El día empezó como una fiesta. Fátima Djarra Sani, natural de Guinea-Bissau tenía 4 años y su madrastra le anunció que sería “un día grande” para ella y su hermana Binta, de 8 años. Las lavaron a conciencia y una comitiva de mujeres, vestidas con sus mejores galas, bailaban y cantaban. Ese día, en un baño que no era más que un cubículo sucio de cemento, le extirparon el clítores y los labios menores de la vagina. Para sus mayores era una celebración, la tradición, “pero nosotras ahora sabemos que la ablación es un asunto de salud, que no trae nada bueno”, explica en una entrevista con eldiario.es a propósito de su libro, Indomable (Editoriales Península), que pretende acercar la complejidad social que rodea a esta práctica.
Cuando la editorial le propuso esta aventura, contar en un libro su vida, la de su familia y los entresijos sociales que aún legitiman la ablación en aproximadamente 28 países africanos según Naciones Unidas, Fátima Djarra admite que dudó. “Ese día pensé mucho. Es un problema que no es sólo mío. Es también de la familia. En África, la familia es todo. Todo”. Pero, pese a sus reparos, la respuesta fue sí. Fátima sonríe antes de pronunciar el pensamiento que dio el pistolezo de salida al libro: “Si no nos levantamos las mujeres africanas en la lucha contra la mutilización, nadie lo va a hacer por nosotras”.
Antes de publicarlo, viajó a su país para explicarle a su familia el proyecto. Allí, muchos no sabían ni a qué se dedicaba, como explica en esta entrevista en Carne Cruda. “¡Limpiando!”, le responde un familiar a la pregunta de qué trabajo tiene en España. Fátima les contó entonces que es mediadora en Médicos del Mundo en Navarra desde 2008 y que día a día “sensibiliza a otras mujeres sobre la ablación”, para que las familias decidan no someter a sus hijas a esta experiencia.
Porque la mutilación genital empieza entre gritos de dolor y lágrimas –a veces tragadas con esfuerzo para parecer “una mujer fuerte”, cuenta Fátima– pero no termina cuando la herida deja de sangrar. La ablación afecta en el mundo a unos 140 millones de mujeres y niñas según la la Organicación Mundial de la Salud (OMS) y marca a las mujeres de por vida: en su vida sexual, pero también al afrontar la maternidad, cuando pueden surgir más complicaciones en el parto. Las “infecciones vesicales y urinarias recurrentes, los quistes y la esterilidad” son otras de las consecuencias de la mutilación genital femenina que destaca OMS.
En el libro, Fátima relata la primera vez que mantuvo relaciones sexuales como “una experiencia espeluznante”. Fue una relación consentida, pero marcada por el dolor: su vagina nunca llegó a ensancharse con normalidad. Las preguntas que le asaltaron siendo una niña (al ver una imagen de los genitales femeninos en el colegio) y el resto de complicaciones que ha sufrido a lo largo de los años le hicieron rechazar la mutilación genital del cariño y respeto que tiene hacia sus costumbres, su cultura. “La ablación no me ha dado nada bueno”, repite.
Fátima trabaja con las comunidad de africanas en Navarra, a través de Médicos del Mundo, mediante su experiencia, con las preguntas y miedos que le han atormentado. “Cuando te preguntas, las cosas empiezan a cambiar. ¿Para qué me han hecho esto? ¿De qué sirve? ¿Qué beneficio trae para mi salud y para mi vida sexual?”, enumera la mujer. “Cuando tú piensas eso, para qué y qué beneficios tiene eso para ti, nunca vas a querer hacérselo a tu hija”.
“Cuando empecé era muy duro hablar del tema de la mutilación. Veía caras que parecía que me iban a comer”, cuenta. “Empecé a hablar del tema de salud sexual, de conocer nuestra parte íntima. Y ahí sale el tema de la mutilación porque, cuando ponemos las imágenes del aparato genital femenino, hay mujeres que empiezan a preguntar: '¿Eso qué es?'. 'El clítoris'. 'Y ¿por qué yo no lo tengo?'. Entonces, a veces, se abren y cuentan: 'Me cortaron”, explica Fátima.
En otras ocasiones, los diques que levantan la vergüenza y el miedo son demasiado altos. “Tienes miedo a la humillación, a que se rían de ti. Pero también es miedo a traicionar a tu familia, tu comunidad. Es la educación que te han dado. La cultura que tienes. Es tu identidad como mujer”. Y esos muros, esos temores, están también aquí, en España. “El libro está destinado también a los españoles, porque ellos piensan que la ablación está lejos y no es así. La inmigración está aquí. Las africanas están aquí y esto es un problema de salud mundial”, dice.
También un problema de violencia de género
Fátima no guarda rencor a su familia porque considera fundamental entender el contexto en el que se ejecutan estas violaciones de derechos de las mujeres, que condenó la Asamblea General de Naciones Unidas en una resolución en 2012. “En mi familia todas las mujeres estaban mutiladas, les habían transmitido que era algo puro, eran buenas mujeres. Significa que una mujer que no está mutilada no puede participar en los rituales. Eres una mujer sucia”.
La falta de información y educación ampara estas conductas, por lo que Fátima ha decidido dedicar su vida a estas tareas para que no puedan servir de excusa en el futuro. “Porque nuestras familias, nuestras madres, nuestras abuelas pensaban que era buena para nosotras, pero ahora sabemos que no. Tenemos que luchar para que entiendan que es malo para la salud”.
La ablación, cuenta, hay que entenderla también en un contexto de violencia estructural contra la mujer. “Es una violación de derechos humanos y violencia de género. Pero allí (Guinea-Bissau) es algo normal. Tu marido puede darte una cachetada y vas a casa de tus padres y te dicen: 'Vuelve, es tu marido'. Tu marido parece tu dueño”. Hoy en día, cuenta, las cosas están cambiando poco a poco. “No tanto como en España, pero están luchando a favor de la igualdad. Si gritas a tu marido en la calle, delante de todos, quedas en evidencia, pero en la casa puedes hablarlo y la mujer puede tener el control”.
Leyes y educación para erradicar la ablación
Fátima indica que, en la lucha contra la mutilación genital femenina, las leyes son indispensables. Como la que prohibió la ablación en su país natal en 2011 o la prohibición en España que castiga con penas de cárcel a los padres que permiten que sus hijas sean mutiladas. “Pero sin medios, sin sensibilización, no se puede erradicar. En Guinea-Bissau existe esa ley desde 2011 que prohíbe la mutilación, pero se sigue haciendo en la zona rural donde no hay quien haga cumplir la ley, no hay medios suficientes. Eso trae muchas bolsas de resistencia, no tienen policías que les persigan por no cumplir la ley”.
En España, por ejemplo en Navarra y Cataluña, también existen algunos protocolos para evitar que las niñas sean mutiladas cuando van de vacaciones a sus países de origen. Las menores deben ser revisadas por un médico antes y después de la visita y además, sus padres llevan un documento en el que se informa a la familia de que, si esa niña vuelve a España mutilada, sus progenitores irán a la cárcel. Se pretende de esa manera que los parientes no obliguen a los padres a mutilar a las pequeñas; en muchos casos, además, dependen del dinero que envían desde España y el paso por prisión cortaría esa vía de ingresos.
Fátima destaca también la necesidad de involucrar a las comunidades religiosas, que muchas veces han servido para amparar las mutilaciones. “Yo voy con respeto. En la comunidad africana, los hombres saben más del Corán que las mujeres, porque tienen más oportunidades para estudiarlo. Lo que les digo es que no hay ningún versículo del Corán que diga que hay que mutilar a sus mujeres. Si el imán lo entiende, puede sensibilizar a los hombres que van a la mezquita”. En este sentido, Fátima destaca la fatwa –pronunciamiento legal sobre una cuestión específica emitido por un especialista en la ley islámica– que firmaron 170 imanes en contra de la ablación.
Fátima espera que, un día, la tradición no ampare lo que para ella no es más que una violación de derechos humanos. Dice que vive entre dos mundos, que se complementan y la enriquecen. Su madre no tramitó el libro de familia hasta que Guinea-Bissau consiguió su independencia de Portugal, en 1973. Entonces, al de Fátima su madre añadió su nombre nativo, Djarra. Fátima Djarra. Ella, como su madre, cuida la tradición, pero solo aquella que lo merece. Y lo tiene claro: “La ablación, no”.