Las ONG, desconectadas de la movilización social: ¿por qué?
En diciembre de 1996, el Paseo de Castellana de Madrid se llenó de lonas que formaron una acampada para revindicar al Gobierno de entonces (del PP) que incluyese en los presupuestos generales la cesión del 0,7% del Producto Interior Bruto (PIB) como ayuda al desarrollo de los países pobres. Miles de personas por todo el territorio español se echaron a la calle a exigir un mundo más justo, y las acampadas se repartieron por todas las ciudades. “Yo tenía 20 años y muchas ganas de cambiar el mundo, estaba indignada, como todos los que decidimos acampar. Funcionábamos de manera asamblearia, sin logos, no importaba de dónde vinieras, importaban las propuestas. El día que llegué a Madrid para pasar unos días en la acampada de la Castellana fue muy emocionante: tantas personas no podíamos estarás equivocadas”, recuerda una activista en cooperación al desarrollo que prefiere queda en el anonimato.
Casi 20 años después, el porcentaje destinado a cooperación se sitúa en un exiguo 0,28% y la movilización ciudadana por la ayuda al desarrollo ha quedado prácticamente desactivada. Las Navidades pasadas, la coordinadora de ONG de España protestó con una acampada simbólica en contra de los recortes en Ayuda Oficial al Desarrollo y quiso homenajear así a las históricas acampadas por el 0, 7 de los años 90. Pero la acción no fue ni mucho menos masiva, sino simbólica, y entre muchos activistas es habitual que surja el debate de por qué la ciudadanía ha desconectado de las ONG, o por lo menos de las grandes y de sus estructuras.
Pablo Martínez está ahora al frente de Plataforma 2015 y fue impulsor y portavoz de aquellas acampadas del 0,7. “En aquellos años las ONG surgían de grupos de base, de profesores de institutos que buscaban una causa para ayudar, pero con el tiempo las estructuras de las organizaciones se han ido profesionalizando y en un sentido negativo”, afirma Martínez. Esa burocratización de las ONG es lo que las ha ido separando de la masa social, coinciden varios expertos. “El error fue que en la época de vacas gordas, cuando las organizaciones tenían dinero, no buscaron el respaldo de la opinión pública”, señala David Álvarez, profesor de Periodismo de la Universidad Complutense de Madrid y secretario del Instituto Universitario de Desarrollo y Cooperación. Para este docente, esta desconexión ONG-sociedad no es la primera vez que pasa: “Ya ocurrió en 1998, con el llamado espíritu de Porto Alegre, las ONG no supieron conectar con los movimientos sociales y se vieron superadas”.
Carlos Gómez Gil también es profesor, pero de la Universidad de Alicante, y vivió con mucha intensidad aquellas acampadas de los años 90. “Todo de lo que carecía aquel movimiento en su construcción ideológica lo tenía de formidable como movilizador social y generador de simpatías. Se construyó en muy poco tiempo un imaginario social sorprendente: pocos sabían de lo que se trataba, pero la mayoría estaba a favor. Muchas de las personas implicadas en las movilizaciones no conocían a fondo la naturaleza de la política española de cooperación, pero la unanimidad era absoluta en cuanto a la necesidad de alcanzar esa mítica cifra del 0,7% de la que todo el mundo hablaba”, recuerda Gómez Gil.
Pero de ese entusiasmo se pasó, en épocas posteriores, a ONG pendientes de captar más recursos y proyectos que de lanzarse a las calles con la sociedad civil. “La consecuencia de todo ello es que buena parte de las ONG han avanzado sobre bases organizativas muy débiles mientras alimentaban una elevada dependencia económica de las instituciones públicas”, advierte Gómez Gil. Los recortes en cooperación han hecho que vivamos un auténtico fin de ciclo en el “oenegeísmo” en España, que muchas organizaciones no son capaces de comprender. “Creer que los problemas se reducen a una simple cuestión económica, de impagos y reducción de subvenciones, es un profundo error, cuando en realidad el problema pasa por haber generado un modelo organizativo basado en la dependencia institucional, en la dependencia pura y dura, en la sumisión económica y programática”, continúa este profesor universitario.
Hay otro aspecto a tener en cuenta en este último ciclo: la crisis en España ha priorizado las protestas de lo que le pasa a la gente aquí en detrimento de los de fuera, una separación que puede ser muy peligrosa a la hora de alimentar los prejuicios. “Hay que combatir la pobreza independientemente de donde se produzca, porque si no, se impondrá el discurso de que son más importantes nuestros pobres que los de fuera”, advierte Álvarez. En esta línea se expresa también María Sande, de la ONG Alianza por la Solidaridad: “El mayor error que han cometido las organizaciones ha sido presentar las cosas que pasan en el mundo como si en realidad pasaran en lugares diferentes: uno en el Norte, desarrollado, donde disfrutábamos de derechos y de condiciones de vida tan deseables, que había que exportarlos al resto del mundo; y otro en el Sur, en desarrollo, que debía aspirar a algún día llegar a donde estábamos nosotros. Los conceptos que hemos utilizado a la hora de explicar nuestro trabajo, no dejan de ser marcos que vienen de la mano de la caridad, de la intervención puntual, el apoyo a un determinado proyecto... Salvadores y salvados”. “Precisamente una de las frases que más se repetían en las acampadas del 0,7 era ¡No es caridad, es justicia'”, agrega otra activista desde el anonimato. “Estamos intentando cambiar, pero no es fácil porque todavía funcionan los mensajes antiguos de solidaridad indolora y nos seguimos empeñando en separar entre pobreza en los países ricos y pobres, cuando las causas que la generan son las mismas”, agrega Arantxa Freire, también desde Alianza por la Solidaridad.
Precisamente esta organización ha trabajado una propuesta para volver a hacer conexión entre ONG y movimientos sociales. Esta propuesta se basa, por ejemplo, en un artículo que ya en 2008 publicó el Observatorio del Tercer Sector y donde se reclamaba el papel de las organizaciones para luchar contra la crisis y como revulsivo de la ciudadanía. Y aún queda gente con ganas de hacer muchas cosas, como Lidia Ucher, una de las impulsoras de este propuesta de volver a tomar el pulso a la ciudadanía: “Estamos articulando todas estas inquietudes, profesionales y personales, para lanzarse a las calles, conociendo el riesgo y la desconexión que hemos tenido con la gente durante demasiado tiempo”, apunta Ucher.
Porque entre las bases de las ONG hay frustración y descontento al ver que pocas organizaciones participan de manera oficial y con pancartas en las distintas protestas sociales que hay a lo largo del año, algo que se visualiza en la nula presencia de las grandes estructuras en el movimiento 15-M. “El mundo de las ONG en general receló del 15M desde el principio, y también amplios sectores del movimiento recelaron de unas organizaciones institucionalizadas, acríticas y dependientes de las instituciones, algo que básicamente se ha mantenido hasta la actualidad”, señala Gómez Gil. Para Sande, a las ONG les ha faltado “saber hacer saltar la chispa necesaria para prender la llama de esa ilusión del 15-M. Saber explicarle a la gente que su actitud, su comportamiento como ciudadanos, votantes, consumidores, es clave, y puede cambiar la forma en la que nos tratan”, reflexiona esta activista. “Desde las ONG nos hemos centrado en mejorar la vida concreta de personas concretas vía proyectos. Y eso es importante, pero no es lo único que hemos de hacer, si nuestra visión es efectivamente de cambio social. Y el hecho de no plantear, ni siquiera soñar con ello, cuál es ese cambio de sistema necesario, ha sido como ir poniendo tiritas en las hemorragias sin pensar en quitarle el cuchillo al agresor”, añade.
Pablo Martínez, de Plataforma 2015, también es muy crítico con esa apolitización de las grandes ONG. “Esa neutralidad no es eficaz, al contrario, hay que defender políticas públicas porque estas sacarán a la gente de la pobreza. Parece que ahora con el desmantelamiento de la cooperación algunas organizaciones están viendo esa necesidad de repolitizarse si quieren sobrevivir”, apunta.
Pero también hay expertos que quieren defender a pesar de todo la labor de las organizaciones. “Generan muchas filosofías, informes y conocimiento para que haya causas por las que movilizarse. Hay ONG con departamentos de estudios que han generado mucha munición para los movimientos más frescos”, señala David Álvarez. “Amnistía o Greenpeace no han perdido esa frescura y sus ideas entroncan con miles de socios que respaldan sus iniciativas. El problema es que hay muchas que no tienen capacidad de movilización, y eso hay que destacarlo”, agrega. Maite Serrano, directora de la Coordinadora de ONG de España (CONGDE) cree que los problemas a los que se enfrentan las ONG “son problemas globales y eso hace que haya cercanía entre las demandas de la ciudadanía y las organizaciones”. “Nos queda mucho camino por recorrer y somos conscientes de que tenemos que hacer a la gente partícipes más allá de que hagan una donación económica, pero en términos generales sí que generamos simpatía entre la población”, concluye Serrano.