España abandonó a los refugiados acogidos por cuotas en 2012

Una retahíla de representantes gubernamentales les esperaba en el aeropuerto de Madrid. Nema Mohamoud, acompañada de sus dos hijos, estrechó la mano de cada uno de ellos. Formaba parte del histórico programa de reasentamiento al que se acogió España en 2012. La guerra libia había frenado sus vidas, pero parecían volver a empezar: 80 refugiados acababan de dejar atrás el campo de desplazados tunecino donde vivían desde hacía más de un año. Recuerdan las fotos tomadas con algunas autoridades españolas, a las que ahora escriben sin obtener respuesta. Preguntan si se acuerdan de ellos, de las promesas de integración que les comentaban, de las palabras de ánimo, pero nadie contesta.

Han pasado casi tres años y las ayudas se han agotado. Se llevan agotando desde agosto de 2013, pero de una forma u otra la familia de Nema ha movido cielo y tierra para obtener lo justo para pagar su casa. De los 80 refugiados, la mayoría, según ha podido saber este medio, han abandonado el país receptor, España. Intentan construir una nueva vida en otro país europeo. Otra vez. Aunque ahora de forma irregular -dado que solo cuentan con permiso de residencia en este país-.

La tendencia se repite. En diciembre de 2014 el Gobierno aprobó el reasentamiento de 130 refugiados sirios cobijados de forma temporal en Jordania. Según ha podido saber este medio, algunos de los primeros en llegar ya adelantándose al precipitado final de las subvenciones a los seis meses y, ante la falta de posibilidades, comienzan a trasladarse a otros estados de la UE.

“Estamos agradecidos de todo lo que ha hecho España por nosotros pero ahora nadie se acuerda de que existimos. No sabemos quién es el responsable de nosotros. Parece que el Ministerio de Empleo y Seguridad Social (MEYSS), pero nadie responde”, dice Derar Hamed, el marido de Nema, sentado en el salón de su acogedora casa, situada en la ciudad madrileña de Alcobendas.

Este medio se ha puesto en contacto con el MEYSS, organismo encargado de estas personas, pero no ha obtenido respuesta. El plan de reasentamiento al que se acogió España se aprobó en octubre de 2011 —durante el final del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero— y fue desarrollado en 2012 por el Ejecutivo del Mariano Rajoy.

Llegaron en julio de 2012, en un momento en el que España vivía un pronunciado incremento de las solicitudes de asilo, un hecho que, sin embargo, no vino acompañado de un aumento de los fondos destinados a la acogida. Entonces, como publicó eldiario.es, el Ministerio de Empleo ordenó a las ONG encargadas de su acogida el establecimiento de un sistema de fases por el que muchos refugiados se están quedando sin ayudas a los seis meses. Otros, más vulnerables, consiguen prórrogas de las subvenciones que, según fuentes humanitarias, cada vez se otorgan con menor frecuencia.

Los altos niveles de desempleo del país, además, se unen a la ya complicada integración de los asilados: en un corto periodo de tiempo deben aprender un idioma, conseguir trabajo y adaptarse a una nueva cultura. Todo, mientras superan los recuerdos del pasado: los procesos de huida suelen acarrear fuertes consecuencias psicológicas.

Dos años sin saber dónde estaba su marido

Como las que Nema y su familia mantienen en su cabeza. No era la primera vez que esta ingeniera, que prefiere no aparecer en las fotografías, volvía a empezar. Nema huyó de Eritrea, su país, a la misma edad a la que su hija tuvo que abandonar el suyo, Libia. A los siete años. La guerra con Etiopía les obligó a partir a un campo de desplazados en Sudán. De ahí, se fue a estudiar su carrera a Libia, donde conoció a su marido. Cuando Nema subió en ese avión, lo dejaba atrás. No sabía si vivo o muerto.

Hacía un año no sabían nada de él. Absolutamente nada. Tomó ese vuelo rumbo a España sin poder avisar a su marido, con el que perdió el contacto en medio del horror de la guerra libia. Cuando estalló el conflicto, Derar se encontraba trabajando en otra ciudad, los caminos se cortaron y, después de mantener conversaciones teléfonicas durante dos meses, las comunicaciones dejaron de funcionar. Separados se quedaron.

Pero tenía que aceptarlo para poder salir, por fin, de ese desierto que asfixiaba a su familia. “Ese horrible desierto en el que no se podía vivir”. En ese desierto en el que su hija Adaad no podía ir a la escuela. En ese desierto en el que, dice la niña, “no había casas”, al que “era imposible acostumbrarse”.El campo de tránsito de Shousha (Túnez), que llegó a albergar a más de 20.000 personas, se sitúa en una zona árida y semidesértica, que en verano llega a alcanzar los 50 grados y donde los refugiados dependen completamente de la ayuda humanitaria para sobrevivir.

Después de dos años sin saber nada de su marido, sonó el teléfono. Era Derar. Llamaba a España desde el campo de refugiados del que su familia había partido un año atrás. Hacía dos años que no escuhaban su voz. “Al principio no sabíamos quién era. Pero cuando lo reconocimos, no nos lo creíamos. Nos alegramos mucho... ¡Hasta bailamos!”, dice Nema entre risas junto a su hija, que le ayuda con la traducción gracias a un perfecto castellano aprendido en la escuela. “Cuando me lo dijo mi madre se lo conté a todos mis amigos en el colegio. '¡Que ha llamado mi padre!”, recuerda la niña.

Durante el tiempo en el que no sabía nada de su familia, únicamante su ubicación en el campo de Shousha, su vida fue una odisea con un marcado objetivo: poder llegar al lugar donde creía que se cobijaban. Pero, cuando el conflicto explotó, tuvo que huir a otra zona de Libia y los papeles que acreditaban su residencia legal en este país se quedaron en su punto de partida. Esta situación se traducía en su devolución inmediata cada vez que trataba de cruzar del pueblo de Samna a la capital, Tripoli, para, de ahí, cruzar a Túnez, donde esperaban Nema, Adaad y el pequeño Ahmed, que ahora tiene tres años.

Se convirtió en un inmigrante irregular de cara a las autoridades libias, en el Estado donde había trabajado como un relevante ingeniero. “Mi hija iba a un colegio muy importante, con hijos de diplómáticos”, corre a decir, como con la necesidad de aclarar que no siempre fue todo mal. Que hubo un tiempo en el que vivía con tranquilidad en el lugar donde fue más feliz, Libia.

“Nos vamos a quedar en la calle”

Dos años después de separse de su familia, llegó a Shousha. Pero allí no estaban quienes pretendía encontrar. En junio de 2014 Derar consiguió reagruparse con su familia gracias a la intervención de Acnur.

Lo que encontró no era lo esperado. “No puedo trabajar si no sé castellano. He ido a un curso de idiomas pero, aunque no es un idioma difícil, me está resultando muy complicado. ¿Cómo puedo concentrarme en aprender? ¿Cómo puedo entender otra lengua si sé que puedo perder la casa, que tengo lo suficiente para alimentar a mi familia, ni para pagar el alquiler, ni nada?”, se cuestiona el eritreo. Cuando él aún no estaba, su mujer realizó un curso de formación profesional y de idiomas pero a su vez tenía que cuidar de sus hijos sola sin ayuda alguna por lo que le resultó aún más complicado encontrar trabajo, cuenta.

Como su marido se unió tan tarde al programa de acogida, el proceso de integración de Derar comenzó cuando las ayudas estaban a punto de agotarse. Y lo hicieron, pero lograron una solución temporal. “Nos organizamos con el resto de refugiados reasentados y mandamos cartas al Ministerio, a Acnur y a las ONG encargadas de nuestra acogida (Accem, CEAR y Cruz Roja). Finalmente, conseguimos que se nos devolviesen durante tres meses más”, explica Derar.

Después, acudieron a otra medida: la Renta Mínima de Inserción. Mediante esta vía, el Ayuntamiento de Alcobendas ha financiado el 80% de su alquiler. A finales de este mes, asegura Derar, se agota este nuevo parche. “Como no consigamos nada nos vamos a quedar en la calle”, reconoce, con una carta de la propietaria de su vivienda en su mano que insta a los inquilinos a abandonar su casa si se retrasan de nuevo en el pago del piso. Su objetivo ahora es conseguir una vivienda de protección oficial para que sea más sencillo costearlo.

“Es necesario un giro del sistema de acogida español”

Nema y Derar se ríen con frecuencia, pero lo hacen con más intensidad al escuchar que la Unión Europea ha pedido a España acoger a 4.288 refugiados llegados a Italia y Grecia, medida enmarcada en un posble sistema de cuotas obligatorio que el Consejo de Europa discutirá el jueves y el viernes. “¿4.000? ¡Si nosotros somos 80 y míranos!”, dice anonadada la mujer.

El problema, recuerda Acnur, no es el sistema de acogida español, sino la escasez de recursos. Dado el aumento de las solicitudes de asilo registradas en España, es necesario el incremento de los fondos destinados a la acogida. Para ello, proponen dar un giro a la forma en la que se viene trabajando con este colectivo.

Recuerdan casos de los refugiados asumidos por España que acabaron en éxito. Cerca de 2.500 refugiados de los Balcanes fueron acogidos por España entre 1992 y 1994, mientras atravesaba la mayor crisis económica conocida en democracia y registraba casi dos puntos más de paro que en la actualidad, como publicó en un amplio reportaje Europa Press.

“Realmente es necesario poner más recursos y abrir otras vías de trabajo en España con comunidades autónomas y municipios. Con voluntad política se puede mejorar el sistema actual y asumir las cuotas establecidas por la Comisión Europea”, destacó la portavoz de Acnur en declaraciones a este medio.

Adaad, que habla con la sensatez de una persona de 20 años aunque tiene 15, cuenta las vivencias que ha tenido experimentar su familia con una sonrisa que casi no se apaga. Su alegría, que esconde un sinfín de situaciones traumáticas, parece esfumarse solo en un instante, cuando, de repente, se dispone a admitir cómo se siente en realidad:

-Mal, porque creo que vamos a estar en la calle después de esto.

-Se encontrará una solución —intenta animar su padre—

-Deseo. Deseo —enfatiza la niña— encontrar una solución.