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“Si estás condenado a muerte, te tratan como a un muerto”

Abre y cierra varias veces las puertas antes de entrar en una habitación en solitario. Después de 12 años de libertad, teme no poder salir de nuevo. Reconoce haber sustituido todas las bombillas de su casa por halógenos que no despiertan sus recuerdos. Así, evita regresar mentalmente al corredor y compartir la angustia de quien espera una muerte “merecida” a ojos de los 58 países que aún mantienen la condena capital.

El español Joaquín José Martínez, como otras 142 personas en Estados Unidos desde 1976, fue exonerado de su pena muerte. Acusado de un doble asesinato ocurrido en la ciudad de Tampa (Florida) vivió 5 años y medio de espera en prisión pero un segundo juicio sentenció su no culpabilidad. Llega a sentirse afortunado: antes de ser declarados inocentes, los ex condenados pasan una media de casi una década en la cárcel desde que EEUU recuperó la pena de muerte hace más de cuatro décadas. “La fiscalía de EEUU nunca me pidió perdón, pero no guardo rencor. Ellos piensan que hicieron todo lo posible por buscar al culpable sin importar los errores”, reconoce Joaquín José en declaraciones a eldiario.es.

Estados Unidos fue el único país americano donde se aplicó la pena capital en 2012 con la ejecución de 43 condenados a través del método de la inyección letal. El último recuento de Amnistía Internacional indica que en la actualidad 3.329 personas están recluidas en corredores de la muerte estadounidenses, entre ellos el español Pablo Ibar preso, como estuvo Joaquín José, en Florida. Está acusado de asesinar a un hombre y dos mujeres en un club de la ciudad de Miramar. Ibar y su familia denuncian la insuficiencia de pruebas y esperan conocer la decisión de los tribunales tras su petición de un nuevo juicio que pueda proporcionarle otra oportunidad.

“Las cifras de exoneraciones confirman la existencia de errores. La pena de muerte es un castigo irreversible y el riesgo de matar a gente inocente es real”, indica Carlos de las Heras, responsable de la campaña contra la pena de muerte de Amnistía Internacional. “Existen vínculos claros entre la pena de muerte y la tortura. Las condiciones de reclusión, la angustia de estar esperando a ser ejecutado o el secretismo de algunos gobiernos en torno al proceso, la convierten en una pena cruel, inhumada y degradante”, añade de las Heras.

El balance del trabajo hacia la abolición es positivo, pero durante el pasado año también fueron notables los retrocesos. Gambia ejecutó a 9 personas en una misma noche después de 30 años de moratoria. India y Japón retomaron la pena de muerte cuando llevaban tiempo sin hacerlo, 8 años y 20 meses respectivamente. Como puede observarse en el mapa de eldiario.es, la mayoría de las ejecuciones tuvieron lugar en China, Irán, Irak, Arabia Saudí, Estados Unidos y Yemen, según el último informe de Amnistía Internacional.

El infierno de Ahmed

La celda de Ahmed Haou no superaba los tres metros cuadrados. Ingresó en el corredor de la muerte marroquí en 1983. En una época de revueltas contra el excesivo aumento de los precios, una pancarta crítica hacia la represión del entonces rey Hassan II determinó su condena. “Me acusaban de incitar una guerra civil. Si yo provoqué la guerra civil de 1912 que me corten la cabeza”, logra ironizar. Habla de malos tratos constantes, malos olores, ratas que saltaban de cama en cama. Y luz, demasiada luz. Las habitaciones estaban iluminadas día y noche. No tenía acceso a ningún tipo de asistencia médica ni posibilidad de estudiar. ¿Para qué? Diez años esperando que no sucediese aquello que debía esperar. “Si estás condenado a muerte, te tratan como a un muerto”.

Después de esos diez años, conmutaron su condena gracias a la presión ejercida por las organizaciones de Derechos Humanos que dieron a conocer su caso al mundo. “La primera sensación fue la tranquilidad de no vivir con el horrible sentimiento de que te van a ejecutar”, dice Ahmed en conversación con eldiario.es. Después de otros cinco años en prisión, alcanzó la libertad.“Caminar en la oscuridad, sentir la lluvia sobre tu cuerpo, llegar a tu casa sin que nadie cierre la puerta detrás… todo me parecía una maravilla”, nombra sin evitar transmitirnos esa ilusión por la vida que aún conserva. También recuerda su desubicación: el mundo al que salía no era el mismo que había dejado en 1983. No recononocía a sus familiares más jóvenes, no recordaba el nombre de ciertos productos de uso diario, incluso cruzar un paso de cebra se tornaba complicado. “Había perdido mi capacidad para calcular las distancias”, admite.

“Los pasos hacia la abolición en Marruecos han avanzado mucho. En mi época el corredor era un auténtico infierno, moral y físico”, recuerda. El Gobierno no aplica la pena de muerte desde 1993, esto determina que las organizaciones internacionales le califiquen como “abolicionista en la práctica” –es decir, en al menos 10 años no practica ejecuciones y avanza hacia la abolición a través de la firma de tratados- . No obstante, 104 personas continuaban condenadas a muerte en 2012.

“Se utiliza de forma indiscriminada”

Las organizaciones contrarias a la pena de muerte recuerdan que se trata de una pena discriminatoria. “Se utiliza de forma indiscriminada, lo que provoca que afecte a unas personas más que a otras. Por ejemplo, en el caso de las apelaciones, los condenados con menor capacidad económica tendrán más dificultades para solicitar recursos y nuevas oportunidades en su defensa”, afirma Carlos de las Heras.

Llega el sábado, un buen día para muchos de los condenados en Florida. Joaquín José nos cuenta cómo esperaba la visita semanal con vehemencia, como ahora Pablo aguarda la llegada de Tanya, su mujer. Desde hace casi dos décadas “nunca falla”, cuenta la famlia Ibar. El tiempo que los presos pasan fuera de su celda se limita a estas seis horas transcurridas en una sala común junto al resto de visitas y dos salidas semanales al patio del pabellón de dos horas de duración. “Para salir al 'recreo' teníamos que efectuar una serie de controles de seguridad que restaban mucho de ese tiempo: nos cambiábamos de ropa, nos ponían las esposas en los pies y recorríamos el pasillo con pasos pequeños hasta llegar al control donde los vigilantes nos revisaban incluso en el interior de la boca”, nos cuenta el ex condenado trasladóndese una vez más 12 años atrás. Y recuerda las cadenas: ya no puede dormir con ellas puestas, su sonido le recuerda la cercanía de los guardias, símbolo de la proximidad de la ejecución de alguno de sus compañeros o de la imposición de sanciones.

Cadenas en mano o no, Jerry Givens recorrió ese camino hacia la muerte en 62 ocasiones, 62 ejecuciones. Durante los 17 años como director del corredor del Estado de Virginia era la persona encargada de finalizar el proceso. “Nunca me aproximé a ninguno de esos chicos porque sabía que yo acabaría con su vida. En la primera ejecución estaba muy nervioso, él se quedó en mi mente durante meses, pero no hasta el punto de que me molestase”, cuenta Givens a eldiario.es. “Antes de activar la silla no pensaba en la persona, sólo focalizaba en el crimen”. Ahora lucha por la abolición de la pena capital.