“Hay un problema de arrogancia de las organizaciones internacionales hacia las locales en los desastres”

El pasado domingo se cumplieron seis meses del terremoto de 7,8 grados en la escala de Ritcher que asoló Nepal. Un mes después, la tierra volvía a temblar en el país asiático con otro seísmo de 7,3 grados. Alrededor de 9.000 personas murieron y 23.000 resultaron heridas. Cuando hay algún desastre o conflicto armado, Debarati Guha-Sapir, directora del Centro de Investigación sobre la Epidemiología de los Desastres (CRED), mira con atención la primera cifra, pero sobre todo la segunda. “Un desastre es considerado de gran magnitud cuando hay muchos muertos. Pero esas personas ya están muertas; las que no lo están, los heridos, son ellos los que necesitan los cuidados posteriores”, dice.

Guha-Sapir habla de manera pausada, con la calma y el sosiego que hace falta en su especialidad: los desastres, el caos. Profesora de Salud Pública en la Universidad de Lovaina (Bruselas), dirige también el Centro de Investigación sobre la Epidemiología de los Desastres (CRED). El organismo, colaborador de la Organización Mundial de la Salud, estudia desde hace 30 años el impacto en la salud de las personas de las catástrofes naturales y los conflictos armados. “Durante muchos años, los desastres eran estudiados por geólogos, meteorólogos, hidrólogos, ... En los setenta, varios médicos decidieron que tenían que estudiar los desastres no sólo a través de sus características sino también en el impacto en la población”., explica a eldiario.es en una entrevista en Madrid.

Su trabajo consiste en medir los efectos de los desastres, cómo se propagan las enfermedades cuando un terremoto o una inundación devastan una comunidad y la respuesta humanitaria prestadas. “Cómo los desastres expanden las enfermedades, por qué la gente muere, quiénes mueren, cuáles son las razones”, resume. El objetivo: actuar de manera más eficaz en el futuro.

“En 2014 tuvimos entre unos 350 y 370 desastres. El 75% de ellos fueron lo que se denomina 'pequeños desastres', en los que murieron pocas personas. Cuando hay un desastre en el que hay pocas víctimas mortales, la gente dice que ha sido un desastre pequeño. Pero el problema puede ser justo el contrario: si la gente no muere, hay una gran cantidad de hombres, mujeres y niños que necesitan cuidados”, explica la especialista. Guha-Sapir visitó la capital española para hablar precisamente de estos 'pequeños desastres' con graves repercusiones, en la jornada ¿Desastres silenciosos o silenciados? Un rostro cambiante, celebrada en la Casa Encendida y coordinada por el Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).

¿Por qué son desastres olvidados o silenciados? “La invisibilidad se puede entender de dos maneras. Algunos desastres no aparecen en los medios y podemos decir que un desastre es invisible cuando nadie sabe de él. La otra concepción, es la invisibilidad de grupos vulnerables. La guerra de Siria es un ejemplo de ello. Hablamos de los refugiados sirios, que están en Jordania, Turquía y Líbano. También de los refugiados sirios que están llegando a Europa, pero no hablamos de los sirios que quedan dentro del país. Los que han salido de sus casas, los que han tenido que abandonar sus hogares por el conflicto, pero no han cruzado las fronteras. Esas personas son un grupo invisible de víctimas, completamente ignoradas”.

Cuando una crisis es “pequeña”, según el criterio explicado por Guha-Sapir, cuando es invisible en los medios internacionales, una de las consecuencias es que “no suelen recibir mucha ayuda internacional, que va a los grandes desastres y eso es un problema”. Uno muy grande para los países empobrecidos y en vías de desarrollo, cuyas comunidades sufren mucho más los efectos de los desastres.

“Los terremotos, por ejemplo, tienen efectos muy diferentes en los países ricos y en los empobrecidos. ¿Y por qué ocurre esto? En los países ricos, como Italia, Grecia, California, que están todos en zonas sísmicas, en general las estructuras de los edificios son mucho más solventes. Japón es otro ejemplo. Si el mismo desastre ocurre en Japón y en Indonesia o en Haití, el impacto es complemente diferente por la calidad de las casas”.

La vulnerabilidad de las zonas empobrecidas

El terremoto de Haití de 2010, que se llevó por delante la vida de alrededor de “225.000 personas”, recuerda Debarati Guha-Sapir, es utilizado como ejemplo por la profesora en muchos sentidos. La mayoría, malos.

El seísmo dibujó el mapa de la desigualdad en la ciudad de Puerto Príncipe. “Muchos murieron en la capital, en casas precarias construidas con ladrillos, sin cemento. Pero en la parte más rica de Puerto Príncipe, muy pocas personas fallecieron porque los edificios eran mejores. La gente pobre es la realmente vulnerable en los desastres, incluso en las regiones ricas”.

Haití también señaló las deficiencias en la colaboración de los actores locales y las organizaciones internacionales. “En el terremoto de Haití la coordinación no fue buena en absoluto, es cierto”, afirma la profesora que estuvo presente en la respuesta humanitaria al seísmo. Guha-Sapir explica en primer lugar, “en defensa de las Naciones Unidas”, que la situación era muy compleja, “caótica”: “El puerto no funcionaba, el aeropuerto tampoco, había 200.000 personas muertas,  la ciudad entera estaba destruida. Había cientos de miles de heridos…”.

A continuación, expone los peros. “La reunión de coordinación que se convocaba cada mañana, de 7 a 8 de la mañana, era en inglés. Haití no es un país de habla inglesa, sino francesa. ¿Esto qué significó? Que se excluyó a la población y actores locales”. La experiencia dirigiendo el CRED le ha demostrado que Haití fue una muestra más de “un problema que existe: en general, la implicación de las organizaciones locales no es satisfactoria en absoluto”.

¿Por qué? “Creo que parte de la culpa radica en una cuestión de arrogancia de los actores internacionales. Vienen de Occidente, creen que saben las respuestas correctas. Ellos tienen el dinero, los coches, pueden comprar servicios, ... Además, creo que también es una cuestión cultural. Llegan a un país diferente, con una cultura distinta y dicen 'No queremos hacer las cosas de este modo' o 'no son puntuales”.

Guha-Sapir señala también otro problema del aterrizaje de organizaciones extranjeras: “La población local deja sus empleos para trabajar como chóferes y otras profesiones relacionadas con la llegada de la ayuda internacional. Por ejemplo en el genocidio de Ruanda, algunos doctores dejaron sus puestos en el hospital público para ser chóferes de la misión internacional, porque los salarios eran tres, cuatro, cinco veces mejores”.

Ante esta situación, “cualquier capacidad de competir de los actores locales es destruida y así convertimos en víctimas a las instituciones locales”. Para ilustrar este efecto, la profesora elige la última epidemia de ébola. “Nos ha dado un lección muy importante. El personal que trabajaba en ginecología, pediatría, vacunación… no quedaba nadie en sus puestos porque todos se fueron a trabajar en la crisis del ébola. Ahora, hay estudios sobre cuántas personas murieron no de ébola sino de fiebre, de malaria, etc. porque no había nadie en los hospitales”.

Retos de los desastres futuros

Estas carencias en las relaciones de los actores que luchan en las emergencias es uno de los deberes pendientes para enfrentar los próximos desastres. También, las catástrofes que concentren nuestra atención y recursos, según Debarati Guha-Sapir. “De todos los desastres de 2014, las tormentas, las iinundaciones y las sequías, representaron el 85% de todos ellos. Si nos centramos en estos tres desastres, estamos encarando el 85% de los problemas. En mi opinión, tenemos que centrarnos en los desastres más comunes no en los más grandes”.

Y mirar hacia las causas, cómo anticiparse a los daños, para minimizar sus consecuencias. Como las casas endebles que no soportarán un terremoto, Guha-Sapir mira a Siria y a sus alrededores: zonas sin la asistencia humanitaria suficiente que están explotando en rutas de desesperación hacia Europa.

“En CRED pensamos que se debe prestar mucha más atención para estabilizarlas comunidades en origen. Tener patrulleras de control en el mar y levantar vallas no es la solución. Nunca ha sido la solución, ni en el largo ni el corto plazo. El principal reto es proveer de forma innovadora los mínimos servicios de asistencia en los países en origen; tal vez no en Siria, pero sí en los alrededores de Siria. Lo mismo con Sudán del Sur… Tenemos que poner dinero allí, y no tratar de construir muros”.

“La población local deja sus empleos para trabajar como chóferes y otras profesiones relacionadas con la llegada de la ayuda internacional. Por ejemplo en el genocidio de Ruanda, algunos doctores dejaron sus puestos en el hospital público para ser chóferes de la misión internacional, porque los salarios eran tres, cuatro, cinco veces mejores”