Es lunes 17 de octubre. El primer día de otoño que realmente se siente como tal en Nueva York. Nublado y con lluvia intermitente. Hace meses que cada día, de forma consecutiva, llegan buses con personas migrantes venidas desde varios estados republicanos. Aparcan en la calle 41 con la Octava Avenida, en la estación de Port Authority, en pleno centro de Manhattan.
El alcalde de Nueva York, Eric Adams, afirmó a principios de octubre que “más de 17.000 solicitantes de asilo” han sido trasladados en autobús a la ciudad desde primavera provenientes de Texas, Florida y Arizona. Medios locales señalan que la cifra supera ya los 18.000.
Todo ello es parte de una estrategia de los gobernadores republicanos de estos estados para “demostrar” que las políticas migratorias de puertas abiertas no funcionan. Hace un mes, el gobernador de Florida Ron DeSantis mandó a unos 50 solicitantes de asilo desde San Antonio, Texas, a Martha’s Vineyard, una isla de Massachusetts que protege a los migrantes sin papeles y lugar de veraneo de políticos como la vicepresidenta Kamala Harris o el expresidente Barack Obama.
“Hoy nos habían dicho que los primeros buses llegarían más tarde de las seis de la mañana, pero no ha sido así y antes de esa hora ya había tres”, dice Lori, voluntaria de The Legacy Center, una de las organizaciones.
“El doble discurso de Biden”
Carlos Briseño es uno de los venezolanos que ha llegado en autobús a Nueva York proveniente de El Paso (Texas). Vino con su hijo, de 18, desde Medellín, desde donde habían emigrado hace unos años. “Nos dieron dos opciones, tomar un boleto para Chicago o para Nueva York, y escogimos Nueva York porque es conocido como un estado laxo con las personas migrantes y porque aquí hay más trabajo”, dice. “Llevamos muchos días solo rellenando papeles y nosotros venimos aquí a trabajar, no a ver pantallas ni luces”.
Para llegar a Texas, Briseño y su hijo vinieron desde Colombia. “Pasamos por la selva del Darién, y vimos a gente muerta, mujeres violadas y personas que se quedaban atrás porque no aguantaban el camino”, cuenta. El trayecto les llevó más de 8 días y pasaron los últimos cuatro sin comida porque necesitaban “descargar la mochila”.
Aunque no hay números exactos, la mayoría de los recién llegados son venezolanos, pero también abundan otras nacionalidades como cubanos, salvadoreños, hondureños, haitianos y nicaragüenses, entre otros. La ruta que siguen para llegar al norte, vengan de donde vengan, acostumbra a pasar por seis países: Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala, México y, finalmente, Estados Unidos. En el país norteamericano entran por Texas, concretamente por Rio Grande. Hace pocos días, el New York Times publicaba un artículo sobre las complicaciones de la ruta.
El Departamento de Justicia de Biden está combatiendo en los tribunales el Título 42, un regla instaurada por Trump a raíz de la COVID que permitía expulsar migrantes por “razones de salud”. Sin embargo, hace unos días el presidente Joe Biden hizo uso de la norma para declarar que todo venezolano que trate de entrar por la frontera de México o Panamá será deportado y automáticamente perderá la posibilidad de ser elegible para residir en Estados Unidos.
El supuesto objetivo es privilegiar el ingreso de 24.000 venezolanos que serán aceptados en los aeropuertos de Estados Unidos, elegibles bajo ciertos requisitos, como tener una persona en EEUU que pueda apoyarlos económicamente, que no hayan intentado entrar de forma irregular en el pasado y que dispongan de pautas de vacunación completas. La norma es similar a como se ha admitido a los ucranianos desde la invasión rusa en febrero, señala el Gobierno.
“Es repugnante y deplorable jugar con las personas. El doble discurso de Biden y la Administración de EEUU atenta contra la dignidad de los migrantes que tienen razones legítimas para escapar de su país y pedir asilo en Estados Unidos”, dice Ivanna Márquez, venezolana y activista de derechos humanos que actualmente se encuentra en Nueva York estudiando un máster en Fordham University y ayuda como voluntaria en Port Authority. “Se habla mucho de las crisis humanitarias en otros países y la situación venezolana no termina de calar, siempre se pone a un lado, y vuelve a surgir tiempo después”.
“Por lo menos nosotros estamos vivos”
Anna Byrne, profesora de la Stony Brook University en Long Island, apunta que “Río Grande (Texas) y el Mediterráneo forman una frontera continua de acceso al norte rico y privilegiado”.
Por su camino hacia Texas, los Briseño conocieron a personas en su misma situación. Omar Quero tiene 34 años, es venezolano y antes de iniciar la ruta hacia Estados Unidos llevaba dos años instalado en Colombia. Se encontró con su primo, Edgar Nieves, en México, donde habían quedado para hacer el último tramo del camino juntos. “Por lo menos nosotros estamos vivos”, dice Quero.
Omar es camillero de hospital, aunque confiesa que coge lo que le ofrezcan. Quiere traerse a su mujer y a su hija cuanto antes, pero primero necesita instalarse y tener una fuente de ingresos. “En Venezuela hubo una época muy bonita, pero ya no se puede vivir”, añade Omar.
Su primo, Nieves, vino sin teléfono y el de Quero se lo llevó un río. “Cuando llegamos aquí nos compramos uno, que ahora compartimos para comunicarnos con la familia”.
En la estación de Porth Authority hay una coalición de organizaciones con mesas informativas que reciben a los migrantes creando un pasillo de personas que les entregan agua, algo de fruta y un kit de limpieza básico. A continuación dividen a las familias de las personas que llegan solas y les llevan a rellenar documentos.
Sin plazas
Desde allí les mandan a refugios donde reciben techo y comida. Los asilos de Nueva York actualmente disponen de 5.255 plazas para personas sin techo. La ciudad tiene la obligación de ofrecer cobijo por ley a las personas en esta condición, pero con la crisis migratoria, estas plazas no han sido suficientes, ya que la afluencia actual es de alrededor de 60.000.
Los Briseño, Quero y Nieves se están quedando en el Hotel 46, en Times Square, habilitado como refugio de emergencia para albergar al menos a 200 familias migrantes. El hotel, el segundo centro de refugio que se abre para los solicitantes de asilo en la ciudad, ofrece alimentos, atención médica, servicios de asistencia social y una “gama de opciones de asentamiento”, según un comunicado de prensa.
Pero el tema de dar cobijo ilimitado también está causando polémica. El medio Politico destapó hace unos días que una de las empresas contratadas por el alcalde de Nueva York, Eric Adams, para construir una tienda de campaña para ganar espacio para migrantes en el Bronx recibió cientos de millones de dólares para construir el muro fronterizo del expresidente Donald Trump.
Briseño dice que cuando llegaron, los metieron “en un refugio de locos, donde había gente con cuchillos peleando”. Cuenta que pasaron “mucho miedo” y por ello se fueron a la calle. “Fuimos para una iglesia y desde allí nos mandaron al hotel”. Sobre la comida, añade, “no es lo adecuado, pero es mejor que nada”.
La profesora Anna Byrne también ha estado colaborando como voluntaria. Ella es irlandesa y aunque dice que su migración fue muy distinta y privilegiada, empatiza con los recién llegados. “Ser inmigrante me da un sentido de obligación con las personas que se ven obligadas a dejar su país”.
Una ciudad de migrantes
“Una cosa que me impresiona profundamente es que la gente sale del autobús sin nada, literalmente solo con la ropa que llevan puesta, sin dinero. Sin ni siquiera un teléfono móvil”, dice la profesora. También añade que le duele ver a estas personas llegando porque aunque están muy preocupados por lo que sucederá a continuación, “no son los autores de su propia historia”.
Nueva York es una ciudad de migrantes, de hecho, es difícil conocer a neoyorquinos de “pura cepa”. La mayoría, incluso los estadounidenses, han crecido en otros lugares del país o del mundo. “La experiencia de salir de su casa y aterrizar en este lugar extraño me hace pensar en estar en Nueva York de manera diferente y ver a mis cohabitantes neoyorquinos de forma distinta. Pienso en sus historias y las experiencias que han tenido en su camino hacia aquí, así como lo que significa vivir en una situación muy precaria”, cuenta Byrne.
Antes de mudarse a Nueva York gracias a una beca del Gobierno estadounidense, Márquez vivía en la ciudad de Maracaibo, en el noroeste del país, cerca de Colombia, y cuenta que “no tenía luz 12 horas al día, solo tenía agua a las seis de la mañana. Yo podía por lo menos ir a comprar comida, pero hay gente que ni eso, ni siquiera medicamentos, y eso les repercutía en su día a día”.
Thaís es una doctora venezolana que vive y trabaja en su país, pero se encuentra de vacaciones visitando a sus hijos. Ambos consiguieron becas para venir a Estados Unidos. “Mi hijo me inscribió para ser voluntaria y estoy alucinada con la situación”. Cuando habla con los recién llegados, cuenta que les dice que su equipo de baseball favorito son los Leones de Caracas. “Intento sacar una sonrisa a las personas que están en una situación tan difícil como esta.”
“Peones en un juego político”
“La mayoría de venezolanos que entran por la frontera son demandantes de asilo. Por eso, al entregarse al oficial migratorio, piden no ser devueltos y empieza una especie de proceso de asilo. Tienen la primera entrevista y luego son mandados a estados como Nueva York”, dice Ivanna Márquez.
En los estados republicanos, los oficiales de inmigración les entregaban a los migrantes panfletos de organizaciones de Nueva York como la Coalición Mexicana o la Coalición de Inmigración de Nueva York. Estas personas usaban estas organizaciones con las que nunca habían tenido contacto en su vida y a estas organizaciones les empezaron a llegar cartas de personas que no habían tratado.
“Está claro que los políticos que están mandado a estos migrantes quieren expresar su posición política respecto a este tema”, dice Byrne. “Si bien creo que es despreciable utilizar a personas vulnerables como peones en un juego político, y no simpatizo en absoluto con la respuesta republicana, tienen razón al decir que necesitamos entender la realidad de esto, las personas en los estados fronterizos tienen una experiencia con migrantes que nosotros, en Nueva York, no tenemos”.
Solo en septiembre, los venezolanos representaron la segunda nacionalidad más grande en la frontera, después de los mexicanos. En septiembre hubo 33.804 detenciones de venezolanos en frontera, un 33% más que las 25,361 de agosto. Por su parte, los cubanos, están protagonizando el mayor éxodo de la isla caribeña a Estados Unidos desde 1980. El mes pasado se dieron 26.178 arrestos de cubanos en la frontera. También 18.199 nicaragüenses fueron detenidos.