La gente sí teme que Colombia se pueda convertir en un El Salvador o Guatemala. Si tú le quitas el carácter político a un grupo armado, todo lo que haga va a ser delincuencia.
“Aunque dicen que la guerra se ha parado, a nosotras el corazón se nos sigue poniendo muy delgadito. Tenemos miedo. Porque les cuento que la guerra sigue ahí por abajito”. El mensaje llega de una líder comunitaria después de escuchar la intervención de Marysol Avendaño en una tertulia sobre el papel del movimiento de mujeres en el proceso de paz de Colombia.
Avendaño, integrante del Centro de Promoción y Cultura, lleva 26 años atendiendo a las mujeres desplazadas por el conflicto armado. Mientras avanzan las conversaciones de La Habana, la activista recuerda que los armados siguen en las comunidades, controlando el tráfico de drogas, de armas, la trata de mujeres. Y reivindica el autocuidado y la sanación como recetas para superar los estragos de una guerra eterna.
Las delegaciones del Gobierno de Colombia y de las FARC debaten actualmente en La Habana fórmulas para garantizar la estabilidad y la seguridad jurídica del futuro acuerdo de paz. Mañana se reanudarán las conversaciones, tras el regreso a la capital cubana de la delegación del Gobierno colombiano.
Dice un lema del movimiento de mujeres: “Ni guerra que nos mate ni paz que nos oprima”. ¿Se respira escepticismo ante los acuerdos de paz?
Yo estoy entusiasmada con la posibilidad. Pero es que el escenario es muy adverso. Juan Manuel Santos tiene mucho afán por que se firme, quiere cumplir con compromisos internacionales, pero es muy irresponsable poner una fecha a la paz. Colombia ha vivido cinco intentos de proceso de paz. El periodo que ha seguido a cada uno ha sido nefasto. En los ochenta, cuando se desmovilizaron los insurgentes y se intentó generar un movimiento político de izquierda [Unión Patriótica] que aglutinó a muchos activistas más allá de las FARC, ¿qué pasó? Los exterminaron. Los diálogos de El Caguán, iniciados en 1998, cuando se frustraron, nos dejaron como presidente a Álvaro Uribe, que nos metió en un Gobierno de seguridad democrática terrible.
Así que la gente en seguida dice: “No se va a dar, ya sabemos lo que va a pasar”. En Colombia se ha naturalizado el aprender a vivir en guerra. Me es mas fácil darte argumentos de por qué no puede haber la paz que de por qué sí debe haber paz. Y quienes le han causado más daño al pueblo, nuestras élites, mantienen su poder simbólico, político y económico, representado por el Centro Democrático, el partido de ultraderecha de Uribe.
¿Cómo es posible que Uribe, responsable de crímenes de lesa humanidad, siga teniendo apoyo social?
Él dice: “Aquí lo que se necesita es mano dura y corazón limpio”. Y dice: “Usted necesita volver a salir, poderse ir de vacaciones, que no lo secuestren, que no lo roben”. Y convenció a mucha gente, que no tiene finca ni plata para irse de vacaciones. No es solo una cuestión militar y simbólica sino un autoritarismo patriarcal arraigado; la gente quiere un papá que lo grite, que lo regañe. Los hijos de Uribe, el hermano, el primo… Todos están vinculados a diferentes procesos judiciales. La cantidad de gente que sigue a Uribe es impresionante.
Buena parte del poder mediático es contraria a los acuerdos de paz.
A partir de 2001, con los atentados de las Torres Gemelas, se vendió la idea de que todo lo que ocurre en el mundo se llama terrorismo. El colombiano es un conflicto de más de sesenta años cuyas causas estructurales tienen que ver con la distribución de la tierra y la falta de participación política. Un conflicto permeado por un problema de narcotráfico impresionante y unos intereses económicos muy fuertes en términos de extracción minera. Hay una gran falta de inversión social, los niveles de educación son muy bajos y las condiciones de salud muy precarias.
Yo tengo claro que esto no se resuelve con la lucha armada. Pero desde los medios se presenta a las insurgencias como meros delincuentes. Buena parte de la gente joven acepta el discurso de que no se puede negociar con terroristas. Y la pregunta es: ¿cuando ya no existan las FARC se resolverán los problemas del país?, ¿cómo los va a tapar el Gobierno cuando ya no pueda echar la culpa a los grupos armados?
Las mujeres en las comunidades te preguntan qué va a pasar cuando los armados regresen a las comunidades. Y tú contestas que ya están aquí.
El conflicto en Colombia tiene tres actores armados: las guerrillas, insurgencias de izquierda formadas en los sesenta a raíz vinculadas a la lucha agraria; los paramilitares, que surgieron como autodefensas financiadas por ganaderos y terratenientes, para proteger sus territorios de las guerrillas, y a su lado se ubicó después la fuerza publica. Estos tres actores armados están en los territorios y los controlan. En una misma cafetería se sientan un paramilitar y un guerrillero, y todo el mundo en los municipios sabe quiénes son.
Toda esa gente no se fue a La Habana. En el mismo territorio se mueven víctimas, gente que fue reinsertada, gente que es activa todavía de los diferentes grupos… Se supone que con el proceso de paz va a haber un proceso de dación de armas y todos van a entrar a hacer un ejercicio político. Pero toda esa gente no va a llegar al Senado, ni a los gobiernos locales. Estarán en los barrios, ya están en los barrios.
¿Y el narcotráfico?
El narcotráfico sigue ahí, alimenta sobre todo a las 'bacrin' [bandas criminales formadas por exmiembros de las autodefensas paramilitares]. No estoy defendiendo a las guerrillas, que también la usaron como fuente de financiación, junto con el secuestro y el control de las rutas. El tema está en cómo generar oportunidades de empleo, cómo se van a garantizar condiciones para el debate político, condiciones de vivienda, de salud… La solución no puede ser solo ofrecer subsidios.
Ocurrió en las ciudades: la gente acusaba a los desplazados de quitarles lo que el Estado debía darles. Y así mucha gente empezó a ocultar que era desplazada para evitar ese estigma. La reinserción va a ser un reto. A esto se suma que, bajo el argumento de que este no es un país pobre sino de renta media, en el que el poder no está distribuyendo bien la riqueza, se va a retirar mucha ayuda humanitaria. Y la gente sí teme que Colombia se pueda convertir en un El Salvador o Guatemala. Si tú le quitas el carácter político a un grupo armado, todo lo que haga va a ser delincuencia. ¿Qué lee la gente que hay en El Salvador? Maras, pandillas, delincuencia. Despolitizaron el problema del país.
Una vez no existe el conflicto político, ¿cómo va a quedar el país si lo estructural no se soluciona? ¿Y cómo combates la delincuencia? Pues con fuerza pública. Por eso es tan importante el acuerdo con el LN, para que no exista posibilidad de que vendan franquicias (así les llaman) de narcotráfico a grupos que quieran seguir armados.
En un país con tanta actividad extractivista, ¿habrá represión militar contra los grupos que se opongan a las multinacionales, como pasa en Guatemala?
De tres o cuatro años para acá el problema del extractivismo minero se alborotó. El Gobierno no reconoce los problemas que provoca la actividad de las multinacionales: la contaminación de los ríos, las expropiaciones… Solo persigue la minería ilegal (que practica el minero tradicional); el Ejército defiende los intereses del sector privado. En el Cauca, la guardia indígena retuvo a unos militares durante una protesta, y un líder indígena fue encarcelado años después, acusado de ser el autor intelectual. Políticamente lo mataron. También ha habido momentos en los que se ha criminalizado la protesta estudiantil aplicando la ley antiterrorista. Y así, la gente se va desmovilizando.
¿El movimiento de mujeres está fuerte como para influir en los acuerdos de paz?
Este país es muy patriarcal y las voces de las mujeres han estado bastante invisibilizadas. Hay un movimiento social de mujeres importante, muy activo en la defensa de los derechos humanos y de la paz, pero tiene que dejar algunas rencillas internas para hacer causa común. Hay que pensar en puntos de encuentro claros en vez de empeñarse en agendas homogéneas. Las mujeres tenemos que construir un poder colectivo y diverso, sin primar protagonismos. Yo digo que a veces queremos descubrir el agua tibia; cuando un colectivo concreto plantea una iniciativa nueva de forma unilateral, eso provoca tensiones.
¿Cómo valoras el papel de la subcomisión de género en los acuerdos de paz?
Hay que celebrar que la subcomisión se crea por la insistencia del movimiento social de mujeres. Me parece interesante pero falta contundencia. A mí la imagen me puede mucho, y dentro de los negociadores reales todavía no hay ni una mujer.
Me parece clave que la violencia sexual se reconozca como un crimen de lesa humanidad y que se nombre que la impunidad respecto a los derechos de las mujeres no es negociable. Es muy importante que hayan podido participar tanto mujeres víctimas, como líderes de comunidades y dirigentes de organizaciones para trasladar su agenda. Espero logren posicionar no solo las reivindicaciones que atañen a su colectivo sino las referentes a los derechos de las mujeres. Pero el principio que rige este proceso es que nada esté pactado hasta que todo esté pactado. Por ahora todo son pronunciamientos, aunque valiosísimos.
En esta tertulia se ha citado el papel de las mujeres de las FARC y se las ha nombrado como víctimas además de victimarias.
Me pregunto si podemos reconocer como víctimas a las mujeres que decidieron ubicarse dentro de un grupo armado. Habrá víctimas entre ellas, algunas fueron reclutadas arbitrariamente, pero no son todas. Además, a la víctima la ponemos en el lugar de la pobrecita, no la reconocemos como actora de su propia vida. No necesitamos construir un país de víctimas, necesitamos que sus víctimas ocupen su lugar en la sociedad. Ellas tampoco son las salvadoras, no van a venir a salvar a las mujeres. Tienen que llegar a construir la paz con las mujeres.
Cuando ONU Mujeres auspició la Cumbre Nacional de Mujeres y Paz [en 2013], para recoger nuestros aportes como mujeres organizadas a los puntos que se estaban negociando en La Habana, hubo un momento de gran tensión porque, al recibir el saludo institucional, se planteó la posibilidad de que las FARC también pudieran saludar. Y el auditorio se dividió. Hasta en los baños había mujeres llorando, diciendo que cómo era posible que las fueran a obligar a ellas a escuchar un mensaje de las FARC, que les habían matado hijos, que habían reclutado en sus familias, que habían violado incluso.
Finalmente pasaron un mensaje de las FARC: una mujer leía el comunicado pero a cada lado había un hombre, transmitían una estructura militar determinada. ¿Cómo vas a sentar a víctima y victimario? ¿Cómo vamos a empezar a plantear la interlocución? Va a ser muy difícil. He conocido a mujeres excombatientes que dicen: “Preferimos el anonimato porque todavía ni nosotras ni las mujeres estamos preparadas para entrar en esa conversación”.
¿Cómo acompañas en la sanación de las mujeres que han vivido la violencia de este conflicto?
El cuerpo es el primer territorio político que tenemos que fortalecer; equilibrar las emociones para poder construir juntas. Si yo me presento como trabajadora social o psicóloga y pido que me cuenten, es difícil que hablen. Utilizamos técnicas de sanación y autocuidado que aprendimos con mujeres indígenas en Centroamérica, como ejercicios de respiración, rituales y masaje energético. Esto puede generar rechazo por chamánico, pero son técnicas que permiten que te liberes de esos malestares (que se reflejan en dolencias físicas) sin necesidad de contarme lo que has vivido. El autocuidado y la sanación son claves para transitar el duelo.
Las mujeres hacemos política desde un lugar diferente. Alimentamos el encuentro, la ritualidad, la conexión entre nosotras, y a partir de ahí debatimos.
¿Cómo trabajan con jóvenes para que se involucren en la construcción de la paz?
Ellos nos hablan de las fronteras invisibles que hay en los territorios, nos hablan del microtráfico de drogas y de armas. El Centro de Promoción y Cultura cuenta con un hogar infantil y con un centro cultural para jóvenes. A partir del arte, la música, el teatro y la danza, trabajamos el reconocimiento de sus derechos. Cada primer domingo de noviembre, hacemos un carnaval popular por la vida. Si la vía de la violencia no funciona, el arte tiene que funcionar. Promovemos también espacios de encuentro para hablar de las relaciones entre hombres y mujeres. La juventud es un motor de vida, es una energía fundamental para las comunidades. Las organizaciones sociales de mujeres, de jóvenes, de niñas y niños, somos apuestas de paz.