A pesar de ser un oasis de democracia en el mundo árabe, Túnez no es país para transexuales. Ahmed Etounisi es un hombre trans de 38 años, pero ahora aspira a empezar una nueva vida refugiado en Francia. Menudo y con barba cerrada, apenas le quedan rasgos femeninos en su rostro. Cuenta que un día sus vecinos, todos ellos jóvenes y a quienes conoce bien, lo persiguieron hasta la puerta y lograron entrar en su casa. Armados con cuchillos y machetes le agarraron mientras le amenazaban con degollarlo: “Enséñame el pene, si es que lo tienes”.
Sus gestos destilan cansancio y hastío, un hartazgo que resulta difícil de ocultar. En su casa, limpia y ordenada con empeño, el frío de la madrugada aún cala a mediodía, hora de la oración en la mezquita contigua a su edificio. En Túnez, de acuerdo a una encuesta publicada en 2018 por Mawjoudin, una asociación que organiza el primer y único festival de cine queer del mundo árabe, uno de cada cuatro miembros de este colectivo sufren amenazas de muerte con armas en espacios públicos.
El día en que Ahmed leyó en un periódico que en Egipto se podía cambiar de sexo, sintió que no estaba solo. Se metió en un grupo de Facebook, y contactó con una doctora que trabajaba en Malasia haciendo operaciones a transexuales. Mientras se planteaba viajar a Egipto, sus psicólogos le aconsejaban que aceptara el sexo que le había tocado, pero Ahmed se negaba. Consiguió volar en 2015 y allí aceleró un tratamiento hormonal que había comenzado en Túnez. Volvió con barba y tuvo que cambiar de trabajo. Convencido de continuar con el tratamiento, pudo por fin comenzar a reconfigurar su cuerpo, operándose los pechos en 2018.
Un laberinto de problemas burocráticos
Desde entonces, se enfrenta a enormes problemas burocráticos. No puede ir al hospital ni disponer de otros servicios públicos, ya que figura como una mujer en el documento de identidad mientras su apariencia dicta lo contrario. Las perspectivas legales de Ahmed y el colectivo LGTBI en Túnez son poco halagüeñas. Bajo el nuevo gobierno del populista Kaïs Saied, el país magrebí puede vivir un período de regresión en materia de derechos sociales. “El presidente Saied ha declarado que la homosexualidad es una perversión importada de Occidente”, comenta Mounir Baatour a este periódico, primer candidato a presidente abiertamente gay en un país árabe, que se presentó a las elecciones de 2019 por el Partido Liberal Tunecino (PLT).
Las libertades LGTBI en Túnez parecen pendular de nuevo hacia la opresión tras un período de esperanza. En 2017, con la Comisión de Libertades Individuales e Igualdad, propuesta por el anterior presidente Beji Kaid Essebsi, y que iba en línea con los derechos obtenidos en la Constitución de 2014, se atisbaron avances en las libertades LGTBI. De corte socialdemócrata, este gobierno planteaba por primera vez la derogación del Artículo 230 del Código Penal, que puede castigar a los homosexuales por sodomía con penas de hasta tres años de cárcel.
Amparándose en este artículo, 1.225 personas han sido arrestadas desde 2011, año en el que floreció la democracia. Sin embargo, estas estadísticas no coinciden con los datos de detenciones que han ofrecido los sucesivos gobiernos desde de la caída del dictador Zine El Abidine Ben Ali, génesis de las Primaveras Árabes. “Probablemente se deba a que temen que se interrumpan las ayudas europeas”, argumentan las principales asociaciones LGTBI.
“Era un niño atrapado en el cuerpo de una niña”
“Era un niño atrapado en el cuerpo de una niña”, explica ahora con seguridad Ahmed. No obstante, las burlas de sus compañeros de clase, e incluso profesores, hicieron de su infancia y adolescencia dos de sus etapas más traumáticas. Hasta el punto de que tuvo que abandonar su pequeño pueblo y la escuela, en la gobernación de Jendouba, para mudarse a Mourneg, en la capital, y trabajar en la agricultura. Allí, mientras recogía manzanas y pasas, Ahmed volvió a sentir escalofríos; sus compañeros la acosaban cuando su aspecto todavía era femenino, acusándole de lesbiana, y acabó yendo a los campos totalmente tapada.
Tampoco la familia de Ahmed, a excepción de su madre, respetaba que no se sintiera mujer, y hasta su hermano y su tío lo amenazaron de muerte cuando se enteraron del cambio de sexo. Antes, el novio de su madre le había acosado. Una situación que, según el estudio de Mawjoudin, ocurre con frecuencia en Túnez. Y es que el 66% de los abusos cometidos en el entorno familiar contra miembros de la comunidad LGTBI son perpetrados por familiares varones.
La historia de Ahmed simboliza la lucha LGTBI en Túnez, enfrentándose a la sociedad, al Estado y a su propia familia para poder vivir con dignidad. Un largo camino que incluso le ha llevado a escaparse de casa o a dormir en la intemperie por el odio y el rechazo a su condición sexual. La estadística de Mawjoudin también revela que uno de cada cinco tunecinos LGTBI abandonó forzadamente su casa en alguna ocasión.
Tras la caída de Ben Ali en 2011, la comunidad LGTBI vive momentos de confusión y sentimientos encontrados. Si con el régimen laico del dictador apenas eran visibiles, diez años después de la Revolución de los Jazmines gozan de una mayor libertad de expresión, pero tienen más miedo debido a su creciente exposición pública.
Actualmente, los derechos LGTBI están en el debate público tunecino gracias al importante seguimiento de las movilizaciones sociales y campañas en redes que han promovido las diversas asociaciones, y que cristalizaron después de la revolución. Entre ellas está Damj, la Asociación Tunecina por la Justicia y la Igualdad, que apuesta por la defensa de los derechos de esta minoría. Además, cuenta entre sus integrantes con un número notable de jóvenes que persiguen con ahínco el cambio social en Túnez.
“Estamos menos solos pero tenemos más miedo”, asegura Dali Rtimi, miembro de Damj, al ser preguntado por los logros de la revolución. Según informes internos de esta asociación, aproximadamente 30 personas LGTBI han fallecido violentamente por motivos discriminatorios desde 2011.
Algunos como Ahmed decidieron tiempo atrás que la mejor opción para llevar por sí mismos el timón de su vida era salir del país. Después de una incansable lucha, ha pedido asilo humanitario en Francia. Su rostro rezuma una felicidad incontestable al referirse a la esperanza de que acepten su solicitud, y poder así olvidar este mal sueño que dura ya 33 años.
Otros como el joven activista Bouhdid Belhedi, cofundador de Shams -otro actor LGTBI relevante en Túnez-, se niegan a marcharse. Aunque el imam de su ciudad natal, Hammamet, alentó a jóvenes extremistas a cortarle la cabeza por apoyar los derechos de los homosexuales, él resiste: “Este no es su país, no me voy a ir”.