Mujeres en busca de la paz
“En mi condición de mujer, mi patria es el mundo entero”. A Virginia Woolf le bastaron estas once palabras para condensar en una sola frase de su libro “Tres Guineas” (escrito en 1938, en plena Guerra Civil española y en la antesala de la Segunda Guerra Mundial), la historia de tantas mujeres que, con independencia de la latitud, la edad, la época o las fronteras, se han unido en torno a la causa de la paz y el fin de la violencia. Colombia, Sri Lanka, Kosovo, Irlanda del Norte, Liberia, Somalia, Afganistán, Palestina… la lista de experiencias es tan extensa que prácticamente se puede afirmar que allá donde existen conflictos armados es posible encontrar colectivos de mujeres organizadas en busca de la paz.
Si bien es cierto, y así se ha documentado y denunciado reiteradamente por parte de ONGs y organismos internacionales, que las mujeres se encuentran entre las principales víctimas de las guerras y que, como tales, sufren violencias específicas basadas en el género; y sin olvidar tampoco que muchas mujeres participan de la violencia como actores armados; es necesario visibilizar su capacidad de organizarse colectivamente y de forma noviolenta como sujetos activos en la construcción de la paz. Como afirma la directora de la Fundación Seminario de Investigación para la Paz del Centro Pignatelli de Zaragoza y presidenta de WILPF-España, Carmen Magallón, en su obra de cabecera Mujeres en pie de paz: “La variedad de comportamientos individuales y colectivos que tuvieron las mujeres y siguen teniendo en los conflictos bélicos y de todo tipo, no entra en contradicción ni impide reconocer el protagonismo que desplegaron en la causa de la paz. […] Puede decirse que a lo largo del siglo XX la causa de la paz es uno de los movimientos políticos que más mujeres ha logrado movilizar de manera autónoma, es decir, con iniciativas y liderazgo femenino”.
Ya lo decía Woolf: “La mejor manera en que podemos [las mujeres] ayudar a evitar la guerra, no consiste en repetir sus palabras y en seguir sus métodos, sino en hallar nuevas palabras y crear nuevos métodos”. Así pensó la dramaturga georgiana Keti Dolidze cuando, en el verano de 1993, en pleno conflicto armado entre Georgia y Abjasia, tuvo la idea de fletar un tren de mujeres al que llamaría el “tren de la paz” y dirigirse a la ciudad de Sujumi para poner fin a los combates. Previamente, Keti había creado el White Scarf Movement, una organización con la que pretendía recuperar una antigua tradición según la cual los hombres se ven obligados a abandonar el enfrentamiento si una mujer se interpone ante ellos y se quita el pañuelo blanco que cubre su pelo tirándolo al suelo. Mujeres de ambos bandos y de diverso origen étnico se unieron y, según recoge Barbara Jancar-Webster en el libro Gender politics in the Western Balkans, los enfrentamientos cesaron durante dos días. Unos años después, en 2002, otro tren cargado de mujeres recorrería ocho países africanos con el mensaje: “Las mujeres de África queremos la paz y la estabilidad para nuestros hijos y las futuras generaciones”.
Como bien advierte Magallón, “ser madre no equivale a ser pacífica”, sin embargo, buena parte del movimiento de mujeres por la paz, especialmente en los países de América Latina, se ha organizado en torno a la figura de la madre, cuyo valor simbólico como dadora de vida se opone tangencialmente a la guerra, como escenario que la arrebata. Destacan experiencias como la de las Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo (Argentina), las Madres de la Candelaria y las Madres de Soacha (Colombia), el Comité de Madres de Reos y Desaparecidos (El Salvador), las Madres por la Paz de Mindanao (Filipinas), entre otras. Pero la propia Magallón prefiere hablar de maternaje, entendiéndolo como la “práctica de dedicar tiempo al cuidado de la vida, a sostener y cuidar la vida”, desligándolo así del acto biológico de la maternidad y haciéndolo alcanzable por tanto también a los hombres.
De la calle a la mesa de negociación
Según el informe “Mujeres construyendo la paz”, publicado recientemente por la organización internacional Conciliation Resources, la contribución de las mujeres a la paz puede variar en función de la fase del conflicto y de otros factores sociales y culturales, sin embargo, suele cumplir cinco roles básicos: proveer bienestar social y humanitario (a consecuencia del conflicto muchas mujeres se convierten en cabezas de hogar y asumen papeles que antes estaban destinados al varón); tareas de mediación para pedir, formal o informalmente, el fin de la violencia (con estrategias que van desde las vigilias o marchas hasta las huelgas de sexo); defensa de los derechos humanos y concienciación; promoción de los derechos de las mujeres y la participación política; y la implicación en la reconstrucción social y económica.
Las Naciones Unidas reconocieron hace ahora trece años el valor de las mujeres como constructoras de paz y la necesidad de garantizar tanto su protección como su presencia en tanto sujetos activos en los procesos de paz. La Resolución 1325 fue considerada histórica al introducir, por primera vez, la perspectiva de género en este ámbito y se convirtió, desde su aprobación en octubre de 2000, en una herramienta clave para el movimiento feminista pacifista.
Pese a estos avances, como ha comprobado la investigadora de la Escola de Pau de la Universitat Autónoma de Barcelona, María Villellas, a día de hoy, la presencia de mujeres en las mesas de negociación sigue siendo minoritaria, tan solo en torno al 4%. En el recomendable estudio “La participación de las mujeres en los procesos de paz. Las otras mesas”, Villellas sostiene que la ausencia de las mujeres en los procesos de paz, no se explica tanto por un déficit de experiencia en el diálogo o la negociación sino por “la falta deliberada de esfuerzos para integrarlas en procesos de paz formales”. Estos, a su vez, se explican por la estructura patriarcal de nuestras sociedades, a través de la cual se construyen unas “estructuras patriarcales de negociación”. Dicho en palabras de Aiziza Mint Kadra, ex vice alcaldesa de Timbuktu, en Malí, recogidas en el último informe anual de ONU Mujeres: “Las mujeres estamos entre las más afectadas por la crisis. Somos además quienes mejor comprendemos las dinámicas de un conflicto. Sin embargo, todavía estamos excluidas de la adopción de decisiones”.