El “manifestódromo” contra las violaciones en India cada vez grita por más mujeres
“Aquí todavía no ha venido Modi a interesarse por nosotros. Eso es lo que le preocupa el problema de las violaciones”. Quien se expresa sin reproches pero no sin ironía sobre el nuevo primer ministro de India es Lakan, un estudiante de Sociología y el único que habla un poco de inglés entre una familia de 20 miembros que lleva instalada en Jantar Mantar, al raso, desde el pasado 16 de abril. El “manifestódromo”, como también se le conoce, recorre apenas 200 metros acotados de esa misma calle. Se trata de un espacio autorizado y vigilado día y noche por un importante despliegue policial.
Ocurre desde que el Gobierno de Delhi lo habilitase para tal fin tras los violentos disturbios de diciembre de 2012, cuando Nirbhaya, una joven estudiante de Enfermería, fue violada en grupo en un autobús y luego arrojada desde este en marcha. Moriría días más tarde en un hospital de Singapur al que fue evacuada por la gravedad de sus heridas. Su delito, pasear por la calle más allá de las diez de la noche. Salía del cine de ver “La vida de Pi” con su novio. Lo último que debió de oír, en boca del más joven, fue aquel “¡Muere, perra!” que trascendió a los medios mientras era sodomizada violentamente con una barra de hierro.
Lakan y su familia han venido desde Bhagana, un pueblo del norteño estado de Haryana, con el firme propósito de no abandonar la plaza hasta que no se haga justicia con los miles de sumarios por violación que se siguen acumulando día tras día en los Tribunales de todo el subcontinente –incluidas cuatro denuncias presentadas por su familia-, pese a la medida de juicios rápidos que se aprobó a raíz del caso Nirbhaya y que parece, esa es la opinión, que ni siquiera se han puesto en marcha.
Según un reciente informe de la Oficina Nacional de Registro de Delitos, los asaltos sexuales en India han aumentado diez veces en los últimos 40 años. Pero no sólo a mujeres. Durante el año pasado, 184 niños fueron violados a menos de una hora de coche de Connaught Place, corazón comercial de la capital: Uno cada dos días. Una variante horrenda y poco mediática que ocupaba las portadas de la prensa hace pocos días.
Un crío de 10 años se dirige al ultramarinos cuando un hombre se cruza en su camino y se ofrece a enseñarle una paloma. Lo siguiente es un apartamento ocupado por ocho adultos que lo graban en video mientras, uno a uno, lo violan. Ocurrió a finales de mayo y lo descubrió su hermano mayor una semana más tarde cuando empezó a oír por el barrio, en boca de los propios acusados, mofas y burlas sobre el asunto. El niño había callado.
Un mes horribilis cuando se cumple año y medio del inicio de la ola de violaciones que puso a India en el mapa de la peor violencia de género, al que sumar las dos adolescentes primas de 14 y 15 años que aparecían colgadas de un árbol en el estado de Uttar Pradesh. El examen forense reveló que se habían suicidado después de haber sido víctimas de una agresión sexual colectiva. Eran dalits, la casta de los Intocables. O Alonari Deb, una discapacitada de 42 años violada y quemada viva por tres hombres en el estado oriental de Tripura, gobernado –curiosidad-, por el Partido Comunista. Casos no faltan.
¿Por qué?
“La historia es la de siempre”, continúa Lakan: “Cuestión de castas, de poderes, de intereses, de policía y jueces corruptos, de amenazas de muerte. La sensación de impunidad, si estás bien rodeado, es total”. El entorno de las dos primas colgadas de un árbol se quejaba de la apatía de la policía durante las primeras horas de investigación. También de haber sufrido amenazas de muerte. Las primas, además, que fueron asaltadas cuando se dirigían a hacer sus necesidades a cielo abierto, han proporcionado una nueva tesis para la prensa local, ávida estos días de titulares: ¿Será la falta de baños públicos una de las causas de ese mal, diríase que endémico, que azota a la India?, deslizan algunas de sus páginas.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) y Unicef estiman que aproximadamente 620 millones de indios –la mitad de su población-, defecan al aire libre. Lo corrobora el último censo: Hay más personas con teléfonos fijos o móviles que con baño en su casa. Se apunta, también, a la inseguridad de los baños públicos -en Delhi hay 413-, lugar de reunión por excelencia del lumpen de toda ciudad.
Para adornarlo, se cuentan casos como los de un padre cuya hija fue secuestrada en una parada de autobús, llevada a uno de estos baños y violada. O la de otra niña que buscando un lugar donde hacer sus necesidades, fue encerrada en uno de estos y asaltada. ONGs como la de Saksham, que trabajan sobre terreno en las peores áreas de Delhi, han comenzado a capacitar a menores para saber cómo reaccionar. “Gritar en el momento adecuado es importante”, explica Sant Lal al teléfono antes de recordar el caso de una niña que mordió la mano de su violador y logró escapar.
Otros editoriales tratan de ir más allá. The Guardian hace alusión a una generación perdida de “hombres desempleados”, hoy en la treintena, que nacieron después de la liberalización económica. En paro y sin formación, han buscado refugio en la violencia. “El desempleo y la pobreza son rasgos comunes entre las pandillas que violan”, escriben. Lo cierto es que durante los años en que saber el sexo del feto aún no era delito, provocó una 'selección' que sólo en Uttar Pradesh –uno de los estados más pobres de India, donde más de 60 millones de personas viven con un euro al día-, ha dejado una estadística de 912 niñas por cada mil niños. La mitad de la población de India es menor de 30 años. La juventud y la escasez de mujeres hace difícil para estos hombres, pues –eso parece señalarse-, tener una relación normal.
Sin embargo, un repaso a las declaraciones políticas que mantienen a la opinión pública pendiente del próximo crimen, señalan otros indicadores para sacar conclusiones acerca del por qué de esta situación. La primera, precisamente la del ex Primer Ministro de Uttar Pradesh, Mulayam Singh Yadav, quien se refirió acerca de los tres violadores arrestados por la violación de dos chicas en Bombay, con las siguientes reflexiones: “Los chicos son chicos”, “Los hombres cometen errores”, “Cuando se termina una amistad, la chica se queja de haber sido violada” y “Vamos a garantizar el castigo a quienes denuncien casos falsos”. De carrerilla.
Su hijo y actual sucesor, Akhilesh Yadav, en referencia a las dos primas que aparecieron colgadas de un árbol, espetaba a la prensa: ¿No se han enfrentado ustedes nunca a ningún peligro?“. Más sorprendente resultó la Primera Ministra del Estado de Bengala Occidental, Mamata Banerjee, cuando calificó la denuncia de una mujer anglo-india que había sido violada en uno de los barrios más lujosos de toda Calcuta, de ”incidente inventado para difamar al Gobierno“. Ramsevak Paikra, titular de la cartera de Interior del Estado de Chhattisgarh, del gobernante partido fundamentalista hindú de Narendra Modi, BJP, aseguraba que este tipo de incidentes son accidentales. ”No ocurren de manera deliberada“.
Su homólogo en el Estado de Madhya Pradesh, Babulal Gaur, también del BJP, afirmaba que las violaciones “a veces están bien y a veces están mal”. Para él, el asalto sexual “es un crimen social que depende de hombres y mujeres” y que sólo es asalto “si es denunciado a la policía”. “Hasta que no hay una queja formal no puede pasar nada”, completaba poco antes de rematar con un repaso a la moda y cultura extranjera: “Las mujeres en los países extranjeros usan jeans y camisetas, bailan con otros hombres e incluso beben licor, pero esa es su cultura. Es bueno para ellos, pero no para la India”, sentenciaba.
Y aquí un apunte: un estudio realizado hace una década por la ONG india Sakshi, que trabaja en cuestiones de género, indicaba que el 74% de los jueces encuestados pensaba que la preservación de la familia debía de ser la principal preocupación de las mujeres. El 68%, que vestir provocativamente era una invitación a la violación. Y otro 55%, que la moral de las víctimas influía en las violaciones.
Abu Azmi, otro líder del partido gobernante en Uttar Pradesh, el populista Samajwadi, opina que las mujeres que son violadas “deben de ir a la horca” ya que si tienen relaciones fuera del matrimonio, “deben de ser castigadas junto con el violador”. “El islam castiga la violación con la horca. Pero aquí no pasa nada para las mujeres, sólo para los hombres”. Así pues, si cualquier mujer, casada o no, va de la mano de un hombre con o sin su consentimiento, “ambos deberían de ser ahorcados”.
El Secretario General de la organización islamista Jamaat-e-Islami Hind, Nusrat Ali, llegaba más lejos: “La coeducación debe de ser abolida y las instituciones educativas deben de prescribir un vestido sobrio y digno para las niñas”. Y no parece solo. El Ministro de Educación de la antigua colonia francesa de Puducherry, al sureste del subcontinente, quiere introducir “abrigos poco tropicales” para las estudiantes con el fin de que los hombres “no se vuelvan lujuriosos”, así como prohibir los teléfonos móviles en las escuelas, principal fuente de contacto entre los más jóvenes. En la otra esquina del vasto subcontinente, en el Estado de Rajastán, el legislador de la ciudad de Alwar, del gobernante BJP, ha exigido la prohibición de las faldas como uniforme para las escuelas para mantener a las niñas “fuera de la mirada lasciva de los hombres”.
Un poco más abajo, en el Estado de Maharashtra, el presidente del Samajwadi, reclama una ley que “impida a las mujeres llevar poca ropa”. Y en Bombay, capital financiera del país, su jefe de Policía advertía de que “los países que tienen Educación Sexual en sus planes de estudio tienen un mayor número de delitos contra la mujer”. La puntilla la colocaba Manohar Lal Sharma, un controvertido abogado indio, responsable entre otros de la defensa del 'caso Nirbhaya' –llegó a acusar de culpabilidad a la propia Nirbhaya porque una pareja no casada no debería de haber estado a esas horas en las calles-, al declarar a un periodista que hasta la fecha no había visto ni un solo caso de violación en una “dama respetada”.
Ajeno a la estadística de que el 75% de las violaciones y asaltos sexuales ocurren en la India rural, Mohan Bhagwat, “jefe” del Rashtriya Swayamsevak Sangh, una organización nacional de voluntarios fundada en 1925, de corte nacionalista extremista y paramilitar, debería de haber poco menos que un éxodo “a las aldeas y bosques del país” y revisarse “los antiguos valores de la India”. Coincide con un célebre gurú de Puri, en el Estado de Orissa, quien defiende la necesidad de cambiar: “Antes de la independencia [del Imperio Británico] pudimos mantener nuestra cultura y valores, pero en los últimos 65 años hemos perdido una gran parte de ella. Es lo que pasa cuando la delgada línea de la cultura y los valores se cruzó en nombre de la civilización y el desarrollo”.
Más allá del surrealismo de Jitendar Chattar, líder de “Khap Panchayat” -un grupo de pueblos unidos por criterios de casta y geografía, entre Rajastán y Uttar Pradesh-, quien atribuye el creciente número de violaciones al consumo de comida rápida (concretamente al “chowmein” [noodles], por ser el “causante de un desequilibrio hormonal que provoca el deseo de disfrutar de tales actos”), quizá parte de la explicación de por qué India se enfrenta a lo que parece la más terrible pandemia de las últimas décadas la tenga Nanki Ram Kanwar. uno de los ministros de Narendra Modi en el Estado de Chhattisgarh,: “Una persona puede ser víctima de un asalto si las estrellas están en posiciones adversas. No tenemos ninguna respuesta a esto, sólo un astrólogo puede predecir”.
Con esos argumentos generales, y pese a que la sede del BJP está muy cerca de Jantar Mantar, es poco probable que como cree Lakan, Narendra Modi, nuevo Primer Ministro de India, se pase a interesarse por la justicia que su familia reclama. Las temperaturas en esta época del año alcanzan los 47 ºC y el aire de fuego, asfixiante, apenas deja ni respirar. “Si vuelves mañana entre las 12h y las 15h, con un poco de suerte nos pillarás a alguno de nosotros asado, al punto, y listo para comer. ”Tandoori [horno indio]demonstrator“, bromea no sin poca sorna Pritish, un voluntario que da soporte a la familia de Lakan y que se acaba de unir a la conversación.