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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Llamarse Zhihan (陈之涵) pero que te llamen Celia: por qué adoptan los inmigrantes chinos un nombre occidental

Sentada en una cafetería del centro de Madrid, Celia cuenta que tiene 27 años y estudió Periodismo en la Complutense. Ahora cursa un máster de moda e imparte clases en una academia. Solo que Celia es en realidad Zhihan, y llegó hace diez años del sur de China. En un inicio, adoptó el nombre español con el que aún la conocen compañeros y profesores. Es una práctica común entre migrantes chinos en el mundo occidental, que adquieren nombres de esos países para facilitarse la integración. “Ahora, prefiero que llamen por mi nombre chino, al menos quienes me conocen”.

Unos kilómetros más al sur de la capital, Luis y Li regentan el bar El Olivo, toda una institución en Moratalaz. La pareja lleva once años al frente del establecimiento, donde se reúnen habitualmente vecinos del barrio. Li no cambió su nombre, Luis decidió hacerlo. En realidad fue su antiguo jefe, en la fábrica de pescado donde trabajó al llegar a España, el que lo bautizó como Luis, porque su nombre chino era “muy difícil”. Ya no se plantea dar su nombre original a clientes o amigos españoles.

Hay diferencia entre adoptar un nombre occidental y el nombre en pinyin, la transcripción fonética de los caracteres chinos. El segundo es obligatorio para todos los ciudadanos que solicitan el pasaporte para salir de China. Por tanto, un ciudadano chino en España podría tener dos nombres: el original, con su transliteración al alfabeto latino, y un posible nombre occidental.

“Las razones para cambiar el nombre chino a uno español por lo general tienen que ver con buscar una fonética que sea comprensible y fácil para los hispanohablantes”, afirma Gladys Nieto, profesora de Estudios de Asia Oriental la Universidad Autónoma de Madrid. “Tener un nombre español acerca al inmigrante chino”, dice.

Para Paula Guerra, presidenta de SOS Racismo, las razones van más allá de la fonética, y obedecen a lógicas de supervivencia ante el racismo estructural. “Lo que tenemos que preguntarnos es por qué hay personas que se ven con la necesidad de cambiar su nombre para tener una vida sin problemas en otro país”, señala. “Quienes lo hacen han llegado a la conclusión de que así es más fácil no ser discriminados en situaciones cotidianas”. Tener un nombre extranjero puede dificultar encontrar trabajo o alquilar piso, y muchas veces es objeto de burlas. “Nos puede costar pronunciar un nombre español, pero siempre lo hacemos, no se nos ocurre cambiarlo”, apunta.

Cuando nombrar es un acto político

En la universidad, Zhihan tuvo profesores que directamente le preguntaban por su 'nombre español', y algunos compañeros y amigos con los que trataba a diario nunca llegaron a saber cómo se llamaba, pese a compartir cuatro años. “Eso me molestó, y me hizo pensar”, reconoce.

Sigue facilitando su nombre occidental para un contacto esporádico, “en sitios como Starbucks yo misma doy el nombre de Celia, o lo simplifico a Han”, explica. Algo que cambia a la hora de establecer una relación más próxima. “Si alguien tiene intención de conocerme, quiero se interese por aprender y recordar Zhihan”, dice.

Los autores de Raciolinguistics: How Language Shapes Our Ideas About Race inciden en el aspecto político del nombre. Hay numerosos ejemplos históricos donde el cambio de nombre implica una dominación simbólica. En los años 40, el imperio japonés impulsó el Sōshi-kaimei, una política para presionar a los coreanos a adoptar nombres nipones. Y en en Estados Unidos, indígenas, migrantes y afrodescendientes fueron obligados a denominarse de acuerdo a los estándares norteamericanos. En los años 60, los miembros del movimiento Black Power reivindicaron su identidad racial desprendiéndose de los nombres impuestos a sus antepasados en un sistema colonial.

Zhihan apunta que, en ciertas ciudades o ambientes de China se da la tendencia inversa, es común adoptar un segundo nombre inglés, una moda que tuvo su punto álgido en los 90. “La gente se quiere sentir occidental, y también es una manera de diferenciar la clase social”, opina. Gladys Nieto señala que también cambian sus nombres muchos occidentales que tienen relación con la comunidad china: “El mío, por ejemplo, es Sun Gedi 孙歌迪, lo busqué mucho tiempo, con la ayuda de algún libro y de amigos para que sonase lo más cercano al nombre de una persona china”.

Las nuevas generaciones mantienen el nombre

Los hijos de Li y Luis tienen 11 y 13 años, suelen hacer los deberes sentados las mesas del bar, mientras sus padres trabajan tras la barra. La pareja aprendió español en el contacto diario con sus clientes. “Ellos me cuidan”, sonríe Li, y afirma que el racismo lo nota especialmente en la Administración, donde al ver su nombre y procedencia muchas veces la tratan peor. Sus hijos, nacidos en China y criados en España, mantienen sus nombres, Ze Sen Ye y Ying Ying Ye, aunque las gente los llama simplemente Sen y Ying. Ellos no piensan cambiarlo, al contrario que su padre u otros miembros de la comunidad; es una forma de preservar su identidad.

“Que te impongan un nombre implica una deshumanización atroz”, opina Paula. “Es infantilizar a alguien, como si te perteneciera: 'te lo cambio porque a mí me cuesta pronunciarlo'”. Cree que es totalmente normal desde el punto de vista de quien consiente ser llamado de otra forma, “son estrategias de supervivencia”. No desde quien lo impone, pese a que se haga sin mala intención, pues no excusa el racismo. Aunque en los últimos años, dice, se ha dado “un cambio de visión importante, ahora las personas migrantes, en especial las nuevas generaciones, se sienten más respaldadas para reivindicar cómo quieren ser tratadas”.

Los autores de Raciolinguistics dan una serie de consejos para respetar a quienes no tengan nombres comunes, como evitar remarcar lo poco usual de forma peyorativa y preguntar siempre a las personas cómo quieren ser llamadas, además de no negarse a aprender o despreciar un nombre por difícil que sea. Zhihan tiene claro que quiere quedarse en España, pero ya no piensa permitir ciertas actitudes. “Soy china, tengo mi nombre, y tiene su significado”, concluye.