Somoe y Situmai comenzaron como partidoras de piedra y ahora emplean a otros para que transporten y rompan las rocas para ellas. Han logrado cambiar su modo de vida gracias a la obtención de microcréditos, una práctica habitual en el país en la que participan cerca de cien organizaciones e instituciones y que sofoca las necesidades de miles de tanzanos.
En Tanzania, la piedra no da mucho dinero, pero es un negocio seguro, ya que es una de las materias primas más usadas. Se utiliza para la construcción, y de eso hace falta mucho en Dar, una ciudad con importantes carencias en infraestructuras. Un cubo de piedra picada se vende por 350 chelines tanzanos, alrededor de 15 céntimos de euro. Un camión cargado de piedra cuesta 45.000 chelines, unos 25 euros.
La vida en la cantera es dura y la explotación del medio, un trabajo no apto para cualquiera. Durante la estación seca concentra gran cantidad de polvo, que se cuela por las vías respiratorias e irrita los ojos. Pero quizá la peor temporada del año para las trabajadoras y trabajadores de este negocio sea la época de lluvias, cuando la cantera se convierte en un lodazal de difíciles condiciones.
Somoe ronda los cuarenta años. Nos recibe en la puerta de la humilde casa donde vive, cerca de la cantera. Allí comparte techo con su marido, sus hijos y otro joven de diez años del que se hace cargo. Ella es el pilar fundamental del sustento familiar y la educación de algunos de sus hijos.
La mujer narra, orgullosa, cómo ha cambiado su vida gracias a dos microcréditos. Once meses atrás, Somoe trabajaba picando piedra en la cantera local, bajo unas condiciones realmente duras y al calor de un sol que no perdona. Fue entonces cuando consiguió el que sería su primer microcrédito, gracias al cual diversificó su negocio y duplicó su fuente de ingresos. Compró un tanque de 2.000 litros de agua para venderlo entre sus vecinos, y poco a poco empezó a ver cumplido el sueño de convertirse en una gran empresaria. Sin embargo, fue la obtención de un segundo microcrédito lo que realmente cambió su modo de vida. Decidió multiplicar sus negocios, y montó una pequeña tienda donde ahora vende bebidas, azúcar, jabón y queroseno, entre otros productos. También se inició en el negocio del carbón.
No podía hacerse cargo de todo sola y contrató a una joven de 15 años para que le ayudara con la venta de agua por poco más de 10 euros al mes. También cuenta con alguien que rompe piedra para ella en la cantera. Cuando piensa en obtener un tercer microcrédito, tiene claro que le gustaría expandir su negocio y aumentar sus ventas.
Al llegar a casa de Situmai, viene apresurada a recibirnos con una amplia sonrisa: “¡Karibuni!”(‘bienvenidas’). Nos cuenta que hoy no ha encontrado pescado en el barrio y que probablemente tendrá que desplazarse a otra zona del distrito para conseguirlo. De lo contrario, no podrá abrir su negocio.
Esta mujer, que tarda unos minutos en calcular su edad, tiene cuarenta y cuatro años y una hija pequeña a su cargo. Cada día se dedica a cocinar y vender pescado en un puesto frente a su casa. Lo hace todos los días de la semana, al menos cuando encuentra pescado para comprar.
Pero también nos cuenta que el negocio le ha ido bien y, ayudada por los microcréditos, ha conseguido comprar una parcela en la cantera, a unos minutos de su casa. Nos lleva hasta allí para enseñarnos su merecido trozo de piedra. Allí emplea a alguien para que rompa su roca, ya que ella comenzó a hacerlo, pero tuvo que abandonarlo porque su salud se resentía ante un trabajo tan duro.
Ambas son privilegiadas dentro de sus comunidades. A través del trabajo constante han conseguido lo que muchos en la cantera ansían: tener su propia parcela y emplear a alguien más. En la cantera es una forma de decir algo así como “he conseguido tomar las riendas de mi vida, no dependo de nadie”.