Martin es un joven haitiano de 31 años que vive desde hace dos meses en un campamento improvisado en el patio trasero de un albergue para migrantes de Tijuana. Viajó por tierra desde Brasil, donde se ganaba la vida como profesor de francés y operario de maquinaria de construcción durante los últimos años, hasta que la crisis económica le empujó a invertir sus ahorros tratando de llegar a Estados Unidos. En la ciudad fronteriza de México debe esperar tres meses más para su cita de solicitud de visado humanitario con las autoridades estadounidenses.
“Vivía muy bien en Brasil, pero en el último año las cosas cambiaron mucho y decidí irme. Con mi trabajo podía enviar dinero a mi familia en Haití, pero ya ni siquiera podía pagar el alquiler. Todo el país se ha vuelto muy inestable”. Como él, más de 19.000 migrantes haitianos y de origen africano han llegado a México por Chiapas desde marzo de 2016 y han obtenido un permiso del Instituto Nacional de Migración para cruzar el país hasta la frontera norte.
A pie o en autobús, esta nueva ruta migratoria pasa por nueve países y recorre más de 11.000 kilómetros a través de algunas de las zonas más peligrosas del continente: Perú, Ecuador, Colombia, la selva de Darién –en la frontera con Panamá– donde los migrantes deben contratar a un traficante de personas para que les guíe durante siete días de caminata, y toda Centroamérica.
Según sus testimonios, en Nicaragua encuentran el mayor obstáculo: no pueden cruzar legalmente el país y deben pagar a las mafias para llegar hasta Honduras, pero en el camino son asaltados y las mujeres sufren violaciones.
Brasil se convirtió en el principal receptor de refugiados haitianos tras el terremoto de 2010 y ha sido un importante país de acogida para migrantes de varios países africanos durante los últimos años. Estos trabajadores y trabajadoras han sido quienes construyeron todas las instalaciones deportivas de los Juegos Olímpicos de Río y del Mundial de fútbol. La crisis económica los ha empobrecido y convertido en ciudadanos de tercera.
Estados Unidos también ofreció refugio temporal a los haitianos afectados por el seísmo, pero el Departamento de Seguridad Nacional anunció que las deportaciones se retomaron desde el mes de noviembre, a razón de 60 personas por semana, “tras un aumento significativo del número de haitianos que trata de entrar en territorio estadounidense a través de la frontera suroeste”.
Aunque este ha sido el principal reclamo para que los casi 20.000 migrantes decidieran apostar por arriesgar la vida en el camino y entregarse a la “migra” estadounidense, la Administración de Obama ya ha fijado para el próximo 17 de julio la fecha límite de aceptación de solicitudes de visado humanitario para ciudadanos haitianos.
Para Wilner Metelus, activista haitiano que preside el Comité Ciudadano de Defensa de los Naturalizados y Afromexicanos en Ciudad de México, “la gente va a seguir emigrando a Estados Unidos porque Haití es un país en crisis económica siete años después del terremoto”, sentencia.
Hoy en día, según Metelus, hay más de 60.000 personas que viven en campamentos, “en un país que no produce nada, con un un 80% de desempleo y que depende directamente de las remesas y la ayuda internacional”. Por esta razón, “los haitianos van a seguir saliendo, tal vez no de forma masiva como ahora, pero muchos van a continuar arriesgando su vida para llegar a la frontera de México, haciendo un viaje más peligroso y más costoso, que requerirá que paguen a traficantes”, lamenta.
Crisis migratoria en la frontera
Una vez en Baja California, los migrantes obtienen una cita con las autoridades migratorias de Estados Unidos para realizar su solicitud de visado, que aceptan unos 50 casos al día, hasta cuatro meses después. Algunos vienen señalando el cobro de cuotas de entre 300 y 500 dólares por parte de funcionarios del Instituto Nacional de Migración mexicano para facilitarles una cita más rápida.
Aunque hay un policía municipal detenido e investigado por estas denuncias, el verdadero problema se está produciendo por el estancamiento durante meses de miles de migrantes que deben sobrevivir como puedan en la ciudad. Desde que empezaron a llegar miles de sus compatriotas al estado norteño de Baja California, Metelus se ha desplazado en numerosas ocasiones para observar la atención que se les está brindando y ofrecerles asesoramiento de primera mano.
“He visitado los albergues y he podido ver los problemas que existen con la falta de comida y el hacinamiento. Aunque algunos refugios han recibido ayuda económica y apoyo de la sociedad civil, las necesidades son muchas, y los lugares están llenos. Algunos cobran a los migrantes por pasar la noche, y otros juntan a los haitianos con drogodependientes”, explica el activista.
El impacto de esta nueva migración es claramente visible en Tijuana y Mexicali: el centro de las ciudades está poblado de afrodescendientes que alquilan casas o caminan por los alrededores de los refugios. Algunos han encontrado trabajo repartiendo publicidad, vendiendo comida o en la construcción. Incluso se han abierto algunos puestos de comida haitiana para satisfacer los gustos del nuevo mercado.
César Palencia, director de la Oficina de Atención al Migrante municipal, lo confirma: “Hace unos meses eran diez albergues los que oficialmente estaban abiertos, pero en estos meses se han habilitado 21 más, sobre todo en iglesias cristianas. Hay 31 refugios solo en esta ciudad, algunos atienden a una veintena de personas y otros a más de 400”.
Palencia también señala la necesidad de abrir más albergues, ya que a los que permanecen tres o cuatro meses esperando a su cita en la aduana estadounidense, se suman los que continúan llegando diariamente: entre 150 y 300 migrantes solo a esta ciudad. “Aunque los espacios se siguen abriendo, se llenan, y si se abre otro, se vuelve a llenar. Ahora mismo, hay 3.700 registrados en Tijuana”, explica.
Una de las instituciones más importantes para la atención de los migrantes y de las personas sin techo de la ciudad es el Desayunador Salesiano del Padre Chava, cuya principal labor es la de ofrecer una comida a más de 1.200 migrantes deportados y personas que viven en la calle a diario.
El hermano Leonardo, uno de los coordinadores del espacio, explica que no se concibió como un refugio que ofreciera hospedaje, pero desde que empezó este flujo migratorio han alojado a más de 5.000 personas. En la actualidad se albergan 374 personas. “Hay familias, mujeres y hombres solas, y muchos niños. Llegamos a tener casi 20 niños, aunque ahora hay algunos menos”, indica.
Pero sus instalaciones, asegura, “no son adecuadas para atender correctamente a estas personas, sin embargo, el espacio del comedor se convierte por las noches en un gran dormitorio común, en colchonetas, donde descansan hombres, mujeres y niños”. En el patio trasero cuentan con una techumbre bajo la que se cobijan “unas 50 personas que necesitan resguardarse del frío y la lluvia”.
Sobre la adaptación de los haitianos y africanos a la sociedad mexicana, el salesiano comenta que “no hay pensamiento entre ellos” de quedarse en México. “Su única meta es llegar a Estados Unidos y Miami es el destino de la mayoría de ellos, cueste lo que cueste, aunque tengan que esperar cinco meses aquí”, concluye.
La presencia de aproximadamente 5.000 migrantes haitianos y africanos en Baja California se suma a otras dos corrientes migratorias: la de los deportados, que en 2016 superaron los 60.000 en este Estado, y la de los desplazados por la violencia, originarios de Centroamérica o de Estados mexicanos como Guerrero, Michoacán o Veracruz.
José María García, director del albergue Juventud 2000 en la zona norte de Tijuana, explica que su trabajo era mayoritariamente con la comunidad repatriada de Estados Unidos, “pero desde mayo ha estado llegando mucha gente de Haití y África”, lo que ha obligado a adaptar la atención que brinda a estos migrantes.
“Todos los albergues estamos saturados. Estamos coordinados entre todos, incluso con los que han ido abriendo en iglesias cristianas para poder recibir y acomodar a la gente que va llegando, pero siempre estamos llenos”, asegura. García alerta sobre la falta de recursos: “No hay suficientes tiendas de campaña y son muy importantes, porque estamos en temporada de frío y lluvias. La gente se moja y tenemos que estar cambiando las cobijas y las colchonetas. Estamos esperando a recibir más ayuda, pero aún no llega nada”.
Un futuro incierto ante la llegada de Trump
Wilner Metelus cree que esta crisis migratoria no está en la agenda del Estado mexicano porque “ni siquiera hay coordinación entre los tres niveles de poder”, en referencia a que el Gobierno de Baja California es del PAN (Partido Acción Nacional) y el Gobierno federal es del PRI (Revolucionario Institucional). “Además, parece que hay otros problemas más importantes que atender, sobre todo ahora con la opinión pública en contra por el 'gasolinazo'”, opina.
Metelus tampoco es optimista con el futuro que les aguarda a los migrantes haitianos con el nuevo Gobierno de los republicanos: “Creo que con la llegada de Donald Trump, la estrategia de los Estados Unidos es encerrarlos en centros de detención y deportarlos a Haití, como ya lo está haciendo Obama”.
Asimismo, considera que al haber un nuevo presidente en Haití, “pueden decir que no puede aceptar más solicitantes de asilo porque Haití no padece inestabilidad. Sin embargo, la crisis económica tan grande que padece mi país debería ser suficiente para ofrecer ayuda humanitaria”.
Mientras cuenta los días para que llegue su cita, Martin, el joven haitiano que abandonó la carrera de Ciencias Políticas cuando su universidad se derrumbó con el terremoto de 2010, trata de pasar los días entretenido y resguardado en su tienda de campaña, mientras sueña con estudiar en una universidad norteamericana y conseguir un buen trabajo para poder enviar dólares a su familia en Haití. “Lo que más me gustaría es poder regresar a mi país en el futuro y poder contribuir a su progreso”.