Mujeres refugiadas atrapadas en Grecia denuncian en un informe los abusos y el “abandono oficial” que sufren

Fátima tiene 27 años y llegó a Grecia con sus dos hermanas pequeñas tras dejar atrás su país natal, Afganistán. La joven describe su impotencia cuando recuerda su periplo hasta poder pisar suelo europeo. Como muchas otras, asegura que no tuvo otra opción que recurrir a traficantes para huir. “Cuando los Gobiernos europeos cerraron las puertas a los refugiados, nosotras las mujeres quedamos más expuestas a los abusos de los traficantes. No puedes pedir ayuda a la Policía ni a otras personas porque eres 'ilegal'. Y se aprovechan de eso”, explica esta refugiada afgana en un testimonio recopilado por Amnistía Internacional (AI).

La joven es una de las más de 100 mujeres y niñas que viven en campos de refugiados y otros alojamientos en Grecia y han denunciado “la violencia, las condiciones peligrosas y el abandono oficial” que sufren en un informe de la ONG publicado este viernes. 

En la investigación, recuerdan que, por el hecho de ser mujeres, han estado expuestas a un riesgo especial de acoso físico, verbal y sexual durante su trayecto a Europa. La misma a la que se refiere Fátima, o la que relata Samira. “Me acosaron mucho. Un contrabandista era muy insistente. Me dijo: 'Te enviaré a Alemania, pero dame a tu hija”.

Algunas de las solicitantes de asilo entrevistadas también aseguran haber sufrido el acoso de la policía, los gendarmes y la población local en Turquía. O de sus parientes y compañeros de viaje. Una mujer iraní, por ejemplo, cuenta a AI que su marido la obligó a mantener relaciones sexuales con traficantes “cuando se les acabó el dinero para continuar su viaje”. El 60% de las personas que han llegado a Grecia en lo que va de año son mujeres y niñas. 

“Los hombres entran en la ducha cuando estás dentro” 

Algunas ya huían de la violencia sexual y física y de la discriminación en sus países de origen y se las volvieron a encontrar en la ruta. Para muchas, el miedo a los abusos no terminó tras llegar a Europa. Numerosas voces han alertado del las precarias condiciones de vida de los campos abarrotados en las que viven las personas refugiadas en las islas griegas a la espera de que se resuelva su situación. Allí se encuentran desde el acuerdo alcanzado entre la Unión Europea (UE) y Turquía en marzo de 2016 para frenar las llegadas. 

Este hacinamiento está alcanzando un “punto crítico”, denuncia AI, con más de 15.500 personas viviendo en cinco campos que fueron diseñados para albergar a unos 6.400 refugiados, según datos aportados por el Ministerio del Interior griego. Y a su vez provoca, que se hayan convertido en “lugares extremadamente peligrosos para todos, pero especialmente para las mujeres y niñas”, explica la ONG en la misma línea de lo que varias organizaciones llevan años denunciando. Actividades diarias como ducharse, ir al baño o caminar por la noche se vuelven inseguras por ejemplo, por la falta de cerraduras en las instalaciones, la mala iluminación o la carencia de inodoros o duchas en una zona separada.

“La puerta de la ducha no tiene cerradura. Los hombres entran cuando estás dentro. No hay luces en los sanitarios. Si es de noche, a veces voy a los baños con mi hermana, o bien orino en un cubo”, sostiene Aisha en el campo de Vathy, en la isla Samos. El pasado febrero, la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) aseguró que en 2017 recibió denuncia de más de 600 casos, en su mayoría mujeres y niñas, que habían sufrido algún tipo de violencia sexual o por motivos de género en Lesbos y Samos, entre ellas acoso sexual e intentos de violación.

La falta de higiene y saneamiento, de agua potable, las corrientes de aguas residuales sin tratar y las plagas de ratones y ratas “son comunes” en todos los campos, recuerda la ONG y todas las entrevistadas mencionan una palabra al definirlas: “Inhumanas”. “Todo está sucio aquí. Es imposible mantenerse limpia y cuando tenemos la regla, es muy difícil”, dice Adèle, de República Democrática del Congo (RDC). Por otro lado, varias mujeres embarazadas han explicado a AI que han tenido que dormir en el suelo y tenían muy escaso o ningún acceso a atención prenatal. En agosto, según recoge la ONG, una mujer dio a luz a su bebé en una tienda de campaña en el campo de Moria, de Lesbos, sin apoyo médico.

“Conté mi abuso en la entrevista y el intérprete se rió”

El pasado 21 de septiembre, las autoridades griegas comenzaron los traslados desde el campo cerrado de Moria a la parte continental del país, dentro de su plan de evacuar a 2.000 demandantes de asilo debido al hacinamiento. Sin embargo, según recuerda AI, las condiciones en los campos del territorio continental “siguen siendo deficientes”. “Este año la falta de alojamiento ha obligado a reabrir tres campos que habían sido cerrados por considerarse inhabitables”, apuntan.

Cerca de Atenas, en el campo de Skaramagas, vive una mujer yazidí que asegura: “Nos sentimos totalmente olvidadas. Algunas de nosotras llevamos dos años en el campo y nada ha cambiado. Apenas puedo informar de mis problemas porque nadie habla nuestra lengua”.

La falta de mujeres intérpretes o de información adecuadas son unos de los mayores problemas señalados por las mujeres refugiadas que viven en los campos, pero también en los pisos de zonas urbanas. En la práctica, dicen, limita su acceso a servicios básicos como instalaciones de salud sexual o la asistencia jurídica.

Coinciden, además, en que las mujeres intérpretes y entrevistadoras son “especialmente importantes” durante las evaluaciones de “vulnerabilidad” y las entrevistas para obtener el asilo. “La legislación griega prevé apoyo lingüístico, pero en la práctica esto no está disponible para muchas de los mujeres que buscan refugio”, apunta AI.

Es el caso de Azadeh, superviviente de violencia sexual, que también cuenta su experiencia. “En la segunda entrevista, tuve que hablar sobre el abuso que sufrí en el pasado en Irán y la agresión sexual que viví en Grecia frente a un intérprete, hombre. No me estaba tomando en serio. Se rió de mí”, explica. “Después de la entrevista estaba desorientada, muy estresada. Después de la experiencia, pedí repetidamente un mujer para hacer la interpretación. Yo no hablaría delante de ese hombre de nuevo. Al final, me escucharon, pero tuve que ser persistente. Otras mujeres pueden no hacerlo y sus historias no se cuentan”.

Sin embargo, hay refugiadas en Grecia que están trabajando juntas para cambiar su situación en espacios de mujeres como Melissa Network, en Atenas, donde se reúnen y pueden acceder a servicios y formación, así como tejer redes de apoyo entre ellas. O en la isla de Quíos, con el centro Athena. “Estas mujeres nunca se vieron a sí mismas como víctimas. Con razón: son supervivientes. Solo necesitaban recursos y un entorno estable para reconstruir y pasar a un nuevo capítulo”, dice su fundadora en el informe. 

“Unidas por crueles giros del destino, mujeres refugiadas que huyeron de lugares peligrosos en todo el planeta encuentran unas en otras valor, puntos en común y una notable resiliencia”, concluye Kumi Naidoo, secretario general de AI.

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Todos los nombres de las mujeres son ficticios, algunos de ellos recogidos en el estudio de Amnistía Internacional.