Más allá de las pandillas: el machismo empuja a las mujeres a unirse a la caravana migrante
En una zona ajardinada de San Pedro Sula, la ciudad que dio origen a la caravana migrante, la más peligrosa de Honduras, varias mujeres adolescentes de 16 y 17 años temen contar sus historias las unas frente a las otras, prefieren no responder a las preguntas si no es en solitario. Solo contestan a una de ellas, una fácil; una que, dicen, es una obviedad.
- ¿Les gustaría migrar a EEUU?
- Sí, claro.
Todas conocen a alguien que ya se ha marchado o lo ha intentado: un tío, una prima, un padre, un novio. A todas se les ha pasado por la cabeza alguna vez dejar su país. Y varias, ya en solitario, reconocen sentirse atrapadas en un ovillo de violencias del que les gustaría escapar. La inseguridad estructural de Honduras, ligada al terror extendido por las pandillas y la falta de oportunidades, se une a las agresiones sufridas por las mujeres por el hecho de serlo.
Los embarazos adolescentes, los abusos sexuales de mujeres muy jóvenes por parte de hombres para abandonarlas una vez embarazadas, la carga del cuidado de los hijos o la violencia machista, son también algunas de las razones esgrimidas por las mujeres migrantes que tratan de entrar en Estados Unidos en las diferentes caravanas que recorren México desde el pasado 13 de octubre.
En un albergue de la ciudad de Guadalajara, en una autopista del Estado de Jalisco o frente al muro que las separa de Estados Unidos, decenas de mujeres solteras caminan junto a sus hijos, mientras otras se vieron forzadas a dejarlos atrás. La mayoría cita, de un modo u otro, situaciones derivadas del machismo como uno de los motivos de su éxodo.
En San Pedro Sula, Olga (nombre ficticio) imagina otra vida en EEUU, lejos de ese hogar al que llama “jaula”. Le gustaría ser abogada, confiesa, una de las profesiones más peligrosas de Honduras. “Si ya es difícil, imagínese para una joven que solo ha estudiado hasta sexto curso”, dice la menor. La adolescente de 17 años tuvo que abandonar el colegio a los 15, cuando se quedó embarazada de forma precoz, como tantas jóvenes en Honduras, uno de los diez países de Latinoamérica con mayor tasa de maternidad infantil.
“Es común ver a niñas embarazadas de 11 o 14 años”
Olga reconoce que, en aquel momento, buscaba fuera de casa lo que no encontraba en hogar. “Mi padre me maltrata. Allá no estaba en paz. Conocí a un chico mayor, él tenía 21 años y me daba mucho cariño”, relata. Su embarazo no era deseado, asegura. “Yo no sabía… Aún no estaba informada de lo que había que hacer, pero irme con él suponía un respiro para mí. Una liberación”, detalla la joven.
Su relación acabó poco después de dar a luz al bebé, una tendencia habitual en mujeres menores embarazadas, según el Foro de Mujeres por la Vida. “A los tres meses de tener al niño, él me abandonó”, continúa la adolescente. Entonces, regresó a la “jaula”.
“El mayor porcentaje de madres en nuestro país son solteras. Muchos hombres no responden con sus hijos en materia de alimentos y tampoco el Estado tiene mecanismos fuertes para que responda. Entonces, la mayoría de la carga la tienen las mujeres”, explica Brenda Mejía, letrada del ERIC, organización hermana de la ONG vasca Alboan.
“En los barrios de las zona urbanas, es común que niñas de 11 y 14 años ya estén embarazadas”, explica la letrada. “Está normalizado ver a una muchacha de 14 años con un hombre de 25 o 30 años que simplemente se la lleva de su casa, la embaraza y posteriormente la deja. En otros lugares sería una violación. Pero en muchas comunidades se ve como algo normal”, añade.
La Fiscalía no suele investigar de oficio estas prácticas y las denuncias son escasas. Los colegios suelen expulsarlas. “Se les considera un mal ejemplo”, explican desde el Foro. Y ellas, solas y con sus estudios paralizados, tiran para adelante con sus niños. “Me gustaría irme con mi hijo para EEUU. Allí también será difícil encontrar trabajo, pero hay más oportunidades. Quiero ser capaz de cuidarlo sola, no le necesito a él”, reconoce la adolescente.
Las ONG feministas unidas en el Foro denuncian la falta de programas de educación sexual en las escuelas hondureñas como causa de las altas cifras de embarazos adolescentes. “Ha habido varios intentos de impulsarlos desde el Congreso, pero los grupos religiosos tienen mucho poder, y siempre lo acaban frenando”, sostiene Mejía.
El barrio de Olga está controlado por la Mara Salvatrucha. “Eso permite que dentro esté más o menos tranquilo. Ellos impiden que entren ladrones y no suelen molestar mucho a la gente de la colonia”, indica la joven. Aunque sí a las mujeres. La adolescente salió durante un tiempo con un pandillero, un chico recién captado que “pasaba droga”. “Por un lado me gustaba porque me cuidaba, pero también sentía miedo al momento en el que no quisiese estar más con él”, reconoce la menor.
Cuando los pandilleros ocupan altos cargos en la Mara, el riesgo se dispara, asegura la joven. “He conocido un caso en el que a un marero le gustaba una chica, y ella no quería. Entonces, la violó y la mató”, asegura Olga. También recuerda una “noticia” reciente que este medio no ha logrado comprobar: “Otro mató a su novia porque pensaba que le había sido infiel y le metió la mano por la vagina y le sacó parte de lo que tenía dentro”.
Verdad o rumor, la información se extiende. Las adolescentes conviven con el miedo de parecer atractivas a un pandillero. Son muchas las niñas o las madres de estas que optan por salir del país ante la insistencia de determinados mareros a tener una relación a pesar de una negativa, que suele conllevar la amenaza, recuerdan desde el Foro.
“Desde que estoy embarazada, él no me trata bien”
Luna está embarazada de tres meses, también ha sido forzada a dejar el colegio y ya empieza a temer que su historia finalice como la de su compañera Olga. “Desde que lo estoy, mi pareja no me trata bien y eso me hace sentir mal”, sostiene la adolescente, de 16 años. Mientras camina con desgana, la joven asegura que su futuro hijo es deseado. Es la tercera vez que lo intenta, tras sufrir dos abortos involuntarios.
Cerca de ella se encuentra Karla. También menor, también embarazada de un joven mayor de edad. Piensa en migrar a Estados Unidos junto a su pareja, quien ya lo intentó este verano. “Yo lo pasé muy mal cuando estaba en el camino. Había días que no se comunicaba conmigo. Llegó hasta Ciudad de México. La ‘migra’ [el Instituto Nacional de Migración Mexicano] lo detuvo y lo deportó”, describe la joven, también ilusionada con su estado de gravidez.
“Aquí no hay nada. Me gustaría que mi hijo creciese en un lugar seguro. Es más fácil conseguir trabajo en EEUU, pero me gustaría ir de forma legal”, explica Karla, con su embarazo aún imperceptible. Es consciente de los riesgos a los que se enfrentan las personas migrantes en México, multiplicados en el caso de las mujeres.
Las violaciones, otro riesgo del camino a EEUU
Arantxa Robles, doctora en Estudios Interdisciplinares de Género, ha investigado para la Universidad de Texas las violencias específicas a las que también se enfrentan en el camino. “Las mujeres son objeto de violencia sexual, física, verbal, laboral, además de ser extorsionadas. Sus cuerpos son parte del chantaje y del comercio sexual -e incluso de órganos- que se perpetra en las diferentes rutas migratorias”, sostiene la académica.
“Los perpetradores de esa violencia son siempre hombres”, continúa. “La cultura patriarcal domina la ruta migratoria. Y estos hombres pueden ser desde sus propios compañeros migrantes, los coyotes o guías, los extorsionadores que están en las rutas, los traficantes de personas y la propia policía que utiliza su cuerpo como moneda de cambio para no detenerlas”, indica Robles, cuyos estudios son avalados por varias universidades estadounidenses y mexicanas.
Conscientes de los riesgos ligados a su trayecto, buscan “estrategias” para intentar evitar estos abusos. La experta ha identificado casos en los que las mujeres “se hacen pasar por hombres, o se emparejan con un compañero migrante para que pase por su marido y pueda protegerlas”. Otra medida de protección, advierte, consiste en “inyectarse un anticonceptivo antes de empezar la ruta porque saben que pueden ser violadas”, alerta Robles.
Caminar en la caravana como medida de protección
Una de las nuevas estrategias consiste en unirse en una caravana. La marcha de cientos o miles de personas unidas en su periplo migratorio hacia EEUU se ha convertido en un nuevo mecanismo para transitar por México, más seguro, debido al apoyo mutuo y al aumento de la atención de los medios de comunicación que empuja a las autoridades mexicanas a activar medidas de seguridad.
A lo largo de la primera caravana, patrullas de la Policía Federal han escoltado el tránsito irregular de centenares de migrantes, algo insólito en el caso de unas autoridades cuyo rol suele ser el de la persecución y la extorsión, tal y como ha podido comprobar este medio.
“Aquí estamos mucho más seguras. Yo lo intenté otras dos veces. En una de ellas fui asaltada por criminales mientras caminaba hacia Tenosique (Tabasco). Aparecieron con machetes. Fui afortunada, gracias a dios no me violaron”, afirmaba Yaneth en un albergue de Guadalajara. Librarse de la violación en su camino a EEUU es para muchas “una suerte”.
Huir del país cuando la violencia está en casa
María dejó su país porque “tenía la violencia en casa”, y no es difícil encontrar casos similares en la caravana migrante. En el mismo cruce de la autopista que conecta Irapuato con Guadalajara (estado de Jalisco), unos metros más allá del lugar donde la hondureña esperaba sentada junto a sus hijos, otra mujer cita la misma razón: también maltratada por su marido, tampoco encontró protección en su país.
Desde enero hasta julio de 2018, 224 mujeres han sido asesinadas en Honduras, atendiendo a los datos del Observatorio de Seguridad y Violencia de las Mujeres formado por 16 organizaciones feministas. Desde 2002 hasta agosto este año, se han registrado 6.111 feminicidios, según el estudio del Foro de Mujeres por la Vida.
Como contextualiza la abogada Brenda Mejía, desde el golpe de Estado perpetrado en 2009 en Honduras, que finalizó con la destitución del entonces presidente Manuel Zelaya, “todos los derechos de las mujeres se han precarizado en términos generales”. Entre ellos, enfatiza, el derecho a la justicia en caso de ser víctima de violencia machista. La protección de las autoridades, señala, es prácticamente nula. Según los cálculos del Foro, cerca del 90% de los asesinatos de mujeres quedan impunes.
“En los años 90, hacíamos mucha campaña orientando a las mujeres a denunciar, pero ahora es un poco irresponsable decirles que vayan a los tribunales porque a veces las colocas en mayor riesgo”, detalla la letrada. “Estamos ante un Estado que las revictimiza y, en segundo lugar, la denuncia no significa ninguna seguridad para las mujeres”.
Incluso en los refugios destinados a la protección de víctimas de violencia de género, asegura, ha habido casos en los que las mujeres han sido localizadas por los maltratadores. Para Mejía, solo hay dos vías seguras para encontrar protección en Honduras: las redes creadas entre las propias mujeres, y salir del país. Esta última fue la elegida por María, quien ya se encuentra en el norte de México para, como confesó hace una semana a eldiario.es, alejarse de él “todo lo que pueda”.