“A España nadie quiere venir”. ¿Ninguno? “Nadie”. Lo dice Sardar (nombre falso). El resto de sus compañeros asiente. No dudan. Son siete demandantes de asilo sirios y tienen en común dos cosas: huyen de la guerra y nadie, ninguno, quería venir a España.
“¿Por qué?”. Contestan rápido. Aquí los trámites para conseguir el asilo son mucho más lentos y complicados que en otros países europeos. Otros, además, esperaban reunirse con familiares en diferentes estados de la Unión Europea. Algunos llevan ya casi diez meses esperando en un Centro de Acogida de Refugiados (CAR) mientras se resuelve su petición de asilo.
“Estamos destrozados psicológicamente. Esperas relajación al llegar a España, y tampoco la tienes. Nos da miedo hablar de más”, dicen en su lengua materna. Es una tarde de comienzos de noviembre y los refugiados cuentan su historia formando un semicírculo en un parque muy cerca del CAR de la localidad madrileña donde viven. Todos, sin excepción, piden anonimato. Insisten en que, si han huido de su país por estar en listas negras, no quieren pasar a unas supuestas del Ministerio.
Los siete son parte de los más de 2,3 millones de sirios huidos de su país desde 2011 por una guerra que ya ha matado a más de 125.000 personas, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos. La crisis humanitaria de Siria ha obligado a la ONU a pedir 6.500 millones de dólares a sus donantes para 2014, el llamamiento más elevado en su historia para un solo proyecto.
Según la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), los principales destinos de los refugiados sirios son países vecinos como Turquía, Jordania y Egipto. Europa es todavía una opción minoritaria. Unas 55.000 personas han llegado a la UE para pedir asilo pero Europa sólo se ha comprometido a acoger a 12.000, según Amnistía Internacional, que califica esta cifra como una cantidad “realmente ridícula”.
En el caso de España, en 2012 pidieron asilo 255 personas sirias. CEAR alerta de “la excesiva demora en resolver las solicitudes de asilo” en nuestro país, de las trabas impuestas (se exige el visado de tránsito) y la escasa implicación del Gobierno español.
A mitad de diciembre el Consejo de Ministros aprobó reasentar a 100 refugiados sirios en 2014; hasta entonces sólo se había comprometido a acoger a 30 personas. La cifra es minúscula comparada con los 10.000 que aceptará Alemania. Aun así, el Gobierno concedió antes de finalizar el año la protección subsidiaria a Manar, una refugiada siria que permanecía en Melilla con quemaduras en el 90% de su cuerpo.
La ruta hacia el asilo
Saleh es activista político kurdo y vivía en el norte de Siria. Salió de su país en enero de 2013 y su primera parada fue Turquía. Desde allí voló hasta Ecuador; con pasaporte sirio no necesita visado. Una vez en Ecuador siguió hasta Colombia. Y de Colombia hasta Madrid. “La idea era que íbamos a Turquía y en el tránsito pedí el asilo político en el aeropuerto.” Tras tres días en España, se marchó por su cuenta hasta Alemania, donde vive su hermano. “No tenía ni idea de las leyes que había aquí con el tema de moverse, de no moverse, etc.”.
Se refiere a Dublín II, el reglamento de la Unión Europea que establece que el país responsable del asilo será el primero que pise el refugiado. “Pedí el asilo en Alemania y España me pidió que volviese. Me dijeron ‘vienes tú o te vamos a buscar de otro manera’, y dije, ‘no, no. Ya voy yo solo’”. Han pasado siete meses desde entonces.
También Muhammed veía su futuro en otro país europeo. Cuando empezó la revolución fue a varias manifestaciones; se sentía feliz, aunque tuvo miedo. “Conozco al Gobierno y sé que es muy peligroso. Pensé, si voy a Europa, puedo ayudar a mi familia después”. Quiso ir a Suecia, uno de los países europeos que ofrece más facilidades a los refugiados. Llegó por primera vez hace nueve meses, intentó pedir asilo en el país sueco y tuvo que regresar a España. Desde entonces lleva ocho meses.
“Sí, me amenazaron [en Siria] –Muhammed se piensa las próximas palabras y sigue–. No directamente, sino a través de un trabajador [de la misma tienda que yo]: ‘Dile a tu amigo que tiene que tener cuidado’”.
El resto de los refugiados tienen historias similares: el miedo y la guerra les empujaron a dejar su país. No encarnan el estereotipo del refugiado. Hay universitarios formados en Arqueología y trabajadores de la industria petrolífera. Esperan con incertidumbre una solución que no llega. “Si no me quieren, que me lo digan y me voy a otro país, pero no nos dejan”, dice Diar, médico de formación. Afirman que para verse obligado a abandonar Siria no es necesario significarse políticamente. Basta con ofrecer comida. Uno de ellos, cuenta, ayudó a una persona que huía en un coche y fue acusado por el régimen sirio de colaboración con el enemigo.
Es al llegar a España cuando deben solicitar la concesión del asilo, y, pese a que desde el seno de la UE se trabaja por una normativa consensuada (con sus plazos correspondientes), el Sistema Europeo Común de Asilo, las diferencias entre los Estados miembros siguen siendo notables. “No entiendo por qué aquí tiene que ser un año cuando en otros países es un mes o dos. Y que nuestra situación es la que es, tenemos a la familia allí y tendrían que darnos facilidades para traerlos”, se lamenta Saleh.
Según la información facilitada por el Ministerio del Interior, una vez admitida a trámite, “las autoridades disponen de un plazo máximo de seis meses” para resolver la solicitud. No obstante, el periodo es prorrogable. Ya resuelto el expediente, si es positivo, tanto los refugiados, que reciben derecho de asilo, como a quien se le otorga protección subsidiaria gozan de los mismos derechos que cualquier otro poseedor de la nacionalidad española.
“Me siento bien en España, excepto por el trabajo. Estoy preocupado por mi familia. Quiero volver a Siria si cambia la situación”, relata Muhammed. Mientras espera, vive con la “tarjeta roja”, una especie de carné que le identifica como demandante de asilo. Con ella puede permanecer en el país hasta que se resuelva su petición y trabajar “si su solicitud ha sido admitida a trámite y han pasado más de seis meses desde que la presentaron sin que se haya resuelto”. Pero ni siquiera todos los hipotéticos empleadores lo saben y además, dicen desde el parque, cómo van a encontrar trabajo si ni siquiera lo hay para los españoles.
Más de 1.000 días en guerra
El pasado 8 de diciembre Siria cumplió mil días en guerra. Lejos del horror, pero también de su hogar, los refugiados sirios siguen con preocupación las últimas noticias. Muchos de ellos tienen a familiares y amigos allá. “No hay médicos, no hay hospitales y mi hija está allí desatendida. El Gobierno español me dice 'estamos estudiando tu situación…', pero ella está totalmente impedida”, remarca Saleh. ONG como Amnistía Internacional y ACNUR alertan de la terrible situación humanitaria en Siria agravada, además, por el frío invierno.
A 3.000 kilómetros de allí, los refugiados sirios en España sí cuentan con un techo, cama y comida en el CAR. Mientras se tramita su expediente, afirman recibir 150 euros al mes, los niños algo menos, y una dotación única de 180 euros para poder comprar ropa y otros gastos. Tienen derecho a permanecer en el centro de acogida durante doce meses, pero existen casos de refugiados que han tenido que dejar el centro tras ese periodo sin que se resolviera su expediente. Llegado ese momento, sólo las ONG les ayudan a conseguir alojamiento.
Mientras Sardar juega con su cajetilla de tabaco, Rami, enfundado en una chaqueta blanca, no deja de mascar chicle y sentencia en castellano: “La vida cambia”. Pero es precisamente movimiento lo que no ven. En el CAR ocupan su tiempo entre cursos de idioma y talleres para aprender un oficio. Por ejemplo, Laila, la única mujer del grupo, recibe clases de peluquería. “Queremos integrarnos –afirma Saleh–. Si estamos ya en el país, ¿por qué no nos dejan integrarnos?”. “Nos vamos de la muerte, pero no queremos morir de hambre. Para eso volvemos a nuestro país. No hace falta estudiar el conflicto sirio para entenderlo”.
Cada vez queda más lejos la primavera de 2011, cuando comenzó la revolución en Siria. Algunos todavía hablan de la ilusión y la esperanza de esos meses iniciales, ahora convertidas en decepción y tristeza. “El futuro es difícil, complicado, soy muy pesimista”, dice Muhammed. Saleh afirma que era muy optimista el primer año del conflicto, “cuando sólo eran manifestaciones pacíficas”, pero que desde que empezó lo que llama “una guerra seudocivil”, no lo está. Para nada. Varios opinan que todo habría acabado si los países extranjeros hubiesen entrado en Siria.
La charla llega a su final cuando ya es noche cerrada. El grupo se despide. “Shukran” –gracias en árabe–, y regresan al centro. Pero a mitad de camino, Saleh vuelve al parque y concluye: “Tendrían que estudiar y tener en cuenta la situación de cada uno. Deberían escucharnos y no dejarnos aquí muertos de hambre”.