No es una quimera, es una necesidad
Hace 10 años que Naciones Unidas celebra, cada 20 de febrero, el Día Mundial de la Justicia Social, como una forma de apreciar los esfuerzos realizados y renovar el compromiso de los Estados con los objetivos de desarrollo asumidos en distintos momentos históricos, desde la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social de 1995 hasta los Objetivos de Desarrollo Sostenible de 2015. Hoy queremos, una vez más, resaltar la importancia de este principio y su carácter vertebrador del estado del bienestar a nivel nacional e internacional; un principio fundamental tanto para la convivencia pacífica como para la prosperidad, dentro y entre las naciones.
Aunque la expresión “justicia social” surge a mediados del siglo XIX en torno a la llamada “cuestión social” o “cuestión obrera”, marcada por el creciente malestar de la clase trabajadora ante las consecuencias de la revolución industrial, es evidente que, a lo largo de la historia, el ser humano siempre ha luchado por la consecución de hechos que significaran justicia social.
Siendo conscientes de la dificultad que entraña definir la expresión en sí, nos parece sugerente la propuesta del filósofo y economista indio Amartya Kumar Sen al pensar la justicia social en términos de lo que observamos y sentimos como injusto. Para él, lo que nos mueve “no es la percepción de que el mundo no es justo del todo, lo cual pocos esperamos, sino que hay injusticias claramente remediables”. Y no muy lejos se encuentra el parecer del filósofo argentino Alejandro Korn, al afirmar que “la justicia social solo puede definirse a partir del hecho concreto de la injusticia social”, es decir, lo que existiría sería la injusticia y nuestra permanente lucha contra ella.
En este sentido, si hoy sigue vigente el Día Mundial de la Justicia Social es precisamente porque ésta sigue brillando por su ausencia. Es suficiente con no cerrar los ojos ante los datos que periódicamente nos ofrecen las más diversas instituciones. Por ejemplo, que casi 800 millones de personas pasan hambre y que el hambre mata a más personas cada año que el sida, la malaria y la tuberculosis juntos; que el 1% más rico de la población mundial posee más riqueza que el resto del planeta y que ocho personas (ocho hombres, para ser exactos) poseen la misma riqueza que la mitad de la humanidad (3.600 millones de personas).
Y si a estos datos añadimos aquellos que nos hablan de los refugiados y desplazados, de las víctimas de los conflictos armados, de las consecuencias del cambio climático, de la trata de personas, de la explotación laboral, de la explotación infantil y de la mujer, del acaparamiento de recursos naturales, etc., el cuadro resultante nos dice que no vivimos precisamente en un mundo justo.
Ante esta durísima realidad, celebrar el Día mundial de la Justicia Social puede parecer una quimera, pero es sin duda una oportunidad para destacar la imperiosa necesidad de construir un futuro de dignidad para todos. Y se trata, evidentemente, de un esfuerzo de todos: de la clase política para llevar adelante las pertinentes modificaciones legislativas, de los operadores económicos para promover una economía con dignidad y, sobre todo, de una ciudadanía global que defienda activamente los derechos de toda persona humana, comprometida con la igualdad, el cuidado universal y la integración de las personas vulnerables. Hemos de trabajar juntos para forjar nuevas vías integradas de desarrollo social, ambiental y económico arraigadas en la igualdad y las perspectivas de un futuro mejor para la humanidad.
Es necesario poner en marcha políticas encaminadas a la erradicación del hambre y de la pobreza, la promoción del empleo decente, la igualdad entre sexos, el acceso a derechos básicos (agua y saneamiento, educación, sanidad, red de carreteras, electricidad), la igualdad de oportunidades y la gestión sostenible y equitativa del medioambiente y los recursos naturales.
Numerosas organizaciones en todo el mundo trabajan día a día para conseguir el mayor bienestar de las personas y la protección efectiva de sus derechos. En Manos Unidas, la búsqueda de la justicia social para todo ser humano es el núcleo de nuestra misión, encaminada a promover la dignidad de la persona y un desarrollo humano integral. Tenemos la profunda convicción de que la promoción y la defensa de la justicia social debe seguir siendo una prioridad en las agendas nacionales e internacionales; se debe buscar la equidad en términos materiales (no solo legales) e inclusivos (sin dejar a nadie atrás).
Concretamente, a los sectores tradicionales asociados a la justicia social (trabajo, vivienda, salud, educación, alimentación o ingresos mínimos), creemos que hay que incorporar otros desafíos que siguen alimentando la desigualdad en el momento actual: la desafección política, el aumento del racismo y la xenofobia, la cuestión de género, el medioambiente, los conflictos armados, las migraciones, las minorías sociales y étnicas, la corrupción, etc.
Desde Manos Unidas, creemos que es profundamente injusta la pobreza en que vive gran parte de la población mundial y luchamos por un mundo de derechos y oportunidades para todos los seres humanos. Es nuestra forma de ser coherente con nuestro ser creyente. Con nuestros esfuerzos, tanto en educación para la ciudadanía global como en el ámbito de la cooperación internacional (más de 600 proyectos aprobados en 2016 para apoyar a más de 2 millones de personas), miramos hacia el desarrollo sostenible, el bien común, el ejercicio efectivo de derechos y el desarrollo de las capacidades para todas las personas por igual.
Ese es nuestro aporte. Y seguiremos trabajando para combatir la pobreza y lograr que cada vez seamos más personas comprometidas por un mundo en el que sea menos necesario reclamar justicia social.