Sus sombras pueden intuirse al otro lado de la ventana azulada desde la que tratan de llamar la atención con una toalla blanca. La mueven de arriba a abajo y despiertan los aplausos de los cientos de personas que han permanecido durante casi tres horas bajo la lluvia para mostrar su apoyo a los internos del Centro de Internamiento para Extranjeros (CIE) de Madrid. Es lo único que se pudo saber del estado de los migrantes del CIE el día después del motín con el que pidieron libertad a grito pelado desde una azotea.
Tras la protesta de los internos en la azotea del centro, este miércoles el Ministerio del Interior activó un dispositivo de opacidad en el CIE de Aluche aún mayor de lo habitual. La Dirección General de Policía prohibió cualquier acceso al interior del centro, cualquier comunicación con ninguna de las personas encerradas, ni siquiera con las que no participaron en el motín.
Las asociaciones, como SOS Racismo o Karibu, que cuentan con el permiso para entrar en el CIE se chocaron con una negativa de la Policía. Normalmente pueden hacerlo sin problemas y realizan una labor de seguimiento de las condiciones del centro y de la situación de los internos, pero este miércoles fue diferente.
La vía telefónica tampoco servía para aquellos que querían saber lo ocurrido tras esas paredes amarillas y azules del CIE de Aluche, pero tampoco para familiares preocupados por las noticias que les llegaban a través de los medios de comunicación. O por el simple hecho de querer hablar con una hermana, hijo, o amigo internado en uno de estos centros.
Un joven español habla agobiado con un amigo en la parada de autobús situada junto a la entrada del CIE. Lleva toda la mañana llamando a los teléfonos del centro con la intención de hablar con su esposa que según relata, con una notificación de expulsión a Paraguay para esa misma noche. El teléfono parece estar más ocupado que de costumbre, pero en realidad nadie es capaz de hablar con nadie.
“Los teléfonos no van a funcionar tampoco. Está todo parado por el motín de ayer, por razones de seguridad”, afirman a eldiario.es dos agentes de la Policía Nacional a las puertas del CIE. Según las organizaciones sociales con acceso al centro, no es la primera vez que la Policía deja los teléfonos descolgados para evitar recibir llamadas. Los móviles de las personas encerradas, cuya custodia también depende de la dirección del centro, no fueron entregados a sus dueños por la tarde, como suelen hacer normalmente.
Cuando llegó al CIE para visitar a su esposa antes de la supuesta expulsión, los agentes le comunicaron que por esas “razones de seguridad” la dirección del centro había decidido cancelar las visitas de los familiares de las personas internadas “hasta nueva orden”. Nervioso, el hombre mantenía la esperanza de que tales medidas extraordinarias derivadas de la protesta acabasen evitando la expulsión de su mujer. “Creo que mi abogado si que va a poder pasar, va a intentar que no la deporten. Es muy bueno...”, dice, consciente de que el reloj corría en su contra.
Gritos de “libertad” dentro y fuera
A lo largo del día fueron muchos los responsables públicos -regionales y estatales- de Unidos Podemos y Ahora Madrid que pasaron por el CIE y trataron de entrar en su interior. Todos fueron frenados por la policía, que alegaba el cumplimiento de los protocolos habituales, a lo que los parlamentarios, senadores y concejales respondían de manera similar: “Se trata de una situación extraordinaria y por eso queremos informarnos de lo que sucede, de por qué el CIE no funciona de manera habitual”, argumentó Ione Belarra, diputada por Navarra . “Si nos dicen que ya no hay ningún problema de seguridad, se nos está limitando nuestra labor parlamentario y constitucional sin motivo”, añadió la senadora Maribel Mora. De nada sirvió.
Se acercaban las 18 horas y un pequeño grupo de personas comenzaba a entonar los lemas de siempre pero con algo más de rabia. Al primer grito, al primer “Ninguna persona es ilegal”, los internos del CIE responden con golpes y bailes de toallas que tratan de escapar de las ventanas azules que ocultan los barrotes de sus ventanas. El grito se funde. El exterior, y el interior se hacen uno y se oye igual: “¡Libertad, libertad!”.
La lluvia cada vez cae más fuerte en el alejado barrio de Aluche pero cada vez más gente se planta frente al CIE exigiendo su cierre. Los cientos de concentrados se lanzan a la calle frenando una parte del tráfico. “Vergüenza”, “La misma clase obrera, nativa o extranjera”, “¡Presos por migrar!”, cantan mientras las sábanas y toallas continúan volando desde algunas de las ventanas despertando los aplausos de los manifestantes.
“Vengo por la dignidad humana”
Entre ellos se encuentra, Simakha que aunque no ha pasado por un CIE sí vive con el miedo de ser encerrado en uno de ellos algún día. Lleva tres años en España y todavía está inmerso en los muchos trámites necesarios para que una persona procedente de África sin recursos regularice su situación.
Es de Mali y llegó a Europa saltando la valla de Ceuta con Marruecos. Cuando se le pregunta por qué está aquí, en un lugar con tanta policía, responde sin dudar: “Por la dignidad humana”.
“Todos los seres humanos somos iguales y se está restringiendo los derechos de estas personas. Hoy les toca a ellos pero mañana no sabemos a quiénes nos puede tocar”, dice Simakha. “Queremos decir que no a estos centros”.
Cerca de él, dos mujeres españolas se protegen de la lluvia bajo el paraguas: “Trabajo en el barrio y esta mañana he visto el despliegue policial desproporcionado. Había más policías que gente protestando en la azoteas. Es una forma de estar aquí apoyando a las personas que están ahí dentro”, explica María de 53 años. “Por qué esas personas están aquí. Yo voy por la calle a veces sin documentación y nunca me la piden, pero cuando tienes un color un poco más oscuro eres susceptible de pedir la documentación y con esa excusa se les detenga”, apunta Teresa, de 47 años, que explica así qué le movió a venir.
Entre las personas concentradas también estaba José Palazón, director de la ONG melillense Prodein. Acostumbrado a denunciar las vulneraciones de derechos humanos en la valla de Melilla, aprovechó un viaje a Madrid para mostrar su rechazo hacia lo que considera “la extensión de las propias fronteras”: los CIE, las deportaciones, las políticas migratorias. “Quienes protestaron son argelinos serán deportados y habrán puestos su empeño en llegar hasta aquí y seguramente tendrán una expulsión inminente y se ven encerrados sin haber hecho nada”, señala.
“Nos estamos mojando, nos estamos enfermando pero nos podemos ir a casa. Pero estos señores y señoras aquí, por lo que veo, no pueden ni verlos. Para comunicarse con nosotros sacan sábanas... Por eso estoy aquí”, dice una estudiante gallega. “Yo estoy aquí porque mi padre es senegalés y vino de forma irregular y tuvo que pasar por un centro así... Estoy aquí por eso, porque yo he sido afortunada porque nací aquí”, dice otra de las manifestantes, poco antes de volver a desgañitarse gritando: “¡Vergüenza!”