Sandrine se dirige al aeropuerto. Está nerviosa, pero irradia felicidad. “Oh, dios mío, es muy difícil explicar lo que siento”, dice la mujer camerunesa. Hace ocho meses cantó su primer grito de 'Boza“ [Victoria] a bordo del barco del Open Arms, pero su vida en Europa no sería completa hasta reencontrarse con él: después de nueve meses separados, está a punto de abrazar de nuevo a su hijo Dijibril.
Él había llegado a Malta. Ella, a España. La última vez que se vieron se encontraban en uno de los centros de detención de Libia, cuestionados por las vulneraciones de derechos humanos que ocurren en su interior. Se separaron cuando Sandrine intentaba escapar con él y con otras dos hijas pequeñas, pero solo Dijibril logró saltar el muro que los encerraba.
Con tan solo 12 años y sin compañía, logró subirse en un bote con el objetivo de atravesar el Mediterráneo Central, la ruta migratoria a Europa más mortífera. El menor fue rescatado por las autoridades de Malta, donde ha permanecido todo este tiempo. Mientras, Sandrine y las niñas seguían estancadas en el infierno libio.
Cuando piensa en Libia, aparecen recuerdos de “horror” que prefiere despojar de su memoria. “Sufrimos demasiado, allí no nos tratan como a seres humanos”, explica compungida. La noche del 21 de diciembre de 2018, Sandrine y sus hijas se montaron en una balsa de plástico cargada de personas, la mayoría niños y niñas. La tripulación del buque humanitario Open Arms los localizó en aguas internacionales próximas a Libia.
Después de una semana de travesía , de pasar la Navidad en alta mar, el Ejecutivo español ofreció su puerto de Algeciras para su desembarco, cuando aún no había bloqueado al barco de rescate. Fue entonces cuando Sandrine cantó “¡Boza!¡Boza!” por primera vez. Ese grito victorioso volvió a sonar en lo más profundo de su ser durante la mañana del pasado 11 de julio, cuando, después de nueve meses separados, volvieron a encontrarse. Fundidos en un abrazo, sellaban una dura etapa de sus vidas. Después de meses de trámites, se materializaba la reagrupación familiar del menor.
Ella mira a su pequeño una y otra vez. Le toca, le abraza, busca cada cada pequeño cambio en su físico. Trata de cogerle en brazos entre risas. Quiere asegurarse de que lo que tiene enfrente no es ficción. Él sonríe con cierta vergüenza, cierra los ojos cuando se acurruca entre sus brazos. “Buenos días, mamá”, repite Dijibril nada más traspasar la puerta del área restringida para pasajeros.
Tantas ganas tenían de abrazarse, que ni siquiera se dan cuenta que una barrera de metal separan sus cuerpos. El personal de organizaciones sociales que les acompañan se lo recuerda: “Da la vuelta, entra”. Sandrine prefiere ser ella, se agacha y estrecha a su niño entre sus brazos sin obstáculos“. La última vez que le vi, me llegaba por aquí”, exclama fascinada, señalando a la altura de su hombro. Ahora tienen prácticamente la misma estatura. Esos centímetros de más son una prueba más de nueve meses de separación.
“Yo sé que es real lo que está pasando. No quiero pensar que es un sueño porque, si lo fuera, tendría que despertar”, dice el crío a eldiario.es minutos después de aterrizar en España.
Dijibril se ha visto forzado a crecer en todos los sentidos. No fue fácil su estancia en Malta, relata, donde estuvo alojado en un centro para migrantes y separado de sus hermanas y de su madre. Según cuenta, apenas salía a jugar y el transcurso de los días parecía eterno. Ahora, sus hermanas volverán a ser sus compañeras de juego.
El paso de Sandrine y su familia por el país del norte de África fue una estación más del calvario en el que se convirtió su proceso migratorio desde que abandonara Camerún a principios de 2018. Huyó, explica la mujer, con el objetivo poner a salvo la vida de sus hijos y protegerles de las tensiones políticas existentes en las regiones del suroeste y noreste de Camerún, donde más de 437.000 personas han abandonado sus hogares. También escapó de la violencia machista que cortaba la respiración en su casa.
El éxito de la reagrupación familiar
“Desde el primer momento que Sandrine llegó al centro, una de sus mayores preocupaciones era recuperar al menor”, explica Viki Hidalgo, trabajadora social de Cruz Roja, la entidad encargada del programa de acogida de la familia en España. La profesional se ha convertido en un gran apoyo para la camerunesa, a quien ha acompañado en los momentos de “desasosiego” ligados al tiempo de espera.
Era un “estado emocional muy tenso” y “mezclado con ilusión”, describe Hidalgo. La trabajadora también fue testigo del primer abrazo entre madre e hijo. “El culmen de un trabajo bien hecho”, resume.
Para alcanzar este feliz desenlace, además de la paciencia de Sandrine y Dijibril, la empleada de Cruz Roja destaca la coordinación entre distintas instituciones que han trabajado para lograr su reunificación familiar.
“Dado que la madre es solicitante de protección internacional y tiene acceso a la regularidad administrativa en España, se inicia el procedimiento de reagrupación por la aplicación del Reglamento de Dublín”, explica Patricia Fernández, abogada de la Fundación La Merced Migraciones, involucrada en el proceso desde que el menor contactara con la organización y trasladara su deseo de estar cerca de su madre y hermanas. A partir de ahí, explica la letrada, “se pone en conocimiento de esta situación, tanto del ACNUR en España, como al Defensor del Pueblo, como a las personas que están gestionando la acogida de la madre”, es decir, Cruz Roja.
“Es importante que los países puedan realizar una identificación rápida de casos de reunificación familiar y, muy especialmente cuando se trata de menores no acompañados”, detalla María Jesús Vega, portavoz del Alto Comisionado para los Refugiados de Naciones Unidas (ACNUR) en España. “Mientras están separados estos niños y niñas están en centros de acogida, a veces en condiciones muy difíciles, sin apoyo emocional y afectivo de sus padres o parientes”, añade.
También incide en la trascendencia que supone “una pronta identificación de casos que necesitan o son susceptibles de reunificación familiar” y la “agilidad de los procedimientos”, así como la “importancia de que haya una buena comunicación, coordinación e intercambio de información entre los países, ya que en muchos casos se trata de reunificación de personas en situación de vulnerabilidad o con necesidades específicas que el país receptor debe tener en cuenta para preparar la acogida”.
Estas pautas que llevan a la buena práctica se han cumplido en el caso de Sandrine y su hijo. Además de culminar la reunificación con rapidez -en comparación con otros casos-, “la colaboración de distintas instituciones ha ido solventando las dificultades que actualmente enquistan estos casos: el acceso a la protección internacional, la determinación de la filiación o incluso la resolución de la toma al cargo”, matiza Patricia Fernández.
Por ejemplo, para que España determine que es el país responsable del estudio de solicitud de asilo de la familia, es necesario que el menor formalice su propia petición de protección internacional. Un requisito que, a priori, puede ser un obstáculo, ya que en Malta, donde estaba el menor, los niños y niñas no acompañados de un adulto no siempre tienen acceso al procedimiento de asilo.
Sin embargo, en este caso, la mediación de la oficina del Defensor del Pueblo Español, con su homóloga en Malta, ha facilitado el trámite. “Es muy habitual que realicemos gestiones humanitarias y que colaboremos con Defensorías de otros países y con instituciones de derechos humanos. Esto es un ejemplo de esta actividad discreta que realiza la institución”, destacan fuentes del Defensor del Pueblo.
DNA Prokids, un proyecto del Laboratorio de Identificación Genética de la Universidad de Granada, que se dedica a la luchar contra el tráfico de seres humanos mediante la identificación genética de las víctimas y sus familiares, especialmente de menores ha sido otra pieza más de este puzzle. Este organismo ha realizado los exámenes de ADN “de manera gratuita y en un tiempo récord”, lo que ha permitido aportar uno de los requisitos claves: constatar la relación materno-filial. Los genes ratificaron en la probeta lo que las emociones constataron en el abrazo de aquella mañana de verano. El amor entre madre e hijo.