Rachel Baraka tenía 25 años y un compromiso por el que luchó hasta el final: cuidar los bosques de su país. Había superado un entrenamiento riguroso para convertirse en guarda forestal del parque Nacional de Virunga, en el este de la República Democrática del Congo. El 11 de mayo, unos asaltantes la mataron mientras intentaba proteger a dos turistas británicos y a su conductor.
El parque nacional anunció poco tiempo después que los atacantes habían liberado a los visitantes. Permanecieron dos días secuestrados y ahora se encuentran bien. Las autoridades no han dado más detalles sobre el rescate, ni han dicho si los secuestradores pertenecían a una banda rebelde. Con la muerte de Baraka, ya son ocho los guardas asesinados en lo que va de año en este parque nacional
Bosques tropicales, gorilas de montaña, picos recubiertos de glaciares, lagos enormes, ríos repletos de hipopótamos y sabanas llenas de elefantes, búfalos, leones, antílopes y otros animales. Todos forman parte del paisaje de Virunga, Patrimonio de la Humanidad y uno de los principales destinos turísticos de Congo. Los viajeros atacados la semana pasada ascendieron el Nyiragongo, un volcán de más de 3.000 metros de altura. Pasaron una noche en la cima, observando, escuchando e incluso sintiendo el calor del lago de lava más grande del planeta.
Allí, en el punto donde comienza la ascensión del Nyiragongo, un cartel metálico indica que es parte del parque nacional. Tiene decenas de agujeros de balas. Los guardabosques aseguran que los hicieron los mismos rebeldes que en el 2012 tomaron la ciudad de Goma durante semanas. Los combatientes dispararon contra las oficinas del espacio natural para proteger sus posiciones.
Durante los últimos años, el número de grupos armados que operan en la región no ha parado de crecer. En muchas ocasiones, los guardabosques son los únicos representantes de las autoridades en lugares donde solamente mandan los más fuertes.
“Elegimos hacer esto y conocemos los riesgos”
En este momento, el parque nacional de Virunga, que tiene una extensión un poco menor que la comunidad de Madrid –7.800 kilómetros cuadrados–, emplea a alrededor de 800 guardas forestales para proteger a los turistas e impedir que los cazadores y los taladores ilegales entren en el espacio protegido. Se estima que, tanto dentro del parque nacional como en los alrededores, rondan cerca de 2.000 rebeldes. Durante los últimos 20 años, 176 guardabosques congoleños han muerto.
“Esta no es una profesión fácil. Perder a tus amigos y compañeros es muy doloroso. Pero elegimos hacer esto, y conocemos los riesgos”, explicó Innocent Mburanumwe, subdirector del parque.
Cuando los turistas se retiran a dormir, en las selvas frondosas o sentados alrededor de una hoguera para soportar el frío en la cima del Nyiragongo, los guardas forestales lamentan que esos extranjeros pagan mucho dinero al parque nacional, pero ellos reciben una parte diminuta.
Proteger la naturaleza durante una guerra
El subsuelo congoleño tiene miles de minerales imprescindibles para las industrias de todo el mundo. En la actualidad, 130 grupos rebeldes luchan por diferentes motivos, pero sobre todo para conservar esta situación, conseguir una posición más lucrativa, o simplemente sobrevivir en medio del caos.
No está claro si el último ataque está relacionado con los rebeldes, pero los combates han aumentado en las provincias orientales. Las agencias de cooperación alertaron que el país se encontraba “en un precipicio”.
Como resultado de los enfrentamientos, 13 millones de congoleños necesitan asistencia humanitaria y 4,5 millones abandonaron sus hogares. Kivu Security Tracker, un programa de Human Rights Watch y el Congo Research Group para documentar la actividad de los grupos armados, ha registrado un “aumento dramático” de la violencia.
La población trata de seguir adelante pese a la guerra. El lunes por la tarde, el mercado de Rumangabo, a menos de 40 kilómetros de donde se produjo el secuestro, estaba lleno de colores y personas. La gente bebía y escuchaba rumbas congoleñas en los bares, como todos los días. Mientras tanto, decenas de guardabosques se reunieron en silencio en las oficinas del espacio protegido para recordar a su compañera recién fallecida.
El director del parque nacional, Emmanuel de Merode, explicó a los periodistas de la BBC que Rachel Baraka “era extremadamente capaz y dedicada”. “Recibió entrenamientos específicos para proteger a los visitantes en este tipo de situaciones. Desafortunadamente, el ataque fue más grave de lo que podríamos haber predicho”, comentó.
El parque permanece cerrado
Las autoridades han decidido suspender las actividades turísticas durante un tiempo. “El turismo ha sido fundamental para financiar programas de desarrollo y conservación”, dice Emma Norton, responsable de prensa del parque. “Sin embargo, pensamos que la seguridad de nuestros visitantes es lo más importante. Nuestro equipo analiza constantemente la situación sobre el terreno para poner en marcha los protocolos de seguridad adecuados. El parque permanecerá cerrado hasta que consigamos garantizar la seguridad los turistas. Este es nuestro compromiso”.
El parque nacional necesita todos los años ocho millones de dólares. El Gobierno congoleño solamente proporciona el 5%. El resto llega de los donantes internacionales, como EEUU y la Unión Europea, las organizaciones de conservación de la naturaleza y el turismo.
Emmanuel de Merode cree que la suspensión de las visitas turísticas supone un golpe duro para el espacio natural, pero reconoce que no tienen otra opción. “El último secuestro nos ha demostrado que existe un peligro que debe ser gestionado. (...) La seguridad de los visitantes es nuestra prioridad”.
El parque nacional de Virunga es el hogar de la mitad de toda la biodiversidad del África subsahariana. Tiene más de 700 especies diferentes de aves y 200 especies de mamíferos. También posee una cuarta parte de la población mundial de gorilas de montaña, que solamente pueden observarse en las cordilleras que marcan las fronteras de Uganda, Ruanda y Congo.
Los esfuerzos de los guardabosques son imprescindibles para conservar el espacio protegido, aunque a menudo pagan un precio demasiado grande: probablemente tienen uno de los oficios más peligrosos del mundo.
La tarde en que se celebró el funeral de Rachel Makissa, este medio preguntó a uno de los guardabosques con más experiencia, que ha soportado decenas de ataques, qué pensaba sobre la escalada de la violencia:
—Tout va aller [todo estará bien] —contestó con calma.