan quitan lo que se tiene aquí…

Ya lleva siete años en España, ¿cuál es su situación y la de sus hermanos?

Trabajo para mi ONG, que fundé en 2012, y a través de mi libro intento darle promoción. También tengo trabajos temporales que no me quitan tiempo para poder dedicarme a la organización: es lo que me da la vida. Mis dos hermanos están trabajando. El que vive en Barcelona está acogido en casa de una familia española y el de Madrid trabaja en un restaurante chino.

¿Mereció la pena tomar aquel cayuco?

Mucha gente me lo pregunta. Yo creo que realmente no valió la pena. Aunque también pienso que, si no hubiese hecho este viaje, no me habría dado cuenta de la realidad que me rodea ahora.

Su promesa de escribir un libro se hizo realidad, ¿cómo lo consiguió?

Estaba trabajando en la Fundación Cepaim como Técnico de Acción Comunitaria, le presenté el proyecto del libro al director de la fundación y me ayudaron a editarlo. Fue un lanzamiento de 3.000 ejemplares que se difundió sobre todo entre universidades e institutos.

Ellos también me ayudaron a establecer el proyecto de desarrollo en mi pueblo. Cuando llegué a Barcelona, hace cinco meses, me planteé la reedición del libro a través de la plataforma Verkami. Ahora se han publicado 1.500 ejemplares al precio de 10 euros y el 1% de los beneficios se destinarán a la granja que hemos desarrollado en mi pueblo para que la gente produzca alimentos, los venda y con el dinero obtenido inviertan en educación para los niños.

¿Es este un libro para convencer a aquellos que tengan planeado subirse a una patera para que no lo hagan?

Claro. Este libro tiene muchos fines. Uno de ellos es que la gente se dé cuenta de la realidad de la inmigración clandestina y lo que hay detrás. También aclarar la vida europea en África, que la gente sepa lo que hay aquí, que no todos son ricos, que aquí tienen su propia pobreza. Y que los africanos crean en el propio desarrollo de África.

¿Tiene proyectado publicar el libro en Senegal?

Sí, es uno de los objetivos principales, y traducirlo al francés. Mi gente de Senegal aún no ha podido leer el libro, pero se lo he contado y he dado charlas en universidades de Dakar sobre la realidad de la inmigración.

¿Cuál es su plan de futuro?

Buscar financiación para mis proyectos de la ONG y dentro de poco volver a Senegal, tal y como había ideado cuando me marché de allí. Conseguir un potencial y regresar. De esta experiencia estoy agradecido por haber encontrado un camino con el que me puedo dedicar al mundo humanitario y buscar un futuro mejor para mi pueblo.

¿Su madre qué le dice ahora?

Ella siempre ha confiado en mí. Es un pilar muy importante en mi vida. Y ahora, cuando le cuento mis planes, siempre me dice: “Ya verás lo bien que te va a salir”.

¿Cree que el hecho de que muchos españoles busquen ahora su porvenir en el extranjero hará entender mejor la llegada de inmigrantes a España?

Sí. Si tú estás afectado por una situación que es la misma que la mía, nos entenderemos mejor. Al principio fue difícil porque nos ponían como causa de la crisis y nos quitaron la tarjeta sanitaria, entre otras cosas. Pero la gente, después de tanta mentira, se ha dado cuenta de que esto no tiene que ver con la inmigración. Esto ha sido producto de un mal Gobierno, de un crecimiento que nos han vendido y que no puede seguir creciendo.