Una frontera llamada coronavirus: “Pensé que solo un huracán podría detenerme, pero no había pensado en una pandemia”

Jeff Ernst y Joe Parkin Daniels

The Guardian —

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Cuando Angélica Silva de Souza cumplió 30 años, se dio cuenta de que no tenía futuro en Honduras. Pese a contar con titulación universitaria, vivía mes a mes atrapada en una colonia de Tegucigalpa controlada por una pandilla. Así que, después de pensarse durante varios años si migrar a Estados Unidos para reunirse con algunos familiares, tomó la decisión y se fue. 

“No quería quedarme en un barrio donde hay masacres o la gente se encierra en sus casas a las seis de la tarde porque las pandillas imponen el toque de queda. Me di cuenta de que más que vivir, sobrevivía”, explica. 

Pero justo cuando tocaba comenzar el viaje rumbo norte, Honduras cerró sus fronteras y declaró el estado de emergencia. No podía salir de la ciudad, mucho menos subirse en el bus rumbo a Guatemala, donde se encontraría con el coyote que la guiaría a través de México.  “Pensé que sólo un huracán podría detenerme”, asevera. “Pero no había pensado en una pandemia”. 

Los cierres de fronteras y los estrictos confinamientos provocados por la crisis del coronavirus han interferido enormemente en las rutas migrantes a lo largo de Centroamérica y México. Muchas personas que deseaban migrar se han visto obligadas a posponer su planes, y otras que ya habían comenzado el viaje se han quedado varadas a medio camino.

El resultado ha tenido un impacto más eficaz que cualquier muro levantado por Donald Trump. A lo largo de la región, activistas informan de un importante descenso en el número de migrantes que llega de Centroamérica desde que se pusieron en marcha las restricciones. Un refugio en México, cerca de la frontera de Guatemala, dijo que no había llegado nadie en toda la semana. 

Cierran las fronteras pero continúan las deportaciones

Nyzella Juliana Dondé, coordinadora de una ONG católica en Honduras, cree que “la crisis se ha puesto de lado de las políticas de Trump porque los migrantes centroamericanos ni siquiera pueden dejar sus países”.  

El Salvador cerró las fronteras el 11 de marzo y los gobiernos de Guatemala y Honduras lo hicieron poco después. Los tres países del triángulo norte de América Central han anunciando desde entonces confinamientos de diversa intensidad.  Sus Gobiernos habían firmado hace poco un acuerdo de “tercer país seguro” con Estados Unidos por el que aceptaban incrementar su vigilancia fronteriza y recibir a deportados que hubieran pasado por su suelo rumbo a Estados Unidos. 

Solo Guatemala había comenzado a poner la medida en marcha. Pero el 17 de marzo anunció que suspendía la deportación de hondureños y salvadoreños desde Estados Unidos hacia su territorio. Sin embargo, Guatemala y Honduras continuaron recibiendo vuelos de deportación desde Estados Unidos con sus propios ciudadanos pese al temor de que pudieran acelerar la expansión del virus

La semana pasada, un migrante deportado de Estados Unidos a Guatemala fue diagnosticado con Covid-19 y un grupo de deportados a Honduras escapó del refugio donde tenían que pasar la cuarentena. Ahora, Guatemala ha solicitado que Estados Unidos suspenda los vuelos de deportación. 

Más vulnerables que nunca

Mientras tanto, los migrantes en ruta han quedado expuestos por el cierre de los refugios y las dificultades a las que se enfrentan las organizaciones humanitarias que los atenderían en circunstancias normales. 

Dondé denuncia que “están en una situación vulnerable porque la orden es quedarse en casa, pero los migrantes no tienen casas”. La religiosa menciona el caso de un gran grupo de migrantes haitianos y africanos detenidos tras cruzar a Guatemala desde Honduras una vez decretado el confinamiento. “Ni Honduras ni Guatemala querían ofrecerles un lugar en el que quedarse”, lamenta.

Los migrantes que ya habían llegado a México fueron abandonados en el limbo de una decisión del Gobierno de Estados Unidos, que pidió devolver inmediatamente a México y Centroamérica a todos los migrantes que habían cruzado su frontera sur. 

Una vez se aligeren las restricciones, es probable que la migración sufra un incremento importante. Muchas personas con voluntad de migrar entrevistadas por The Guardian señalan que es una cuestión de cuándo, no si de si hacerlo o no, en referencia a intentar viajar a Estados Unidos. 

Además, el impacto económico de la crisis podría provocar que mucha más gente quiera migrar. “Antes muchos migraban porque no tenían trabajo ni una vida digna”, explica Silva de Souza. “Ahora habrá muchos más”.

Los migrantes que llegan desde muy lejos no tienen otra opción que la de seguir intentándolo. Mohamed salió de Freetown, la capital de Sierra Leona, en 2018, y siguió la ruta que pasa por Ecuador, Colombia y la selva del Darién en Panamá. Agotó todos sus ahorros y se endeudó más allá de lo que tenía a la vez que avanzaba hacia el norte. Llegó a Guatemala justo antes de que el Gobierno anunciara el estado de alarma que convirtió cualquier movimiento en imposible.  

“Es muy difícil viajar”, asegura en una breve conversación vía Facebook Messenger. Seguía determinado a alcanzar Estados Unidos, aunque ahora debe avanzar con mucho más cuidado. Viaja de noche y evita las largas caravanas de antes. “Con la voluntad de Dios, llegaré. Y tendré una vida de oportunidades”. 

Traducido por Alberto Arce