Primer reparto de refugiados en Europa: de Roma a Suecia
Entramos en uno de los seis centros de identificación de Italia, conocidos en el argot como hostpots: lugares para registrar a los inmigrantes rescatados. Las autoridades toman aquí sus huellas, los fichan y determinan si legalmente pueden solicitar o no el derecho de asilo. Es decir, si son refugiados o no.
Se trata de un paso clave a la hora de reubicar por Europa a 120.000 refugiados llegados a Italia y Grecia en los últimos meses, a los que se hann comprometido los estados miembros. Este viernes se ha producido el traslado del primer grupo: 19 ciudadanos eritreos han sido desplazamos de Roma a Lulea, al norte de Suecia. Durante un acto previo, el ministro del Interior italiano y el comisario de Inmigración de la Comisión Europea se han felicitado por la puesta en marcha del operativo y han augurado el buen funcionamiento de los puntos de identificación. Pero en el interior de estos centros no se respira la confianza transmitida por las autoridades.
En el centro visitado por eldiario.es, situado en Pozzallo, se agrupan por nacionalidades. En la misma puerta, como esperando así salir primero, se arremolinan en el suelo los sudaneses. En realidad, fueron los últimos en llegar al centro. El cansancio se percibe todavía en sus caras. Pero lo último que buscan es ver frenada su travesía. Sin retirarse de la cabeza la toalla que le han dado, Ibrahim repite que no quieren estar más tiempo retenidos. Ansían marcharse.
La historia de Ibrahim es la de tantos otros. Con 23 años dejó a su familia para tomar la peligrosa ruta desde Sudán hasta Libia, pagó unos 1.000 dólares para que le dejaran subir a una barcaza, pasó cinco días en el mar sin apenas agua ni alimentos, hasta que el bote fue avistado por la Guardia Costera italiana. Le trasladaron entonces al centro de primera acogida de Pozzallo, a los pies del mismo puerto de esta desapacible ciudad ubicada en el extremo meridional de Sicilia.
Refugiados de urgencia y de segunda
El drama de Ibrahim –“el mayor problema”, como él lo define- es que el conflicto de Sudán no aparece en la lista de los más urgentes, como sí lo está el de sirios, eritreos o iraquíes. “Sin embargo, en mi región, en Darfur, te pueden matar en cualquier momento”, relata.
La diferencia entre los sudaneses y el resto de inquilinos del centro es notable. Ghaneses y nigerianos acaban de dar por concluido un partido de fútbol. Ahora descansan en literas dispuestas en fila, que bien podrían emular los vestuarios. En el edificio no hay más que unos lavabos y no más de una decena de letrinas.
Desde el colchón, Geko consume su tiempo ojeando una revista que ni siquiera entiende, pero en la que descubre ilustraciones de playas paradisiacas. Tiene 17 años, apenas pudo formarse en Ghana y reconoce que le gustaría instalarse “en cualquier parte para seguir estudiando”.
“La mayoría de los que vienen están aquí unos tres o cuatro días”, explica Marinella Tussellino, vicedirectora del centro. “La policía los identifica en el exterior, nosotros les damos la posibilidad de asearse y descansar por un breve periodo de tiempo y cuando están listos les dejamos que se vayan”, relata.
Quienes pasan todos los trámites ingresan en los abarrotados centros de acogida, como ocurrirá con los ghaneses y posiblemente con los nigerianos presentes. Los sudaneses, con la idea de llegar al norte de Europa, se niegan a dar sus datos e intentan seguir por libre su camino.
Paradójicamente, hay que ir terminando la entrevista porque está a punto de llegar una comisión ministerial que lleva semanas estudiando el modo de transformar el sistema de acogida. Está previsto que este edificio -con capacidad para 180 personas, pero que por momentos ha tenido que acoger a un número cuatro veces superior- se convierta a finales de noviembre en uno de los seis centros de identificación de Italia.
Aquí las autoridades tienen que determinar si las personas que llegan tienen o no derecho de asilo. Es decir, si son refugiados. Según la normativa europea, sólo se considera refugiados a los emigrantes que proceden de países en guerra y puedan constatar que han sido perseguidos.
El Tratado de Dublín dicta además que una vez que una persona solicite estos trámites en un país de la Unión, siempre será devuelto a este mismo Estado. La excepción es Alemania, que desde este verano decidió congelar temporalmente el Tratado de Dublín para acoger incluso a refugiados registrados en otros países de la UE.
Los hotspots de Italia y Grecia fueron creados a petición de la Unión Europea, que los puso como condición para comprometerse a a reubicar a 120.000 personas llegadas a estos dos países europeos mediterráneos. En el plan inicial también se contaba con aliviar la presión en Centroeuropa, pero el voto en contra de Hungría, República Checa, Eslovaquia y Rumanía obligó a adoptar una operación en dos etapas.
En un primer año se recolocará a 15.600 refugiados de Siria, Eritrea e Irak llegados a Italia y a cerca de 50.000 que permanecen en Grecia. Doce meses más tarde se tendrán que revisar los criterios para seguir los mismos pasos con otras 54.000 personas.
Identificar a la fuerza
Desde el Gobierno italiano sostienen que identificarán a los asilados a la fuerza si es necesario. Equipos de la Agencia Europea de Fronteras (Frontex), la Agencia Europea de Policía (Europol) y delegaciones de otros países de la UE deberían enviar delegaciones para contribuir en la tarea. Pero se enfrentan a un gran problema, ya que en 2014 ni la mitad de los llegados a Italia solicitaron asilo en este país, con la intención de instalarse en otras naciones que se imaginan más prósperas.
La pregunta sobre cómo desarrollar este modelo no encuentra respuesta ni entre los responsables del centro de Pozzallo, los gerentes de la delegación de gobierno de la provincia de Ragusa (a la que pertenece la ciudad de Pozzallo) o los trabajadores de las organizaciones que colaboran en la asistencia. Todavía no han recibido órdenes de ningún tipo.
La coordinadora de Médicos Sin Fronteras en Sicilia, Claudia Lodesani, aclara que la situación únicamente “cambiará para quienes no permiten identificarse”. El riesgo tanto para ellos como para los que llegan de países en los que no existe un conflicto abierto es que los centros de identificación se conviertan en un punto inmediato de expulsión a sus lugares de origen.
En 2014 llegaron a las costas italianas 170.000 personas, mientras que en los nueve primeros meses de este año, en el que parece que el problema se ha trasladado ya a otros confines, se contabilizan otros 130.000. Además la ruta que une Libia con el Canal de Sicilia sigue siendo la más mortal: unas 2.600 personas han perdido la vida en 2015 intentando atravesarla.
Italia, que se ha cansado de pedir ayuda a Europa, trabaja ahora para cumplir con los requisitos impuestos desde Bruselas. Desde hace unas tres semanas en Lampedusa ya funciona un primer centro de identificación como experiencia piloto. El balance hasta ahora es de una quincena de fugados y varias decenas que optan por la ley del silencio cuando les preguntan nombre y nacionalidad.